Sobre Trump como Al Capone y Europa como república bananera

Sobre Trump como Al Capone y Europa como república bananera

Muerta la OTAN (hay que hacerse a la idea definitivamente), Estados Unidos reclama el dinero que le toca como banda mafiosa y, al tiempo, no pone reparos en que cualquier otra banda (digamos que la de Putin) actúe en el mismo barrio y se lleve también su parte

Smedley Darlington Butler (1881-1940) fue, y todavía es, el militar más condecorado en la historia de los Estados Unidos. Dio su actual forma al Cuerpo de Marines y guerreó en Cuba, Filipinas, China, México, Honduras, Nicaragua y Haití. Cuando se retiró como general, en 1935, pronunció un discurso titulado “La guerra es un latrocinio” que, debido a su éxito, fue ampliado para convertirse en un libro.

Los escenarios donde ganó la gloria dan una idea sobre el tipo de guerra colonial en que se especializó. Y tuvo el coraje de denunciarse a sí mismo. “He servido durante 30 años y cuatro meses en las unidades más combativas de las Fuerzas Armadas estadounidenses: la infantería de Marina. Y siento haber actuado durante todo este tiempo como bandido altamente cualificado al servicio de las grandes empresas de Wall Street y sus banqueros. En una palabra, he sido un pandillero al servicio del capitalismo”.

Conviene hacer una precisión sobre el título del libro, que en su original inglés era “War is a racket”. “Latrocinio” significa robo organizado por parte de una banda, generalmente con violencia o bajo amenazas. La palabra “racket” tiene en su origen un significado más concreto: el viejo negocio mafioso de la protección. Es decir, páganos para protegerte de nosotros mismos.

Por eso Butler dice: “Creo que podría haber dado algunos consejos a Al Capone. Él, como gangster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, operé en tres continentes”.

Cuando el escritor William Sidney Porter, más conocido por el pseudónimo O. Henry, acuñó en 1904 la expresión “república bananera”, se refería a los escenarios centroamericanos donde actuó Butler. Una “república bananera” venía a ser una dictadura implantada y sobornada por Washington para que oprimiera a la población y satisficiera, hasta los extremos más humillantes, los intereses de la poderosa United Fruit Company o los de cualquier otra multinacional estadounidense.

No resulta difícil argumentar que Donald Trump, en su segundo mandato, ha decidido ampliar el ámbito de las repúblicas bananeras. La bochornosa adulación recibida durante su visita al Reino Unido permite comparar a los Windsor y al primer ministro Keith Starmer con la familia Somoza de Nicaragua, siempre a las órdenes de Washington. Y qué decir de la Unión Europea, a la que saca más y más pasta (la promesa de invertir 600.000 euros en Estados Unidos es sólo la guinda del pastel) por la vía del “racket” más puro: pagad para protegeros de nosotros.

Antes, Europa pagaba para que Estados Unidos, disfrazado de OTAN, la protegiera de potencias como la Unión Soviética. Muerta la OTAN (hay que hacerse a la idea definitivamente), Estados Unidos reclama el dinero que le toca como banda mafiosa y, al tiempo, no pone reparos en que cualquier otra banda (digamos que la de Putin) actúe en el mismo barrio y se lleve también su parte. No le den más vueltas a los aranceles, a la exigencia de inmunidad fiscal para las empresas tecnológicas y demás abusos: todo es el viejo “racketeering”.

Mientras la Unión Europea va convirtiéndose en república bananera (faltan las dictaduras corruptas, pero esa articulación política no resulta necesaria mientras Bruselas y los gobiernos se sometan a las humillaciones y los tributos de rigor), el propio Donald Trump adopta las formas de un dictador bananero. Prohibición de la crítica (incluyendo la humorística), persecución de opositores, tropas en la calle, presión sobre la prensa y los jueces demasiado independientes, extorsión (véanse las demandas contra las empresas televisivas) y totalitarización del poder.

Todo ello, acompañado de la típica corrupción bananera. Según Forbes, durante el último año Trump ha ingresado unos 3.000 millones de dólares gracias a negocios, como las criptomonedas, patrocinados por la Casa Blanca. Eso significa que en su primer año de mandato ha casi duplicado su patrimonio. Le quedan al menos otros tres años. Quizá muchos más. Larga vida a las bananas.