Pilar Castro, experta en recuperación de espacios naturales: “Cuando una comunidad pierde un bosque lo pierde todo”

Pilar Castro, experta en recuperación de espacios naturales: “Cuando una comunidad pierde un bosque lo pierde todo”

Esta profesora de la Universidad de Alcalá asegura que un bosque maduro puede tardar cientos de años en regenerarse, aunque la recuperación dependerá de las especies arbóreas que formen esta masa vegetal, de la intensidad del incendio y de la estructura del paisaje

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Cuando una comunidad pierde un bosque por un incendio, “lo pierde todo” y “puede tardar cientos de años en regenerase”. Estas son palabras de Pilar Castro, profesora de Ecología en la Universidad de Alcalá, que imparte la asignatura Restauración de Espacios Degradados, una especialidad fundamental cuando hay que enfrentarse a las consecuencias tras los numerosos incendios que han destruido distintos ecosistemas a lo largo de la Península Ibérica en los meses de verano.

En la entrevista que esta profesora ha concedido a eldiario.es Castilla-La Mancha, desgrana la pérdida que supone para un pueblo la destrucción de su entorno: “Lo pierden todo. El bosque es uno de los tipos de ecosistemas que proporciona más servicios ambientales. Proporciona desde madera para leña, para construir herramientas, forraje para el ganado, frutos, setas; protege el suelo de la erosión, secuestra carbono, proporciona hábitat para multitud de especies. Se pierden sitios de recreo, donde ir a darse un paseo, donde el clima en verano es mucho más fresco. Se pierde estética, paisaje, legado cultural… se pierde muchísimo”.

Pero también “afecta a la calidad del aire, a la calidad del agua porque los bosques también depuran las aguas. Las plantas absorben con sus raíces los nutrientes y cuando la escorrentía llega a los ríos, el agua llega más limpia si está en una cuenca forestada que si está en una cuenca desforestada”, apunta.

La erosión es una consecuencia más de esta destrucción ya que los bosques “son fundamentales para controlarla”. Tras un incendio, “ese suelo es muy sensible a la erosión, si llueve, sobre todo si hay tormentas fuertes, las cenizas y todo ese material que queda sobre el suelo es arrastrado por el agua, perdiéndose fertilidad del sistema y depositando sedimentos en los fondos de los valles, lo que puede afectar a infraestructuras, como vías de comunicación. Yo he visto hace poco en una zona del Alto Tajo que, después de las lluvias tan fuertes que hubo en primavera, una carretera que se quedó cortada por una avalancha de piedras. Al mirar a la ladera arriba, buscando el origen de ese material,  se veía que el bosque de esa ladera se había quemado, dejando el suelo desprotegido, de manera que las lluvias fuertes arrastran ladera abajo”, asegura.

Lo que queda tras un incendio

Cuando acaba de ocurrir un incendio, lo primero que se encuentra un experto en recuperación de suelo es “todo negro, todo quemado, todo ceniza. No se ve nada vivo si el incendio es reciente, incluso la parte superficial del suelo también se puede haber quemado y el aspecto es de sitio devastado, pero meses después lo que podemos ver puede ser bastante variable”, asegura.


Vista de los daños producidos por el incendio forestal declarado en el paraje San Pascual de Ibi (Alicante), el pasado mes de julio.

Y es que el impacto y el tiempo que tarda un bosque en regenerase depende mucho del tipo de bosque, según Pilar Castro, porque hay bosques que se regeneran más fácilmente que otros.

“El tiempo para la regeneración del bosque en parte depende de las especies que dominen en ese bosque. Hay árboles que tienen la capacidad de rebrotar, hay árboles con cortezas muy gruesas que protegen del fuego las yemas que están debajo, con lo que el tronco puede rebrotar tras el incendio. Esos bosques se regeneran bastante rápido”, señala.

Este es el caso de los alcornoques, cuyo tronco está recubierto de una gruesa capa de corcho y “su función biológica es proteger de las temperaturas extremas que se generan en los incendios. Debajo de ese corcho hay yemas que son capaces de regenerar ramas y hojas”.

Otras plantas pueden rebrotar desde la cepa, “que es un órgano subterráneo entre el tallo y la raíz, que almacena reservas y yemas de renovación, capaces de producir tallos la primavera siguiente al incendio”. Este es el caso de robles, encinas, melojos y quejigos y, en general, todas las especies del género Quercus. En estos casos, “la recuperación del bosque es más lenta porque se tiene que regenerar toda la parte aérea, lo que lleva más tiempo”, apunta Castro.

Por último, “muchos bosques de coníferas, como la mayoría de los pinos, solo pueden regenerarse a partir de las semillas. Esto lógicamente lleva más tiempo, ya que empiezan desde cero”, apunta. Pero en su favor tienen que, generalmente, son especies que crecen bastante rápido.

Es difícil, a juicio de esta experta, especificar cuánto tarda en regenerase un bosque. “Un pinar se regenera en unas pocas décadas, mientras que un robledal maduro puede requerir algunos cientos de años”.

Pero, “otra cosa son los bosques de etapas tardías de la sucesión, que son más lentos, crecen más despacio. Necesitan también unas condiciones de suelo mejores que un pinar que crece casi en cualquier sitio. Hace falta primero un tiempo para que se regenere el suelo y después hacen falta muchas décadas para que se regenere el bosque. No es lo mismo tener un bosque formado por arbolitos pequeños y delgados que un bosque maduro de árboles centenarios. La estructura, funcionamiento y los servicios que aportan no son los mismos. Un bosque maduro aporta mucho más que un bosque joven. Un bosque maduro puede requerir cientos de años para regenerarse”, asegura.

Las etapas de la regeneración

Según Pilar Castro, “un bosque tiene mecanismos intrínsecos para regenerarse por sí mismo, es lo que llamamos la sucesión secundaria”, aunque la labor de los expertos “pude acelerar esa sucesión, que es lo que hacemos en restauración ecológica”.

“Tras un incendio u otra perturbación, si ha desaparecido completamente la cubierta vegetal y se ha degradado el suelo, la primera fase es la colonización por plantas capaces de vivir en un suelo poco desarrollado, normalmente son herbáceas. Esas plantas van aportando materia orgánica al suelo, que va haciendo más espeso”, señala como una primera fase de estas labores.

“En un segundo paso entraría el matorral, que tiene un porte más alto, protege mejor el suelo y le aporta más materia orgánica ; cuando las condiciones del suelo y de ese dosel de matorral lo permiten, empiezan a asentarse las especies arbóreas. Eso sería el proceso natural de sucesión secundaria”, apunta.


Imagen de archivo de un robledal. EFE/Luis Tejido

“Las técnicas de restauración ecológica permiten acelerar este proceso, por ejemplo añadiendo enmiendas que mejoren el suelo e introduciendo especies más exigentes en condiciones del suelo”.

Recuperar la biodiversidad

Otra cosa es la biodiversidad animal que poblaba también ese bosque antes del incendio, y eso, según Pilar Castro, “depende mucho de si han encontrado refugios en zonas próximas. En ese caso, una vez que se recupera el bosque, la recolonización puede ser muy rápida”.

Pero, “si cerca del bosque incendiado no existen refugios, la recolonización tiene que hacerse desde lugares más lejanos y tardaría más tiempo. Luego también depende de la especie, por ejemplo, las aves tienen más movilidad que animales terrestres de pequeño tamaño. En cualquier caso, para recuperar la fauna antes hay que recuperar el hábitat en el que viven esos animales”, argumenta.

El suelo

El suelo del bosque también se ve afectado cuando una masa arbórea se quema. “Cuando la materia orgánica arde parte de ella se convierte en sustancias volátiles que se van a la atmósfera; muchos de los gases que se desprenden (CO2, óxidos de azufre y nitrógeno) contribuyen al efecto invernadero.”, señala como otra consecuencia negativa de estos incendios.

“Pero la parte sólida, lo que llamamos las cenizas, son nutrientes inorgánicos que son unos fertilizantes maravillosos para las plantas porque éstas los pueden absorber rápidamente. Pero también son muy fácilmente arrastradas por el agua de lluvia, perdiéndose así la fertilidad del sistema. Además, cuando estas cenizas llegan a un medio acuático pueden fomentar su eutrofización”, apunta.

La importancia de prevenir

Pilar Castro destaca la importancia de la prevención para evitar incendios devastadores como los de este verano. “Las administraciones no pueden evitar que haya pirómanos, o personas imprudentes que hacen fuego cuando no deben. Tampoco puede evitar que las condiciones climáticas (altas temperaturas, sequedad, tormentas secas) favorezcan la aparición de incendios. Pero sí puede actuar sobre la estructura del bosque reduciendo la cantidad de combustible y el riesgo de propagación. A mediados del siglo pasado la población rural empezó a emigrar a la ciudad en busca de mejores condiciones socioeconómicas. Cuando los pueblos tenían población, ésta explotaba el bosque extrayendo leña, manteniendo zonas de pasto con rebaños de ovejas y cabras. El abandono de estos usos hace que el bosque sea cada vez más denso, más extenso e inaccesible. Estas condiciones, junto con un clima cada vez más árido, facilitan la propagación de los incendios, haciendo que cada vez sean más extensos y virulentos, como hemos visto este verano”, apunta esta experta.


Las llamas han arrasado aldeas, explotaciones agrícolas y ganaderas este verano. EFE/Brais Lorenzo

Una opción que considera es “es subvencionar rebaños de cabras, ya que éstas son herbívoros generalistas, que contribuyen a que los bosques estén más abiertos. Pero es una actividad que habría que subvencionar, porque, hoy por hoy, vivir de este tipo de ganado es poco viable económicamente”.

Prevenir no es una tarea sencilla porque, “la mejor prevención la hace la población rural, pero si la población rural se ha ido, es complicado”, concluye.