
El abismo de estudiar en Madrid, ciudad de oportunidades a precios inaccesibles: «Vendí mi coche para pagar el alquiler»
Antonio, Jordi, Martina o Ángel son jóvenes en la veintena que aterrizan en la capital para estudiar un curso, grado o máster que les lleve a un empleo mejor. Muchas empresas tienen ahí su sede y algunos convenios de prácticas son más golosos, pero es complicado hacerlo sin ayuda familiar
La crisis del alquiler separa a los estudiantes de sus universidades soñadas: “No puedes decidir sobre tu vida”
En ciertas profesiones, sobre todo aquellas muy localizadas o competitivas, el salto a Madrid o Barcelona es casi obligatorio para quienes buscan cierto desarrollo laboral. El boom del teletrabajo aún no es capaz de sustituir la vida obligada en grandes ciudades por la tranquilidad de un pueblo o núcleos más pequeños, al menos no para determinados puestos o empresas. Por eso muchos jóvenes de la periferia y sus familias hacen un enorme esfuerzo económico para poder irse a estudiar a Madrid. La idea no siempre tiene que ver con la calidad universitaria, sino con la amplia gama de prácticas laborales o las opciones de empleo en compañías y multinacionales, que generalmente se asientan en la capital. Pero la vida en una gran ciudad no es accesible para todos los bolsillos.
Miguel está a punto de cumplir 22 años y quiere mudarse con su pareja a Madrid. Él es de un pueblo de Granada, pero como ambos empezarán a estudiar este curso en la ciudad decidieron buscar algo juntos, creyendo que así tendrían más opciones. Su único sustento económico son sus padres y la beca para estudiar que le concedieron desde el Ministerio de Educación, así que ha pasado las últimas semanas buscando algo que les encaje. La opción ganadora ha sido un piso de 40 metros cuadrados en Arganzuela. Precio: 1.200 euros mensuales. “Esto es una locura”, confirma perplejo comparándolo con el precio de la vivienda en su lugar de origen.
De no estar sus familias detrás difícilmente podrían hacerlo, pues aun compaginando sus estudios con un trabajo a media jornada en muchos sitios les pedían tener avalistas con sueldos más altos para firmar. “A los dos nos piden solvencia económica si queremos que nos tengan en cuenta como candidatos. Pero somos estudiantes, no tenemos nómina ni nada parecido, así que necesitamos que nuestros padres nos avalen”, confiesa Miguel, que saca una conclusión de todo esto: “Al final, si vienes a estudiar y tus recursos son limitados, lo que encuentras suele parecerse más a una habitación que un piso y por un precio disparatado”.
Para este joven, la búsqueda de una vivienda para el curso supuso un proceso “terriblemente largo y lleno de incertidumbre”. En su caso tardaron varias semanas en encontrar algo que les convenciera, ya que generalmente “no hay pisos accesibles” y menos aún para quien está acostumbrado a precios más asumibles como son los de la España rural. Otros estudiantes llegan a Madrid acostumbrados a vivir en ciudades con ajetreo, pero más pequeñas y abarcables. Es el caso de Ángel, de 29 años, que prepara su mudanza desde Alicante para irse a la capital en octubre e iniciar el máster en el que se ha matriculado.
Ángel, de 29 años, se muda a Madrid desde Alicante para empezar un máster
Acaba de terminar la carrera de Periodismo pese a estar rozando la treintena, después de dar a su vida un giro de 180 grados. Trabajaba como comercial y, con la pandemia, comenzó a replantearse su futuro. Al final, decidió arriesgarse y se lanzó a algo que siempre le había gustado. “Al principio lo viví como una aventura, pero luego ves que irse a una ciudad como Madrid es prácticamente una selva en lo que al mercado inmobiliario se refiere”, expone después de un verano buscando piso para mudarse a la ciudad.
En su caso, utilizó el portal Idealista como recurso principal. El formato le parecía intuitivo, ya que permite delimitar zonas en un mapa para que solo aparezcan opciones que encajen con tus perspectivas. Pero los precios le sorprendieron. “Vendí mi coche para pagar el alquiler”, revela, explicando que había llegado a la conclusión de que en Madrid no le serviría de mucho y que, además, funcionaría como un colchón extra para costearse el año fuera.
El auge de los coliving o convivir con tu casera para subsistir
Pasó el verano de prácticas en la delegación de Alicante un medio de comunicación, con idea de sumar ahorros que le permitieran pasar el año en Madrid. La búsqueda de piso se intensificó en junio. Para estudiantes, las opciones de alquilar se reducían mayoritariamente a habitaciones pero no pisos completos, además de que en algunos casos encontró esas viviendas para estudiantes ofertándose a precios rebajados para estancias cortas de verano.
Aunque en zonas de la periferia como Getafe o Leganés encontró opciones más baratas, terminó descartándolas por una cuestión de tiempo y costes del transporte diario. Finalmente se ha quedado con un coliving cerca del Paseo de la Castellana, que le pilla a 15 minutos andando del campus en el que estudiará y por el que pagará 430 euros al mes, incluyendo gastos. Los colivings son espacios con zonas compartidas pero habitaciones individuales, un concepto de vivienda cada vez más habitual en ciudades masificadas como Madrid que, en zonas especialmente tensionadas como Malasaña, Atocha o Cuatro Caminos alcanza precios de entre 900 y 1.300 euros al mes por una habitación.
Ángel tuvo que pagar julio y agosto pese a que no usaría en esos meses la habitación porque era un requisito para conservar la plaza. Luego descubrió –aceptó la oferta sin hacer visita ya que trabajaba en verano– que el apartamento en el que se alojará es compartido con 10 personas y la habitación, más pequeña de lo que pensaba. La ventana da directamente al cuarto del vecino. Una cláusula que impone este coliving a sus usuarios es que se prohíben visitas de invitados o una pareja. Al final, siente que merecerá la pena.
Un coliving de mil euros al mes para vivir en Malasaña, la moda que ‘arrasa’ entre los jóvenes
En profesiones como el periodismo, los grandes medios de comunicación suelen estar afincados en Madrid o Barcelona y la actualidad muchas veces discurre entre estas ciudades, donde a la vez se concentran las sedes de los órganos políticos, judiciales, administrativos u oficinas de grandes empresas. Si quería lanzarse a ese mundo, la capital ofrece una gama más amplia de oportunidades. Sin embargo, tener que pagar 860 euros en verano para retener una habitación que no va a usar en esos meses se ha convertido en algo habitual.
Expectativas vs. realidad: de querer pagar 350 euros a asumir 500
A Martina, otra joven de 19 años de A Coruña, le sorprendió cuando buscaba un piso de estudiantes en Madrid que “en la mayoría de casos” el contrato debía ser para todo el año y podía limitarse solo al período académico, que transcurre de septiembre a junio y se paraliza durante el verano. Como el curso iban a pagarlo sus padres, fijaron inicialmente un presupuesto de entre 350 y 400 euros al mes para el alojamiento, contando con que a eso se añadirían gastos de luz, agua o gas. Pero la realidad superó con creces sus expectativas.
Martina acabó viviendo en una habitación de Ventas, junto a la plaza de toros. La casa la compartía con la propietaria (una señora de 80 años) y otra inquilina que, como ella, también era estudiante. Pagaba 500 euros con gastos incluidos. Después de eso cambiarse fue complicado porque “los precios habían subido” y “solo encontraba cuartos sin ventana, lejos del centro o conviviendo con demasiada gente”. Al final encontró otro piso en la zona de Tetuán por 475 euros aunque, esta vez, sin gastos. La vivienda, de unos 60 metros cuadrados, estaba en malas condiciones y Martina apunta a que las averías eran una constante.
Los precios habían subido y solo encontraba cuartos sin ventana, lejos del centro o conviviendo con demasiada gente
“Llevo trabajando desde los 16 años y aun así he necesitado ayuda de mis padres”, resalta, coincidiendo con otros estudiantes consultados en que la mayoría de las veces las estancias son, obligatoriamente, de 12 meses como mínimo y eso le impedía tener un respiro económico durante el verano. En otras ocasiones ha podido firmar contratos de nueve meses, que es lo que dura el año académico, aunque el piso que en él reside ahora sí le obliga a pagar los meses de julio y agosto.
Para Antonio, un sevillano en el ecuador de la veintena, encontrar piso en Madrid solo ha sido posible gracias a que pudo ahorrar mientras vivía con sus padres. En agosto, después de año y medio trabajando de lo que había estudiado, decidió buscar nuevas oportunidades e irse a Madrid para ampliar horizontes. Su idea era empezar un máster y luego engancharlo con algún buen puesto laboral.
“Pensé que lo mejor era compaginar los estudios con trabajo porque así gano experiencia y no se me vacía la cuenta bancaria”, reflexiona, aunque admite que en este tiempo ha podido ahorrar lo suficiente como para afrontar el año en la capital con ciertas garantías. Su búsqueda de piso presentaba dos adversidades: por un lado era la primera vez que viviría fuera de casa y estaba poco acostumbrado; del otro, apenas conocía la ciudad. “Fue difícil”, reconoce, aunque finalmente cree haber encontrado una “buena opción a nivel calidad-precio”.
Buscar piso desde el otro lado del charco: caro y mucho más difícil
Prefiere omitir cuánto paga por el alquiler, pero especifica que se trata de un piso “espacioso” y bien situado, en el barrio del Pilar, que comparte con otro compañero. La decoración les parece algo antigua y ciertos utensilios o electrodomésticos necesitan “un arreglillo”, pero por lo general están contentos. Creen haber dado con una rara avis en el mercado. Este año 2025 es el primero en el que, oficialmente, todas las comunidades autónomas del país han superado el precio máximo histórico del alquiler al rebasar las cifras de los años de la burbuja inmobiliaria de 2007, según datos del Índice Inmobiliario Fotocasa, que mide el precio de la vivienda en alquiler en España desde el año 2006.
Los universitarios, que no siempre pueden estudiar en sus lugares de origen, están entre aquellos colectivos que más notan la subida generalizada de precios a la hora de alquilar un piso, ya sea por un importe final que rara vez baja de los 400 euros y eso, sin contar gastos fijos. La presencialidad a la que obligan ciertos cursos o que a veces se requiere en estudios superiores limita el tiempo disponible. En esas condiciones es difícil alternar el aprendizaje con un empleo a tiempo completo, dejando al apoyo familiar como un factor indispensable. A eso se suma que muchos, como Ángel, aterrizan en la capital pasados los 26 años y no pueden acceder a los descuentos para estudiantes que reduce el coste del transporte público, entre otras cosas.
No es extraño que entre los estudiantes también haya gente que, en determinado momento de su vida, decide reinventarse a una edad más avanzada. Un salto arriesgado al que muchas veces se le suma la dificultad de tener que planificarlo desde el otro lado del charco. En 2024, la población latinoamericana residente en Madrid superó por primera vez el millón de personas. Silvia no vino desde México con idea de quedarse, pero con 33 años se aventuró a iniciar nuevos estudios en España. El proceso no fue sencillo porque, al hecho excepcional de buscar desde otro continente, se sumaron contratiempos habituales para los inquilinos en Madrid.
Una de las cosas que más llamó la atención de Silvia, tal y como ella misma explica, fue el “casting” necesario para entrar en un piso: “No solo tenías que gustarle a los caseros sino, muchas veces, congeniar en otra entrevista con las personas que ya vivían en el domicilio”. A falta de opciones, decidió alojarse durante un mes en un Airbnb del centro en el que compartía casa con una pareja, pero donde no podía traer invitados ni visitas para pasar la noche. Los 30 días le costaron unos 800 euros en total y, a lo largo del curso, pudo saltar a otros pisos “más asequibles” hasta quedarse en Entrevías por 450 euros más gastos. “Ojalá me sirva”, desea.