Los últimos planetaristas: el oficio de encender y apagar el universo

Los últimos planetaristas: el oficio de encender y apagar el universo

Los operadores de los pocos planetarios analógicos que quedan en España tienen el secreto para hacernos viajar a otros mundos con una tecnología que acaba de cumplir un siglo

Hemeroteca – Pamplona pierde su planetario, “único” en España, tras un incendio: “Es el final de una era”

José Antonio lleva tantos años manejando el universo en la oscuridad que puede hacerlo con los ojos cerrados. Con sus manos colocadas sobre el panel de control, arrastra sutilmente una palanca para mover el firmamento y hace avanzar los días o las estaciones con un movimiento de los dedos. Solo por el tacto sabe dónde están los botones que encienden cada uno de los planetas del sistema solar y ese interruptor con el que puede encender el sol “como una lamparita de noche”.

A sus 62 años, es el más veterano de los cinco operadores que manejan el proyector optomecánico del planetario de la Casa de las Ciencias de A Coruña, uno de los últimos que quedan en servicio en España. José Antonio Pérez entró aquí en 1985, a los pocos días de inaugurarse las instalaciones, y le gusta recordar que por entonces “no sabía ni dónde estaba la estrella polar”. Cuarenta años después, se ha convertido en una especie de DJ de las estrellas, que domina el arte de mover cada lucecita del cielo a la velocidad y el ritmo adecuados, hasta llegar al punto culminante, ese que los operadores de los planetarios analógicos conocen como el ‘momento ¡ooooh!’.

Como manejar la Enterprise

“Coloco el sol en lo alto y luego lo voy llevando hacia el horizonte, mientras voy bajando la luz blanca y todo va desvaneciéndose”, explica José Antonio. “Para hacerlo bien, las estrellas tienen que ir apareciendo poco a poco”. “El ¡ohhh! se oye cuando se queda todo en negro y aparecen las estrellas”, añade Inés Carvallo, que lleva 25 años manejando el viejo proyector con lentes Zeiss del planetario de A Coruña y usa el mismo truco. 


El planetarista José Antonio Pérez, durante una de las sesiones en directo.

En la primera parte de la sesión en directo, todos usan el proyector digital, que permite viajar a las profundidades del universo o meterse dentro de un agujero negro en menos de un segundo. Pero el plato fuerte llega gracias a ese viejo mecanismo que rota en el centro de la cúpula y que solo juega con la luz de las lámparas y la oscuridad de la sala. “Con el planetario óptico, el negro es negro y produce una sensación de que el cielo es real, algo que no consigues con el mejor digital”, explica Inés. “Esos minutos de oscuridad estrellada suelen ser lo que más recuerdan los visitantes”.

Con el planetario óptico, el negro produce una sensación de que el cielo es real que no consigues con el mejor digital. El ¡ohhh! se oye cuando aparecen las estrellas

Inés Carvallo
Planetarista de La Casa de las Ciencias de 2000

El diseño clásico de este tipo de proyector es un eje con dos bolas en los extremos, explica el director de los Museos Científicos Coruñeses, Marcos Pérez. “La bola de arriba proyecta el hemisferio norte celeste y la de abajo las estrellas del hemisferio sur”, detalla. “En su interior hay unas lámparas cuya luz pasa por unas placas que tienen perforadas las posiciones de las estrellas y una lente que hace que la luz que atraviesa esos orificios se proyecte enfocada en la cúpula”.

Los alrededor de 40 mandos de la mesa hacen girar el proyector sobre su propio eje (para moverse en el tiempo) o de arriba a abajo (para viajar más de norte a sur). “Y luego tienes botones para encender y apagar la luna, el sol o los planetas individuales, que se proyectan con una serie de tubos colocados en el eje del proyector, independientes de las estrellas”, indica Pérez. 


Detalle del panel de control del proyector optomecánico.

“Estos aparatos son una obra de arte, producen una magia especial”, asegura Germán Peris Luque, que manejó el proyector de Castellón en los años 90. “Era como manejar la nave Enterprise”, recuerda. “Es lo más parecido a ser Dios, es jugar a mover el universo y crearlo para que lo vea la gente”, confiesa el astrofísico Fernando Jáuregui, con 40 años de experiencia en estos planetarios. 

Una maravilla de cien años

Hace ahora poco más de cien años, el 7 de mayo de 1925, un grupo de espectadores privilegiados contempló las luces del primer planetario optomecánico, en el Deutsches Museum de Múnich, y la experiencia de ver el movimiento del sol y los planetas proyectados sobre un falso cielo nocturno fue tan impactante que lo bautizaron como la “Maravilla de Jena”. Desde entonces los planetarios se multiplicaron y se convirtieron en una de las atracciones más populares. Estas máquinas de luz han seguido hasta nuestros días, pero han sido sustituidos poco a poco por una tecnología más barata y moderna, menos manual y más automatizada.

En 2025, los 147 proyectores optomecánicos que siguen activos en los planetarios del mundo, de marcas clásicas como Zeiss, Goto o Minolta, son una minoría frente a los más de 4.300 proyectores digitales. En España, además del proyector A Coruña, quedan activos el del Parque de las Ciencias de Granada, el del Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha y el del Planetario de Madrid, y todos se usan en combinación con el digital, cuya versatilidad lo hace imprescindible. 


Imagen del interior del planetario de Pamplona tras el incendio.

En algunos casos, como el del planetario de Castellón, el proyector Zeiss se conserva en la sala, pero lleva sin usarse desde 2015, aunque no descartan recuperarlo. El caso más dramático es el del Planetario de Pamplona, conocido como el Pamplonetario. El 14 de enero, un incendio destruyó la cúpula y el proyector Zeiss VI optomecánico quedó calcinado. “Una parte de mí se quemó ese día”, asegura Fernando Jáuregui, que fue el responsable de la sala de proyecciones desde 1992. La lista de máquinas de luz en activo se redujo de la noche a la mañana y las estrellas eléctricas se apagaron para miles de pamplonicas. 

Los que cuentan las estrellas

Ya sea por destrucción, deterioro o falta de renovación, el temor de planetaristas y aficionados es que esta dinámica haga desparecer este viejo oficio y los equipos digitales acaben de barrer del mapa a los viejos dispositivos. “Hoy día, si alguien tiene previsto renovar el planetario o construir uno nuevo, no tiene opción de no poner un proyector digital, mientras que añadirle uno analógico es opcional y depende de gustos o presupuestos”, señala Jáuregui. “Es una pena, porque se pierde una de las sensaciones más potentes que uno puede vivir en público”.


Los planetaristas Jose Antonio Pérez, Irene Baspino Fernández , Inés Carvallo, Miguel López y José Luis Soto.

“Yo puedo contratar a cualquiera para que le dé al botón de play y te enseñe una película en formato planetario digital”, asegura Marcos Pérez desde la Casa de las Ciencias. “Ahí no hay un oficio. Sin embargo, enseñar el cielo, explicarlo, entender el calado de las preguntas y con esa herramienta buscar cómo responderlas, eso es un oficio y viene de muy lejos, una tradición que nosotros en gallego le llamamos la cofradía de los estreleiros, los que cuentan las estrellas”.

Esto es un oficio que viene de muy lejos, en gallego les llamamos los ‘estreleiros’, los que cuentan las estrellas

Marcos Pérez
Director de los Museos Científicos Coruñeses

“Esto es pura electricidad y mecánica”, resume Inés. A veces se les funde una bombilla y tienen que salir a cambiarla en mitad de la sesión, circunstancia que aprovechan para explicar cómo funciona. “El planetario es una idea genial, a mí me recuerda un poco al invento del cine”, apunta. Pero, a diferencia de los proyectistas, que tuvieron su homenaje en la película Cinema Paradiso, no hay tanta gente que se acuerde de la figura del planetarista, a pesar de que son los guardianes de un cielo perdido, cada vez es más difícil de observar fuera de este recinto. 


José Antonio Pérez señala al cielo del planetario.

“Notas comentarios de gente más mayor, que recuerdan que antes el cielo se veía así y que ahora no se ve”, dice Inés. “Notas también diferencia entre los colegios del mundo rural, que saben más, y los de las ciudades”. En todo caso, niños y mayores siguen disfrutando con el descubrimiento de la oscuridad, cuando la cúpula se apaga y José Antonio les habla de los “países del cielo” o les muestra la carrera de los planetas entre ellos, como en una pista de atletismo. “El de la calle número uno va que se las pela, pero el de la calle número seis, el pobriño, no da para más”, bromea. 

Los planetarios no van a desaparecer, defiende Marcos Pérez, porque siguen siendo una cápsula del tiempo en la que realizar un viaje imposible, pero sí peligra esa oscuridad perfecta, como la de nuestros propios cielos. “Al terminar una sesión, a mí me han preguntado ¿pero esto es real? Y no sabes qué decirles”, comenta José Antonio. “Hay niños que vienen y me abrazan”, resume Inés, a quien las reacciones de la gente le han dado algunos de los momentos más emocionantes de su vida. “Una vez, mientras la gente bajaba las escaleritas de salida —recuerda—, escuché a una mujer decir: ¡qué trabajo tan bonito!”.