
El fenómeno de los ‘edificios cebra’ que invaden las ciudades: “Están hechos para venderse en una foto de inmobiliaria”
El bloque cebra es la moda arquitectónica que define los edificios de viviendas con fachadas compuestas por franjas blancas y negras que se han diseminado durante la última década por toda la península
“Minipisos” y otros cuentos: cuando la falta de espacio se vende como algo estético y deseable
Si uno pasea hoy por cualquier periferia urbana en España, lo más probable es que acabe frente a un mismo paisaje: hileras de edificios recientes, altos, impersonales, vestidos de franjas blancas y negras. Son los llamados bloques cebra, un término popularizado desde la cuenta de Instagram @bloque_cebra, que ha logrado poner nombre a un fenómeno que muchos intuíamos, pero al que nadie se le había ocurrido bautizar y teorizar. Detrás de la iniciativa está un grupo de jóvenes arquitectos que, tras dilucidar las bases y la esencia de este malogrado movimiento arquitectónico, han decidido compartirlo a través de Instagram con un punto de ironía y con un mapa colaborativo —también llamado safari— donde ya tienen detectados y ubicados más de mil casos de cebras.
A. B., arquitecto de 33 años que prefiere permanecer en el anonimato, es el gestor de la cuenta y quien decidió que todo este fenómeno no se restringiera a un debate interno con sus colegas de profesión y se pusiera en común con el resto de observadores del paisaje urbano: “El concepto lo teníamos claro entre nuestro grupo de amigos arquitectos, pero hacía falta darle un nombre para que todo el mundo lo relacionara rápidamente con esta nueva pandemia arquitectónica que todos hemos visto o incluso habitado en algún momento”.
El apelativo ha cuajado hasta el punto de que es la comunidad la que detecta y comparte los ejemplos que van poblando este mapa colectivo de cebras esparcidas por toda la península.
¿Qué es una cebra?
La definición es sencilla: edificios de vivienda nueva recubiertos de franjas horizontales oscuras, que normalmente agrupan las ventanas, y franjas de color claro opacas, repitiendo una estética monocromática que se extiende en altura en función de la dimensión del edificio. No es tanto un estilo como un sistema, según anuncian: “La cebra no se diseña, se tramita”. Para comprender el nacimiento de las cebras, A. B. nos habla del papel fundamental del promotor en detrimento del arquitecto: “Aquí el arquitecto es un burócrata, no un proyectista”.
Cuando vas a comprar una lavadora, todas son blancas. Solo comparas especificaciones técnicas. La vivienda cebra funciona igual. Es la no-elección, el electrodoméstico inmobiliario
El promotor ya sabe de antemano qué va a construir; lo único que necesita es alguien que tramite la licencia y garantice una relación satisfactoria de precio/m2. El trabajo del promotor, resume A. B., es siempre el mismo: buscar la máxima rentabilidad y eficiencia en la construcción para que luego se venda bien. El modelo de la cebra ahora mismo encaja a la perfección y por eso lo repiten hasta la saciedad. Han conseguido desarrollar un producto arquitectónico que se basa en su absoluta funcionalidad, sin disquisiciones ni complicaciones estéticas o sensibles, solo objetivas y pragmáticas.
El arquitecto lo explica con una metáfora doméstica: “Cuando vas a comprar una lavadora, todas son blancas. Solo comparas especificaciones técnicas: eficiencia energética, peso, precio… La estética no importa. La vivienda cebra funciona igual. Es la no-elección, el electrodoméstico inmobiliario”.
La ciudad como Excel
Para entender el éxito del modelo cebra hay que mirar cómo se legisla el urbanismo en España. Las normas delimitan edificabilidad, alineaciones y alturas, pero rara vez se ocupan del contenido arquitectónico ni de la relación de los edificios con el espacio público y las plantas bajas. El resultado es que los proyectos se limitan a cumplir varios parámetros en una tabla de Excel, sin propuestas complejas que atiendan al contexto y la identidad del barrio donde se levantan. “En estos casos, el papel del arquitecto se reduce a construir un artefacto geométrico que cumpla con la normativa y permita tramitar la licencia”, explica A. B. En contraste, recuerda su experiencia en varios proyectos en Holanda, donde el arquitecto debe defender la propuesta ante comisiones municipales que valoran la calidad arquitectónica y la repercusión urbana de la nueva construcción.
En estos casos, el papel del arquitecto se reduce a construir un artefacto geométrico que cumpla con la normativa y permita tramitar la licencia
Esa ausencia de criterios cualitativos en la regulación española tiene consecuencias visibles: edificios demasiado parecidos entre sí, independientemente de si se levantan en Bilbao, Sevilla o A Coruña. “No es que haya poca normativa, al contrario, pero es tan seca y aséptica que lo que acaba determinando un barrio entero puede ser una serie de tecnicidades absurdas” dice el arquitecto. La falta de debate sobre diseño urbano abre la puerta a que la cebra se convierta en la opción por defecto: promociones privadas que cumplen el expediente y homogeneizan las ciudades empatando a la baja, renunciando a generar espacios con vitalidad y sentido; la antítesis de lo que ha sido por excelencia el espacio público de las ciudades mediterráneas.
El pack cebra
El bloque cebra rara vez viene solo: suele incluir piscina, pádel y parking. Es un pack de estilo de vida encapsulado. “Es casi como una disculpa. Sabemos que el urbanismo no va a funcionar, que las calles estarán muertas, porque las plantas bajas no tienen comercio. Entonces se ofrece un pack privado: piscina, garaje, gimnasio, spa. Todo dentro de la valla”, critica A. B.
La cebra no solo ignora la calle: la rechaza. Lo que se vende como lujo no es más que la renuncia al espacio público por ineptitud y desidia
La cebra no solo ignora la calle: la rechaza. Lo que se vende como lujo no es más que la renuncia al espacio público por ineptitud y desidia. La consecuencia son barrios estériles, sin vida a pie de calle, donde la socialización se reduce a los encuentros ocasionales entre vecinos que cruzan la verja. Una privatización cotidiana que erosiona de forma antinatural la tradición de este país de plazas, pequeños comercios, calles vibrantes, fuentes y encuentros espontáneos.
Estética de catálogo
El éxito de la cebra se basa también en su potencia visual. “Está pensada para ser vendida en una foto de inmobiliaria”, admite el arquitecto. Césped artificial —incluso en terrazas y balcones diminutos—, suelos de PVC imitando madera, revestimientos de cerámica imitando mármol, barandillas de vidrio tintado, tiras LED, particiones y falsos techos de yeso laminado… Todo reluce en el rénder. Luego, la realidad es más pobre: “El rénder tiene más cualidades materiales que el edificio real, contrariamente a lo que ocurre con el resto de obras arquitectónicas, que ganan riqueza de detalles y matices cuando se construyen.” Los bloques cebra, de hecho, también se podrían denominar bloques rénder, debido a esa inmediatez y similitud entre el aspecto virtual y el tectónico definitivo, y por la capacidad de réplica indiferenciada.
Su estética exterior, por su parte, es puro maquillaje: la franja negra disimula el tamaño de las ventanas, que a menudo son tan pequeñas como permite la normativa para abaratar los costes. También disimula el defecto compositivo que representa disponer de ventanas simplemente recortando un muro. Para muchos, esa podría ser la descripción más común de una ventana, pero si nos fijamos en los proyectos de los buenos arquitectos, observaremos que hay soluciones mucho más complejas y atractivas que hacerle un agujero cuadrado a una pared. Busquen por ejemplo los proyectos de vivienda de Antonio Coderch y verán que queda a las antípodas de la cebra.
Por otro lado, las bandas horizontales blancas completan las franjas macizas de la fachada, que serían los paños de pared que hay entre las ventanas de los diferentes pisos. A menudo se consiguen con acabados de fachada ligeros como planchas de aluminio o aplacados prefabricados. En los casos menos sofisticados, encontramos paramentos de hormigón con un brochazo de pintura blanca.
En un clima tan diverso como el español, este mismo diseño se repite sin criterio térmico alguno, sin incorporar aleros, brise-soleils, toldos, envolventes con doble cámara, etc. “Es de nuevo la comparación con la tostadora o la lavadora: blanco y negro, neutro y plano, para que encaje en todas partes”, ironiza A. B.
McDonald’s inmobiliario
El paralelismo más claro que propone la cuenta @bloque_cebra es con la comida rápida. “La cebra es como una franquicia, como los locales de McDonald’s: tienes un manual de estilo y lo aplicas igual en Madrid que en Berlín. El resultado es siempre el mismo producto, repetible, imitable y ultrarrentable”, resume A.B.
De la misma manera que la cadena de hamburguesas ofrece una ensalada o patatas gourmet para disimular las carencias de su materia prima principal, las cebras incorporan pequeños gestos que dan sensación de sofisticación: el césped artificial, la barandilla con vidrio tintado, un revestimiento que imita madera… En @bloque_cebra analizan todos estos atributos según el “cebrómetro”: el baremo que mide cuánto se aproxima un edificio al catálogo completo de la cebra pura y dura o si introduce variaciones.
Una cuestión cultural
¿Por qué aceptamos este modelo? Para A. B. la clave es la educación: “Se ha demonizado a los arquitectos y a las industrias creativas desde los años noventa. Se ignoran los temas blandos como la estética. El comprador no tiene medios para valorar la calidad arquitectónica”. La consecuencia es que la gente confunde la cebra con algo que es moderno y deseable. Prefieren vivir en bloques cebra porque creen que son la expresión arquitectónica de nuestros tiempos y que proponen un estilo de vida y una paleta de materiales óptima. Y eso no es verdad: “Las barandillas de los balcones, en nuestro clima, funcionan mejor con barrotes, ya que dejan pasar la luz y la ventilación. Los bloques cebra se conforman a menudo con barandillas de vidrio negro, que entorpece la vista, no deja pasar el aire y se ensucian.” La gente los prefiere, aunque parezca incomprensible, como cuando en muchos casos se cierra el balcón.
Estamos olvidando nuestras calidades arquitectónicas y urbanas para importar un pastiche que no funciona. Edificios que se repliegan sobre sí mismos, en lugar de abrirse a la calle
El fenómeno refleja también un cambio cultural. En lugar de reforzar lo mejor de nuestra tradición urbana mediterránea, importamos modelos suburbiales del extranjero. “Estamos olvidando nuestras calidades arquitectónicas y urbanas para importar un pastiche que no funciona. Edificios que se repliegan sobre sí mismos, en lugar de abrirse a la calle”, lamenta A.B.
Hay alternativa
Lo paradójico es que España cuenta con una de las escenas arquitectónicas más potentes de Europa: “Tenemos universidades buenísimas, arquitectos con gran talento, publicaciones reconocidas. En Holanda he trabajado con materiales de fachada fabricados por industriales españoles. El problema no es la falta de calidad y de talento, sino la dejadez del marco urbanístico y administrativo para imponerlo”, sentencia A.B.
En la obra pública todavía se encuentran ejemplos admirados internacionalmente, como las recientes promociones, especialmente de Catalunya y Balears, que han sido expuestas en el Pabellón de España en la Bienal de Venecia. En esos casos, los concursos públicos promueven y valoran la calidad y la innovación arquitectónica. Contrariamente en la vivienda del mercado privado, la inercia del sistema cebra es mayoritario.
¿Un paisaje para la posteridad?
El sistema cebra ha colonizado el territorio hasta ocupar aproximadamente el 70% de la vivienda nueva. Su estética monocroma genera paisajes reconocibles que quedarán como huella de nuestra época. “La cebra puede mutar, pasar del negro a la madera, añadir leds en las barandillas, introducir algunos quiebros en las franjas horizontales… Pero mientras no cambie la forma de legislar la ciudad, seguirá la proliferación de este tipo de arquitectura”, advierte A. B.
La pregunta es ¿qué futuro queremos para nuestras ciudades? ¿Seguir replicando franquicias inmobiliarias como quien abre otro McDonald’s, o recuperaremos la capacidad de imaginar espacios urbanos vivos, diversos, arraigados a nuestra cultura? La respuesta marcará el paisaje de varias generaciones. ¿Serán las décadas del 2010 y el 2020 recordadas por la mediocridad del cebrismo?