
Los Moriarti emocionan con ‘Maspalomas’, una mirada a cómo los ancianos LGTB vuelven al armario en la residencia
Los cineastas vascos ofrecen su mejor película y apuntan al palmarés con un filme que pone el foco en la vida sexual de las personas LGTB en la tercera edad
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El cine, como reflejo de la sociedad, ha ido fijándose en los últimos años en historias que colocaban la lupa en temas que, hasta entonces, habían estado infrarrepresentados en las películas. Uno de esos temas tiene que ver con las historias sobre el colectivo LGTB; que han ido evolucionando y evitando clichés y estereotipos hasta encontrar otro tipo de narrativas y apuestas. Otro ejemplo claro es el tema de los cuidados y, concretamente, los cuidados a las personas de la tercera edad. Eternos secundarios, olvidados por los guiones y que empiezan a ser también el centro en filmes que han querido mostrar la realidad cuando uno envejece.
Sin embargo, pocas veces el cine ha unido esos dos círculos para mostrarnos la intersección. Sí, hemos visto títulos como Begginers, donde un padre contaba a sus hijos que era homosexual cuando tenía 75 años. Pero hay una pregunta que nadie se hace, ¿qué ocurre cuando una persona que ha vivido su identidad sexual de forma libre y hasta plena tiene que entrar en una residencia de ancianos?
Esa es la pregunta que se hacen los Moriarti, el trío vasco responsable de Marco o La trinchera infinita, en Maspalomas, su nuevo filme y, quizás, uno de los mejores que han realizado. En esta ocasión son Aitor Arregi y Jose Mari Goenaga los que dirigen esta película que cuenta la historia de Vicente, que abandonó a su hija para poder vivir su homosexualidad sin tapujos en la localidad canaria. Allí ha ido a sitios de cruising, a locales donde se practica sexo de forma abierta y ha conocido una forma de vida que termina de bruces cuando le da un ictus y tiene que volver a Euskadi para entrar en una residencia.
Se produce un proceso, como lo describen sus directores, de “vuelta al armario”. Uno que en el proceso de investigación de la película se dieron cuenta que sufrían muchas personas mayores cuando tienen que empezar a convivir con desconocidos en estos espacios. Las residencias como lugares asépticos y asexuales donde uno pierde su identidad. Sobre todo, la sexual. Vicente tendrá que convivir con señores que simpatizan con Vox y volverá a vivir la vergüenza y la represión cuando pensaba que ya había conquistado la libertad. Con Maspalomas los Moriarti realizan una de esas metáforas que tan bien se les da. Esa residencia sirve como espejo de todo un país cuyos derechos pueden estar en riesgo si no se cuidan, especialmente los del colectivo LGTB, con una extrema derecha en auge.
Arregi y Gonega parten en dos su película, con una primera que muestra la etapa en Maspalomas y el sexo gay sin tapujos, y con un estilo mucho más juguetón que de costumbre, para luego volver a una austeridad más reconocible en ellos cuando Vicente vuelve a la residencia. Salen triunfantes de una apuesta por la sensibilidad con la que se acercan a los temas, su capacidad para entrar en charcos y salir de ellos (pandemia incluida) y un reparto donde destaca un José Ramón Soroiz que debería ganar todos los premios este año.
Un regreso a los orígenes
En Maspalomas hay una clara voluntad de regresar a un cine más intimista que los Moriarti habían explorado en filmes como 80 egunean y Loreak, pero también un salto como cineastas en su dominio de la puesta en escena. Pocas horas antes de la puesta de largo del filme, Aitor Arregi y Jose Mari Goenaga confirman que para ellos sí había una voluntad de “volver un poco a nuestras dos primeras películas”. Una voluntad que era incluso política a la hora de retratar el presente, aunque subrayen que para ellos aunque hablen de otra época, siempre tiene que resonar con lo que ocurre en la actualidad.
Sin embargo, también piensan que están hermanadas con temas que han tratado en filmes más ambiciosos. “Al final es una película sobre el miedo a salir, y es un poco lo que simbolizaba la trinchera, y siempre creemos que hay un paso adelante porque para nosotros cada película nueva debe tener un reto nuevo, abordar un terreno nuevo”, explican. Goenaga reconoce que aunque no paren de decir que es un filme que aborda un proceso de volver a entrar en el armario empieza a pensar que “quizás es un poco simplista, porque los armarios nunca desaparecen del todo”.
La sociedad tiende a homogeneizar y te presupone heterosexual y presupone que si eres una persona mayor no vas a tener sexo
“En un momento dado te puede parecer que estás fuera, pero de repente te enfrentas a un nuevo entorno y a una nueva realidad y vuelves a estar dentro. Vivimos en una sociedad que tiende, salvo que seas muy famoso y todo el mundo te conozca y sepan cómo eres, a homogeneizar y te presupone heterosexual y te presupone que si eres una persona mayor no vas a tener sexo o no tienes impulsos sexuales. Para nosotros la residencia era un poco una metáfora de eso. Y al final depende de ti un poco levantar la mano y decir ‘soy diferente’. Y en sitios como este te enfrentas a una realidad donde se ejerce una especia de violencia estructural, La película reflexiona sobre donde empiezan y donde terminan esos armarios”, añade Goenaga.
Un armario que es también ideológico, ya que Vicente se encuentra con un compañero simpatizante de Vox que le constriñe su identidad sexual y política. Aitor Arregi explica que ese elemento era importante para esa autocensura de Vicente, porque si hubiera sido más amable la película hubiera ido por otros derroteros. “Genera una situación diríamos que metafórica, porque cuando él se mete en el armario, también estamos hablando de la involución de las conquistas sociales”, apunta Arregi.
Para el cineasta vasco uno de los retos era el tratamiento de las escenas de sexo. Unas escenas que muestran cuerpos que normalmente tampoco se ven en el cine. “El tema del sexo era inherente, y además luego queríamos hablar del sexo en la tercera edad, un tema sobre el que hay tabús y clichés. Era un reto y teníamos que decidir cómo lo íbamos a rodar y hasta qué punto queríamos ser explícitos o no”, recuerda. Para ello recurrieron a los coordinadores de intimidad, una figura que defienden y reivindican. Sabían que “el sexo era importante porque está en la base del conflicto del personaje”, y junto a los coordinadores vieron la forma. “Parece una chorrada, pero se sientan contigo y te preguntan, ¿vais a querer ver penes erectos o no?, ¿o que se vea esto otro? Y te recomiendan cosas. Es una intermediación y te dan soluciones. Igual que hay un coreógrafo de peleas es normal que lo haya aquí”, opinan ambos.
El resultado son unas escenas de sexo naturalistas, pero también hermosas, que enseñan cuerpos no canónicos y que aportan una fuerza narrativa a la primera gran contendiendo a la Concha de Oro de este Festival de Cine de San Sebastián.