
La colección de tapices del siglo XVI que la Catedral de Palencia vendió para poner calefacción
Una investigación localiza en un museo de República Dominicana un paño flamenco del siglo XVI que el cabildo palentino vendió al anticuario británico Lionel Harris en los años treinta para obtener fondos y financiar las obras del edificio
De reclamar la devolución de piezas a colaborar con sus nuevos dueños: la nueva mentalidad sobre el patrimonio exiliado
“Conocía este tapiz desde hacía muchísimos años a través de una fotografía antigua”. Fernando Gutiérrez Baños, catedrático de Historia del arte en la Universidad de Valladolid, guardaba en la memoria los trazos (que no los colores, pues la imagen era en blanco y negro) de un paño flamenco del siglo XVI, fabricado en lana, oro y seda, en el que se observa la escena cristiana de la Crucifixión. La pieza estaba colgada en la sala capitular de la Catedral de Palencia hasta los años treinta del pasado siglo, cuando se le perdió la pista. “Una herramienta que hace cinco años no tenía el desarrollo actual, la búsqueda de imágenes a través de Internet, nos da hoy superpoderes”, reconoce el profesor, desvelando cómo dio con el paradero actual del tapiz de La Crucifixión. El buscador lo condujo al museo Alcázar de Colón, de Santo Domingo, capital de República Dominicana, donde la obra de arte forma parte de su colección textil.
Se había dado un gran paso, la localización, pero faltaba un trabajo mucho más complejo: comprobar que se trataba de la misma obra y, en tal caso, reconstruir la ruta que la había llevado al otro lado del Atlántico. “Teníamos que verificar que se trataba del mismo tapiz”, explica Gutiérrez Baños. Para el historiador, que trabaja fundamentalmente en la Edad Media y el arte gótico, esa tarea de reconstruir los pasos de una obra de arte en el exilio le era más ajena. Entonces, entró en escena su colega de universidad, la profesora María José Martínez Ruiz, que lidera el programa Nostra et Mundi. Precisamente, este nuevo proyecto impulsado en Castilla y León trata de “recuperar la memoria” de cientos de obras de arte que abandonaron esta comunidad hace más o menos un siglo, cuando el comercio internacional de antigüedades las barrió del mapa español. Superponiendo imágenes y medidas se completó el primer paso: tapiz identificado. Pero, ¿cómo había recorrido los más de 6.500 kilómetros que separan Palencia de Santo Domingo?
“Comenzamos a revisar la información disponible en el catálogo monumental de Palencia y los testimonios de ventas que se produjeron en la catedral en los años veinte”, revela Martínez Ruiz, que ya era consciente, a través de su tesis doctoral, de la intensa actividad comercial registrada en el templo en aquella época. Acto seguido, la historiadora del arte recurrió al archivo privado de un personaje clave en el comercio del arte del momento que podría estar implicado en la operación: el agente británico Lionel Harris, promotor del establecimiento The Spanish Art Gallery, con sede en Londres y una delegación en Madrid.
El tapiz de la Crucifixión en una imagen antigua y, a la derecha, en la actualidad
“Fue uno de los grandes anticuarios del siglo XX, al menos, para las obras españolas que salieron con destino al mercado internacional”, explica la especialista, que traza un perfil del anticuario. “Conocía perfectamente la geografía española, había dedicado los últimos años del siglo XIX a recorrer todo el país y tenía muchísimos contactos gracias a que su mujer era española y la familia de esta procedía de anticuarios asentados en la capital”, dice. La profesora agrega que la figura de Harris era conocida allá donde había negocios en torno al arte y que incluso publicitaba sus visitas en la prensa para abonar el terreno: “He encontrado anuncios donde se dice que Mr. Harris va a estar estos días en tal lugar y que atendería a la gente en este hotel”.
De Harris a Randolph Hearst
De regreso a la pista palentina, las notas del británico revelaban contactos con un personaje central en el caso, con el que parecía tener cierta confianza. “Cuando Harris habla de Palencia, menciona al deán de la catedral, Baldomero Torres, al que ya conocía y había comprado obras con anterioridad”, informa Martínez Ruiz. En efecto, la investigación se iba acercando al origen de la venta, en torno a los años treinta. Hasta que finalmente “apareció una nota sobre un tapiz de la Crucifixión por la cual Harris había ofrecido una cantidad”, reconoce la experta.
Y aquí las ofertas y los grandes protagonistas del comercio de arte a principios del siglo XX se van cruzando. Porque Lionel Harris recibe en 1931 una misiva del deán, en la que le propone la compra de cuatro tapices —diferentes al de La Crucifixión— por 120.000 pesetas. El británico renunció… y el lote acabó en manos del magnate William Randolph Hearst, que los adquirió a través de su agente en España Arthur Byne. Fue la última operación de Byne para Hearst antes de morir en accidente de tráfico, en 1935. Como en un viaje circular, los cuatro textiles acabarían, décadas más tarde, retornando a Europa, para recalar en el Museo de Bellas Artes de Bruselas.
Pero, ¿a qué viene este aluvión de ventas en la Catedral de Palencia? Más allá de la voracidad del mercado de antigüedades, del que tiraban los clientes norteamericanos en aquellas primeras décadas, María José Martínez Ruiz ofrece una explicación: “El cabildo está acometiendo obras de mejora en el templo, en concreto, se estaba procediendo a la instalación del sistema de calefacción y necesitaban recursos; la forma más rápida de obtener esos fondos era liquidando algunas piezas”.
El tapiz de La Crucifixión fotografiado por el estudio Moreno a principios del siglo XX
En cuanto al tapiz de La Crucifixión, faltaba por completar la ruta desde España a Estados Unidos. Dando por bueno que fue Harris quien adquirió el paño, el siguiente eslabón podría estar en quien compraba este tipo de objetos al agente británico de forma habitual, la firma French & Company, “una galería extraordinaria de Nueva York con gran protagonismo, porque se dedicó a decorar mansiones y oficinas y era el principal establecimiento en la comercialización de tapices antiguos”, describe Martínez Ruiz. Y, en efecto, en el archivo de operaciones comerciales de la casa neoyorquina, que hoy se conserva en el Getty Research Institute (California), los investigadores hallaron la referencia al tapiz palentino.
El último viaje, de Nueva York a Santo Domingo, se produjo en 1957. Ese mismo año, el museo dominicano Alcázar Colón abría sus puertas, con el tapiz palentino incorporado desde el primer día a la colección de textiles. Los conservadores nada sabían del origen de la obra hasta que los historiadores españoles establecieron contacto para cotejar los datos. Pero aquí hay una curiosidad más. Antes de la apertura de la galería, la sede —el edificio del antiguo palacio virreinal de Santo Domingo— tuvo que ser restaurada y acondicionada. Quien se ocupó del proyecto fue un arquitecto español, Javier Barroso, conocido en España por su pasado como futbolista del Atlético Madrid y diseñador del desaparecido estadio Vicente Calderón, a orillas del río Manzanares. “Nos llamó la atención esa faceta tan diversa, que no solo se liga a la arquitectura y a la restauración, sino también como una figura muy interesante en el mundo del fútbol”, comentan los investigadores.
‘Los vicios del hombre’, uno de los tapices comprados por Hearst en la catedral de Palencia
Tras un largo viaje por el tiempo y la geografía mundial, el tapiz de La Crucifixión terminaba —como muchos otros paños españoles históricos— muy lejos de su origen. “Los tapices tuvieron su periodo de esplendor en España en los siglos XV y XVI, pero la moda empieza a decaer a partir del siglo XVIII”, resume la profesora María José Martínez Ruiz, para entender cómo se vendieron por cientos. En realidad, los tapices, tan valorados en un principio, acabaron perdiendo una batalla histórica en favor de la pintura, que hoy acapara los grandes museos internacionales. “Eran mucho más vistosos, exclusivos y ricos, pero el gusto por los tapices acabó decayendo porque son piezas que, con el paso de los siglos, se deterioran de una manera más visible que la pintura”, explica el profesor Gutiérrez Baños. “Salvo que tenga unas condiciones de conservación muy exquisitas y un cuidado continuado, en dos o tres siglos ya no están en condiciones de ser utilizados”, detalla.
Recuperar la memoria
Localizado el tapiz en República Dominicana, ahora no se trata de reclamar la propiedad, legítimamente adquirida por los diferentes protagonistas de la operación comercial. Tanto Martínez Ruiz como Gutiérrez Baños coinciden en señalar que lo más importante del hallazgo es “recuperar la memoria” de esta obra de arte, “cuidar los lazos que unen estos objetos con sus lugares de origen”. “Una pieza que está colgada en la pared de un museo la podemos ver y disfrutar, pero siempre es fundamental conocer el contexto original”, señala el catedrático.
Casos de documentación como este permiten poner en valor, igualmente, la calidad de los archivos fotográficos españoles, que resultan cruciales para rastrear las piezas que han perdido esa memoria. “En nuestro país hay grandes archivos, como el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE) o el Amatller (Barcelona)”, enumera Gutiérrez Baños. La dificultad está, sin embargo, en “la dispersión de los fondos”. El profesor explica que “si quiero encontrar documentación de un retablo del siglo XVIII fabricado en Valladolid, sé que debo ir al Archivo Histórico de Valladolid, pero si se trata de fotografías, pueden aparecer en cualquier sitio”. Ahora, la inteligencia artificial supone un pilar más para finalizar las investigaciones con éxito.