
Ana María Matute, la gran escritora que se refugió en Mallorca tras el intento del ‘mal marido’ de silenciar su voz
La novelista catalana, que vivió en la isla en la década de 1960, encontró en este lugar el ‘buen’ amor y la inspiración literaria para obras clave
La “libertad radical” de Ana María Matute, una escritora siempre al lado de los débiles
Ana María Matute, una de las voces más brillantes de la literatura española del siglo XX, halló en Mallorca, durante los años sesenta del siglo pasado, un refugio íntimo y fecundo para su vida y su creación. Llegó a la isla en el verano de 1962 y, en las apacibles tardes mallorquinas, acostumbraba a pasear por el jardín de su apartamento en Porto Pi con su hijo en brazos, despidiéndose de las flores que crecían junto al mar. Este gesto sencillo, casi ritual, revelaba no solo su vínculo profundo con el paisaje, sino también su extraordinaria sensibilidad para descubrir belleza en lo cotidiano. En aquel tiempo, residía en un modesto piso alquilado junto a su esposo, el también escritor Ramón Eugenio Goicoechea. La pareja afrontaba estrecheces económicas: él había empeñado muebles y utensilios domésticos para subsistir, un reflejo claro de la precariedad que acompañaba a aquellos años difíciles.
El verdadero punto de inflexión en la vida de Ana María Matute llegó cuando Ramón Eugenio Goicoechea tomó la decisión de vender la máquina de escribir con la que ella sostenía su oficio y su independencia. Para la escritora, aquel gesto no fue solo una traición material, sino un intento de silenciar su voz y, al mismo tiempo, la señal definitiva del final de su matrimonio. Con los años, lo evocaría con crudeza, refiriéndose a él como “el marido malo”, expresión que condensaba el dolor y la herida de aquella ruptura. La separación dejó huellas profundas: Goicoechea se llevó a su hijo Juan Pablo a Barcelona y, en la España franquista, la ley otorgó automáticamente la custodia al padre, lo que supuso para Matute una pérdida devastadora.
La primera depresión
En aquellos años, Ana María Matute atravesó su primera depresión, un momento doloroso que la llevó a refugiarse en Palma, donde fue recibida con calidez por Camilo José Cela y su esposa, Charo Conde, en la casa que ambos tenían en Son Armadans. Matute solía bromear con ironía y ternura al recordar que Cela “recogía escritores como otros recogen gatitos de la calle”, una frase que dejaba entrever a su vez tanto la generosidad del autor gallego como el fino sentido del humor de la narradora catalana.
Con todo, Mallorca no solo fue un refugio, sino también el lugar donde el destino le presentó a Julio Brocard, empresario al que ella misma llamaba “el marido bueno”. Con él compartió casi tres décadas de vida hasta su muerte en 1990, ocurrida precisamente el día del cumpleaños de Matute, un golpe que la sumió en una profunda tristeza. Esa relación le brindó estabilidad y felicidad, y tras la pérdida, la escritora no dudó en confesar que había dicho adiós a “su gran amor”.
En Mallorca, la escritora fue recibida con calidez por Camilo José Cela y su esposa. Conoció a Julio Brocard, empresario al que ella misma llamaba “el marido bueno”, su gran amor
Mallorca no fue solo un refugio personal para Ana María Matute, sino también una poderosa fuente de inspiración literaria. Su novela Primera memoria, con la que obtuvo el Premio Nadal en 1959, está ambientada en la isla en los albores de la Guerra Civil. Aunque el nombre de Mallorca nunca aparece de forma explícita, en sus páginas se reconocen escenarios como el barrio de Santa Catalina, el puerto de Palma o Son Major —probable alusión a Cala Major—. Allí la autora escribió: “Esta es una isla de fenicios y de mercaderes. En las casas de este pueblo, en sus muros y en sus secretas paredes, en todo lugar, hay monedas de oro enterradas”. Una frase que condensa la riqueza histórica y cultural que la fascinaba.
Su novela Primera memoria, con la que obtuvo el Premio Nadal en 1959, está ambientada en la isla en los albores de la Guerra Civil
Este año se celebra el centenario del nacimiento de la escritora catalana.
Compromiso con la injusticia y la memoria colectiva
En la obra, Matute también aborda la estigmatización de los xuetes, descendientes de los judíos conversos, a través de la historia de los hermanos Tarongí, acusados de ser espías al servicio del bando franquista. Las disputas de los jóvenes protagonistas transcurren en “la plaza de los judíos”, clara alusión a la plaza Gomila, escenario en el siglo XVII de los autos de fe de la Inquisición. Con estas referencias, la escritora no solo evocaba el paisaje y la memoria de la isla, sino que también reafirmaba su compromiso con la denuncia de la injusticia y con la preservación de la memoria colectiva.
En 1998, Ana María Matute volvió a Mallorca con motivo de su obra Olvidado rey Gudú y para participar en un curso de literatura. Allí reafirmó su visión del oficio con una frase que resumía su espíritu inconformista: “Escribir es siempre una forma de protestar”. Su voz, una de las más singulares y poderosas de la literatura en lengua castellana, permanece viva hoy en día, confirmándola como una de las grandes escritoras del siglo XX.
Ana María Matute dejó su legado en la Caja de las Letras.
De su amistad con Carme Riera
La isla, sin embargo, nunca dejó de ser para ella un lugar entrañable. Carme Riera recuerda que, cada vez que regresaba a Mallorca para pasar el verano, Matute le decía con una mezcla de afecto y envidia: “¡Qué suerte tienes de irte a Mallorca de vacaciones!”. Ese comentario, que la escritora mallorquina evoca aún con una sonrisa, refleja la complicidad entre ambas y el amor de Matute por la isla. Ella misma lo expresó con palabras sencillas pero sentidas: “¡Qué guapa es la isla!”.
La amistad entre Ana María Matute y Carme Riera nació en Barcelona, cuando esta última comenzaba a dar sus primeros pasos en el mundo literario. Desde el inicio compartieron una misma pasión por las letras y una sensibilidad que las unía más allá de las palabras. Prueba de esa complicidad fue el prólogo que Riera escribió para una edición de Primera memoria, la novela en la que Matute evocaba su infancia en Mallorca. Más que una simple colaboración literaria, aquel gesto se convirtió en un puente entre dos mundos y dos voces que se reconocían sin necesidad de explicaciones.
Homenaje a la escritora, que también fue académica y Premio Cervantes 2010.
Su relación es un ejemplo de cómo la literatura puede convertirse en un lazo invisible que une a las personas y que trasciende el tiempo y el espacio. En cada encuentro, en cada palabra compartida, ambas tejían una amistad alimentada por el amor común a las letras y a la isla que las acogía. Y aunque los años hayan pasado, el eco de esa complicidad perdura como una historia viva, presente tanto en sus libros como en la memoria de quienes las leyeron.
En 2025 se celebra el centenario del nacimiento de Ana María Matute (26 de julio de 1925), una fecha que ha dado lugar a homenajes y reediciones destinadas a honrar su memoria. Estas iniciativas no solo recuperan su voz, sino que recuerdan a la autora como una creadora capaz de transformar sus experiencias en una obra literaria profunda, sensible y conmovedora, que sigue iluminando a nuevas generaciones de lectores.