
Charlie Kirk: furia y odio en la América de Trump
‘Política para supervivientes’ es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es
Los mártires pueden llegar a ser tan peligrosos como sus asesinos. Contra su voluntad, quizá, pero ya no pueden controlar el mensaje que sus partidarios comenzarán a extender. Y si esas ideas estaban preñadas de furia y odio, las consecuencias no serán agradables. “Su asesinato (el de Charlie Kirk en la universidad de Utah) ha entregado un mártir al movimiento que representaba, anclado en el nacionalismo cristiano”, escribe el periodista Chris Hedges. “Cualquier duda sobre el uso de la violencia, cualquier comentario en favor de la compasión y la comprensión, cualquier esfuerzo para mediar o discutir, serán tachados de traición al mártir y a la causa por cuya defensa murió”.
Kirk, de 31 años, era una criatura del movimiento trumpista y al mismo tiempo uno de sus promotores más eficaces, sobre todo entre los jóvenes. Su asesinato provocó una riada de reacciones airadas y vengativas del mundo MAGA. “Esto es la guerra”, decían algunos, y entre ellos algunos de los más influyentes. En televisión, un presentador de Fox News dijo que “están en guerra contra nosotros”. Sin saberse en ese momento quién era el autor, se acusó a la izquierda o a los demócratas de ser los responsables últimos de esa violencia. En España, políticos que antes no sabían quién era Kirk se apresuraron a intentar rentabilizar el crimen en su favor.
Antes de nada, conviene tranquilizarse. En España, no estamos en una situación que se pueda comparar a la de EEUU. Ni en términos de crispación política ni de actos violentos. EEUU es un país violento y una sociedad cuya clase política mantiene el derecho a comprar armas sin restricciones porque la Constitución en el siglo XVIII incluía el derecho a formar una milicia armada cuando el Estado estaba en pañales. Lo que no es cierto ahora, claro. Es también un país con una sed incontenible por consumir drogas, lo que genera una maquinaria criminal interna y exterior capaz de suministrar los productos necesarios.
Los politólogos Nathan Kalmoe y Lilliana Mason llevan años estudiando las tendencias radicales y violentas en la política norteamericana. En una encuesta de 2024, descubrieron que un 20% de la gente creía que la violencia política estaba a veces justificada. Hasta un 60% pensaba que la violencia era una respuesta lógica si eran los miembros del otro partido los que la empezaban. No había grandes diferencias entre republicanos y demócratas.
En otro estudio tres años antes, la pregunta era si estaba justificado matar a los líderes del otro partido para obtener objetivos políticos. Un 12% de los republicanos y un 11% de los demócratas estaban a favor. Kalmoe y Mason calculaban que eso suponía veinte millones de personas en todo el país. No es que todas ellas estuvieran dispuestas a empuñar un arma y comenzar a disparar, pero lo aceptaban como una reacción comprensible.
Desde la época de Nixon, los republicanos han fundamentado su estrategia en afirmar que los demócratas ni defienden ni quieren a su país. Esa estrategia de deslegitimación, que también existe en Europa, se ha llevado hasta sus últimas consecuencias con Donald Trump. Y fueron activistas como Kirk los que la promovieron con entusiasmo. “El Partido Demócrata apoya todo lo que Dios odia”, dijo en un mitin de su organización. Se refería al aborto, los derechos trans, “las fronteras abiertas y la destrucción de nuestra soberanía”. Y animaba a sacerdotes y líderes religiosos a que lo explicaran en esos términos a sus fieles. Sobre las personas trans, decía que eran “una abominación a los ojos de Dios” citando un pasaje bíblico.
No parece que con estas palabras sea exagerado calificarle de fanático y extremista. Sobre el derecho a portar armas, mantenía una posición digamos que tan pragmática como inhumana. “Creo que merece la pena tener desgraciadamente un coste de algunas muertes por armas cada año para que tengamos la Segunda Enmienda (de la Constitución sobre las armas). Es un acuerdo prudente. Es racional”. Es poco probable que las familias de los niños y adolescentes que mueren cada año en ataques a escuelas crean que la vida de sus hijos sea una ficha que se puede intercambiar a cambio de la venta libre de armas en buena parte del país.
En EEUU, 46.728 personas murieron en 2023 por heridas causadas por armas de fuego. El 58% de esas muertes fueron suicidios.
Los correligionarios que lloran su muerte sostienen que era un gran partidario de la libertad de expresión. Parece que eso era compatible con que el grupo que fundó tuviera una lista negra de profesores universitarios izquierdistas y que animara a sus seguidores a que aportaran más nombres.
Trump no tardó nada en convertir el crimen en un arma en beneficio propio: “Durante años, la izquierda radical ha comparado con los nazis a maravillosos americanos como Charlie. Esta clase de retórica es directamente responsable del terrorismo que estamos viendo en nuestro país”. Típico, viniendo de alguien que ha tomado la costumbre de llamar “fascistas” a sus rivales políticos. Stephen Miller, el arquitecto de su política xenófoba de expulsión de inmigrantes, fue más lejos, lo que no sorprende en alguien como él. Veamos cuál es su nivel de tolerancia de la oposición: “El Partido Demócrata es una entidad dedicada exclusivamente a la defensa de los criminales peligrosos, miembros de bandas, asesinos extranjeros y terroristas. No es un partido político, es una organización extremista”.
Todas esas reflexiones ignoran a sabiendas hechos violentos de los últimos años protagonizados por ultraderechistas o partidarios de Trump. La lista es larga. El asesinato de Melissa Hortman, presidenta de la Cámara de Representantes de Minnesota, y de su marido en junio de este año. Esa misma noche, el senador estatal John Hoffman fue tiroteado junto a su esposa, pero ambos sobrevivieron. En octubre de 2022, el marido de Nancy Pelosi sufrió una fractura de cráneo en su domicilio al ser atacado con un martillo por un agresor que pretendía secuestrar a la congresista demócrata. En 2020, la policía desarticuló un grupo de trece hombres que estaban planificando el secuestro de la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer. Finalmente, el hecho más conocido, el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 realizado por una turba de ultras que se negaba a aceptar la derrota de Trump en las elecciones. Un alto número de los que seguían en prisión ha sido indultado por Trump en su segundo mandato.
Tyler Robinson, el joven detenido por el asesinato de Charlie Kirk, en una foto antigua empuñando una ametralladora en una feria de armas.
El detenido como probable autor del crimen no cumplía el perfil que habían propagado los seguidores de Kirk. Tyler Robinson es un joven blanco de 22 años criado en una familia conservadora y cristiana votante de Trump e iniciado en las armas a los 12 años. Las inscripciones que dejó en los cartuchos podrían hacer pensar que se había radicalizado hacia la izquierda, pero no está claro (en Fox News, ya dicen que fue en la universidad, una de sus bestias negras). Algunas de esas palabras proceden de memes sarcásticos que han sido relacionados con un grupo llamado Groypers, seguidores de otro ultraderechista, Nick Fuentes, que estaba enfrentado con Kirk. Otras palabras y signos parecen inspirados en un videojuego que, de forma irónica, coloca al jugador en las filas de un Estado totalitario, un poco como en la película ‘Starship Troopers’. Son especulaciones, porque aún no ha trascendido una razón clara de sus motivos.
En definitiva, Robinson era otro producto de la cultura violenta de EEUU en la que el fácil acceso a las armas se convierte en un acelerante peligroso.
Sorprendentemente, Feijóo y Tellado se apresuraron a publicar comentarios en Twitter sobre la muerte de alguien que no tiene nada que ver con la política española. Seguro que ni lo conocían. Recordar que la violencia, específicamente la eliminación física del adversario, no tiene espacio en la democracia es correcto y apropiado. “¿Qué pasaría en España si una persona de ultraderecha asesinara a tiros a un activista de izquierdas?”, dijo Tellado. No se sabe a quién quería engañar con esa frase. Eso ha ocurrido unas cuantas veces en España desde los años 70, así que la pregunta no tiene mucho sentido. En época más reciente, la sede del PSOE en Santander fue atacada con un artefacto explosivo y Feijóo no se dignó a hacer ningún comentario al respecto.
Casi parecía que el PP pretendía adelantarse a posibles comentarios sobre los límites a los que puede llegar la polarización en España. Sus dirigentes presumen de que Pedro Sánchez no puede salir a la calle sin que le insulten, algo que consideran perfectamente normal y para nada reprochable. Al PP de Madrid le encanta que le llamen “hijo de puta”.
Santiago Abascal fue más directo al suscribir por completo el mensaje trumpista de que la izquierda es culpable de toda la violencia. El sábado, se presentó en el acto que organiza Vox junto a otros partidos de ultraderecha con una camiseta blanca y la palabra “freedom” (libertad) idéntica a la que llevaba Kirk cuando fue asesinado.
La condena de la violencia no es suficiente en una democracia. Se da por descontada. El camino hacia un lugar en el que nadie debería querer estar empieza cuando niegas legitimidad a tu rival. Para gobernar si está en el Gobierno, para hacer oposición en el caso contrario. La retórica empuja a veces a los políticos a descalificaciones que ponen todo eso en cuestión. Cuando afirmas que un político ha perdido el derecho a seguir en el poder –sin haber perdido antes las elecciones– o dices que es una amenaza para la democracia, estás violentando ciertas formas de convivencia que todos relacionan con la democracia.
Afortunadamente en España no existe un 42% de personas que viven en un hogar en que hay al menos un arma, como en EEUU. Eso que llevamos ganado.