Pablo Batalla, escritor: «El deporte es más política que la propia política»

Pablo Batalla, escritor: «El deporte es más política que la propia política»

Este historiador sostiene en su último ensayo, ‘La bandera en la cumbre’, que todas las ideologías y religiones han utilizado el montañismo para su causa; hoy en día domina el neoliberalismo, con todos sus valores de «competición, individualismo y la naturaleza como telón de fondo de la egolatría»

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Hay quien sube al Everest para conmemorar la independencia de Bangladesh. O la gesta de Mallory e Irvine, que quizás, solo quizás, hollaron el techo del mundo 30 años antes –se dice pronto– de lo que hoy se considera la primera ascensión oficial. Hay quien sube porque sí, porque puede pagárselo y quiere poder decir que durante un instante estuvo por encima del resto de la humanidad. Todo es política siempre, reflexiona Pablo Batalla (Gijón, 1987) en su último libro, La Bandera en la Cumbre (Capitán Swing).

“No hay no política, todo es política”, hace suyas las palabras que Tomas Mann puso en boca de uno de los personajes de La montaña mágica. También el deporte, sobre todo el deporte, y por extensión el alpinismo, cuenta Batalla. “El deporte es más política que la propia política. Si hay algo político que no sea la política es el deporte”, arranca.

“El deporte surge a la vez que el capitalismo moderno, que la revolución industrial, que todas las cosas que inauguran la Edad Contemporánea. Y surge al servicio de todo eso. Agarra cosas que existen ya previamente y las somete a reglas, las mete en estadios, las cronometra. O sea, agarra todo eso y lo convierte en un dispositivo de propaganda y de educación de la gente en el capitalismo. Miremos los Juegos Olímpicos. No hace falta extenderse mucho en explicar de qué manera son extremadamente políticos. Son nacionalismos que compiten, es capitalismo. También son marcas que se anuncian, son unos valores que se propagan. Y algunos pueden ser positivos, pero otros son la competición, la jerarquía, la meritocracia, etcétera. Todo eso es muy político”, elabora.

El alpinismo es político desde el inicio, cuando es nacionalismo, imperialismo, como las expediciones británicas en la India o el Himalaya. Es esa épica del hombre autosuficiente que conquista alturas en las que no ha entrado el ser humano. Es puro liberalismo también

Y el montañismo también, en la medida en la que es un deporte y también por sus propias características. “Desde el inicio, cuando es nacionalismo, imperialismo, como las expediciones británicas en la India o el Himalaya, que también son liberalismo. Es esa épica del hombre autosuficiente que conquista alturas en las que no ha entrado el ser humano. Las montañas, que habían sido el hogar de los dioses de todas las religiones antiguas, de repente los hombres –en el doble sentido de la palabra hombre: ser humano y varón– se atreven con eso. Él solo, con su autosuficiencia, su valor y audacia, es capaz de llegar a donde no ha llegado nadie, donde antes solo estaban los dioses. Esto es puro liberalismo, pura revolución industrial”, explica.

Y así durante toda la historia. Batalla habla en su libro, entre otras, de feministas (sin encapsularlas en un solo capítulo, un error que ya cometió y del que ha aprendido, admite), de expediciones LGTBI+ que clavan su bandera en la cumbre, alpinistas veganos que quieren demostrar que su opción vital no les debilita, de judíos que escalan picos cumpliendo los rituales y leyes del judaísmo ortodoxo, de personas que suben un pico solo para que el primero en llegar sea un nacional y no un extranjero, como hizo el Marqués de Pidal en el Urriellu (Asturias), de religiosos llenando las cimas de cruces o belenes o de aristócratas y burgueses conservadores del S.XIX pugnando porque la montaña siga siendo su coto privado y no se llene de indeseables aprovechando la revolución en el transporte y las facilidades que permite el progreso.

Son en total 18 ideologías, movimientos sociales o religiones, un capítulo para cada una, y su relación con la montaña, un enfoque “novedoso”, cree este licenciado en Historia, corrector de estilo, traductor y ensayista, que se sale de la habitual dimensión romántica o épica del alpinismo. Y que nadie ha abordado específicamente. “Me centro en esa dimensión política que el montañismo tuvo desde el principio, pero en la que nadie parece querer fijarse con atención”, cuenta.

De montaña a montaña en helicóptero

Una dimensión política que hoy, en la montaña como en la sociedad, domina el neoliberalismo. “Ya hay maneras de subir a prácticamente cualquier montaña. Hasta el K2, que antes era el paradigma de la montaña mortal, se está masificando porque hay agencias que te llevan. Te ofrecen incluso dobles ascensiones: subes una montaña, te cogen en un helicóptero y te llevan a otra en esa aceleración neoliberal, esa pulsión adictiva del más, más, más”, expone.

Lo mismo que sucede con el auge que tiene en los últimos años las carreras de montaña o los récords en las cimas, una pulsión que para Batalla es “atroz y lamentable, una expresión de la peor vertiente deportiva del atletismo”. “Mi libro anterior sobre montañismo, La virtud de la montaña, iba sobre eso. Era una reivindicación del alpinismo lento y recreativo frente a este montañismo que es un condensado de todos los valores del neoliberalismo para mí negativos y que están arrasando el mundo: la competición, el individualismo, que la naturaleza deje de ser un espacio enriquecedor a convertirla en un telón de fondo de tu egolatría. Hoy va simplemente eso, de convertir la naturaleza en un gimnasio, una pista de atletismo. Alguien quiere hacer algo que nunca nadie haya hecho, pero como ya todas las cumbres se han conquistado por todas sus caras, en verano y en invierno, lo único que nos queda son estas cosas de la velocidad”, valora.


Pablo Batalla.

Al menos en los últimos años se ha corregido un poco el colonialismo que ha dominado las relaciones Occidente-Oriente desde los comienzos del alpinismo. “Es interesante ver que, en el caso del Himalaya, estas empresas [que organizan las subidas] ya no están solo lideradas por extranjeros. Antes los nepalíes o los pakistaníes eran los sherpas y las empresas estaban lideradas por occidentales. Ahora ya hay un montón de empresas lideradas por nepalíes y pakistaníes”, cuenta.

Pero todo siempre viene con matices. “Hay una cierta decolonización del empresariado montañero en esos países, pero muchas veces lo hacen a costa de la sostenibilidad ecológica. Una de las cosas que hacen es subirte atiborrándote a oxígeno. Y ese oxígeno a lo mejor falta en los hospitales nepalíes cuando llega la pandemia de Covid-19. Al final es una decolonización que por una parte es terrible desde el punto de vista del ecologismo, pero también es una liberación, aunque sea insuficiente. Simplemente combatimos el viejo imperialismo poniendo nepalíes al frente de estas empresas, pero la estructura sigue siendo eminentemente jerárquica, liberal, capitalista… No hay una impugnación a mayores del viejo modelo”, reflexiona.

Esta evolución le lleva a reivindicar la importancia de la interseccionalidad, uno de los principales aprendizajes que ha sacado documentándose para escribir el ensayo. “Unas éticas ideológicas, por más que nos motiven, se corrigen con otras”, expone. Y argumenta su afirmación. “Por ejemplo, hay un alpinismo feminista. En el siglo XIX llegan mujeres a lo alto de las montañas, y eso tiene el valor de reivindicar a la mujer. Pero son mujeres aristócratas en términos clasistas, que también utilizan porteadores, etcétera. Eso hay que corregirlo con la épica decolonial, fijarse en esos porteadores, en lo que les pasaba. Pero la decolonización que en este momento se pueda estar produciendo en las empresas del Himalaya también hay que corregirla con una mirada ecologista”, vuelve sobre lo anterior. Y así.

Hay ideologías contradictorias con las que no cree tener. Por ejemplo, en Chile muchas montañas son privadas y hay grupos que se movilizan contra esto. Pero son grupos vinculados a una clase media alta, de gente conservadora, pero a los que la montaña los moviliza en el sentido ‘allendista’ de abrir las grandes alamedas

El libro incluye desde las grandes expediciones en el Himalaya hasta pequeños ejemplos que sirven para ilustrar las diferentes aproximaciones a la montaña y la ideología que las empuja, también a nivel del ciudadano de a pie. Como ese grupo de amigos que sale al monte cada domingo y en el que a uno le gusta fijarse en las flores (ecologista), a otro tachar cumbres o hacerlo más rápido (“una mirada liberal o neoliberal”), aquellos que casi nunca salen de la cordillera de su pueblo (nacionalistas) o esos que van siguiendo los pasos y el rastro del maquis antifraquista (socialista, de izquierdas).

Ideologías a veces más explícitas, a veces menos, otras incluso contradictorias, como le sucede a él mismo, no se esconde, que definiéndose de izquierdas admite disfrutar del enfoque neoliberal de sumar cumbres, de proponerse retos y lograrlos. “Un ejemplo que pongo de estas contradicciones son las manifestaciones que hay en Chile de los grupos de montaña. Allí hay montañas que son completamente privadas, propiedad de particulares o de empresas. Y los grupos de Santiago de Chile, sobre todo, se movilizan contra esto. Pero son grupos que, en un país tan desigual como Chile, están vinculados a una clase más bien media alta, conservadora, de derechas, que puede haber incluso apoyado a Pinochet en su momento, pero a los que la montaña los moviliza en un sentido que es allendista, de abrir las grandes alamedas, como decía Allende. O sea, lo privado tiene que ser público”.

A Batalla le interesan las historias más pequeñas, quizá alejadas de la épica alpina. “Como el amor de Nan Shepherd por los campos de Escocia, una mujer a la que le encantaba la naturaleza, pero sobre todo ese concreto lugar del mundo. Apenas salió de él. Lo que a ella le gustó durante toda su vida fue recorrer hasta el último rincón de esa cordillera”. O la historia de los campamentos que organizaba Salvador Allende para los niños pobres de Chile en los Andes. “Llevar a esos niños que no habían salido de barrios muy depauperados a la cordillera, que la conocieran, disfrutaran y amaran, que esa naturaleza también estuviera abierta para ellos y no solo para los ricos de Chile”, rememora. O la historia que abre el capítulo del judaísmo, que es una expedición de judíos ortodoxos a una montaña menor del Himalaya en la que ellos se proponen hacer esa ruta de varios días, practicando rigurosamente todos los rituales y leyes y normas del judaísmo ortodoxo.