Ir al Valle de Cuelgamuros y no saber dónde estás: una visita por el mausoleo inexplicado de Franco

Ir al Valle de Cuelgamuros y no saber dónde estás: una visita por el mausoleo inexplicado de Franco

Mientras el monumento espera la resignificación que planea el Gobierno, ningún panel ni cartel aclara lo que es ni por qué se construyó a pesar de que su iconografía muestra el nacionalcatolicismo que sostuvo la dictadura, según explica el antropólogo Francisco Ferrándiz en un paseo guiado por la basílica

Seguir la A6 en dirección A Coruña y coger después la carretera que hay a mano izquierda. Todo recto, una única dirección. Al fondo, se alza la cruz de 152 metros de altura que corona el monumento alzado por Franco en El Escorial para conmemorar su victoria en la Guerra Civil. Llegar a Cuelgamuros –anteriormente llamado Valle de los Caídos– es sencillo, no tiene pérdida. Varias señales apuntan a lo largo del camino hacia dónde nos dirigimos a pesar de que alguien ha borrado de todas ellas la palabra Cuelgamuros y ha dejado un solitario Valle de. El destino está claro, pero, al llegar, lo que resulta más difícil es entender realmente dónde estamos.

Dónde estamos de verdad: en la máxima expresión del nacionalcatolicismo que sostuvo la dictadura durante cuatro décadas, construido por mano de obra republicana forzada y cuyos muros albergan toda una ristra de esculturas de arcángeles con espadas, vírgenes, escenas del apocalipsis y hasta un tanque. “Estamos hablando de guerra teñida de religión”, explica el antropólogo del CSIC Francisco Ferrándiz, que conduce a unas 50 personas por el monumento en una visita guiada organizada por el Festival de las Ideas y patrocinado por el Comisionado para del Gobierno para la Celebración de los 50 años de España en Libertad. Sin embargo, nada de eso aparece mínimamente indicado en ningún rincón del lugar, que parece haber sido erigido sin mayor motivo.

La única mención al dictador en todo el complejo está en la frase inscrita a la entrada por el propio régimen aludiendo a la inauguración. “Francisco Franco Caudillo de España patrono y fundador inauguró este monumento el 1 de abril de 1959”. La fecha no era casual porque aquel día la dictadura celebraba el vigésimo aniversario de la victoria franquista, al igual que tampoco lo fue el día que el dictador lo mandó construir: también un 1 de abril, pero de 1940, en plena posguerra, cuando dejó escrito que la edificación debía ser “un homenaje a los ”héroes y mártires de la Cruzada“.


La inscripción colocada para recordar la inauguración del mausoleo el 1 de abril de 1959.

Arcángeles y Fuerzas Armadas

Un grupo de franceses fotografía con sus móviles la imponente entrada al monumento mientras la guía da algunas pinceladas sobre su estilo arquitectónico. La explanada está salpicada de algunos turistas que quieren visitar Cuelgamuros. “Nos dijeron que teníamos que verlo”, dice una mujer colombiana que viene con su pareja y sus hijos. Carlos y sus dos amigos veinteañeros están pasando unos días en la capital y han decidido hacer la visita “porque la primera vez que vine me impresionó”, dice el primero, que apenas acierta a decir por qué Franco lo construyó.

“A día de hoy la historia política del edificio no está explicada en ningún sitio a pesar de que es un monumento totalitario que expresa muy bien el franquismo”, señala Ferrándiz, que es asesor técnico del jurado que está decidiendo sobre el concurso que lo resignificará. El arqueólogo lleva años pensando que mientras eso ocurre, debería al menos instalarse algún panel explicativo, pero no ha ocurrido. Los pocos carteles que hay en la nave de la basílica se limitan a explicar sin demasiada pedagogía parte de la iconografía religiosa, pero la realidad es que tras cada detalle hay un sentido político y “un clarísimo carácter militarista” asociado a la victoria de Franco, dice Ferrándiz.


La basílica de Cuelgamuros, donde seguirán los benedictinos pese a la resignificación que planea el Gobierno.

La simbología sobrecoge por momentos al grupo que sigue al antropólogo mientras explica lo que significan las imágenes. Las ocho esculturas que flanquean la nave de la basílica hasta llegar al altar representan a las Fuerzas Armadas y las milicias, dos de ellas con el yugo y las flechas. Dos arcángeles vigilan la entrada del monumento empuñando una espada y el coro está decorado con escenas de las cruzadas. El colofón es la impresionante cúpula, hecha con cinco millones de estelas y que simboliza el juicio final. En uno de los lados, un carro de combate y varias banderas se elevan hacia Dios. Una es la de España, otra la falangista y una tercera la de la Cruz de Borgoña, usada por los carlistas. “Esta escena es un enganche ideológico del monumento y representa a los caídos por Dios y por España uniéndose al santoral cristiano”, explica el experto.

El significado contrasta con el relato que el tardofranquismo edificó y que afianzó la Transición de que Cuelgamuros es un monumento a la reconciliación, un mensaje que hoy repiten quienes se oponen a su resignificación y no pocos de quienes este viernes por la tarde lo visitan. Un hombre ecuatoriano que vive en Mallorca y ha explicado a unos amigos de su país por quién fue construido el lugar asegura que “Franco hizo cosas buenas y malas” y que “trajo aquí cadáveres de los dos bandos como un acto de reconciliación”. El relato se retuerce en un cartel blanco colocado bajo una estatua: “Para que los caídos, asociados a la muerte redentora de Cristo, descansen eternamente y su recuerdo fomente la paz entre todos los españoles”.


El cartel que apela a la «paz entre todos los españoles» tras mencionar a los «caídos» y a «Cristo».

Encajar el pasado

La realidad es que detrás de las capillas del Sepulcro y del Santísimo, a ambos lados del altar, miles de cajas apiladas y deterioradas por el descuido y el paso del tiempo albergan los restos de 33.833 cuerpos, la mayoría de franquistas, pero también de republicanos que fueron trasladados aquí de fosas comunes sin consentimiento ni conocimiento de sus familiares ante la incapacidad del régimen de llenar los enterramientos de muertos de su bando. El Gobierno tiene actualmente sobre la mesa más de 200 peticiones de familias que piden la exhumación de sus seres queridos dos años después del inicio de los trabajos en las criptas y 19 de ellos han sido identificados.

“Es un poco marciano que dentro de la estructura del Valle haya un laboratorio forense, pero también es resignificador. Un lugar de oración ha pasado a ser de evidencia científica. Es un paso muy importante, se pensaba que no iba a pasar jamás”, dice Ferrándiz sobre las exhumaciones, que han sido obstaculizadas por los ultras en varias ocasiones. De este proceso iniciado por Pedro Sánchez forma parte también las exhumaciones de Franco y José Antonio Primo de Rivera, cuyos restos ya no reposan aquí, o el desmantelamiento de la tienda de recuerdos de la entrada, ahora vacía.


Vista lateral del Valle de Cuelgamuros y la cruz, de 152 metros de altura.

El siguiente paso será la transformación del monumento en un lugar de memoria, para lo que ya se han seleccionado las diez propuestas finalistas del concurso de ideas abierto con este objetivo. El proyecto costará en total 31 millones de euros y su intención es explicar dónde está de verdad quien viene aquí por primera vez, donde los monjes benedictinos seguirán presentes tras el acuerdo al que el Gobierno llegó con el Vaticano. Un proceso ambicioso y complejo, que tiene defensores y detractores, no solo en la extrema derecha, también entre las propias víctimas del franquismo. Porque ¿cómo es posible resignificar un monumento franquista como este?

Es la pregunta que sobrevuela a lo largo del recorrido, propuesto como un “paseo filosófico” en el que reflexionar sobre cómo el pasado incómodo puede encajar en el presente de un edificio con tanta carga simbólica. Entre quienes asisten a la visita hay curiosidad y el convencimiento de que debe ser explicado. Entre quienes lo visitan por libre, la cosa cambia. Tres mujeres se enfadan ante la pregunta y cargan contra lo que a su juicio es “remover el pasado y politizar la historia”. “Franco ya no existe, lo que hay que hacer es olvidar”. A pocos metros, en las capillas laterales, miles de huesos traídos a la fuerza por el Franco que ya no existe esperan algún día ser rescatados. Se sabe que muchos no lo serán nunca mientras sus hijos, nietos y sobrinos les buscan. Qué menos que contar su historia.