“Ser hijo único no debería considerarse un problema”: mitos y realidades de crecer sin hermanos

“Ser hijo único no debería considerarse un problema”: mitos y realidades de crecer sin hermanos

Los hogares con un solo hijo son una tendencia al alza en España, pero aunque crecer sin hermanos se ha visto en ocasiones como una realidad asociada a un sentimiento de soledad, también presenta oportunidades: «Ser hijo único favoreció el diálogo conmigo mismo, mi creatividad y mi imaginación»

Cada cuánto deberías llamar a tu hijo, según dos psicólogos: “Hay que saber pararse en el punto exacto para no invadir”

Cuando Roger, periodista, recuerda su niñez, lo hace entre muñecos de Playmobil, juegos llenos de imaginación y largas conversaciones con él mismo. “Creo que el hecho de ser hijo único favoreció el desarrollo del diálogo conmigo mismo, lo que alentó mi creatividad y mi imaginación a la hora de jugar, pintar o escribir”, explica. Su madre fue su pilar afectivo, su padre el referente intelectual. Sin embargo, reconoce que aquella burbuja familiar, con él en el epicentro, tuvo un precio: “Quizá me hubiera ido bien tener un hermano mayor que fuera mi confidente. El frontón mental solitario puede ser agotador y también autocomplaciente”.

Elisa, escritora, guarda un recuerdo parecido, teñido de cierta melancolía. “Mi infancia como hija única fue solitaria y un poco fantasmagórica”, afirma. Aunque desarrolló una gran imaginación, reconoce que “a veces tanta soledad me resultaba deprimente. Podía alcanzar por temporadas tintes siniestros. Anhelaba muchísimo la compañía y me imaginaba con gran frecuencia cómo sería mi vida con hermanos”.

En cambio, la experiencia de Rocco, estilista, fue diferente. “Nunca me he sentido sola y en ningún caso aburrida. He sabido disfrutar de mi compañía”, cuenta. Sociable y creativa, supo rodearse de amigos y construir su propio mundo interior. Sus padres, siempre presentes, se encargaron de reforzar esa sensación de acompañamiento.

Tres vivencias distintas que muestran los matices de la supuesta soledad del hijo único. Un sentimiento que, como cualquier otro, tiene multitud de matices y recovecos, condicionado tanto por la personalidad como por el contexto familiar y social. En España cada vez son más los que crecen sin hermanos; la tasa de fecundidad fue de 1,12 hijos por mujer en 2023, con una tendencia a la baja acentuada en los últimos años, ¿qué retos afrontan?

Ventajas y desventajas de crecer sin hermanos

Desde la psicología, Francisco Rivera, psicólogo general sanitario en Unobravo con especialización en psicoterapia infantil y adolescente, explica que “no tener una interacción diaria con hermanos puede limitar el desarrollo de ciertas habilidades sociales, como la negociación o la resolución de conflictos”. Aun así, subraya que los hijos únicos no están condenados a carecer de esas competencias: “A menudo tienen que aprenderlas en otros entornos, como la escuela o con sus amigos”.

La también psicóloga Rebeca Carrasco, de Self Psicólogos, añade un matiz: “Ser hijo único no debería considerarse un problema en sí mismo. Lo que puede presentarse como dificultad es la falta de un hermano con quien entrenar la resolución de conflictos cotidianos o compartir ciertas experiencias de complicidad”. Todo depende, en su opinión, de las redes de apoyo que rodeen al niño: amigos, primos, vecinos o actividades colectivas que compensen la ausencia de hermanos.

Los psicólogos coinciden en que los hijos únicos suelen desarrollar una fuerte autonomía, capacidad de introspección y, en muchos casos, vínculos muy sólidos fuera de la familia nuclear

En el lado positivo, tanto Rivera como Carrasco coinciden en que los hijos únicos suelen desarrollar una fuerte autonomía, capacidad de introspección y, en muchos casos, vínculos muy sólidos fuera de la familia nuclear. Rivera destaca también “la gran capacidad de relacionarse con los adultos” y “la alta motivación para el logro”, fruto de la atención y el estímulo parental.

La ciencia también parece apuntar que ser hijo único tiene, en general, efectos positivos. Un estudio de la Universidad del Suroeste en China descubrió que las estructuras cerebrales de los hijos únicos y de aquellos con hermanos son diferentes. Si bien no encontraron diferencias en el cociente intelectual, los resultados de las pruebas de los hijos únicos indicaron niveles más altos de una medida de pensamiento creativo, la flexibilidad. Aunque también niveles más bajos de amabilidad que los que crecieron con hermanos. 

El peso de las expectativas familiares

Un punto en el que todos los entrevistados coinciden es en la presión que a menudo acompaña a los hijos únicos. Roger lo reconoce al recordar la separación de sus padres en la adolescencia: “Tenía como 13 o 14 años, una edad complicada para saber cómo gestionar emocionalmente esa ruptura. De haber tenido hermano o hermana, seguramente entre todos lo habríamos sobrellevado algo mejor”. 

Elisa, por su parte, recuerda cómo “el bienestar de mi madre dependía de mí desde la más profunda infancia. No hay nadie con quien repartir el peso. Mis notas eran las únicas notas y tenían que ser estupendas. Desde la adolescencia, el cumpleaños de mi madre lo organizo yo y nadie más, no se me puede olvidar, nadie me va a sugerir ninguna idea de regalo ni va a pagarlo conmigo a medias y nadie va a hacer la tarta ni la va a ir a buscar”.

Rocco señala otro aspecto más: “Quizá el inconveniente más importante es el excesivo control por parte de los padres, que puede llegar a ser agotador y derivar en una dependencia emocional que dificulta notablemente la capacidad de asumir y de afrontar su pérdida”.

Es fundamental proporcionar un entorno lleno de amor y apoyo, pero también fomentar la independencia y la autonomía desde pequeños

Francisco Rivera
psicólogo

Para Rivera, es posible encontrar un equilibrio a la hora de criar a un hijo único, pero depende de cómo los progenitores manejen sus expectativas: “Es fundamental proporcionar un entorno lleno de amor y apoyo, pero también fomentar la independencia y la autonomía desde pequeños”. Carrasco coincide y recomienda “no depositar en el hijo todas las expectativas familiares” y, en cambio, darle espacio para frustrarse, equivocarse y diferenciarse.

Amistades, primos y parejas como redes de apoyo

Ante la ausencia de hermanos, la compañía de amigos y familiares de edades similares suele ser clave en el desarrollo de los hijos únicos. Roger recuerda a sus primos como “mis hermanos mayores”, ellos fueron quienes le descubrieron muchas cosas. “De hecho, mi primo Dani, con quien me llevo 10 años, fue quien me abrió los oídos a un sinfín de bandas de pop y rock con las que empecé a conformar una melomanía que me acompaña hasta hoy”, confiesa.  

Elisa, en cambio, explica que sus primos y primas vivían lejos y se llevaban muchos años con ella. También le costaba hacer amistades, pero cuando lo lograba “era un evento importantísimo y la relación se volvía crucial en mi vida. Siempre quise y traté de cultivar amistades muy estrechas, de gran confianza y comunicación constante. En las épocas en las que se diluía alguna gran amistad experimentaba un enorme vacío”. 

En la vida adulta, la pareja de un hijo único puede convertirse en un sostén fundamental, pero también en un desafío. Roger lo resume con contundencia: “La gran prueba de fuego para un hijo único es, creo yo, vivir en pareja. A mí me ha cambiado la vida, me ha hecho crecer en empatía y me ha dado la oportunidad de compartir miedos, dudas y alegrías”.

Los psicólogos refuerzan la idea de la importancia de “construir y nutrir una red de apoyo sólida es crucial”, sostiene Rivera, tanto en la infancia como en la adultez, ya sea a través de amigos, primos o parejas. Por su parte, Carrasco subraya que “trabajar la autonomía durante la niñez sin caer en el aislamiento” es una de las claves para sostenerse en el futuro.

Cuando toca cuidar a los padres

Seguramente, uno de los momentos más delicados para quienes no tienen hermanos llega con la vejez de los progenitores. Elisa lo describe con crudeza: “Cuando mi madre tiene algún problema de salud no hay nadie con quien repartir los cuidados. Yo me quedo con ella los días y las noches, recibo sola las instrucciones de los médicos, llevo a cabo todas las curas, las comidas, las gestiones. La quiero mucho y llevo la situación con entereza y con orgullo, hecha a la idea, pero me aliviaría que no dependiera todo de mí, claro”.

Cuando mi madre tiene algún problema de salud no hay nadie con quien repartir los cuidados

Elisa
escritora e hija única

Roger se encuentra ahora mismo en ese proceso: “Hace un año a mi madre le diagnosticaron alzhéimer. No está siendo fácil, genera mucho miedo e incertidumbre. Ambos estamos aprendiendo a relacionarnos desde otro lugar porque el vínculo siempre ha sido tan fuerte que muchas veces ha sido tenso. No nos queda otra, pero quiero estar a su lado de la manera que se merece. Es otro aprendizaje más de la vida, por suerte podré compartir lo que esté por venir con mi mujer, pero sé que con hermanos se gestionaría algo mejor”.

Rivera confirma esta realidad: “En temas como el cuidado de los padres mayores, el hijo único a menudo asume toda la responsabilidad, tanto logística como emocional. Esto puede generar una sensación de soledad o aislamiento”. Carrasco coincide en que la experiencia depende mucho del entorno: “No es lo mismo ser hijo único en un lugar donde las responsabilidades se comparten colectivamente que en otro donde recaen solo en la familia nuclear”.

Ambos psicólogos recomiendan a quienes atraviesan este proceso apoyarse en amigos, pareja y profesionales cuando sea necesario. Y, sobre todo, reconocer que “no se puede hacer todo en solitario”.

Decisiones sobre la maternidad y la paternidad

¿Influye ser hijo único en la manera en la que estos se relacionan con la paternidad y la maternidad? Sin querer establecer reglas de causa-efecto, se da la casualidad de que ninguno de los tres entrevistados quiere tener hijos. Roger reconoce que “es probable que haya influido en mi decisión de no ser padre, sí. Algo del peso de la responsabilidad, los miedos transferidos por mis padres y el querer preservar la relación con mi mujer”. 

Elisa, en cambio, asegura que ser hija única no ha sido un factor determinante, sino que “todas las infancias y maternidades me parecen complicadas. No me apetece seguir participando de esa rueda infinita sea cual sea la circunstancia”. Rocco, por su parte, lo tuvo decidido desde siempre: “Nunca quise tener hijos. Siempre lo tuve muy claro”.

¿Cómo mitigar los posibles efectos negativos?

Los especialistas coinciden en que, a la hora de criar a un hijo único, quizá el quid de la cuestión no es evitar que estos se sientan solos, sino ofrecerles herramientas para gestionar la situación de manera positiva. Rivera recomienda “permitir a los niños exponerse a situaciones sociales variadas, como actividades deportivas o de equipo, donde puedan practicar habilidades sociales clave como el compartir, la empatía y la resolución de desacuerdos. Lo más importante es recordar que su rol no es protegerlos de todo, sino que estén preparados para el mundo, lo cual implica permitirles experimentar y aprender tanto de los éxitos como de los errores”. 

Rocco se centra en su propia experiencia para recomendarles a los hijos únicos que “se empapen de los demás, que socialicen, que empaticen y que abracen la soledad como herramienta de crecimiento personal”. Elisa añade una recomendación para los padres: “Que intenten tejer una red social fuerte para sí mismos, de manera que su estabilidad no dependa en tan alta medida del hijo o la hija”.

En definitiva, deberíamos dejar de pensar que la soledad es una maldición que acecha a todo hijo único, y concebir esta circunstancia como un posible punto de partida fértil para cultivar una independencia y una creatividad que pueden serles muy útiles en el futuro. Todo depende de cómo se acompañe en ese camino y de las redes que se construyan alrededor.