
Nadar para salvar o perder la vida: historias de Ceuta desde el mar hasta los centros de acogida
La ciudad autónoma ha vivido este agosto semanas de intentos de entrada por vía marítima y los que lo consiguen relatan cómo lo lograron mientras la cuenta de cadáveres aparecidos frente a la costa se eleva a 23 y los recursos asistenciales están ampliamente sobrepasados
Canarias pide “humanidad” al resto de comunidades y no utilizar la cuestión migratoria como herramienta para “políticas fascistas”
Cuando cae la niebla sobre la Bahía Sur de Ceuta, a veces decenas y en ocasiones centenares de personas, mayoritariamente jóvenes –casi nunca por encima de los 25 años– se lanzan al agua desde Marruecos para alcanzar la costa española. Como cada agosto desde hace ya años, en las últimas semanas este fenómeno se ha intensificado ligeramente. No quieren la vida del país vecino, cuentan varios de los nadadores a este medio, relatando reiterados intentos de cruzar la frontera –algunos más de una decena– pasando entre tres y cuatro horas entre las gélidas corrientes para alcanzar un sueño.
En ocasiones es la propia Gendarmería Marroquí quien los frena antes de lograr abandonar la jurisdicción del Reino Alauita. En otras consiguen llegar a España, pero son devueltos por la Guardia Civil, “incluso siendo menores de edad” –extremo no avalado por la justicia, que hasta ahora está permitiendo retornos ‘en caliente’ de quienes superan los 18 y proceden de países con los que se ha firmado convenio–, aseguran dos de los preguntados por este medio. Eso no les desanima y lo vuelven a intentar una y otra vez hasta que lo logran.
Otros perecen antes de conseguir pisar el litoral ceutí. En lo que va de año ya han muerto 23. Sin ir más lejos, hasta cuatro cuerpos sin vida de jóvenes magrebíes han sido rescatados por la Policía Nacional en las costas de la ciudad autónoma en los últimos diez días. Normalmente ocurre cerca de playas repletas de bañistas, que viven con triste cotidianeidad estos sucesos.
Para aquellos que lo consiguen y al fin llegan a Ceuta su destino varía en función de edad y circunstancias. Al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) van los demandantes de asilo político, en su mayoría de origen subsahariano. Con una capacidad para 512 migrantes, fuentes internas de máxima solvencia aseguran que el espacio de acogida supera ahora mismo los 900 usuarios. Un dato que la Delegación del Gobierno niega, aunque tampoco facilita cifras a pesar de las reiteradas peticiones. Sin embargo, como se puede ver desde fuera del recinto, en su interior se han instalado varias carpas para acoger a quienes van llegando desde países africanos.
La situación no es mejor en los espacios habilitados para los menores de edad –casi al 100% marroquíes y siempre llegados a nado desde la cercana localidad fronteriza de Castillejos– que quedan bajo la tutela del Gobierno ceutí. “La situación es de colapso”, con 520 menores alojados en centros provisionales y de emergencia, cuya sobreocupación ya es del 500%.
“Quiero la vida en España, no la de Marruecos”
En el Centro San Antonio, que lleva la Fundación Cardijn, se encuentran Moussa, Saíd y Ayoub, tres de los muchachos que sin haber cumplido la mayoría de edad se arrojaron al mar en busca de un futuro mejor al otro lado del espigón del Tarajal. “Quiero la vida en España, no la de Marruecos”, dice el primero con contundencia. Para ello entrenó y viajó desde su ciudad natal, Chauen (Chefchaouen), hasta la comuna de Adeláu (Oued Laou), cercana a Tetuán, en la costa norte. Siguió su periplo hasta Castillejos (Fnideq) donde con el poco dinero que tenía pudo comprarse un traje de neopreno.
Ese mismo día se tiró al agua junto con dos compañeros. Lo intentaron hasta en tres ocasiones y finalmente él y otro joven llegaron a Ceuta después de luchar contra el frío y las corrientes durante cuatro horas.
Saíd, por su parte, ha crecido en Castillejos, la ciudad que linda con la ciudad autónoma, tocando España casi con la punta de los dedos, de hecho, llegó a saborearla hasta en tres ocasiones. Él consiguió sortear la valla durante la entrada masiva de inmigrantes de mayo de 2021 en la que el Gobierno cifró en más de 10.000 las personas que traspasaron la frontera de manera irregular. Unos 1.500 eran menores y entre ellos estaba él.
Por la izquierda, Ayoub, Nayat Abdeselam, Moussa y Said, en la fundación Cardjin.
Explica que su propio padre fue a buscarlo para que volviese a Marruecos. Desde entonces lo intentó “diez veces más, aunque solo dos de ellas iba realmente preparado” con el equipamiento adecuado. Hasta en tres ocasiones la Guardia Civil lo devolvió a las autoridades marroquíes a pesar de que fuera menor de edad.
Justifica su empeño en que sus progenitores no viven juntos, tiene un hermano pequeño y su madre no trabaja, así que “no quedaba otra”. Con un diploma en cocina y hostelería le gustaría continuar por ese camino. De momento solo tiene “cosas buenas” que decir de su estancia en Ceuta.
Al igual que Moussa, Ayoub, se ha pasado la mitad de su corta vida trabajando junto a su familia. Afincado en Rincón (M’diq), iba a la obra con su padre “desde que tenía 12 o 13 años”, explica el muchacho, que parece mucho más joven que sus compañeros a pesar de que los tres han cumplido recientemente los dieciocho. Tras cinco intentos –tres fallidos al ser interceptado por la Gendarmería Marroquí y una devuelto ‘en caliente’ por la Guardia Civil– por fin está en España.
Cuando les preguntan si echan de menos su casa y a sus familias contestan al unísono con una sonrisa: “Claro que sí”. Son chavales despiertos, “más maduros que muchos chicos de su edad”, dice quien ya les conoce bien, la encargada del centro, Nayat Abdeselam. Buscan “estabilidad” y están dispuestos a aceptar cualquier empleo con tal de labrarse una carrera.
Sin embargo, ni Moussa, ni Ayoub, ni Saíd saben si su sueño podrá hacerse realidad y eso les pesa. Uno de ellos se atreve a decir que “es una decepción”. Su caso, el de todos ellos, es particular y muestra las complicaciones derivadas de un sistema burocrático poco garantista que los ha dejado en una suerte de limbo a la espera de conseguir la documentación que les daría el billete a la Península.
Lo detalla Abdeselam, una de las responsables del centro, con la que conviven desde hace ya algunos meses, quien intenta “que tengan un pelín de ambiente hogareño”, con comida casera –cuscús hecho por su propia madre– que disfrutan todos juntos a la mesa cada viernes. Los jóvenes, a pesar de llevar alguno de ellos ya un año en Ceuta, todavía no tienen la tarjeta de residencia que deberían obtener a los tres meses. Ha sido un fallo del sistema, y “el área de Menores se lava las manos”, lamenta.
Tenían la opción de recurrir, por supuesto, pero “es un gasto económico que no se pueden permitir” y, recalca, “tienen derecho a su documentación”. La otra opción es la de solicitar asilo, el clavo ardiendo al que se han agarrado. Sus planes, desde que se han visto obligados a regularizar su situación por esta vía que podría devenir en su traslado de vuelta a Marruecos, han cambiado drásticamente. “No quería, pero es lo que me queda”, señala Moussa, “esperar”.
Una esperanza entre la niebla
Como los chavales acogidos por la Asociación Cardjin, cuando la niebla apareció de forma intensa y continuada entre el 11 y el 16 de agosto en la Bahía Sur de Ceuta, cientos de nadadores buscaron su oportunidad de llegar a España. Pocos lo lograron, no superando el goteo de entradas las quince diarias en su pico máximo y quedando normalmente en un par por jornada.
Esta tendencia se relajó con las noches despejadas y el viento de Poniente, como ocurrió el lunes 18 de agosto, cuando este medio se acercó por primera vez a la playa del Tarajal. “Hoy no entra nadie, la gente pasa cuando hay niebla por la mañana, a las seis o a las siete de la madrugada”, comentaba entonces el dueño de un bar situado a pie de paso fronterizo.
No le faltaba razón, los ceutíes saben que los migrantes tienen en cuenta las condiciones climatológicas y que esperan a las noches cálidas, cuando se levanta la taró, un espeso vaho que cubre las costas. En aquella jornada apenas se produjeron intentos de cruce y los pocos que lo probaron fueron rápidamente disuadidos por la embarcación de la Gendarmería marroquí.
Las tentativas se mantuvieron a la baja hasta que llegó el sábado 23 de agosto. Cambió el viento a levante y llegó una intensa niebla a la bahía norte, que fue trasladándose poco a poco a la zona sur. Allí, en el arenal del Tarajal se vivía un ambiente festivo. Amplios grupos de personas permanecían a las diez de la noche en jaimas, con mesas y sillas plegables, celebrando un cumpleaños o pescando. Incluso había quien rezaba mirando al mar, con la valla que separa países a apenas diez metros.
Entre los presentes, el dueño del chiringuito playero, que ya cerraba las puertas, acompañado de un trabajador, mientras por la otra acera se disponía a cruzar hacia Marruecos una familia con dos niñas que llevan globos de personajes Disney. “Cuando llegan a la playa los nadadores todo el mundo les graba con el móvil”, explicaban ambos, coincidiendo en relatar los métodos de la Benemérita a la hora de atajar los pases: “La Guardia Civil, con la lancha, les va dando vueltas. Saben que van a pasar por aquí y les hacen cansarse esquivándolos”.
Eso resulta, según cuentan, en que los nadadores cada vez opten por rutas más largas y peligrosas, intentando alcanzar playas mucho más alejadas que la del Tarajal, la primera en cercanía a Marruecos. “Es una ruina, luchan y luchan”, contaban con tristeza. Esta sensación que comparten los hosteleros de la zona la confirman los propios hechos.
Ese mismo sábado por la mañana y ante la antena mirada de una repleta playa del Chorrillo -una de las más céntricas y concurridas de Ceuta-, dos jóvenes eran interceptados por la Guardia Civil cuando ya habían alcanzado la costa.
Casi doce horas después, la patrullera de la Benemérita se movía sin parar. Yendo hacia mar adentro, volviendo constantemente a la costa marroquí, casi a la altura de la localidad de Rincón y retornando pegada por Castillejos; y así en repetidas ocasiones. En la playa fronteriza nadie se inmuta. Los que pescan, siguen pescando. El grupo del cumpleaños sopla las velas y canta el cumpleaños feliz. Dos adolescentes que integran el grupo -uno de los muchos que sigue a pie de costa a medianoche- se acercan al espigón. Se sientan y ponen música. Cantan primero en árabe y luego pasan a encender un altavoz y entonar en castellano.
Todo pasa ante la mirada, en la lejanía, del vigilante de la empresa municipal Amgevicesa, al que de forma cíclica le toca supervisar el Tarajal. “Las entradas se producen habitualmente cuando hay niebla, cuando se vuelve muy densa. Me ha tocado ver a gente llegar, sobre todo chavales”, detalla el trabajador, que tiene claro el perfil de quienes alcanzan suelo español: “Te diría que nunca he visto a un tío de cuarenta (años). Son menores sobre todo y chavales de hasta 25”, agrega.
Pescadores en la playa del Tarajal.
Él estuvo presente cuando los intentos se multiplicaron, entre el 11 y el 16 de agosto. “Entraban dos o tres por noche, por lo menos aquí. Lo que pasa es que ahora cada vez se van más allá”, incide, fortaleciendo el argumentario del propietario del bar, quien también apuntaba a rutas cada vez más largas para esquivar el control, que esa noche, a pesar de los numerosos intentos, nadie -al menos que se sepa- consiguió burlar.
Aporta el vigilante varios detalles interesantes. Cuenta que algunos nadadores van bien preparados, “con aletas y neopreno”, otros, sin embargo, apenas llevan “un flotador tipo ‘donut’”. A su llegada, exhaustos y muchas veces muertos de frío, la gente les suele echar una mano, “con toallas o agua” y automáticamente “salen corriendo hacia arriba”, en dirección a la barriada más próxima, la del Príncipe, que colinda con el centro de La Esperanza, en el que la Ciudad acoge a buena parte de los menores no acompañados que están bajo su tutela. “A veces hay otros chavales aquí que les están esperando ya”, concluye, dejando entrever que algunos vienen a España cuentan con información previa, quizás porque “se lo haya dicho algún primo o amigo”.
De pronto, algo se mueve en el agua, una especie de flotador o pequeña barca se deja entrever. Es tan solo una sombra que contrasta con el reflejo de las luces del paseo marítimo de Castillejos. La patrullera se acerca y los migrantes retornan entonces a la costa sin alcanzar España. Pocos minutos después una luz muy potente enfoca al agua.
Pasa un rato, y con la medianoche se incrementan las detecciones. La lancha arrincona a varios migrantes a la salida de la ciudad alauita y los lleva hacia un coche de policía aparcado en la carretera que lleva a la frontera.
Pocos minutos después, la embarcación, ya relativamente alejada de la costa, apaga las luces. En la cubierta encienden linternas y para cuando vuelven a poner las rotativas, ya se dirigen otra vez al litoral para devolver a un nuevo grupo de nadadores.
La operación se repite a la una y media de la madrugada, cuando la niebla asoma al otro lado de la ciudad, por el Monte Hacho, donde la fortaleza militar parece flotar en el aire. La playa sigue repleta de gente, las celebraciones continúan, los pescadores arrojan pan al agua y se ve a los peces saltar con claridad.
Así, con cierta normalidad, llegan las cuatro de la madrugada. Ahí la taró se hace más presente. Entonces, la embarcación de la Guardia Civil cruza desde el otro extremo de la bahía a toda velocidad. Sin necesidad de montarlos en cubierta, consigue disuadir a un grupo nutrido de migrantes y vuelve a alta mar, para regresar al rato, subir, esa vez sí, a varios jóvenes sobre la lancha y regresarlos al suelo del Reino Alauita. Así llegan las siete de la madrugada, empieza a amanecer y concluye una intensa noche de actividad cuyos resultados se verán en las jornadas siguientes.
Los que no lo logran
A los dos días apareció el primer cadáver que se puede asociar a aquella noche de intentos reiterados. Y en solo una semana, dos más. Historias de las que poco se puede contar, las de los cuerpos que flotan devueltos por la marea en las playas de Ceuta. Hallazgos frecuentes y preocupantes. Entre enero y agosto se han registrado más de una veintena de fallecimientos debido a las travesías marítimas en condiciones peligrosas. La situación refleja no solo una crisis migratoria aguda, sino también una emergencia humanitaria.
Resulta difícil saber con precisión su procedencia y el tiempo que llevaban a la deriva, las autoridades tratan de buscar en los cuerpos señales que ayuden a identificar los cadáveres. El color del neopreno, la camiseta que llevaban debajo, si iban con aletas. Cualquier dato es relevante y las familias, desde Marruecos, publican sus fotos en redes sociales para poder saber si han logrado el pase o si han sido víctimas del mar.
La Guardia Civil recoge un cadáver en la Playa del Chorrillo.
El último apareció este miércoles 27 de agosto, aparentemente un menor, cuyo cuerpo estaba enredado en la Almadraba. Dos días antes se repetía la escena en la playa del Chorrillo, en las redes antimedusas, donde la Guardia Civil rescataba el cuerpo de otro joven que no pudo luchar contra las corrientes.
El CETI, lleno y envuelto en polémica
Los que sí han logrado llegar a Ceuta, sea por vía marítima, como ocurre en el caso de los jóvenes marroquíes o sobrepasando el vallado terrestre, método más frecuente entre los migrantes subsaharianos, acaban alojados en los espacios de acogida locales, que ahora mismo superan ampliamente sus capacidades.
Un hombre rezando junto a la valla fronteriza, en la playa del Tarajal.
Ejemplo de ello es el Centro Temporal de Estancia de Inmigrantes (CETI) donde según fuentes internas conocedoras de la situación, ya hay más de novecientos usuarios. Eso son cuatrocientas más de las que en teoría puede albergar, lo que ha obligado a instalar varias carpas claramente visibles desde el exterior.
A pesar de la evidencia, la Delegación del Gobierno en la ciudad autónoma viene negando la situación en ocasiones y rechazando facilitar datos sobre el número de residentes, en otras. Todo en un contexto de polémica marcado por las críticas a la gestión del gerente del centro, Antonio Bautista, a quien una enfermera que trabaja en el CETI y sufrió una agresión sexual por parte de un usuario acusó de intentar tapar el caso, disuadiéndola de denunciar.
Al final el suceso acabó en los juzgados y resultó en condena para el acusado, natural de Guinea, que tuvo que abandonar el centro y estuvo durante unos días en una pensión pagada por el propio Bautista. La gestión del director está siendo investigada por el Gobierno central, que tiene sobre la mesa además una serie de quejas de trabajadores del centro, quienes acusan al director de excesiva permisividad con los migrantes y de trato inadecuado a los empleados.
Esta coyuntura se extiende a los centros de menores. Allí “la situación es de colapso”, tal y como repetía esta misma semana por enésima vez el consejero de Presidencia y Gobernación, Alberto Gaitán, quien ponía los datos sobre la mesa y recordaba que no es nada nuevo, sino que el sistema de acogida lleva ya un año sobresaturado.
Son 520 menores los tutelados por la Ciudad actualmente en centros provisionales y de emergencia. “Estamos hablando de una sobreocupación del 500%”, reclamaba el martes, día en el que el Gobierno de España aprobaba un Real Decreto que fija la capacidad ordinaria de acogida de menores migrantes no acompañados en Ceuta en 27 plazas, una cifra mínima que sitúa a la ciudad autónoma en el centro de la discusión sobre los traslados a la Península.