El regalo de compartir universo con Jane Goodall: “Estar con ella significaba sentir que el futuro era posible”

El regalo de compartir universo con Jane Goodall: “Estar con ella significaba sentir que el futuro era posible”

El primatólogo Miquel Llorente recuerda el principal el legado de la activista y científica recién fallecida: tender puentes entre ciencia y sociedad, entre conocimiento y acción, entre el respeto por los animales y la urgencia de preservar la vida en todas sus formas

Muere Jane Goodall, experta mundial en chimpancés e icono de la ecología del siglo XX

La primera vez que me encontré con Jane Goodall en persona fue en 2007, durante una visita a las excavaciones del Abric Romaní de Capellades (Barcelona). Allí se daban cita algunos de los grandes de nuestra ciencia, como Eudald Carbonell o Marina Mosquera, ambos vinculados al proyecto de Atapuerca. En aquel entorno cargado de historia y preguntas sobre nuestros orígenes, su presencia alteró la atmósfera desde el momento en que salió de su vehículo. 

Ella apareció como quien no necesita presentación. Su sola presencia modificaba el ambiente: las conversaciones se ralentizaron, las miradas convergieron en ella y, de algún modo, el tiempo parecía transcurrir más despacio. Era como si irradiara una serenidad que obligaba a detenerse. Jane poseía esa capacidad de atraer sin imponer, de unificar sin dominar, de recordarnos que lo verdaderamente esencial no éramos nosotros, sino aquello que nos reunía: la ciencia, el conocimiento, el interés por comprender el origen del ser humano y de nuestra propia naturaleza, los animales, el planeta.

Esa fue siempre la esencia de Jane Goodall. Más allá de la primatología, más allá incluso de la conservación, lo que proyectaba era una forma de esperanza. Estar con ella significaba sentir que el futuro era posible. Tenía la rara virtud de sembrar semillas en cada persona que la escuchaba: semillas de ilusión, de compromiso, de acción. Y esas semillas germinaban tanto en grandes proyectos de conservación como en gestos cotidianos. 

Más allá de la primatología, más allá incluso de la conservación, lo que proyectaba era una forma de esperanza. Estar con ella significaba sentir que el futuro era posible

Pienso en las dedicatorias que solía escribir en sus libros: “Follow your dreams”, “Every individual matters”, “Together we can make a difference” (Sigue tus sueños, Cada individuo importa, Juntos podemos marcar la diferencia). Frases sencillas y humildes que, sin embargo, se transformaban en motores de cambio para quienes las recibíamos. Su iniciativa Roots & Shoots, nacida en 1991, es prueba de ello: un movimiento juvenil que ha movilizado a generaciones enteras para pasar de la admiración a la acción, de la preocupación a la transformación.

Derribó muros con humildad

En lo científico, Jane fue una pionera indiscutible, pero también una valiente. Atreverse a proclamar en los años sesenta que los chimpancés usaban herramientas, que tenían culturas propias, que mostraban personalidades diferenciadas, que sentían emociones complejas y que poseían una inteligencia innegable no solo era innovador, era arriesgado. La comunidad científica permanecía anclada en un paradigma rígido que negaba tales posibilidades. 

Hoy hablamos e investigamos la cultura animal, la personalidad, la cognición o la vida emocional en primates como algo evidente. Entonces, eran términos casi prohibidos. Ella, con paciencia infinita y un respeto inquebrantable, se atrevió a derribar esos muros. Lo hizo con la delicadeza y la humildad que la caracterizaban, pero también con una firmeza interior que la sostenía frente a las críticas. Esa combinación, aparentemente opuesta, era parte de su fuerza: ternura y coraje en una misma persona.

Es cierto que fue acusada de antropomorfismo, de proyectar cualidades humanas en los animales. Pero también lo es que, sin esa capacidad de reconocer en los chimpancés intenciones, emociones y memorias propias, quizás nunca habríamos dado el salto de comprensión que hoy nos resulta natural. Ese “exceso” de empatía fue, en parte, el precio que pagamos por acercarnos de verdad a ellos.

Su figura, tan poderosa, eclipsó en ocasiones a otros pioneros de su tiempo. Pienso en Biruté Galdikas, la última superviviente de las “Trimates” elegidas por Louis Leakey, dedicada a los orangutanes. 

Pienso también en nuestro querido —y admirado mentor— Jordi Sabater Pi, casi desconocido fuera de la primatología, pero pionero en el estudio de los chimpancés y co-descubridor del uso de herramientas, con un artículo en Nature en 1969 que se sumaba a los de Suzuki (1966) y la propia Goodall (1964). 

La primatología nunca fue en sus manos un fin en sí mismo, sino un medio para recordarnos algo más profundo: que compartimos el planeta con seres sensibles, inteligentes y complejos

Fueron descubrimientos convergentes que transformaron nuestra manera de entender a los animales y, con ello, a nosotros mismos. Y, sin embargo, el magnetismo de Jane relegó a un segundo plano a muchos de estos investigadores. No porque ella lo pretendiera, sino porque su mensaje trascendía lo estrictamente científico.

Para quienes coincidimos con ella, la primatología nunca fue en sus manos un fin en sí mismo, sino un medio para recordarnos algo más profundo: que compartimos el planeta con seres sensibles, inteligentes y complejos; que nuestra singularidad no nos otorga carta blanca para destruir, sino una responsabilidad mayor para proteger. Esa fue su verdadera revolución: tender puentes entre ciencia y sociedad, entre conocimiento y acción, entre el respeto por los animales y la urgencia de preservar la vida en todas sus formas.

Hoy su ausencia deja un vacío inmenso. Pero también nos queda la certeza de que su legado no desaparece, sino que se multiplica en quienes escuchamos sus palabras

A los que tuvimos la fortuna de compartir un momento con ella —ya fuese una comida, una charla, una conferencia multitudinaria— nos queda la impresión de haber estado frente a alguien que transformaba lo invisible en tangible. Hoy su ausencia deja un vacío inmenso. Pero también nos queda la certeza de que su legado no desaparece, sino que se multiplica en quienes escuchamos sus palabras, leímos sus libros o compartimos con ella, aunque fuera un instante. 

En miles de científicos, divulgadores, activistas y personas anónimas que siguen regando esas semillas que ella plantó. Jane Goodall no solo cambió la primatología. Cambió nuestra forma de mirar el mundo. Y ese es un regalo que seguirá inspirando a generaciones enteras, un motivo de esperanza compartida.

Miquel Llorente es director del Departamento de Psicología de la Universitat de Girona y miembro del grupo de investigación Comparative Minds