Volver a los diecisiete

Volver a los diecisiete

Yo no idealizo mi juventud, ni se la deseo a mi hija. Su futuro no está en mi pasado. No sé si su tiempo es más o menos difícil que el que me tocó a mí, las comparaciones históricas no suelen funcionar bien, y me pongo en guardia ante cualquier frase que comience con “en mis tiempos…”. Porque además estos son los tiempos de mi hija, pero también son los míos

Venga, pincha a Violeta Parra antes de empezar a leer. ¿Ya? Vamos.

Este fin de semana, ¡magia!, volví a los diecisiete. Volví después de vivir no un siglo sino medio. Mi hija Carmela ha cumplido diecisiete, y yo de alguna manera los he vuelto a cumplir con ella. Le leí a Miqui Otero en su fascinante Orquesta algo sobre cómo sigues teniendo todas las edades que has ido cumpliendo en tu vida: yo hoy tengo cincuenta pero también tengo los cuarenta que cumplí hace una eternidad, y los catorce que celebré hace dos días, y por supuesto los dulces diecisiete.

Tener hijos es una especie de segunda vuelta de todas tus edades: cuando cumple tu hija, tú también vuelves a cumplir, y eso hice yo este fin de semana: volver a mis diecisiete. Es un espejismo, claro, porque aunque yo crea recordar al chaval empanao que fui hace más de tres décadas, apenas guardo nada. Eso que dice la neurociencia de que cuando recordamos un suceso, en realidad lo que recordamos es el recuerdo que elaboramos la última vez que tratamos de recordarlo, valga el trabalenguas. Mis diecisiete que yo le cuento a mi hija con toda viveza, en realidad son una vieja retahíla que ha ido cambiando en cada recuento, cual juego del teléfono escacharrado.

Además, entre el Isaac adulto y el Isaac adolescente hay una distancia sideral. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, que dice el verso resabido de Neruda. El que fui y el que soy pertenecemos a mundos diferentes, no hablamos ya el mismo lenguaje, no nos entenderíamos si nos encontrásemos en un viaje en el tiempo. O dicho con los versos de Violeta Parra: “es como descifrar signos / sin ser sabio competente”.

Pero mayor es la distancia entre aquel adolescente que fuimos, y los adolescentes de hoy. Mi propia hija. Por mucho que queramos creer que la juventud es la misma en cada época (y en cierto sentido lo es, sin paradoja), y por más que los cuarentones y cincuentones de hoy nos sintamos eternamente jóvenes (no lo somos, y siento decirte que tus hijos te ven tan mayor como tú veías a tus padres entonces), mis diecisiete de 1991 están tan lejos de los diecisiete de mi hija, como lo estaba yo entonces de los diecisiete de mi padre. O seguramente más, por la aceleración de estas décadas, no solo aceleración tecnológica.

Me hace gracia pensar que para mi hija el Nevermind de Nirvana es tan antiguo como lo era para mí el primer disco de Elvis Presley: la misma distancia en años desde nuestras respectivas adolescencias. La caída de las Torres Gemelas que sacudió mi juventud es tan histórica para ella como lo fue para mí el mayo de 1968. A veces no nos damos cuenta, porque vivimos acelerados y a la vez atrapados en un eterno presente: los mismos grupos de mi adolescencia siguen hoy tocando en festivales, la industria cultural se alimenta de remakes y reboots, y la política más reaccionaria nos vende nostalgia. Pero por muy cercanos que nos sintamos ella y yo, no vivimos en el mismo mundo. Y por bien que nos entendamos, no hablamos el mismo idioma. Ningún lamento en que sea así, ley de vida.

Yo no idealizo mi juventud, ni se la deseo a mi hija. Su futuro no está en mi pasado. No sé si su tiempo es más o menos difícil que el que me tocó a mí, las comparaciones históricas no suelen funcionar bien, y me pongo en guardia ante cualquier frase que comience con “en mis tiempos…”. Porque además estos son los tiempos de mi hija pero también son los míos: no les dejemos toda la carga a los jóvenes, ni nos desentendamos de nuestras responsabilidades. Tampoco equivoquemos la trinchera, que esto no va de guerras generacionales. La vivienda no es un problema de los jóvenes, como no lo son la desigualdad, el retroceso ultra, la emergencia climática ni el genocidio. Y tampoco son un legado que les hemos dejado. Vamos juntos, las que hoy tienen diecisiete, y los que volvemos a tenerlos por un rato. Y nos emociona por igual Violeta Parra. Vamos, Carmela.