No pasa nada, permanezcan tranquilos

No pasa nada, permanezcan tranquilos

Dejemos de lado los casos de presunta corrupción, abundantes como siempre, y dejemos también de lado la cuestión moral. En los asuntos referidos, la cuestión es de simple eficacia administrativa. Hay dirigentes políticos que han exhibido una evidente incompetencia

Empecemos por Rocío Hernández, la consejera de Salud y Consumo de Andalucía. Simplemente porque ha resumido muy bien cómo funcionan las cosas. Una vez conocidos los fallos en el programa andaluz de detección de cáncer de mama, Hernández ha dicho que ante unos simples “errores de comunicación” (nada, minucias: ¿qué importancia tiene saber si ese bulto es o no un tumor maligno?) carece de sentido plantearse la dimisión, porque “dimitir es lo fácil” y es ella, tan eficaz al enfrentarse hasta ahora a un problema detectado ya en febrero, quien debe ocuparse de “mejorar el sistema”.

El presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, ha explicado por su parte que no se informó sobre los fallos en el sistema a las posibles damnificadas porque se habrían alarmado. Claro. Mejor un cáncer que un ataque de ansiedad. El argumento viene a coincidir con el expuesto ante el Senado por la ministra de Igualdad, Ana Redondo, acerca de los fallos en las pulseras antimaltrato: “Reitero las disculpas por el ruido generado en torno a su seguridad, que sólo añade más inquietud y miedo”. De nuevo: más importante que la protección frente a la violencia machista es la tranquilidad de espíritu.

El argumentario es siempre el mismo. A Carlos Mazón, presidente de la Generalitat valenciana, no se le ocurrió dimitir tras las trágicas inundaciones de hace un año. Tanto él como su equipo de gobierno podían utilizar las alarmas telefónicas para avisar a los ciudadanos, y lo hicieron, pero cuando lo peor había ocurrido ya. Probablemente pensaron que habría sido cruel preocupar a la gente que estaba ahogándose. Mazón también piensa que debe quedarse para “dirigir la reconstrucción”.

Añadan si quieren el penoso espectáculo ofrecido por dirigentes políticos de todo rango y pelaje durante los incendios de este verano. ¿Dimitir? Jamás. Eso es “lo fácil”. Tan fácil, que nadie lo hace.

Dejemos de lado los casos de presunta corrupción, abundantes como siempre, y dejemos también de lado la cuestión moral. En los asuntos referidos, la cuestión es de simple eficacia administrativa. Hay dirigentes políticos que han exhibido una evidente incompetencia. Y resulta que, por razones no comprensibles para el entendimiento humano, esos dirigentes son los más indicados para arreglar (en este caso, “arreglar” puede ser sinónimo de “encubrir”) los desastres que ellos mismos han causado. Lo importante es que permanezcamos tranquilos.

Y mientras esas personas, y sus partidos, enarbolan la bandera de la irresponsabilidad y gritan al adversario lo de “y tú más”, la sociedad incuba una ira profunda. Una ira ciega, además. La culpa de todo esto, y de todo lo demás, acabará siendo de los inmigrantes. Si quienes mandan pueden ser cínicos e idiotas, ¿por qué no puede serlo la ciudadanía?