Viaje al interior de un cuadro: un ‘road trip’ de cinco días por los paisajes que inspiraron la pintura moderna

Viaje al interior de un cuadro: un ‘road trip’ de cinco días por los paisajes que inspiraron la pintura moderna

La verdadera experiencia inmersiva de Van Gogh sigue viva en la Provenza. Viajamos al sur de Francia tras los pasos de los maestros de la pintura postimpresionista para descubrir los rincones donde nació una nueva forma de mirar y de pintar: la luz y el color que originaron las vanguardias del siglo XX

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Era la segunda mitad del XIX y dicen que, al conocerse, se despreciaron mutuamente. Van Gogh entendía el arte como herramienta para expresar sus sentimientos. Cézanne como un acto meramente cerebral: forma y materia. Pero, aunque ellos nunca lo sabrían, el destino les uniría bajo la etiqueta de “postimpresionistas”, a pesar de que su único punto en común era el rechazo a las limitaciones que les precedían.

Casualidad o causalidad, esas dos visiones tan opuestas fueron bañadas por la misma luz que da color a los paisajes de la Provenza francesa. Ponemos rumbo al norte para viajar hasta el interior de sus cuadros y visitar los lugares retratados por los maestros de la pintura moderna.


Olivar a la afueras de Saint-Rémy-de-Provence pintado por Van Gogh.

Arlés: la ciudad donde Van Gogh encontró el color

En poco más de un siglo, algunos de los motivos capturados por Van Gogh han desaparecido por completo. La mayoría, devorados por el hombre: bombardeados por la guerra o engullidos por edificaciones con demasiada prisa por alzarse sobre la historia del arte.

Otros, en cambio, son aún reconocibles. Paisajes donde se pueden identificar algunos árboles, apenas un palmo más grandes, bajo la luz que trajo al holandés hasta la Provenza. Aquí cambiaría para siempre su paleta de colores –hasta entonces más sombría– y pintaría sus cuadros más famosos.


Arlés.

Nos adentramos en esta ciudad reposada y con un toque decadente, a la que Van Gogh llegó huyendo del bullicio parisino. En la capital, había descubierto a los impresionistas y trabado amistad con Gaugin pero, a sus treinta y cuatro años, era su hermano Theo quién lo mantenía.

Las calles empedradas, las casas bajas con contraventanas de madera y sus fachadas de colores dan comienzo a un viaje en el tiempo, como si acabásemos de subir al escenario de una obra de teatro, una de un Victor Hugo más alegre. En Arlés la esencia del pasado permanece y, a diferencia de la “experiencia inmersiva” de Van Gogh, hasta aquí no llegan hordas de turistas.


‘Terraza de café por la noche’ y Café Van Gogh en Place du Forum.

Es posible elegir mesa para cenar frente al Café Van Gogh, en pleno centro, que recuerda a uno de los cuadros más famosos del pintor. Pero el local, que cerró tras la bancarrota de su dueño, nunca estuvo exento de polémica. Los comerciantes locales aseguraban en Le Monde que se trataba de una farsa pues su localización habría estado en la plaza de Lamartine, bombardeada en la guerra.

Sin embargo, en fuentes tan poco sospechosas de querer convertirlo en una trampa para turistas como el museo que lo alberga descubriremos que el título completo es Terraza del café de noche (Place du Forum): la plaza misma donde el Café Van Gogh echó el cierre.


‘La casa amarilla’ en Place Lamartine.

La confusión podría venir de este otro cuadro del interior de un bar situado en la plaza Lamartine. Hoy apenas reconocible tras bombardeos y reconstrucciones, en esa plaza estuvo también La casa amarilla a la que Van Gogh se mudó con el afán de convertirla en residencia para artistas.

Allí pintaría Los girasoles, La habitación o La silla y viviría dos meses con Gauguin hasta que el holandés decidió cortarse la oreja tras confrontar a su amigo. Al día siguiente, Van Gogh fue hospitalizado y Gauguin y él nunca volverían a verse.


Patio del Hotel-de-Dieu donde Van Gogh fue ingresado.

En el antiguo hospital, hoy rodeado de tiendas de souvenirs llenas de noches estrelladas, es donde percibo por primera vez esa sensación extraña al comparar motivo y obra. Y es que árbol, arcos y fuente nos llevan a una búsqueda imposible por encontrar el punto exacto desde el que fue pintado. Tardaré en darme cuenta de que esa perspectiva exagerada e imposible se aleja de la realidad para llevarnos hasta su estado de ánimo.


El Puente Van Gogh reconstruido en base a los dibujos del pintor.

Saint-Rémy-de-Provence: el lugar donde Van Gogh intentó sanar

A media hora en coche desde Arlés, encontraremos este pueblo tranquilo donde el pintor decidió internarse en 1889 en un antiguo monasterio. Aquí pintaría ciento cincuenta cuadros en su penúltimo año de vida.

Comenzaremos en el centro, siguiendo las tachuelas metálicas que nos invitan a recorrer el Saint-Remy de Van Gogh desde la avenida que toma el nombre del pintor. Serán ellas las que nos guíen desde muros de cemento construidos sobre campos de trigo hasta una oficina de turismo sobre la vista de La noche estrellada que Van Gogh pintó desde el monasterio.


Diecinueve reproducciones señalan lugares retratados por el pintor en Saint-Rémy.

La esencia que en Arlés encontramos casi a cada paso se disuelve en este pueblo que parece haber cambiado tanto hasta que, antes de perder la esperanza, la naturaleza se abre paso en el camino.

Entonces sí, empieza el juego. El de intentar reconocer las ramas torcidas de los pinos o calcular cuánto crecen los olivos en cien años. Cambiar de acera para buscar la disposición de los cipreses o caminar hasta desenmascarar los Alpilles –pequeños Alpes– tras los árboles.

Cruzar la línea imaginaria que separa la mirada del pintor de caminar dentro de un cuadro. Oler sus árboles, escuchar el silencio con el que intentó calmarse, pisar sus campos y entender por qué fue aquí, bajo esta luz donde el amarillo resulta más amarillo –cómo es posible– y cada hora muestra un paisaje diferente.


‘Pinos sobre el cielo de la tarde’, en el camino al sanatorio.

Según nos acercamos al sanatorio, reaparece esa visión distorsionada al contraponer cuadro y motivo. Las formas estiradas de los árboles –que parecen hechas desde un punto más elevado– hacen pensar que el holandés debió ser un hombre muy alto y sin embargo sus descripciones hablan de un hombre de mediana o incluso escasa estatura: su perspectiva distorsionada es otro elemento intencional precursor del expresionismo.

Llegamos al antiguo monasterio de Saint Paul de Mausole, un oasis de paz donde es posible visitar el cuarto del pintor, el claustro o el patio de lirios. Desde un estudio habilitado para él, Van Gogh pintaría muchos de sus cuadros más famosos en periodos de reclusión tras ingerir sus pinturas en un intento de suicidio.


Monasterio de Saint-Paul de Mausole.

Parte del edificio funciona aún como psiquiátrico y el resto se ha convertido en un lugar de peregrinaje que Van Gogh difícilmente pudo imaginar. Rechazado por los impresionistas debido a su excentricidad y su falta de academicismo, solo vendería un cuadro en vida.

Ese será uno de los motivos por los que un año después, tras trasladarse al norte de París, cerca de su hermano Theo, y descubrir la mala salud de su sobrino, se sentirá responsable de su ruina y se pegará un tiro en el pecho. Su hermano morirá meses después, tras un ataque de locura.

Cézanne: el arte de lo inexplicable

“Mucho se ha escrito acerca del secreto del arte de Cézanne; se han sugerido explicaciones de todas suertes acerca de lo que se propuso y lo que consiguió. Pero estas explicaciones siguen siendo incompletas; incluso a veces parecen contradecirse”, dice Gombrich en La historia del arte: “El mejor consejo es ir y contemplar las obras en el original”.

Le haremos caso. Seguiremos camino hasta Aix-en-Provence, su ciudad natal, a apenas una hora de Arlés. Más bulliciosa y señorial pero teñida por la misma luz de la Provenza. Empezaremos en esta casa de campo –antes situada a las afueras, hoy en pleno centro– que el padre de Cézanne compró cuando él tenía veinte años.


La Bastide Jas de Bouffan en Aix-en-Provence acaba de reabrirse al público.

Habían rechazado su solicitud en la escuela de Bellas Artes y su padre le consiguió un trabajo en su banco, pero Cézanne quería convencerle de que tenía futuro en la pintura y pintó doce murales en las paredes del salón que, cuarenta años después, serían arrancados al vender la propiedad.

Cuando, en 2018, el ayuntamiento compró la casa y empezó a restaurarla descubrieron una pintura oculta bajo el yeso. No sabemos si fue entonces cuando se dieron cuenta de que la fama de excéntrico y malhumorado del pintor había eclipsado su talento durante demasiados años y decidieron traer a la ciudad 130 de sus obras para compensar su olvido.


Murales extraídos de Jas de Bouffan en el museo Granet.

Reabierta desde este verano –de momento hasta noviembre–, la iniciativa se acompaña de la Exposición Cézanne2025 en el Museo Granet donde es posible pasear desde sus primeras copias y su acercamiento a los impresionistas, junto a quienes fue catalogado de fraude, hasta bodegones llenos de manzanas –su fruta favorita por ser la que más tarda en madurar y su lentitud pintando.

Retratos de su padre –quien le mantuvo toda la vida y a quien ocultó haber tenido un hijo fuera del matrimonio con la única modelo capaz de posar durante días para él–, Los jugadores de cartas o un retrato de Émile Zola, con quién terminaría su amistad tras descubrir que se había inspirado en él para el artista fracasado que protagoniza La obra, se pueden ver en esta exposición cuyo nombre hace honor a la casa familiar que el pintor llevaría para siempre en las entrañas.


Exposición en el Museo Granet abierta hasta el 12 de octubre.

Tanto es así que, tras la venta de Jas de Bouffan, cuando Cézanne decide construirse un estudio en las alturas de la ciudad –el Atelier del Lauves– elige una casa en medio de la naturaleza con una escalinata muy similar, con las mismas baldosas hexagonales de terracota mezcladas con madera, con grandes ventanales y el mismo color en las paredes.

Obsesionado con capturar la luz del sol, caminaría cada madrugada para pintar los tonos del amanecer.


Atelier des Lauves, en Aix-en-Provence, reabierto en 2025 tras años de reformas.

Ahora, el que fue su taller durante sus últimos cuatro años de vida, ha sido restaurado tal y como lo dejó el pintor: con algunos de sus utensilios, su caballete o el maniquí que, dada su lentitud, usó como modelo para ‘Las grandes bañistas’: la obra que inspiró Las señoritas de Avignon de Picasso.

En estos jardines, donde esparcía los trozos de la tela de los cuadros que no le gustaban, retrató a su jardinero. Un hombre al que, sin saberlo, dedicaría el último cuadro de su vida.


Retrato del jardinero de Cézanne en el Atelier des Lauves.

Aquí termina nuestro viaje tras cinco días en coche por la Provenza, pero las huellas de la historia de la pintura siguen extendiéndose por el sur de Francia.

Aunque ninguno de estos pintores pudo mantenerse con sus obras, inspirarían las corrientes que cambiaron para siempre el mundo de la pintura. Cézanne como precursor del cubismo y Van Gogh del expresionismo, convirtiendo el sur de Francia en la cuna de la modernidad.

El rastro de sus sucesores los visitaremos en el camino de vuelta, en un recorrido del fauvismo por Colliure con Matisse y Derain. Otra opción es extender el viaje rumbo a Niza para visitar las huellas de Picasso, Signac o Renoir, o ir hasta Albi para ver el museo de Toulouse-Lautrec, pero ya se me acaba el papel de este cuaderno, estoy cansada y estos viajes hace falta tiempo para poder paladearlos.