
Vivir es político
Hay un discurso muy extendido que me molesta sobremanera, aquel que dice que los políticos son todos iguales, que da igual si están unos o si están otros porque total, en qué van a cambiar nuestras vidas
Hace unos días el Ayuntamiento de Madrid aprobó una medida que obliga a las mujeres que acuden a abortar a los hospitales a ser informadas, o más bien advertidas, de un síndrome inexistente, un supuesto trauma inventado que no cuenta con ningún respaldo científico. En otras palabras, mentir a las mujeres para amedrentarlas. Y lo que me parece aún más grave: disponer que estas mentiras provengan del personal sanitario, de esos profesionales a los que confiamos nuestros cuerpos, nuestra salud, nuestra vida, lo más íntimo y valioso que tenemos.
Tan solo un día después, el propio alcalde de Madrid reconoció públicamente que dicho síndrome no está avalado por la ciencia y que, por tanto, la obligación pasa a ser un “ofrecimiento”. Lo llaman cuidado, protección, estar a favor de la vida. El supuesto trauma ha sido utilizado durante décadas por grupos ultracatólicos que se dedican a increpar y culpabilizar a las mujeres a las puertas de las clínicas. Y yo me pregunto: ¿qué vidas protegen?
En los mismos días hemos conocido en Andalucía un dato que me hiela la sangre. La Junta reconoce que unas 2.000 mujeres han recibido retrasos de hasta dos años en sus diagnósticos de cáncer de mama. Estamos hablando de mujeres que han sido avisadas cuando el cáncer estaba en un estado avanzado, mujeres que podrían haber recibido un tratamiento temprano.
No escuchamos a estos autodenominados grupos provida defender la única herramienta que realmente puede salvarla: la sanidad pública. No los vemos pidiendo una dotación de recursos para la detección precoz de enfermedades, para poder recibir tratamientos y cirugías sin listas de espera interminables. No los oímos alzar la voz cuando se desmantelan los servicios públicos y curarse o no, sobrevivir o no, pasa a ser una cuestión de capacidad económica. ¿Dónde queda entonces la defensa de la vida?
No podemos desvincularnos de la política porque esta atraviesa lo más profundo de nuestra existencia. Está en nuestras casas, en nuestros cuerpos, en nuestras horas de trabajo y en las de descanso, en nuestros barrios, en nuestros paseos, en la sombra de nuestras calles, en la tienda de enfrente, en nuestra salud mental, en los colegios de nuestros hijos y las residencias de nuestros abuelos
Quizá no tenga tanto que ver con esa supuesta defensa y sí con una palabra que parece haber quedado antigua, en desuso: ideología. Escucho sin parar que eso no importa, que todo es una cuestión de buena o mala gestión, y, sin embargo, la ideología es lo que marca la hoja de ruta de la política. Es lo que decide a qué se destinan los recursos, qué necesidades se atienden y cuáles se relegan, qué derechos se reconocen y cuáles se cuestionan.
Verán, hay un discurso muy extendido que me molesta sobremanera, aquel que dice que los políticos son todos iguales, que da igual si están unos o si están otros porque total, en qué van a cambiar nuestras vidas. Es un mantra antipolítico que suena cómodo, como si nos liberara de implicarnos. Pero es falso. Nuestra vida misma es política, la posibilidad de sobrevivir a una enfermedad depende de decisiones políticas, nuestra capacidad de decidir sobre nuestro cuerpo, de ser madres o no, también.
No podemos desvincularnos de la política porque esta atraviesa lo más profundo de nuestra existencia. Está en nuestras casas, en nuestros cuerpos, en nuestras horas de trabajo y en las de descanso, en nuestros barrios, en nuestros paseos, en la sombra de nuestras calles, en la tienda de enfrente, en nuestra salud mental, en los colegios de nuestros hijos y las residencias de nuestros abuelos.
¿Qué vida merece ser defendida si no es la que habitamos cada día con nuestros cuerpos?
Vivir es político, aunque intenten hacernos creer que no.