La escuela de teatro con presos republicanos que montó el cuñado del presidente Azaña en el penal de El Dueso

La escuela de teatro con presos republicanos que montó el cuñado del presidente Azaña en el penal de El Dueso

Cipriano Rivas Cherif defendió el espíritu de La Barraca mientras estuvo preso en Santoña y organizó una compañía de actores aficionados que protagonizaron 44 representaciones

Memoria histórica – Santiago Montes, el pintor del silencio: de pasar ocho años escondido en el desván a reconocido copista del Museo del Prado

El día que Cipriano Rivas Cherif salió de la cárcel en 1946 dejó un retrato suyo al óleo aún fresco y una compañía de teatro formada por presos políticos. Hamlet les hizo soñar que eran libres. Comunistas y republicanos titiriteros se subieron a las tablas en el lóbrego escenario de represión. Fue una experiencia singular y conmovedora, una lección vital que abrió una grieta de luz y libertad a quienes estaban privados de ella en la oscuridad del penal de El Dueso en la localidad cántabra de Santoña. Hasta el obispo de la época asistió a las representaciones de aquel oxímoron: un teatro “preso y libre”, como decía el propio creador.

El cuñado del presidente de la República Manuel Azaña fue un reconocido dramaturgo y director de teatro que organizó una sorprendente resistencia cultural en la prisión franquista a orillas del Cantábrico. Hasta el propio régimen acabó por reconocer la oficialidad del Teatro Escuela de El Dueso que montó con la aspiración de mantener el espíritu de La Barraca de Federico García Lorca y las misiones pedagógicas del Ministerio de Instrucción de la efímera República.

Más allá de una simple representación de obras teatrales, su labor fue reconocida por el Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo y dio origen a la ‘Escuela de orientación profesional en las artes y oficios del Teatro español’, que pretendía capacitar para el ejercicio profesional de las diversas especialidades teatrales.


Información en la prensa de la época sobre el Teatro Escuela de El Dueso.

No fue una compañía de aficionados. El grupo de 30 presos que se sumó con entusiasmo a la iniciativa estudiaba Técnica del actor, Historia del teatro español, Teoría y práctica de la literatura dramática y Escenografía y oficios auxiliares. Un catálogo de asignaturas que impartía el propio Cipriano Rivas Cherif entre los muros de la cárcel. Aprendían a impostar la voz, oratoria, hacían gimnasia rítmica e improvisación escénica. Se trataba además de que hubiese una rotación entre el actor y el apuntador, de tener nociones de sastrería y del oficio del regidor. Hacer, en suma, un espacio de convivencia y cooperación.

Rivas Cherif (Madrid, 1891- México, 1967) fue un intelectual polifacético que estudió para ser abogado pero desistió de esa aspiración paterna cuando se le cruzaron el teatro y la literatura. Fue poeta, novelista, editor de revistas, periodista y antes de estallar la Guerra Civil ya era un reputado director de escena: su viaje a Italia para hacer el doctorado le puso en contacto con la ópera y con las técnicas teatrales del revolucionario director Gordon Craig.

De vuelta en España conoció a Manuel Azaña en el Ateneo de Madrid -después se casó con su hermana- y se estrenó en escena con el montaje de ‘Fedra’, Miguel de Unamuno. Fue un director y creador de teatro de vanguardia que llegó a dirigir durante cinco temporadas la compañía de Margarita Xirgou. Apostó por Lorca, Valle-Inclán, Rafael Alberti o Alejandro Casona con cuidadas escenografías, montajes espectaculares de títulos como ‘El gran teatro del mundo’, ‘El alcalde de Zalamea’, ‘Fuenteovejuna’, ‘Medea’, ‘Divinas Palabras’, ‘Bodas de sangre’ o ‘Yerma’ que en ocasiones se representaban al aire libre.


Federico García Lorca, Margarita Xirgú y Cipriano Rivas en Valencia en el año 1935.

Viaje a México y Guerra Civil

En enero de 1936, en el ruido previo del final de la República, Rivas Cherif viajó a México con la actriz Margarita Xirgu, a quien habían retirado la gestión del Teatro Español. Salieron del puerto de Santander en el buque alemán ‘Orinoco’ tras haber representado ‘La dama boba’ y ‘Yerma’ en la ciudad.

Estaba previsto que les hubiese acompañado Lorca, que a última ahora decidió quedarse en España sin saber entonces que esa sería su condena a muerte. Se despidieron el día antes en Bilbao. El poeta se fue a Madrid. Ellos iniciaron una gira de seis meses de la que Margarita nunca volvió. Rivas Cherif regresó cuando estalló el golpe de estado para defender la República.

La Guerra Civil lo truncó todo y, señalado por su vínculo de amistad y familiaridad con Manuel Azaña, se exilió a Francia. Allí fue secuestrado en su casa por la Gestapo alemana y agentes franquistas en julio de 1940 al no hallar a Azaña, hospitalizado en ese momento. Le entregaron a las autoridades de la dictadura en Hendaya y le condenaron a muerte, pena que rebajaron a 30 años de prisión. 

Rivas Cherif habitó once cárceles hasta que llegó al penal de El Dueso en Cantabria en septiembre de 1942 y convirtió el patio gris de la cárcel en el escenario de ‘La guardia cuidadosa’ de Miguel de Cervantes, la primera obra que representó aquella compañía de presos políticos que fundó para combatir el desamparo de aquella intemperie.


El dramaturgo Cipriano Rivas Cherif.

En realidad era bastante habitual que en las cárceles hubiese grupos artísticos, coros rondallas y cuadros artísticos que con ocasión de algunas festividades escenificaban algunas obras. En El Dueso ya había un grupo de aficionados al teatro: algunos presos reconocieron al gran director de escena y le pidieron que se pusiera al frente. Finalmente, Rivas Cherif venció sus reparos -no quería colaborar con el régimen- y se implicó en la misión.

El director del Penal colaboró en la iniciativa

Las funciones se hacían de modo profesional, con las lógicas limitaciones de la época y situación para representar los papeles -todo eran hombres, evidentemente- y confeccionar vestuario y decorado, en la medida de las posibilidades. Organizó hasta un taller de sastrería y se construyó lo que se denominó entonces una cúpula Fortuny, una bóveda en forma de semicírculo, una especie de concha que abrigaba el escenario para crear efectos de iluminación sin sombras.

En un repertorio que en cuatro años representó 44 obras recurrieron a títulos como ‘Los baños de Argel’ de Cervantes; ‘El alcalde de Zalamea’, ‘La vida es sueño’ y el auto sacramental ‘El gran Teatro del Mundo’ de Calderón de la Barca, ‘Los intereses creados’ de Benavente o ‘Hamlet’ y ‘El mercader de Venecia’ de William Shakespeare. Los más de 30 presos que se unieron a la experiencia, y que convivían entre sí separados de otros reclusos, se atrevieron a poner en escena la zarzuela de ‘La Dolorosa’ y el teatro de títeres de ‘El retablo de Maese Pedro’.

El éxito de aquella iniciativa provocó la entusiasta implicación y colaboración del propio director del penal, Juan Sánchez Ralo, obviamente al servicio de los franquistas, y las representaciones acabaron, incluso, por abrirse al público con ocasión de las festividades religiosas. Vecinos de Santoña, monjas con sus tocas aladas blancas y familiares llenaban el improvisado patio de butacas para asistir a la función.

Hicieron, eso sí, algunas concesiones al franquismo, como subir al escenario alguna obra de Jose María de Pemán. Aunque, en realidad, Rivas Cherif se decidió a formar a los presos políticos para utilizar el teatro como acción social. Al tiempo, la notoriedad del Teatro Escuela de El Dueso fue tal que hasta Jacinto Benavente escribió -a petición de Cipriano- una pequeña obra, ‘Espejo de Grandes’, que se estrenó entre los muros de la cárcel.

Un final trágico

Todo se quebró con el traslado del director del penal a la prisión de Porlier. Su sucesor no tuvo ninguna sensibilidad. El teatro le parecía un privilegio para los presos comunistas, con quienes obviamente no simpatizaba, y por tanto no estaba dispuesto a tolerar. Destruyó la cúpula y acusó a Rivas Cherif de estar implicado en un complot comunista. Una farsa que utilizó como excusa para confinarle en una celda de castigo donde pasó once meses incomunicado, entre el 8 de junio y el 27 de julio de 1945.

En aquella soledad escribió sus memorias en El Dueso y otro libro, ‘Cómo hacer teatro’, que resume su experiencia escénica. “He hecho la cuenta un poco grosso modo, pero sin exageración, al contrario, quizá calculando de menos, y en estos siete meses y medio he llenado treinta y ocho cuadernos como este, que hace un total de 1.520 páginas. He leído en el mismo tiempo 150 volúmenes […] o sea unas 45.000 páginas de letra imprimida que me he metido en el cuerpo”, desvela en sus memorias.

Las últimas semanas de encierro Rivas Cheriff las pasó en la cárcel provincial de Santander. Allí posó para los pinceles de otro preso político, el pintor cántabro Santiago Montes, que había pasado ocho años encerrado en el desván de su casa por miedo a la represión. Montes le hizo un retrato al óleo que Cipriano nunca llegó a ver terminado, que abandonó allí y que hoy expone el Museo de Arte de Santander. En ese cuadro asoma un hombre de rostro serio y gafas redondas abrigado con un grueso chaquetón marinero de doble botonadura que sostiene un libro en su mano izquierda.

Salió en libertad provisional en el verano de 1956, tras seis años de cárcel. Pasó una breve temporada en Madrid, pero inquieto por los acontecimientos, se marchó al exilio desde el puerto de Cádiz. Ese mismo día, antes de subir al barco, se dictó una nueva orden de arresto contra él que le pilló en el Atlántico, fuera del radar de la policía franquista.

El teatro que unió dos bandos

En el espejo de la rivalidad de los dos bandos que abrió la Guerra Civil existió una estrecha trinchera, el refugio moral efímero del teatro donde las personas superaron el odio y la revancha.

“Su entusiasmo y creatividad incorruptibles han dejado huella en mi rutina diaria, tan habituada a la oscuridad de la prisión, pero huérfana definitivamente de semejante lucidez”, escribía emocionado el antiguo director a Cipriano Rivas. “No imagina el pesar que me produjo la noticia de que todo cuanto logró el Teatro-Escuela (tablado, tramoya y cúpula) fue desmantelado al poco de efectuarse mi traslado, en marzo de 1944”, lamenta en aquella carta Juan Sánchez Ralo.

La despedida de aquel director de El Dueso concluye expresando lo siguiente: “Sé que las personas de razón lo recordarán a usted como un insigne hombre de teatro, no como un reo político. Las consecuencias de nuestra guerra nos declararon enemigos, pero el amor al teatro nos reunió como hermanos”.