
Abortar, entre la liberación y el estigma: «Si me hubieran hablado de ese supuesto síndrome sí me hubieran traumatizado»
Cuatro mujeres que interrumpieron sus embarazos comparten su experiencia: la decisión les conllevó distintas emociones, pero nada parecido a un síndrome; sí hablan de estigma, el que tiene que ver con el juicio social y con no ser atendidas en la sanidad pública, como si hubiera algo de malo en lo que hicieron
Sánchez plantea blindar el derecho al aborto en la Constitución ante el nuevo ataque de PP y Vox
Alivio es la palabra más repetida por las cuatro mujeres que cuentan su historia en este reportaje. Las cuatro interrumpieron voluntariamente sus embarazos y, con diferentes experiencias y contextos, todas expresan un sentimiento de liberación por haber podido tomar la decisión sin coacciones y con la certeza de que se llevaría a cabo con todas las garantías. La decisión les conllevó distintas emociones, desde alegría a pesar o indiferencia, pero nada parecido a un síndrome que, según la evidencia, no existe a pesar de que Vox y el Partido Popular han aprobado introducirlo en Madrid. Sí hablan de estigma, uno que tiene que ver con la mirada social y los prejuicios, con no ser atendidas en la sanidad pública, como si hubiera algo de malo en lo que hicieron. Por eso, dar la cara es difícil. Las cuatro tienen claro que haberles hecho pasar por un proceso de información cargado de sesgos o por escuchar el “latido fetal”, como han propuesto las derechas en diferentes momentos, sí les hubiera dejado consecuencias psicológicas.
María acaba de cumplir 40, vive en Barcelona y abortó hace dos semanas. No era la primera vez que lo hacía, a los 20, en la clandestinidad que entonces existía en Argentina, donde residía, decidió interrumpir su embarazo. “Tuve emociones muy diferentes en uno y otro porque las circunstancias que te llevan a hacerlo son también diferentes, la sociedad también es distinta… Lo que no hay es un conglomerado de síntomas”, relata. Este último aborto, prosigue, no fue fácil, pero poder tomar la decisión le dio una sensación reconfortante de autonomía.
“Hay alivio cuando podemos interrumpir un embarazo y recordarnos que la maternidad no es un destino, creo que eso nos da fuerza, esa sensación de soberanía de nuestros cuerpos que tiene un montón de efectos positivos. El sufrimiento viene justamente cuando coaccionan nuestra decisión y nos quieren llenar de miedo a ejercer un derecho que debería estar blindado. También depende de cómo te ha acompañado tu entorno, el personal sanitario, cómo ha sido el camino…”, afirma.
En esta ocasión, María no se ha sentido estigmatizada, cree que porque lo ha hecho en un contexto legal en el que no ha vivido ninguna dificultad. Y, precisamente porque el proceso y las circunstancias de cada una pueden conllevar distintas emociones, critica que esos sentires “se instrumentalicen” contra el derecho al aborto. Lo que sí señala como “estigmatizador” es no haber podido hacerlo en un hospital público, como hubiera sucedido con cualquier otro procedimiento. Esto ocurre porque en España los abortos están cubiertos por la sanidad pública, pero la inmensa mayoría –el 81%, según los últimos datos presentados esta semana por Sanidad– se llevan a cabo en clínicas privadas.
“Nos infantilizan”
Ana (nombre ficticio), que se quedó embarazada el año pasado y decidió abortar, apunta a algo similar. Tenía claro que no quería ser madre y no dudó. “Me informé. Tampoco te lo ponen muy fácil. Yo vivo en Aragón, fui al hospital y me trataron con respeto, no me sentí juzgada. El problema es que te mandan a clínicas privadas”, cuenta esta mujer de 39 años. En su caso, se sometió a un aborto farmacológico y ahí Ana no se sintió acompañada: “Me encontré sola en casa con unos dolores terribles y me sentí abandonada por la institución. Sentí que debería haber estado más acompañada por el sistema”.
Yo no me sentí mal, ni pienso en ello, ni recuerdo en qué día fue, ni creo que dentro de diez años me vaya a arrepentir, lo tengo claro.
“Por lo demás yo no me sentí mal, ni pienso en ello, ni recuerdo en qué día fue, ni creo que dentro de diez años me vaya a arrepentir, lo tengo claro. A mí no me ha afectado psicológicamente”, prosigue. Ana sí se encontró escondiéndolo en el trabajo o con dificultades para contarlo a unas amigas, bien por miedo a que ellas se sintieran mal porque estaban en búsqueda de un embarazo, bien por miedo a que la juzgaran.
“Ojalá lo tuviéramos tan normalizado como para dar aquí mi nombre. Desde luego, si me hubieran hecho escuchar el latido o me hablan de un supuesto síndrome sí me hubieran traumatizado. Me parece ir a machacar a la gente. Nos infantilizan, nos denigran porque es decirnos que no somos capaces de tomar nuestras propias decisiones”, asegura sobre las propuestas que PP y Vox ponen sobre la mesa y que han llevado al presidente Pedro Sánchez a anunciar el blindaje del derecho al aborto en la Constitución.
Alicia Ibáñez es psicóloga clínica en un centro público de salud mental de la Región de Murcia y atiende “a cantidad” de mujeres por sintomatología depresiva o de corte traumático relacionada con procesos de embarazo, parto, aborto y maternidad. “No son mujeres con enfermedad mental, tienen síntomas o sufrimiento derivado no de su situación sino del juicio social que padecen al tomar cada decisión que tiene que ver con la maternidad. No hay síndrome, hay juicio público. Mi experiencia es que sanan sin mucha intervención psicológica más allá del espacio de escucha y de no juzgar, de trabajar la culpa y permitirse todo lo que han sentido, pensado y tomado como decisión”, explica.
“Lo viví como una alegría”
“Yo lo viví como una alegría, fue para mí una liberación”. Así habla Lucía (nombre ficticio) de la interrupción voluntaria del embarazo a la que se sometió hace 12 años, cuando ella tenía 28. Era 2013 y el gobierno, en manos del PP, estaba tramitando la reforma de la ley que acababa con el aborto libre y que, tras la fuerte oposición social, nunca llegó a salir adelante y acabó con la carrera política del entonces ministro Alberto Ruiz-Gallardón. “Era justo ese momento, se estaba directamente cuestionando que pudiéramos abortar, pero yo no me lo pensé, tardé ‘cero coma’ en buscar una clínica y tomar la decisión porque sabía desde hacía tiempo que no quería ser madre”, cuenta.
Lucía asegura que no se arrepintió “jamás” y que tampoco ha experimentado culpa ni tristeza después de hacerlo, aunque es consciente de que hay mujeres “que pueden tener un duelo y vivirlo con frustración y emociones negativas” pero rechaza de plano que siempre tenga que ser así. “Yo me quité un problema porque era algo que no entraba en mis planes vitales”, dice Lucía, que abortó directamente en una clínica privada por 400 euros sin pasar por la sanidad pública. Es más, cree que abortar tuvo efectos positivos sobre su vida sexual: “La reformuló y me ayudó a ser responsable y cambiar mi conducta en los encuentros sexuales”.
Cuando la información que se da es falsa es un problema, porque hay muchas mujeres con tiempo para contrastar pero otras no, especialmente las más vulnerables
Lo que sí experimentó fue la sensación compartida con otras muchas mujeres de sentir “que estaba haciendo algo malo”. “Aunque yo sabía racionalmente que no, que no estaba matando a nadie sino tomando una decisión desde mi autonomía, sentía ese estigma y ese juicio exterior, el de estar haciendo algo casi clandestino”, afirma Lucía, que ha preferido usar un nombre que no es el suyo precisamente porque hay gente cercana de su entorno que no lo sabe.
Desde SEDRA-Federación de Planificación Familiar, su portavoz, Raquel Huerta, defiende espacios de acompañamiento para “todas las cuestiones que surgen alrededor de la sexualidad”. “Para nada todas las mujeres que deciden abortar necesitan acompañamiento. Hay mujeres que lo tienen clarísimo y no necesitan ningún acompañamiento, o quizás sí un acompañamiento incluso más administrativo, logístico”, explica Huerta, que relata que, aún hoy, muchas mujeres acuden para saber si el aborto es legal, si es gratis o no, o cuál es el circuito a seguir.
“Otras mujeres no lo tienen claro y pueden necesitar a alguien que acompañe esa toma de decisiones pero de una forma no paternalista y desde una posición muy objetiva para ayudarles a hacerse algunas preguntas pero sin interferir. Cuando la información que se da es falsa es un problema, porque hay muchas mujeres con tiempo para contrastar y tener una mirada crítica pero otras no, especialmente las que son más vulnerables”, apunta la portavoz de SEDRA. Raquel Huerta critica que el Ayuntamiento de Madrid lanzara el bulo del síndrome posaborto y hablara de ofrecer información, mientras que la ciudad no está cuidando los espacios de información y atención a la salud sexual que ya existen o mientras la educación sexual sigue brillando por su ausencia.
“Si el sistema se opone sí es traumático”
Ocultar su rostro es la decisión que ha tomado también Carmen para hablar en este reportaje. La mujer, que tiene 36 años, abortó hace cuatro, en 2021, también en Madrid, aunque ella sí optó por la financiación pública del aborto a pesar de que la intervención, como casi todas, fue en una clínica privada. “No tuve ninguna duda ni malestares físicos ni psicológicos, ni antes ni después. Era algo incompatible en ese momento con mis elecciones laborales”, esgrime Carmen, que al tiempo ya sí decidió ser madre y tiene un hijo de un año y medio.
Detrás de las propuestas de PP y Vox como la del síndrome posaborto lo que hay es un cuestionamiento de nuestra voluntad
Al igual que el resto, la mujer sí identifica el estigma “que sigue pesando” y recuerda como una experiencia negativa el periplo burocrático y la espera que tuvo que afrontar para que la sanidad pública le financiara el aborto. Es una vivencia común: los circuitos son largos y complejos en muchas comunidades y, en ocasiones, tras ellos hay profesionales como la que gestionó la petición de Carmen. “Me llegó a decir ‘le tienes que decir que se lo ponga ehh’, refiriéndose al condón. Sentí cuestionamiento y un tono de mucho juicio e infantilizador a pesar de que yo lo tenía tan claro”, explica.
Ambas, Carmen y Lucía, están seguras de que haber tenido que estar sometidas a alguna de las medidas que proponen PP y Vox, la última la del ‘síndrome posaborto’, hubiera dificultado el proceso. “Lo realmente traumático no hubiera sido abortar sino someterme a ese escrutinio exterior. Mi vivencia no fue traumática, pero si el sistema se opone a tu libre elección, eso sí lo es”, opina Lucía. Carmen, por su parte, lamenta que desde las instituciones se dé pábulo a una teoría pseudocientífica que “puede llegar a inducir mucho miedo” en algunas mujeres: “Detrás lo que hay es un cuestionamiento de nuestra voluntad”.