
Antes un pueblo hambriento que un régimen humillado: cómo Franco mató de inanición a miles de personas
Varias investigaciones recién publicadas abordan cómo la “hambruna política” ejercida por el régimen fue otra forma de disciplinamiento de la sociedad y cómo la dictadura utilizó su ingreso en la FAO como estrategia de reconocimiento
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Hay muchas formas de matar a una persona, y el fusilamiento fue tan solo una de las que el franquismo llevó a cabo para eliminar a sus enemigos. El hambre y la pobreza extrema fueron otras. Se estima que unas 200.000 personas murieron de inanición o enfermedades relacionadas en tan solo cuatro años, sobre todo niños y ancianos, y también republicanos. Los duros años de la posguerra lo fueron más debido a que el régimen se alineó con Alemania e Italia e impuso la autarquía. Esta “hambruna política” se cebó con los vencidos, con los presos, con los pobres. Ahora, varias investigaciones abordan este fenómeno, íntimamente ligado a la imagen que la dictadura siempre quiso dar de sí a nivel internacional.
La hambruna en España se circunscribe a los años entre 1939 y 1942 y, después, 1946. “No hablamos de los años del hambre, que fue toda la posguerra, sino años en los que la mortalidad se incrementó de manera desmedida. En 1941 murieron más personas que las que nacieron”, introduce Miguel Ángel del Arco Blanco, autor de La hambruna española (Crítica, 2025). Aunque la falta de alimento afectó más a la zona rural que la urbana y, sobre todo, al sur del país, no significa que las ciudades del norte no sufrieran la escasez de alimentos.
“Sus víctimas principales fueron las clases bajas. Una hambruna no solo significa que no haya qué comer de repente, sino que el acceso a los alimentos está restringido a aquellas familias que se lo pueden permitir”, desarrolla este catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Granada (UGR).
La inflación que reinaba en España y empobrecía a miles de familias impulsó el llamado estraperlo, el mercado negro. “Congelaron los salarios, no tenían dinero para comer, y el racionamiento no alcanzaba para alimentar a una familia, así que muchos solo podían acudir a este mercado en el que los precios eran mucho más altos”, explica el autor. Él habla de “hambruna política”, y ejemplifica esta postura en lo sucedido con los jornaleros andaluces: “Muchos se habían significado a favor del anarquismo y el socialismo, así que directamente nadie les contrataba por su pasado político”.
Las enfermedades se ceban con los hambrientos
Mucho peor fue la situación que vivieron los presos recluidos en cárceles o campos de trabajo. La figura más paradigmática que ilustra esta realidad fue Miguel Hernández, el poeta del pueblo, ya que “el régimen de Franco decidió no prestarle auxilio médico cuando desarrolló tuberculosis como consecuencia de una mala alimentación”, explica Del Arco. Según atestigua su investigación, “el hambre fue moneda común” para los presos y formó parte de una manera de castigarlos y deshumanizarlos. Poco a poco, consumió sus cuerpos, les hizo morir de inanición, de enfermedades derivadas de la desnutrición o de las pésimas condiciones higiénicas“.
Tras el final de la Guerra Civil se produjo un rebrote de enfermedades infectocontagiosas, como la difteria, el paludismo, el tifus, y la tuberculosis
Por otra parte, tras el final de la Guerra Civil se produjo un rebrote de enfermedades infectocontagiosas, como la difteria, el paludismo, el tifus, y la tuberculosis; las dos primeras casi erradicadas en 1931. No estaban provocadas por el hambre, pero si una persona tiene bajas sus defensas, será más complicado que se pueda defender de ellas. “En España muchas muertes estuvieron ligadas a enfermedades en personas que no tenían qué llevarse a la boca, además de que su tratamiento estaba ligado a la clase social en cuanto al buen alimento, la vestimenta y las condiciones de vida se refiere”, sintetiza el catedrático de la UGR.
Apenas hay cifras sobre las muertes, sobre todo porque los datos oficiales publicados por el franquismo tendían a minusvalorar las defunciones o enmascarar sus causas. Del Arco resume que los más afectados por la hambruna fueron niños y ancianos, “pero especialmente los republicanos”, apuntilla. Los cálculos más razonables estiman que unas 200.000 personas murieron de hambre o de causas derivadas por la desnutrición entre 1939 y 1942, y 20.000 más fallecieron en 1946.
Tácticas de supervivencia: los platos de la posguerra
El franquismo intentó ocultar lo que sucedía en España, al igual que los demás países que experimentaron hambrunas. Sin embargo, una particularidad que se dio en España fue la obligación de que toda la ayuda alimenticia fuera canalizada a través del llamado Auxilio Social y algunas pocas organizaciones religiosas. “Sus comedores estaban llenos de hijos de vencedores y vencidos, y todos debían tener un buen comportamiento en línea con el nuevo régimen si querían seguir comiendo”, comenta el investigador de la UGR.
Además, las colas del racionamiento fueron otra forma de disciplina y control hacia la población. Según enfatiza el mismo Del Arco, “un país entero esperando por un mendrugo de pan no es un país entero luchando contra el régimen, sino esperando poder llenar algo sus estómagos y no desfallecer”.
Un país entero esperando por un mendrugo de pan no es un país entero luchando contra el régimen, sino esperando poder llenar algo sus estómagos y no desfallecer
Esto llevó a que las tácticas de supervivencia de las personas más humildes conocieran límites que hoy en día denominaríamos como descabellados. La situación desesperada llevó a muchas de estas personas a delinquir. En estos años, en torno al 65% de los delitos fueron contra la propiedad: robaban artículos alimenticios y a veces eran sorprendidos en huertas intentando arañar algún fruto.
Tal y como ya reflejaron David Conde y Lorenzo Mariano en Las recetas del hambre. La comida de los años de posguerra (Crítica, 2023), la gente estaba dispuesta a hacer casi cualquier cosa por sobrevivir. Las penurias eran tan acuciantes que las familias más humildes vieron una salida en ciertos sucedáneos, es decir, productos que ingerían pero que no estaban dentro de la dieta habitual.
Es el caso de las hierbas, pero también de las mondas de patatas, naranjas o plátanos, que se comían. Incluso algunos animales: “Se llegó a comer perro, gato y lagartos pero preparados en unos platos que intentaban engañar al estómago. Era una forma de resistencia el comer esos animales sin llamarlos tal cual”, detalla el autor de La hambruna española.
La autarquía, el inicio del hambre
El porqué de esta masacre de familias pobres, obreras y con pasado republicano se encuentra en el modelo económico adoptado tras la Guerra Civil. “La autarquía estaba inspirada en las economías del Eje, ya sea la Alemania nazi o la Italia fascista. La economía española se supeditó completamente a esta alianza, y sufrimos las consecuencias”, esgrime Del Arco. Los aliados habían cambiado, y el bloqueo económico que gran parte de los países europeos llevó a cabo con España agravó la hambruna.
Se llegó a comer perro, gato y lagartos pero preparados en unos platos que intentaban engañar al estómago
La situación cambió cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, desde Argentina empezaron a llegar barcos cargados de quintales y quintales de cereales a un precio muy barato. “Perón salvó al franquismo e hizo que respirara al menos hasta 1951, cuando ya la situación económica era insostenible y tuvieron que dejar atrás el sistema autárquico”, comenta el especialista.
La primera legitimación internacional ante la ONU
La profesora y directora del departamento de Historia Contemporánea de la UNED Rosa Pardo ha estudiado en profundidad cómo el franquismo utilizó la situación de hambruna que habían provocado sus decisiones políticas para entrar en el primero de los organismos técnicos de la ONU. “Por razones ideológicas y de coyuntura internacional, España no recibió en los años 40 el auxilio de la Administración de las Naciones Unidas para el Socorro y la Reconstrucción, la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), ni de UNICEF, centrada en la infancia, como tampoco del Plan Marshall”, escribe la historiadora en el capítulo “El hambre invisible. La FAO y la España del primer franquismo”, incluido en el libro Pan o imperio. Franquismo, autarquía y relaciones internacionales en los años del hambre (Marcial Pons, 2025).
En 1950 España fue admitida en la FAO, y con ello arrancó el proceso de aceptación por parte de la dictadura de los organismos técnicos de la ONU, hasta culminar con su ingreso en 1955. El movimiento fue entendido como una forma de legitimación internacional, más que como un fin en sí mismo. “En ningún caso primó la preocupación oficial por el mal funcionamiento del sector agrario, ni sobre todo por la situación de hambre del país y por el gravísimo problema social que había detrás”, añade Pardo en su capítulo.
De todas formas, no fue hasta los años 60 y 70 cuando el franquismo llegó a aprovechar el asesoramiento técnico y la ayuda al desarrollo de la FAO. “La dictadura no podía consentir que a través de esta organización se pudiera conocer la aún penosa realidad social de España a principios de los años 50, tan opuesta a las ínfulas oficiales sobre el progreso que, supuestamente, había hecho realidad el franquismo”, añade la docente de la UNED.
Esta historiadora recalca que fue la FAO quién por primera vez mencionó que el problema de la desnutrición estaba relacionado con la pobreza extrema. “Nunca se llegó a abordar como un problema social real que tiene que ver con la falta de políticas sociales del régimen y su desastre de política económica”, concluye Pardo. “De ahí lo del hambre invisible, porque siempre intentaron desde el régimen desviar la atención de sus causas reales”.