
Una exposición ‘desenfocada’ reivindica lo borroso como el mejor medio de retratar una realidad insoportable
CaixaForum Madrid inaugura la exhibición que parte de los ‘Nenúfares’ de Monet para analizar el uso del desenfoque y lo borroso en la historia del arte como recurso estético y político
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Cuando el impresionista Claude Monet pintó su famosa serie de los Nenúfares en los años veinte, muchos achacaron sus trazos borrosos a una deficiencia ocular. Una supuesta carencia que con el tiempo fue entendida como una elección estética real. Sus óleos, considerados como parangón del arte abstracto, fueron precursores de otros tantos que vendrían después, en los que artistas de todo el mundo rechazaron igualmente la nitidez en sus propuestas. CaixaForum Madrid analiza el recorrido de esta práctica en la exposición Desenfocados, que podrá visitarse en la capital hasta que el próximo mayo viaje a Barcelona.
La muestra, fruto de la colaboración de la Fundación ‘la Caixa’ con el Musée d’Orsay y el Musée de l’Orangerie de París, cuenta con 72 piezas, entre las que se incluyen pintura, obra gráfica, escultura y fotografías. Alberto Giacometti, Gerhard Ritcher, Mark Rothko, Eva Nielsen, Thomas Ruff, Alfredo Jaar, Soledad Sevilla, Christian Boltanski y Perejaume son algunos de sus protagonistas.
“¿No es a menudo la [figura] difusa justamente lo que necesitamos?”, planteó Ludwig Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas, y esta a su vez una de las preguntas que plantea la propia exposición, consciente de que el desenfoque es un recurso presente en la abstracción. “Más allá de la contemplación e interpretación artística de las piezas expuestas, esta es una invitación a cambiar de perspectiva. Lo difuso e impreciso puede ser en realidad una nueva manera de comprender el mundo”, explicó este martes en la presentación la directora del museo, Isabel Fuentes.
Una de las piezas de la serie de los ‘Nenúfares’ de Monet 1900
Claire Bernardi, máxima responsable del Musée de l’Orangerie y comisaria, comentó que la idea de la exposición surgió de una constatación que definió como “provocadora”: de que ante determinadas obras como los Nenúfares de Monet “a veces no vemos nada o incluso vemos borroso, desenfocado”. También les llamó la atención comprobar que, pese a que este recurso está “omnipresente” en su trayectoria, nunca se había estudiado ni tanto en sus pinturas ni en las de sus sucesores.
Igualmente, quisieron superar la connotación “negativa” que conlleva esta difusión al contraponerse a lo nítido, que es a lo que el ojo está más acostumbrado a concebir como lo ‘bueno’. Y a su vez, cómo este desenfoque está especialmente presente en el mundo actual sin ser algo nuevo, sino que se lleva alimentando desde tiempos de Leonardo da Vinci, a través de su conocida técnica del sfumato.
Representar lo imposible de mirar
“El desenfoque no aparece por arte de magia en el siglo XIX”, recordó Emilia Philippot, conservadora del Institut National du Patrimoine de Francia, “era una manera muy realista de representar lo lejano. Eso sí, a partir de finales del siglo XIX y principios del XX, continuando con las convulsiones intelectuales, científicas, sociales y artísticas con las que creció el impresionismo, la exposición habla de lo borroso que, pese a que fuera definido inicialmente como una pérdida de nitidez, resulta ser un medio privilegiado para plasmar un mundo donde reina la inestabilidad y la visibilidad se enturbia. De esto precisamente versa una de las salas más interesantes –y desgarradoras– de la muestra, la correspondiente a La erosión de las certezas.
En ella se especifica cómo la dimensión política de la estética del desenfoque empezó a desplegarse plenamente en el periodo posterior a la II Guerra Mundial. Un momento en el que artistas como Zoran Music y Alfredo Jaar sumieron la profunda convulsión del orden mundial adoptando lo borroso como estrategia necesaria.
Tras descubrir los campos de concentración, y ante la imposibilidad de representar lo irrepresentable, el desenfoque desdibuja una realidad que la mirada no puede soportar. Y esto nos obliga a su vez a reflexionar, al forzarnos a concentrarnos en la imagen y a mirar esa realidad de frente. Cuestionado el estatus y el valor de la imagen, los artistas proponen una visión poética y desencantada de las tragedias que han marcado la historia desde el siglo XX hasta las crisis más actuales.
‘Polvere’, de Claudio Parmiggiani (1998). Colección Frac Bourgogne
“El desenfoque revela su potencia cegadora como un mecanismo de olvido, pero constituye asimismo otra forma de poner de manifiesto las atrocidades de la historia difundidas por la imagen mediática”, describe una de las cartelas de la exhibición. A este apartado pertenecen obras como La escuela de la Grosse Hamburguer Strasse (Los niños escondidos) que Christian Boltanski creó en 2006. Este artista plástico francés nació en 1944 y su padre, judío, logró huir de la deportación.
El autor reflexiona sobre la memoria individual y colectiva explorando la dimensión fúnebre a la fotografía. Para ello, utiliza retratos anónimos y borrosos, a menudo obtenidos mediante la repetición de imágenes. Este procedimiento desdibuja la identidad de los sujetos y proyecta una imagen universal de la humanidad, en la que cada uno puede reconocerse. En sus libros las imágenes de archivo que evocan el Holocausto se presentan sin leyendas y en orden aleatorio, para que resulte imposible distinguir entre víctimas y verdugos. Lo que Primo Levi denominó la ‘zona gris’, la zona ‘indeterminada entre el bien el mal’. En la misma línea se sitúan Francotirador de Luc Tuymans de 2009, Sodoma y Gomorra (1989) de Pedro G. Romero y jpegny01 (2004) de Thomas Ruff.
Identidades desdibujadas, encontradas
Desenfocado continúa con más salas dedicadas al ‘Elogio de la indefinición’, en el que se reivindica que el mundo es difuso por mucho que intentemos dibujar sus contornos; y se identifica el desenfoque como búsqueda de identidad. En este espacio llama la atención Morfología del sueño n.º 6 de la serie Sama Guent Guii (2022) de Mame-Diarra Niang.
Mame-Diarra Niang, «Morphologie du rêve #6», 2021.
La artista y fotógrafa francesa explora en sus recientes fotografías la identidad del cuerpo negro, alejándose de toda tentativa de definición o narración basada en los siglos de historia de la representación occidental. Busca abstraerlo a través de lo que llama ‘formas de no retratos’.
En esta serie, que comenzó durante el confinamiento, fotografía repetidamente su pantalla, de manera que cada nueva toma deforma cada vez más los contornos hasta transformar los cuerpos en manchas de color. El sujeto desaparece así progresivamente, disolviendo el yo en una nebulosa espectral, como enuncian, “un territorio hecho de recuerdos y desapariciones cuidadosamente conservador”.
Alfredo Jaar, ‘Six Seconds’, 2001
La exposición culmina con la constatación de los futuros inciertos, que la comisaria Emilia Philippot identificó que resuena “mucho” en la actualidad por cómo habla de la duda: “Es la postura y posición en la que nos encontramos ahora en el mundo. Hay una cuestión sobre nuestra posible reconexión a través del desenfoque, porque no tiene un discurso cerrado y eso se abre a lo imaginario, a nuevas perspectivas para el futuro”.