
Vanessa Springora: “Haber sido víctima no impide a nadie convertirse en verdugo”
La autora, que inició un importante movimiento en Francia con su obra ‘El consentimiento’, desenmascara el pasado de los hombres de su familia en su nueva obra ‘El nombre del padre’
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Hace cinco años, Vanessa Springora provocó un terremoto social en Francia con su libro El consentimiento, donde narró la relación que mantuvo con el escritor Gabriel Matzneff, cuando ella tenía 14 años y él 47. Se señaló como el primer caso del Me Too de la literatura en el país y se produjo un debate público en el que los conceptos de ‘pederastia’ y ‘caza de brujas’ se arrojaron como piedras de un bando a otro. En medio de toda la vorágine, la autora recibió una llamada de la prefectura de Nanterre para informarle de que su padre había fallecido. Dos semanas antes, él le había enviado un mensaje en el que le daba la enhorabuena por su éxito aderezada con las frases: “¡Aunque has tardado mucho en vengarte! ¡Deberías haberme escuchado en su momento!”. Y ella se convenció de que su trabajo había provocado el infarto que mató a su padre.
Además de ese sentimiento de culpa, Patrick Springora le dejó la nada agradable labor de vaciar el piso de su abuela Huguette, donde él había vivido solo durante los últimos 14 años. Cuando accedió a la vivienda se encontró con un vertedero lleno de secretos, algunos relacionados con la vida privada de su padre y otros que iban más atrás en el árbol genealógico. En concreto, unas fotos y varios objetos que vinculan a su abuelo con el nazismo. Ese refugiado checoslovaco que le había transmitido su extraño apellido –nadie más en el mundo parecía portarlo– quizá no había sido el héroe que huyó primero de Hitler y después de Stalin sino todo lo contrario. Ese hallazgo impulsó a la autora a iniciar la investigación que ahora cuenta en su último libro, El nombre del padre. La editorial Tusquets acaba de publicarlo en España traducido por Noemí Sobregués.
Ante un descubrimiento así, cabe preguntarse si lo mejor hubiese sido no llegar nunca a esos documentos y mantener en la memoria la imagen intacta del abuelo cariñoso. Pero Springora comenta a elDiario.es en Barcelona que la revelación fue “desagradable y chocante” pero también “necesaria”. “Me permitió empezar a responder a preguntas que hacía muchos años que me hacía sobre su pasado, sobre el origen de nuestro apellido. Y ese fue el inicio”, apunta. La búsqueda la llevó a viajar hasta Praga y Moravia, región en la que había nacido y vivido el padre de su padre hasta que huyó a Alemania, según la versión oficial de la familia.
En ese proceso de indagación del pasado, la mente de Springora comenzó a recuperar recuerdos que la ayudaron a componer el puzzle. Por ejemplo, el de su padre dibujando distraídamente la cara de Hitler y símbolos nazis mientras hablaba por teléfono el verano en que murió su abuelo. Su progenitor lo sabía, pero ¿se lo habría contado si hubiese tenido ocasión de preguntárselo? La escritora responde con rotundidad: “Él vio esas fotos cuando era muy joven y, en lugar de transmitirme la verdad, mantuvo las mentiras por todos los medios. Me contó que nuestro apellido originalmente era Springer von Carlsbad y que teníamos un castillo en los Cárpatos, entre otras muchas trolas”. Ese era su modus operandi, así construyó una vida basada en historias inventadas cada vez más delirantes.
El libro mezcla la autobiografía con hechos históricos y añade una parte de hipótesis ficticias con las que rellena lo que nunca podrá saber a ciencia cierta si sucedió. Sí llegó a confirmar que su abuelo se había inventado una personalidad para tapar las vergüenzas de su pasado, como el haberse afiliado al partido nazi sin que nadie le obligase. Y también que vivió en Francia como refugiado con un apellido que era una derivación del original Springer para que sonase a checo. Lo que nunca sabrá fue si participó en crímenes de guerra porque él ya no lo puede contar y no hay documentos que despejen la duda.
La banalidad del mal
Una de las conclusiones a las que llegó con la escritura de este trabajo es que cualquiera es susceptible de cometer actos horribles. “En el libro cito a un historiador americano, Christopher Browning, que escribió un libro llamado Hombres ordinarios. En él retoma las reflexiones de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal, estudiando a estos hombres que participaron en los batallones de la muerte y exterminaron a judíos antes de la creación de los campos de concentración”. Esas personas se alistaron voluntariamente para evitar ir al frente o conseguir un puesto de funcionario que les permitiera vivir mejor. Pero no eran particularmente antisemitas ni hubiesen sufrido represalias severas si se hubiesen negado a apretar el gatillo. “Es fácil dejar de pensar por uno mismo. Y creo que debemos estar muy atentos para no romper totalmente nuestras propias barreras morales”, señala.
Esa realidad hace que sea necesario también remarcar que los dictadores, los responsables de los mayores crímenes de la humanidad, no son seres sobrenaturales sino personas como cualquier otra. Springora señala el caso de Dominique Pelicot, al que se llamó, precisamente, El monstruo de Mazan. “En 20 metros alrededor de su pueblo encontró a 80 hombres, aunque solo 50 fueron a declarar, que respondieron a un anuncio en el que un hombre invitaba a violar a su esposa. Y explicitaba que ella no lo sabía”, recuerda. “Ninguno de ellos se reconocía como violador y no tenían problemas psicológicos, ni antecedentes penales. Eran hombres normales y corrientes. Así que creo en humanizar el horror, ya venga de fascistas, de genocidas o de pedófilos criminales”, mantiene.
La autora francesa Vanessa Springora
Además, considera que es imprescindible escarbar hasta llegar a la raíz del mal para responder a cómo es posible que el fascismo vuelva a estar en auge después de todo lo que se sabe que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial. “Seguramente no profundizamos lo suficiente en las causas como para evitar que se repitan. La violencia es algo sistémico que puede surgir en cualquier momento, porque al final los niños se crían en la cultura de la violencia de la misma manera que se crían en la cultura de la violación”, sentencia. Según su opinión, para intentar acabar con el problema o, como poco, minimizarlo es esencial cambiar la forma en la que se educa a los niños y poner en valor cosas como los cuidados. “Creo que las mujeres hemos ido conquistando el espacio público y falta que los hombres hagan el camino a la inversa y se amparen de la dulzura, de la ternura, de la vulnerabilidad. Yo creo que solo así realmente conseguiremos llegar a la raíz del patriarcado”.
Repensar la propia identidad
El libro de Springora plantea muchas dudas sobre sus antepasados pero el hilo conductor de la investigación es su propia identidad. Para ella, llevar un apellido cuyo origen se desconoce era muy desconcertante, y ese nombre terminó por ser más un concepto que una certeza: “El relato que nos contamos acaba teniendo mucho más peso que la realidad verdadera”.
La decisión de su abuelo de inventarse una personalidad para borrar un pasado que le avergonzaba o le ponía en peligro –siempre vivió con el temor de que le fuesen a buscar– le mostró que las personas pueden intentar modificar su propia historia pero también que “la verdad siempre busca un camino por el que salir”. “En última instancia, las mentiras y la incapacidad para enfrentarse a la realidad del pasado de su padre fue lo que acabó destruyendo al mío. Cuando alguien considera que hay hechos demasiado dolorosos, creo que hay que tener la valentía de hablar y de mirarlos de frente”, afirma.
En la sociedad, en general, hay una tendencia a encubrir. En ese sentido, los neofascismos intentan minimizar los crímenes del pasado
Desde que publicó En el nombre del padre ha recibido numerosos testimonios de lectores que han compartido con ella secretos familiares, en ocasiones muy duros. “En la sociedad, en general, hay una tendencia a encubrir. En ese sentido, los neofascismos intentan minimizar los crímenes del pasado hasta el extremo de llegar al revisionismo”, comenta y apunta a los Le Pen, que durante años han puesto en duda los hechos del Holocausto. “Por eso es tan importante repetir hasta la saciedad las cifras de muertos, las cifras del horror y también dejar muy claro que el hecho de haber sido víctima no impide a nadie convertirse en un verdugo”, declara.
Ella y su prima son las dos últimas portadoras del apellido Springora y considera que hay algo de “justicia inmanente” en el hecho de que dos hombres que encarnaron “una exaltación del patriarcado muy concreta” solo hayan tenido hijas. Cuando ellas desaparezcan, esa invención de su abuelo se terminará, pero mientras aún exista quiere intentar hacer algo con él, como este libro mismamente. “Puedo intentar darle la vuelta a la historia, equilibrar un poco la balanza y transmitir la memoria de este nombre. Y quizá permanezca, quizá se lo recuerde en los libros o quizá no. No pasa nada, yo no estaré para verlo”, concluye.