
Adiós a Pablo Osés, líder del histórico movimiento 0,7: una «vida bella» marcada por la lucha contra la pobreza
Pablo Osés Azcona fue uno de los líderes de las acampadas y protestas surgidas en 1994 en España para exigir a las autoridades destinar el 0,7 del PIB a la Ayuda Oficial al Desarrollo
OPINIÓN – ¡07 YA! ¡Es justicia, no es caridad!
Ha fallecido Pablo Osés Azcona (1932-2025) tras 93 años de una vida plena que, en cierto modo, representa la memoria de nuestro tiempo. Tal vez los mayores de 40 años le recuerden como uno de los líderes del movimiento por el 0,7%, que en 1993 y 1994 llenaron portadas de medios de comunicación con sus huelgas de hambre y de miles de tiendas de campaña las plazas y avenidas de decenas de ciudades en toda España, reclamando que se cumpliera con el acuerdo internacional de dedicar esa cantidad de la riqueza de los países del Norte para el desarrollo de los países empobrecidos.
En estos días se cumplen 31 años del inicio de aquellas acampadas que aún hoy, son recordadas por toda una generación que, de una manera u otra, reconoce en ellas el despertar de sus conciencias a la solidaridad internacional y a la justicia global. Hasta hace pocas semanas, aún me solía preguntar si España había llegado a esa cifra y se lamentaba de la ceguera y la irresponsabilidad de los sucesivos gobiernos. Tras el lamento, invariablemente se preguntaba: “¿cómo podemos hacer para que lo entiendan?”.
El movimiento por el 0,7% para los países empobrecidos fue con seguridad su momento de mayor proyección pública, que contribuyó a la expansión y la consolidación de una política pública de cooperación que se extendió por multitud de municipios en todas las regiones como respuesta a una movilización social sin precedentes en la materia. En 1994, su huelga de hambre junto a otros compañeros, así como una acampada en el Paseo de la Castellana, encendieron la chispa para la expansión de las movilizaciones que exigían a las autoridades el compromiso de destinar el 0,7% del Producto Interior Bruto (PIB) a Ayuda Oficial al Desarrollo. Dos décadas después, la cifra invertida no alcanza el 0,3%.
Para él, que nunca le interesó su proyección pública, aquello fue otro episodio de una vida jalonada por el compromiso con quienes menos tenían. En una ocasión, hace algo más de un decenio, me habló de una frase que a menudo rumiaba como proyecto vital: “Mon plus beau grain de blè j’ai semé dans le sable” (“Mi grano de trigo más hermoso lo sembré en la arena”).
Hasta hace pocas semanas, aún me solía preguntar si España había llegado a esa cifra y se lamentaba de la ceguera y la irresponsabilidad de los sucesivos gobiernos. Tras el lamento, invariablemente se preguntaba: «¿cómo podemos hacer para que lo entiendan?».
Él supo como nadie arriesgar lo mejor de sí mismo en lugar de procurar conservarlo, sabía que la siembra era un requisito y una obligación moral, aún y cuando la cosecha estuviera llena de incertidumbres y riesgos. Pasó la vida sembrando sin cálculo, con la esperanza de que llegara el fruto y la floración. Muchos de los frutos pueden encontrarse hoy en puestos de alta responsabilidad política, empresarial y académica.
De los primeros sembrados, durante los 23 años que vivió como estudiante y sacerdote jesuita, los últimos como profesor y director de la escuela de ingenieros del ICAI, deja gran cantidad de amigos que le apreciaban y reconocían. Con muchos compartió luego el asociacionismo vecinal en Vallecas cuando en 1974 decidió, como tantos, colgar los hábitos y abandonar algunos privilegios, pasando a trabajar como electricista en los túneles para la ampliación de la línea 1 del metro de Madrid y a residir en las infraviviendas de aquellas Palomeras contra el Plan General.
Era el final de la dictadura que agonizaba ante la emergencia de movimientos populares y vecinales demandando derechos. En aquella comuna vallecana conoció a Luisa, el amor de su vida, y tuvieron a Gonzalo. Hace unos meses celebraron sus 50 años de convivencia, de amor y de complicidad comprometida.
Fue líder vecinal y cabeza de cartel por Madrid en las primeras elecciones democráticas de 1977 por la candidatura de unidad popular (CUP) y poco después gerente de OREVASA, la empresa mixta conformada por las 11 asociaciones de vecinos de Vallecas y organismos públicos con competencias en urbanismo y vivienda para realizar una de las mayores transformaciones urbanas realizadas en la época, que logró proporcionar vivienda digna a las 12.000 familias que habitaban un barrio en condiciones de inhumanas de abandono. Esta remodelación fue premio internacional de Naciones Unidas.
Para él, también fue un paso natural caminar desde las problemáticas locales de Vallecas hasta los desafíos globales como el cambio climático, la sostenibilidad y la solidaridad internacional.
Mientras se remodelaba aquel barrio por completo, cayó en sus manos el Informe Bruntland, que establecía la concepción del desarrollo sostenible y en el que parecían poder convivir dos de sus obsesiones fundamentales: la conservación de los ecosistemas y la justicia social planetaria. Él sabía que, en el fondo, eran una y la misma cosa. Por eso, pocos años después, el lema del movimiento 0,7% sería: “Por solidaridad, por justicia y por supervivencia”. “Supervivencia de todo el planeta, no sólo de los pobres”, solía aclarar él inmediatamente.
Para él, también fue un paso natural caminar desde las problemáticas locales de Vallecas hasta los desafíos globales como el cambio climático, la sostenibilidad y la solidaridad internacional. Tenía de manera natural esa comprensión del mundo que ahora llamamos con algo de pompa la mirada local-global.
Tal vez lo comprendió desde muy pronto, cuando un golpe de estado militar le sacó de su infancia y le convirtió en un niño exiliado en Francia cuando en septiembre de 1936 las tropas nacionales tomaran su Donosti natal. Allí creció bilingüe y comenzó a destacar por su facilidad para los estudios, hasta que su familia regresó a España teniendo él 12 años, de nuevo huyendo de una guerra que ahora era mundial.
Tras su vida sacerdotal, la remodelación de Vallecas y la movilización por la solidaridad internacional llegó su jubilación y la de Luisa, con quien pasó los últimos 24 años de su vida en Fuengirola, desde donde escribió y vio publicadas más de 400 cartas al director de diversos periódicos. Fue su manera de continuar luchando por un mundo más justo. La mayoría de ellas demandaban valentía a la clase política para enfrentar la crisis ambiental y social que aún hoy nos asola. Otras buscaban palabras para reconciliarse con Dios y algunas otras dialogaban con su propia muerte en voz alta. En ellas reconocía haber tenido “una vida buena y bella”. Aunque su permanente búsqueda para comprender y cambiar las cosas no se detenía.
Encuentro entre nuestra irregular, pero vasta correspondencia un texto que le identifica bien:
Está claro que la humanidad va como pollo sin cabeza. Toda la vida buscando dinero para acabar con el hambre y ahora aun buscando más dinero para parar el cambio climático y este dinero imprescindible lo están desperdiciando unos cuantos locos borrachos de petróleo en un Dubai imposible.
Esta descerebrada humanidad está enterrando, no sembrando, en la arena el dinero que estamos robando a los pobres.
¿Quién ha planificado este disparate? Es para creer en Satán.
Pablo Osés Azcona era el mellizo de mi madre, mi tío. Además, fue el sacerdote que me bautizó. También quien me prestó su Vespa querida a cambio de nada. Quien me regalaba libros sobre crisis, hambrunas, clima y desigualdades antes de que se hablara de ello. Él fue quien me llamó en 1997 y me explicó qué era un correo electrónico y cómo conseguir uno. De él aprendí algunas cosas sencillas, como que la inteligencia, sin generosidad y tolerancia, es un arma de destrucción masiva.
Él era juguetón y provocador, aunque a menudo no se le entendiera así. Sabía que sólo desafiando al poder se le podía distraer lo suficiente para lograr cambios imposibles. Le gustaba provocar el pensamiento de la gente y lo hacía realizando afirmaciones que querían sonar escandalosas. Él sabía que la mayoría se indignaba quedándose con el escándalo y no comprendían la provocación, así evitaban pensarse mejor las cosas. Entonces él se encogía de hombros y quedaba pensando la próxima provocación esperando a que alguien jugara con él a pensar lo imposible.
Él combinaba como nadie la cabeza de ingeniero con la voluntad de un poeta. Nunca tuvo el don de la palabra ni fue el mejor orador. En cambio, su cabeza perseguía sin descanso la fórmula para que todo el mundo pudiera ver lo que él veía: que en cualquier persona reside un enorme corazón lleno de bondad que tan sólo necesita sentirse reconocido y querido para dar sus frutos y florecer.
*El autor, Pablo Martínez Osés, es responsable de cooperación internacional de Oxfam Intermón y sobrino de Pablo Osés Azcona.