Crónica de una sardina en lata que viaja en hora punta por el Metro de Madrid: «Es la pesadilla de un claustrofóbico»

Crónica de una sardina en lata que viaja en hora punta por el Metro de Madrid: «Es la pesadilla de un claustrofóbico»

Ni leer de pie, ni repasar apuntes o escribir por el móvil distraen del colapso en los vagones durante el trayecto al trabajo o la universidad. En plena semana de alta saturación en el suburbano vuelven a contratarse ‘empujadores’ para regular el tránsito y el enfado entre pasajeros se palpa cada vez más

Metro de Madrid recupera a los ‘empujadores’ para abarrotar sus vagones y paliar las aglomeraciones en los andenes

Durante casi dos horas de trayecto en diferentes líneas del Metro de Madrid nadie entra a cantar con altavoz, pedir limosna o vender pañuelos y chupa-chups. Es temprano y, además, no cabrían ni aunque lo intentaran. La saturación diaria del suburbano (en una capital cuya población crece a pasos agigantados) se ha convertido en la noticia de cada mañana, especialmente desde que la vuelta al cole en septiembre se topó con un nuevo tramo de la línea 6 cerrado hasta final de año. Son las 7.32 del primer miércoles de octubre. El interior del vagón huele a sudor, sofoca por la multitud y alberga disputas recurrentes para entrar o salir.

Cogemos la línea 5 en la estación de Oporto, dirección Alameda de Osuna, y aunque aún queda espacio para caminar ya es imposible encontrar asientos libres. Toca esperar de pie en los 30 minutos que quedan hasta Alonso Martínez, donde los empujadores vuelven a las andadas en un intento de controlar el caos ferroviario. “¡Dejen salir primero! ¡Dejen salir!”, gritan dos operarios con chalecos reflectantes desde el andén, tratando de agilizar el paso entre los envites que se producen en cada puerta del vehículo. La gente está enfadada. “¡Si los de dentro abrieran el hueco, sería más fácil!”, responde al aire con tono frustrado un hombre trajeado, que casi pierde su maletín en el intento.

Da la espalda a los trabajadores y continúa su trayecto subiendo a pie las escaleras mecánicas, ya que había cola para ascender quieto en el lado derecho. La red suburbana, que depende del Consorcio Regional de Transportes, ha desplegado en los últimos días a unos 120 empleados en las estaciones más abarrotadas para ayudar a distribuir viajeros o evitar acumulaciones si hay espacio libre. La oposición se ha lanzado en masa contra Isabel Díaz Ayuso por esta solución a medias. Más Madrid y PSOE reprocharon a la presidenta autonómica que utilizara un “parche” como los empujadores –nombre coloquial que reciben estos trabajadores, que invitan a entrar al vagón desde los andenes– para solventar el colapso en algunos trayectos.

“Y eso que los políticos rara vez cogen el metro, porque para mí ir como una sardina en lata es ya el pan de cada día”, resalta Andrea mientras espera a la línea 10 en Alonso Martínez, después de abandonar la L5. Para ella, los viajes al trabajo cada mañana son “la pesadilla de un claustrofóbico” y, aunque es joven y goza de buena salud, confiesa que a veces se cansa o llega a marearse. A las 8.19, ya dentro de la ruta de color azul oscuro, un joven intenta ceder su asiento a una mujer embarazada que finalmente desistió en el intento al no poder atravesar la marabunta y llegar al banco para reposar.


Una multitud baja del metro en la estación de Gregorio Marañón este miércoles a las 8.04 horas

Los cambios de temperatura tampoco ayudan, pues a primera hora del día contrasta el frío de la calle con el sofoco que uno halla nada más bajar las escaleras. La siguiente parada es Gregorio Marañón, que enlaza con la L7. Esa mañana hubo colapso en algunos puntos de la línea naranja, sobre todo en Avenida de América. Desde bien temprano estaba allí Raquel, que a las ocho se encontró con unos operarios bloqueando el paso a la línea 7 después de una espera de 10 minutos con “trenes vacíos pasando y sin coger a nadie”, según su testimonio.

“El andén estaba lleno de gente que no había podido entrar y el siguiente metro se anunciaba para dentro de seis minutos. Para cuando entró en la estación, ya no dejaban subir a gente”, explica a Somos Madrid. Al final, cambió de planes y entró a un autobús “igual de hacinado”, con calefacción encendida y las ventanas cerradas: “Por lo menos este se mueve”. Cabreada por la situación, Raquel publicó una imagen en redes donde se veía una cola humana que aguardaba junto a las escaleras, taponadas por un trabajabador vestido de amarillo reflectante. No pasó mucho tiempo hasta que el propio de ministro de Transportes, Óscar Puente, se hizo eco de su periplo.

“Un día más en la tierra de la libertazzz”, ironizó el ministro en un claro dardo a Ayuso. No todas las respuestas a ese comentario le beneficiaron, pues hubo quienes reprocharon que una parte del colapso en el metro también se debe a los habituales retrasos o cortes del servicio de Cercanías, que gestiona Renfe y dependen de su departamento. Bromas aparte, la situación sobre el terreno revela una infraestructura incapaz de contener el tráfico diario de viajeros que asisten en hora punta a sus centros de trabajo o estudio.

Lo del metro por las mañanas luce como un show de contorsionismo en el Circo del Sol

Marina
Usuaria de metro en la línea 5

Otros usuarios narran su inicio de esta misma jornada desde distintos puntos de la ciudad. Marina se plantó a las 8.15 horas en la estación de Acacias. Cada día monta en la línea 5 hasta Suanzes. El trayecto dura unos 35 minutos y esa mañana no logra entrar en el primer Metro que se encuentra, a las 8.23. “Voy a esperar al siguiente, porque va petado y no quepo”, pensó, sabiendo que aún le quedaba margen pero tampoco podría dormirse en los laureles si quería llegar a tiempo al trabajo. Afortunadamente el siguiente tren llegó en dos minutos y esa vez pudo acceder. “¡Éxito!”, escribe en un mensaje de texto a otra amiga con la que chatea, a quien comenta con alegría que “incluso caben cinco personas más si te apuras”. No tarda en desesperarse.


La línea 5 en dirección Alameda de Osuna, llena este miércoles en hora punta

A las 8.34, atravesando la zona centro, comienza lo que ella llama un “show del contorsionismo”. Gritos de “¡dejen salir antes de entrar!” empiezan a oírse al poco de abrir las puertas, lo que a Marina le resulta algo irónico: “No es tan fácil hacerlo. En Callao la cosa ya se vuelve interesante, pero es que en Gran Vía es directamente imposible. Mucha gente queda fuera del vagón y es complicado pasar entre tanto barullo”. Cuando el reloj marca menos veinte aterriza en Alonso Martínez, donde todo empeora. “Es en momentos como este cuando cobra fuerza la idea de comprarme un coche. Me comeré atascos, sí, pero al menos no tendré que respirarle encima al de al lado”, reflexiona.

Ya es difícil que una señora mayor se acerque a los asientos reservados. No porque no quiera, sino porque no puede

Simón
Recorre 30 minutos en metro cada mañana

Simón, que a las 7.55 horas hacía parada en Marqués de Vadillo –también iba al trabajo–, contempló los esfuerzos de una mujer mayor por acercarse a los asientos reservados, sin éxito. “No es porque no quiera, sino porque no puede”, intuye en declaraciones a este periódico. Sus oficinas están en Ventas y cada mañana recorre una media hora de metro. Hace menos de un año que vive en Madrid y le cuesta comparar la saturación actual con otros momentos anteriores, pero conoce bien los apretujones a primera hora. A las ocho en punto atraviesan Puerta de Toledo y la gente de fuera recorre el andén en busca del vagón con más hueco. En La Latina una veintena se queda fuera y en la siguiente estación, Ópera, bajan bastantes aunque dentro siguen encogidos.

Ya en Gran Vía logra entrar gente nueva por primera vez, aunque “por muy poco” según el relato de Simón. Los que caben en el interior del vagón pasan la espera entre empujones involuntarios y sortean el trayecto como pueden. Las distracciones abundan: unos escuchan música o la radio con sus cascos inalámbricos y otros repasan apuntes, escriben por el móvil o leen de pie mientras apoyan su espalda en la pared. A las 9.30, con el tumulto ya desinflado, la gente camina más distendida por la estación de Alonso Martínez, donde un violinista deleita a los viajeros con una versión de My Way, “mi camino”, de Frank Sinatra.

Estos días también se celebra en el recinto de Ifema una enorme feria con cierta afluencia, la Fruit Attraction, que llena varios pabellones entre el 30 de septiembre y el 2 de octubre. Pero en grandes metrópolis como Madrid no termina un gran evento sin que tarde otro en empezar, por lo que la demanda para desplazarse siempre es alta. Pese a los vaivenes políticos, tanto el Gobierno regional como el municipal han tenido contactos con el Ministerio de Óscar Puente en aras de buscar una solución al colapso cada vez más evidente. A la salida de la boca de metro, ya sin tanto ajetreo, un empleado de limpieza se teme lo peor: “Verás cómo empeora cuando vuelvan las lluvias”.