«Tengo 21 años y miedo al compromiso: ¿y si tener pareja influye demasiado en mis decisiones vitales?»

«Tengo 21 años y miedo al compromiso: ¿y si tener pareja influye demasiado en mis decisiones vitales?»

‘Está bien sentir’ es un espacio de conversación con la poeta y escritora Sara Torres (‘La seducción’, Reservoir Books). Envíanos tus reflexiones y preguntas, tus deseos de indagar sobre una realidad, un vínculo, un placer o un duelo

Consultorio – ¿Qué podemos hacer para mostrarnos tal como somos frente a los otros?

Tengo 21 años y tengo miedo al compromiso, a que tener pareja vaya a frenar/influir mis decisiones académicas o laborales, por ejemplo, el irme a estudiar/trabajar fuera.

Victoria

¿Quién te dice que tienes miedo al compromiso? ¿Qué intereses o qué ideas representa la persona que lo dice? ¿Te lo estás diciendo tú a ti misma? ¿O repites ideas que escuchaste en otros antes?

El amor deseante no es un afecto muy compatible con el miedo. A veces vivir con miedo bloquea los espacios posibles para la exploración del amor, pero no siempre. Otras veces, ese “miedo” al compromiso es sencillamente una señal del cuerpo que avisa sobre el malestar que le causaría comprometerse en un lugar, en un concepto o idea, donde el cuerpo no está.

Constantemente, el mundo en el que vivimos nos sugiere que debemos tenerlo todo planeado con respecto al futuro, pero proyectar el futuro en pareja sin estar atravesadas por el amor es un acto que inevitablemente nos llevará a engaño. Es el afecto vivo, su tiempo presente, lo que permite imaginar la vida compartida en términos materiales y no aspiracionales o discursivos.

Nunca sabemos quiénes vamos a ser atravesadas por el amor erótico, del mismo modo que no sabemos quiénes seremos en los celos, la ira, o el terror. Aunque nos conozcamos en cierto modo, hayamos observado a través del tiempo nuestras ansiedades, aflicciones y anhelos, la realidad de lo que somos sigue haciéndose, a lo largo de los años, a través de experiencias y encuentros.

Otras veces, ese “miedo” al compromiso es sencillamente una señal del cuerpo que avisa sobre el malestar que le causaría comprometerse en un lugar, en un concepto o idea

Vivimos en un orden sociopolítico que nos sugiere pensar en la pareja como estructura vital y como institución mucho antes de poder desarrollar un pensamiento sobre el amor. Escribo con cursiva “pensamiento” porque aquí el término no equivale a razón, a lógica o a ideología, sino a práctica reflexiva y contemplativa. Habitar un pensamiento sobre el amor sería ser capaces de sentir y sentarnos a contemplar un sentimiento que a su vez produce sentido. 

Permitir que se vierta sobre la complejidad de quienes somos diagnósticos tipo “tengo miedo al compromiso” es a veces imponer un sentido, un significado, a nuestro potencial de amor con otra antes de poder vivirlo. Así los afectos se ensayan culturalmente, como un teatro de gestos que se movilizan sin un anclaje afectivo maduro que los anime. Mientras ensayamos compulsivamente el teatro del amor romántico y la vida en pareja hay desde luego algo que se pierde: la posibilidad de mirarnos por dentro y existir en el presente real de nuestras vidas.

El mundo en el que vivimos nos sugiere que debemos tenerlo todo planeado con respecto al futuro, pero proyectar el futuro en pareja sin estar atravesadas por el amor es un acto que inevitablemente nos llevará a engaño

Quizás porque sí te has parado a vivir tu tiempo tal cual se manifiesta en tu vida, tu pensamiento es “no quiero comprometer mi vida en la organización de la pareja”, lo que es también decir: no amo tanto a un otro, en términos románticos, como amo el camino de mi vida. ¿Hay algo criticable en esto? ¿Necesidad de diagnostico para nombrarlo? Creo que en absoluto, el problema social es forzar la idea de que el sentido de todas las vidas culmina con una vida enlazada jerárquicamente a la de un otro.

Esta idea generalizada ya nos hace partir de un principio falso, y somete nuestro libre albedrío a la violencia de una regulación moral que existe al margen de las características únicas de nuestra existencia. La normalización de la vida en pareja es además una de las cosas menos románticas que puedo imaginar: dando la vida en pareja por hecho, quitamos importancia al evento excepcional del encuentro entre dos que se enamoran. Que lo hacen no a través de proyecciones de vida ideal y de éxito, sino desde la afinidad, la sensibilidad y el deseo de crear un mundo compartido sin sentir que compartir implica un sacrificio.

El problema social es forzar la idea de que el sentido de todas las vidas culmina con una vida enlazada jerárquicamente a la de un otro

Si la cuestión fuera “tengo 21 años, y amo con una fuerza que me hace temer que mi amor me haga olvidar todo aquello que me importa en la vida fuera de esa relación”, la respuesta sería distinta. Eso sería hablar del miedo a ciertas intensificaciones que vienen con el enamoramiento, especialmente cuando se da un deseo fuerte de cercanía, no tanto de “fusión” como de desindividualización. 

Amar a otra tanto como amamos el camino de nuestra vida produce la porosidad alegre del presente y del futuro. No perdemos fuerza de movimiento, sino que el rango de lo posible en la trayectoria se abre deseosamente para abarcar la diferencia de la otra, incluyendo nuevas posibilidades de vida que quizás nunca habíamos imaginado. Forzar a un cuerpo a incluir la vida del otro, partiendo de un principio o idea, y no de un afecto transformador y persistente, no puede nunca equipararse a esta experiencia donde una generosidad sencilla guía el acompañamiento.

Las despedidas de solteros no son para las enamoradas. “¿De qué me despido?”, pregunta el cuerpo enamorado. Un ritual de despedida de la individualidad, un rito de paso donde la vida en pareja inaugura el sacrificio de otra cosa anterior, no tiene sentido para un cuerpo enamorado. El cuerpo enamorado, al unirse, no responde a ninguna demanda social de producción de familia y futuro. Si le cuestionas a un cuerpo enamorado: ¿a qué estas renunciando mientras amas? Seguramente no comprenderá del todo la pregunta. Sospecho que quien se compromete sin eros, por el contrario, sabrá rápidamente qué responder.