Adriana Herreros: «Damos la espalda a los barrios, pero cuando hay desastres naturales se agradece la proximidad»

Adriana Herreros: «Damos la espalda a los barrios, pero cuando hay desastres naturales se agradece la proximidad»

En el ensayo ‘Andar por andar’ la autora defiende la acción de caminar como una manera placentera y rebelde de habitar estos tiempos

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La escritora Rebecca Solnit afirmó una vez que, aunque la luz de nuestra linterna sea limitada, podemos cruzar con ella la noche entera. Amante del caminar, sería buena compañera de paseo de Adriana Herreros, que presenta en sociedad su ensayo Andar por andar (En Debate), una sosegada pero apasionada apología de ese preciso acto. En el texto, la riojana —autora de la newsletter Campo visual examina un atávico gesto, el de desplazar un pie tras otro, ordinario aunque insólito y tan balsámico como tonificante.

¿Ha podido pasear hoy, día de la publicación del libro?

Sí, estaba con un nudo en el estómago que, cuando no es excesivamente serio, supero paseando.

Distingue en el ensayo varias formas de caminar: estando conectados al entorno o ensimismados, con intención transgresora o artística, en un medio natural o urbano. ¿Tenía clara esa tipología?

Esto ha sido como un camino en sí mismo. Según iba profundizando aparecían bifurcaciones, así que me apetecía pararme y estructurarlo. Mucha gente me ha preguntado, por ejemplo, si diferencio entre pasear y andar. Y la verdad es que sí. Lo relaciono con un motivo semántico: en alguna época el paseo tuvo que ver con cierto networking aristócrata. Quizá ese matiz se haya perdido, pero sí observo cómo enfocamos hoy la actividad de caminar: si la gente que lo practica lo hace para desconectar del día a día o para conocer la ciudad. Me interesaba saber si iba a ser capaz de teorizar sobre una cuestión sobre la que existe una amplia bibliografía. Esto, que hubiera gente más lista e importante que yo que ya hubiera escrito sobre ello, me gustaba y evitaba que me sintiera sola.

Defiende el “paseo radical”, el “mero gusto por vagabundear sin rumbo”, la “ruta a pie feliz e improvisada”, el “garbeo sin ambiciones”. Utiliza el andar como una analogía de nuestra manera de estar en el mundo.

Sí. Quiero reivindicar una manera sosegada de vivir. No me gustan todas estas consignas que nos sacuden a diario e intentan captar y anular nuestra atención con la productividad. Me apetecía escribir con un tono tranquilo y positivo, y trasladar que se puede vivir de otro modo. Que ir despacio, o elegir caminos que se bifurcan o son más largos que otros, es una metáfora sobre la toma de decisiones cotidiana. Es posible una manera más humilde de caminar por la vida.

Menciona en la obra el “privilegio del tiempo”. ¿Está el paseo concebido como un lujo cuando debería ser más bien un derecho?

Hablo de andar siempre que se pueda contando con el privilegio del tiempo y de la salud. Doy relevancia a la decisión de utilizar, siempre que se pueda, el andar como modo de desplazamiento. A, con el tiempo y la salud de tu parte, considerar que puedes cubrir una distancia andando. Vas a llegar más tarde y probablemente más cansada, pero es un esfuerzo que se puede hacer. Tenemos derecho a ocupar el espacio público, y no solo en la ciudad, sino también en el medio natural. Me da rabia cuando los negocios privados no respetan la servidumbre de paso y no puedes acceder a un terreno natural como pueda ser una playa. Tenemos derecho al espacio público y a conocerlo caminando. Ha de existir siempre un camino púbico para llegar a todos los sitios.

¿Es la productividad el mayor enemigo del paseo? Quizá a mucha gente le gustaría caminar más de lo que lo hace.

Aceptamos que todas nuestras horas han de ser eficaces. Nos hacemos agendas diarias en las que en cada hueco metemos varias actividades. Todo tiene que responder a un resultado. Realmente hay que salir de esa mátrix. Es difícil, pero no imposible. No es algo que haya sucedido siempre y que sea inmutable. No todo lo que hagamos tiene que obedecer a una razón, no hay que sentirnos culpables por desaprovechar el tiempo. Creo que hay destruir ese tipo de idearios. Y no creo que sea imposible, porque las personas sometidas a ese régimen de productividad están viendo los resultados en su cuerpo y su salud mental.

Andar es gratis en un mundo consumista. ¿Ir a pie a un sitio puede parecer casi de pobres?

Si lo piensas, en algunos países el mero hecho de ver a una persona o un grupo andando ya es algo sospechoso. Es cultural, en otras sociedades todo lo que tenga que ver con una movilidad más humana y sostenible está bien visto. Pero sí, suele estar denostado. Los vagabundos eran los que solían ir andando de pueblo en pueblo. Mucha gente asocia el caminar a un tipo de actividad reglada en la que hayas tenido que pagar un dinero por una equipación o un guía.

Aunque deambular o pajarear no suenan mal, verbos como pendonear, errar, vagar o merodear sí tienen connotaciones negativas. La antropóloga Inés Gutiérrez Cueli ha contado que, durante su investigación in situ acerca de los PAU, pasear por uno de ellos la convirtió “en una persona extremadamente sospechosa”.

Un amigo dibujante estuvo viviendo un tiempo, por trabajo, en Miami. Daba vueltas a la manzana bajo el sol, era el único que paseaba por allí, él y algún vagabundo. La policía le acabó pidiendo la documentación. A mí no me ha pasado nada que tenga que ver con las autoridades, pero sí siento esa sospecha entre la gente. Acaba una reunión de trabajo en algún sitio alejado, alguien se ofrece a acercarte con su coche y tienes que explicar por qué quieres ir andando.

Mucha gente habita ciudades que parecen en guerra con el caminar.

La privatización del espacio público es muy peligrosa. Vivimos de espaldas a los barrios y las vecinas y, sin embargo, en momentos como desastres naturales o el apagón, la gente echa de menos o agradece esa proximidad. Si tuviéramos aceras amables o plazas que no sean centros comerciales donde poder quedar, sentarnos y hablar, tendríamos mayor relación de vecindad. Las intervenciones en diseño urbano y movilidad a veces son sencillas y no muy costosas. No puedo dejar de pensar que hay una intención política, que no se desean barrios con ciudadanas que interactúan entre sí.

Regresar a casa caminando de madrugada tras una noche de fiesta puede ser un momento de lo más agradable. No así siempre para las mujeres.

Era inevitable abordar el tema de la seguridad. En los movimientos por los derechos de las mujeres, siempre se reivindicó el espacio público en un sentido físico. Lo que al principio molestó del movimiento sufragista estadounidense fue la presencia de aquellas mujeres en público. De hecho, fueron las primeras en protestar frente a la Casa Blanca. La expresión “chicas de la calle” siempre me llamó la atención, y hoy en muchas partes del mundo una chica sola en la calle sigue siendo sospechosa.

Nuestra relación con el espacio público es contradictoria. Nos forzamos, yo me fuerzo desde jovencita, a poder estar a cualquier hora en cualquier sitio sabiendo que una posible agresión estaba ahí. Nos forzamos porque, si no nos ves, no existimos. A día de hoy, esto no se ha solventado, al contrario. En el libro incluyo cifras sobre cómo las chicas jóvenes sienten un montón de inseguridad cuando pasean solas por el espacio público. La perciben porque hay una amenaza real.

Tenemos excesivas luchas abiertas. Es un escenario tan complejo que la energía se está diluyendo. La fuerza de muchas personas caminando juntas no es solo simbólica, sino real

Adriana Herreros
Escritora

La manifestación es una de las herramientas históricas de la protesta. Un paseo de mucha gente haciéndose compañía y contagiándose energía.

Tenemos excesivas luchas abiertas. Es un escenario tan complejo que la energía se está diluyendo. Pero la fuerza de muchas personas caminando juntas no es solo simbólica, sino real. A veces no nos hemos encontrado todos a la vez, y cada uno ha seguido un desvío, pero es una fuerza práctica que ha llevado a cambios.

¿Nos iría mejor si caminásemos más?

Creo que sí. Desentrañas el mundo, entiendes por qué alguien ve la vida como la ve, entiendes de barrios, lindes, fronteras o naturaleza.

Cuenta en el libro de quién aprendió el amor por el paseo. ¿Ha conseguido transmitírselo a alguien en su entorno?

Tampoco soy de hacer proselitismo, prefiero contarlo de manera tranquila y que algo pueda quedar. He tenido amigas algo perezosas, pero se han venido y nos lo hemos pasado bien. En el libro quería contar que existe una herencia afectiva. Caminar es un poco abrir las puertas a la curiosidad y esta se aprende y se contagia. Mi experiencia personal es afortunada, he andado y sigo haciéndolo mucho con familia y amigos.

Cuando conoce a una persona, ¿se pregunta si le gusta caminar?

Más o menos lo intuyo [ríe]. En conversaciones breves, la gente no te suele decir si camina mucho o poco, pero sí puedes saber si le dan excesiva importancia al coche, a la velocidad, a la productividad, a la exigencia, a la rigidez. Sí, sí creo que puedo notar cómo estás en el mundo.

¿Cuál es su entorno favorito para pasear en la ciudad en la que vive, Madrid?

Recuerdo mis primeros meses en Madrid, que no me enteraba de nada y me dejaba llevar, iba en metro hasta que decidir andar. Tengo una zona que romantizo en el Retiro. Como otros parques que son retazos de distintas épocas, tiene un área muy estilizada y geométrica, pero también otra más asalvajada, el Campo Grande, que no es recta y tiene cierto relieve.

¿Existe el paseo perfecto?

El paseo diario. Tener el privilegio del tiempo y de la salud, y el sosiego, las ganas y la energía necesarias para pasear diariamente.