
Lucha de generaciones
No somos los ‘boomers’ los culpables de las burbujas inmobiliarias de las últimas décadas. ¿Por qué no responsabilizar más bien a las constructoras, los bancos, los fondos buitre y otros especuladores, esto es, al capitalismo salvaje? ¿Por qué no señalar a los ayuntamientos, comunidades autónomas y gobiernos centrales que no han hecho nada para desinflar tales burbujas?
Conflicto generacional, un debate tramposo
No creo que los jóvenes de hoy en día vayan a solucionar sus problemas siendo beligerantes con sus padres y abuelos por el hecho de que cobren una pensión de jubilación y dispongan de una vivienda en propiedad. Sospecho que la llamada “lucha de generaciones” es una de las nuevas cortinas de humo inventadas por los laboratorios de ideas del capitalismo salvaje. Una idea adoptada aquí, probablemente sin malicia, por gente deseosa de hacerse la modernilla.
Las pensiones públicas son perfectamente sostenibles si los jóvenes exigen a los gobernantes unas cuantas medidas. Rosa María Artal las enunció aquí hace unos días. Se trata de aceptar de buen grado una inmigración regulada que reponga y amplíe el número de trabajadores cotizantes, justo lo contrario de lo que predica la ultraderecha. Y de aplicar asimismo una mayor presión fiscal a las grandes fortunas y las grandes empresas. Si aportaran a la hacienda pública como lo hacemos los trabajadores, daría para las pensiones y mucho más.
Esto último es, precisamente, lo que no quieren las derechas, la ultra y la que antiguamente se pretendía moderada. De hecho, queridos miembros de las generaciones Milenial y Z, los Boomers ya soportamos campañas publicitarias anunciando que no cobraríamos pensiones, instándonos a que suscribiéramos planes privados de jubilación. En muchos casos, esos planes jamás revalorizaron nuestras aportaciones: habían sido invertidos en productos basura.
No voy a rehuir el asunto de la vivienda. No hace falta que ningún listillo me diga que este es el principal problema de los Milenial y Z, lo descubrí a través de mis hijas. En este diario he escrito artículos pidiendo al Gobierno de España que actúe con contundencia ante esta gravísima crisis. Y, el 13 de octubre de 2024, me manifesté en Madrid, junto a decenas de miles de ciudadanos, en defensa del derecho a una vivienda digna a un precio asequible. Por cierto, los boomers éramos numerosísimos en esa marcha. Salimos a la calle una vez más. En defensa de nuestros hijos y nietos.
Los propagandistas de la “lucha de generaciones” tienden a dar la impresión de que a los boomers casi nos regalaron los pisos. Es una chorrada monumental. Los compramos trabajando diez o doce horas diarias, seis o siete días a la semana, en muchos casos con pluriempleo. Los compramos ahorrando y renunciando a gastarnos demasiado en ocio y viajes en los que eran nuestros mejores años. Y pagando con frecuencia intereses altísimos.
Los precios, ciertamente, eran menores, hasta tres o cuatro veces más baratos. Pero no somos los boomers los culpables de las burbujas inmobiliarias de las últimas décadas. ¿Por qué no responsabilizar más bien a las constructoras, los bancos, los fondos buitre y otros especuladores, esto es al capitalismo salvaje? ¿Por qué no señalar a los ayuntamientos, comunidades autónomas y gobiernos centrales que no han hecho nada para desinflar tales burbujas? Si las generaciones jóvenes buscan enemigos, ahí los tienen.
Si me permiten un consejo, les recomendaría a las jóvenes generaciones que luchen por salarios más altos en empresas que obtienen inmensos beneficios. Hagan huelgas si es preciso, nosotros las hacíamos. No compren esa fruta podrida que afirma que, en una huelga, lo prioritario es el derecho del esquirol a trabajar, no el de la mayoría a ser una piña. No se dejen llevar por el consumismo desaforado, menos compras de productos prescindibles, menos viajecitos de finde a Praga o Marrakech para celebrar un cumple. Sean más sobrios y ahorradores, como sus padres y abuelos cuando se compraron el piso.
¿Consejos viejunos? Llámenlo como quieran, no me ofendo. Hay cosas que son antiquísimas y siguen siendo verdaderas. Como que la tierra es redonda y gira alrededor del sol. Como que no se conquista nada sin lucha. Los Boomers españoles crecimos en una dictadura donde no se podía follar con quien quisieras, no se podía ser gay, lesbiana o transexual, no se podía leer el libro o ver la peli que te apeteciera, no se podía decir en la tele lo que pensabas y no se podía votar a quien te diera menos rabia. No responsabilizamos de ello a nuestros hijos y nietos, faltaría más. Pero millones de nosotros luchamos para que España, la nuestra y la de nuestros descendientes, tuviera derechos y libertades.
Son esos derechos y libertades los que ahora permiten a algunas promover la memez de la “lucha de generaciones”. Como si todos los boomers fueran iguales, como si entre ellos no hubiera quien tiene un patrimonio millonario y quien cobra una pensión por haber trabajado décadas en una mina. Como si todos los milenials y Z fueran lo mismo, como si no hubiera entre ellos pijos del barrio de Salamanca y riders de Vallecas. Las clases sociales existen, chavales. Haber nacido en una familia de rentas bajas o medias es lo determinante a la hora de no poder comprarte un piso porque los precios están por las nubes.
Al vendedor le importa un bledo tu edad, lo que quiere es tu dinero. Y sí, un gran sí, los hijos de las clases populares y medias no pueden ahora comprarse un piso en España, los precios están al alcance tan solo de gente adinerada local o inversores extranjeros. Luchen, pues, los milenials y los Z por su derecho a la vivienda. Actúen políticamente, desde la manifestación callejera al voto, pasando por la desobediencia, para exigir a los gobernantes que regulen ese mercado. Que promuevan la construcción de viviendas protegidas y pongan límites a aquellas de iniciativa privada.
No he votado jamás a Ayuso, Almeida, Abascal o Alvise, a los que no escucho proponer medidas para frenar la subida de los precios del alquiler y la compraventa. Derechosos que hacen la auténticamente trasnochada apología del libre mercado en materia de vivienda. Y he sido, y sigo siendo, muy crítico con unos socialistas demasiado acobardados en este y otros asuntos.
No se cambia el mundo dando likes en las redes sociales. Estoy muy de acuerdo con lo que ha escrito Luz Sánchez Mellado, compañera mía durante años en El País: “No estaría de más que los jóvenes salieran a quemar lo que quiera que sean ahora los palés exigiendo casa, sueldo y trabajo dignos a los verdaderos poderosos, en vez de lloriquearnos sus penas, enfrentar a las generaciones y culpar a sus mayores de todos sus males, como quiere el sistema”.
Les parecerá viejuno a los modernillos, pero quemar palés sería más eficaz que culpar a los boomers que ayudan a sus hijos con sus pensiones o los albergan todavía en las casas que compraron con el sudor de su frente a finales del siglo pasado.