Itziar Ituño: “Con mi primer sueldo como actriz cobraba más que mi padre en la fábrica y se me caía la cara de vergüenza”
La actriz protagoniza ‘La deuda’, thriller social con el problema de la vivienda de fondo que ha dirigido Daniel Guzmán, que también coprotagoniza el filme
Daniel Guzmán mira a la gentrificación y los fondos buitre en su nueva película, ‘La deuda’
A Itziar Ituño se le nota la calle. Se nota de dónde viene, que no da nada por asegurado y que sabe lo que es trabajar en la fábrica, la misma en la que lo hacía su padre cuando le dieron su primer trabajo como actriz en la serie Goenkale, un fenómeno de la televisión vasca. Todo eso fue antes de que llegara La casa de papel y su vida diera un giro radical. La serie se convirtió en un fenómeno mundial que le cambió la vida. Que le ha hecho valorar más su intimidad y su círculo. Pero no se queja. Lo cuenta todo con una naturalidad desarmante.
La misma con la que ha afrontado uno de sus trabajos más duros, el de una madre que pierde a su hijo en La deuda, el tercer filme como director de Daniel Guzmán que habla sobre la culpa, las buenas intenciones y el problema de la vivienda en España. Un thriller social en donde desde lo íntimo y la contención, Ituño ofrece una interpretación en una de esas películas que le gustan. Las que agitan conciencias. Las que hacen que se hable. Como habla ella sin miedo, mojándose cuando toca y callando cuando no sabe.
En La deuda interpreta un personaje que se enfrenta a uno de los golpes más duros que una persona puede pasar, la muerte de un hijo, ¿cómo fue cuando leyó este guion?
Pues dije, ya me ha vuelto a tocar la mejor parte… Primero hablé con Dani y le dije: “Yo personalmente no sé cómo se hace esto, no sé cómo se gestiona un dolor así”. La cuestión es que como trabajamos muchísimo, nos hicimos todas las preguntas posibles tratando de ver cómo se vivencia una persona que arrastra una lanza clavada día y noche. Cómo es una pérdida tan grande. El tener que hacer la compra y seguir viviendo. Si hay una disociación de ese dolor o no. Destripamos mucho el personaje entre los dos. Y pregunté a gente, no que lo hubiera vivido de primera mano, porque me parecería egoísta abrir las heridas de nadie, pero gente que había tenido una experiencia de segunda mano, y me sirvió bastante para saber cómo era el proceso del duelo. Era un reto tratar de hacerlo todo orgánico, natural y creíble.
Hablábamos con Daniel Guzmán en Málaga, donde inauguró la Sección Oficial, de que al final es una película sobre lo castrador que es un sentimiento como la culpa.
La culpa es ese sentimiento inculcado judeocristiano que tiene mucho de “os arrepentiréis”. Y se busca el perdón, pero para poder estar bien contigo mismo a pesar de los demás. Tiene un punto también egoísta el querer redimir esa culpa por no vivir con ella. Eso se ve en el personaje de Lucas. Luego, excepto algunos que se me vienen a la cabeza que son psicopatía pura, la gente es empática, y siente cuando mete la pata esa carga de responsabilidad moral para con la otra persona. Pero desde la buena voluntad se puede hacer mucho daño. Queriendo arreglar esa culpa y buscando el perdón puedes hacer mucho daño a la otra persona, que es lo que le pasa a mi personaje. Yo soy la víctima de ese sentimiento de culpa.
Le comentábamos también que el final es pesimista…
Realista.
Eso decía él.
Yo también le decía, “por favor, sálvale un poco a Lucas”. Porque ves lo injusto que es, que está pasándole la vida por encima y no hay remedio. Y Dani me decía, “pues es que a veces no lo hay, a veces hay que darle el sopapo al espectador para que las cosas cambien”.
¿Le gusta ese cine que agita?
Mucho. El cine que después de salir genera ganas de hablar. Ese es el cine bueno para mí.
Con La deuda hay muchos temas que se pueden hablar, y uno de ellos es el problema de la vivienda, ¿le gusta que las películas aborden estos temas y nos hagan hablar de ellos?
Me gusta y me parece imprescindible. El cine no solamente es una herramienta para olvidarse y evadirse de esta realidad, que también es lícito y válido. No estoy criticando nada. Pero también hay que ver el cine como una herramienta poderosa agitadora masiva de conciencias, porque te golpea en lo sentimental, y ahí es cuando la cosa funciona. El sentimiento genera pensamiento y el pensamiento acción. A lo mejor sacudiendo a la gente que está un poco anestesiada y dormida, cada uno en su pantallita, conseguimos cambiar algo de este sistema que no funciona para las personas, solo para el capital.
Usted es una actriz que se posiciona activamente, ¿cansa también que de alguna forma os obliguemos a posicionaros?
A veces sí, porque una no tiene por qué tener opinión de todo. Yo no soy experta de nada. En algún tema sabré un poco más que en otro, pero sí que puedo dar mi opinión cuando la tengo. Pero yo no soy tertuliana y a veces te vienen un poco a lo tertuliano.
También os critican por hacerlo. Se han escrito en los últimos meses hasta columnas cuestionando que incluso Pedro Almodóvar se posicione políticamente, que por qué lo hace…
Porque la vida me ha dado un altavoz. El arte está directamente relacionado con la expresión de lo humano y lo social y con lo que somos como sociedades, pueblos, naciones. Llámalo como quieras, como seres humanos. ¿Por qué no voy a opinar yo más allá de mi oficio, de todo este tinglado? Tengo todo el derecho. Y lo que pasa es que la vida te ha dado un altavoz que llega un poco más lejos y, según lo que opines, si opinas un poco a contrapelo, pues también viene Paco con las rebajas.
Usted lo ha vivido —la actriz sufrió un intento de boicot por acudir a una manifestación por los derechos de los presos de ETA, ¿dan miedo esos momentos?
Al principio sí, te pegas un susto del copón. Encima en mi caso ni siquiera fue por opinar, sino por salir de repente en una marcha, en una manifestación, que estoy en mi derecho. Pero bueno. Ahí le ves un poco al monstruo de frente, porque hay un monstruo muy feo, muy feo que viene desde la dictadura y sigue ahí, más o menos camuflado, pero sigue. Y cuando de repente saca las garras y los colmillos, pues te das cuenta, pero después ves que la vida sigue y que todo tiene su peaje. Yo, aparte de una actriz, soy una persona y tengo derechos. Y son derechos universales. Y si yo misma me niego esos derechos y me autocensuro, ¿qué va a pasar con todo el mundo? Yo tengo mi pequeñita parcela de responsabilidad social como ciudadana de esta sociedad, y cuando lo vea necesario tengo todo el derecho a ejercer mis derechos.
Y si no lo hace es como si les diera la razón, como si ganaran…
El que calla otorga. Yo sí que creo en eso. Es verdad que hablar a veces supone que te cercenen la cabeza o traten de ponerte un esparadrapo o te cancelen… es el mundo en que vivimos. Nadie se ha caído de un guindo, eso ya lo sabemos. Y quien quiera asumir ese riesgo lo asumirá. Y quien quiera vivir al margen de todo esto, pues decidirá callarse y todo bien. Cada quien que haga lo que pueda.
¿Cree que en aquel momento el ser una actriz de La casa de papel le había colocado en una posición de poder que le ayudó a superarlo o al revés?
La casa de papel me puso en el foco mediático. Si yo no llego a estar haciendo La casa de papel no hubiera pasado absolutamente nada ni me hubiera llevado el disgusto de que te amenacen, te insulten públicamente, te digan barbaridad y media. Y luego yo pensé que ahí se acababa la historia. Dije, yo ya no voy a volver a trabajar. Me imagino que ya de esta no me llamarán y volveré al teatro tranquilamente y seguiré siendo feliz como hasta ahora en mi tierra, tranquila, sin pasar sustos. Y no fue así, por suerte. Cosa que me reconcilió bastante con este mundo. Dije mira, sigo trabajando, me siguen llamando, me llaman de aquí… y de este otro lado no me llaman también.
Decía Aitana Sáchez Gijón que el teatro nunca falla, ni cuando venga la Inteligencia Artificial acabará con el teatro.
Exactamente. Porque es mejor que el 3D. Es aquí. Ahora. Es real. Está sucediendo en el momento ante tus ojos. Una historia que no se va a volver a repetir igual. Eso es una maravilla. Aunque estés sentado en la butaca de atrás.
Antes hemos mencionado La casa de papel, ¿cómo se sobrevive a algo tan grande?
Qué buena pregunta. La verdad, cada quien lo ha hecho como ha podido. No nos han dado un librito para decir “haz esto”. Es verdad que hay momentos en que dices “pero en qué estaría pensando, si yo tenía una vida tranquila, anónima, relajada, sin que nadie te pare, te haga fotos de lejos, sin ser el motivo del cuchicheo”. Pero es otra experiencia más en la vida. Vivir un fenómeno así, tan potente, ser parte de él, te enseña mucho, sobre todo a no juzgar a nadie.
Que muchas veces la gente dice, “este famoso es un borde porque le pides una foto y dice que no”. Pues yo ahora lo entiendo. Entiendo ese círculo de seguridad, de dejarme en paz un rato. Que no soy la mona de feria. Según cómo vengas así me vas a encontrar. Y si te digo que no, por favor respeta, porque mi curro no es este. Es verdad que para ti, igual soy una persona con la que estás familiarizada, pero yo contigo no. Es raro. A mí no me va la fama. Y mira que he sido yo misma la que me he subido a un escenario así que me lo como con patatas, pero eso de que te colocasen como en el Olimpo de los dioses…
¿Hay riesgo de volverse una idiota?
Sí. Hay que tener un poco a raya el ego. Tú eres como cualquier otra persona trabajadora. Lo que pasa es que encima tienes el lujo de trabajar en lo que te gusta y no debes creerte nada, porque encima en esta sociedad efímera donde esto de repente es superimportante y dentro de dos años ya todo el mundo se ha olvidado de eso, creerse la gran cosa, pues…
He leído en Wikipedia, aunque no es la mejor fuente para un periodista, que estudió Sociología urbana, industrial y política.
Hice las dos ramas porque cuando terminé cinco años de carrera, que antes eran cinco años, no sabía qué hacer con mi vida porque tampoco había trabajo de socióloga. Y dije, pues me voy a seguir instruyendo un poco a ver. E hice la segunda rama que era sociología política mientras me buscaba un currillo por ahí de otra cosa. Y nunca he trabajado como socióloga.
Luego dirán que por qué se moja, si lo ha estudiado…
Claro. Me ha tocado leerme a todos los pensadores. Pocas pensadoras dábamos en la carrera. Y te haces una idea de cómo funciona el chiringuito, este chiringuito perverso y enfermo al que si nos adaptamos mucho, mala señal, porque eso es que estamos más enfermos todavía.
¿Y en qué momento alguien que estudia sociología acaba siendo actriz?
Yo lo hice todo a la vez. Yo hice COU en el nocturno y por la mañana hacía teatro en la escuela de teatro. Después, cuando entré a la universidad dije “¿qué hago yo haciendo teatro con lo tímida que soy, si no voy a llegar ni a la vuelta de la esquina?”. Y lo dejé y dije, “voy a hacer una carrera de fundamento para tener poder ganarme la vida”. Y me metí a Sociología que no da trabajo. Y menos mal que hice teatro. ¿Si no, dónde estaría ahora? Estuve trabajando en Fagor, en la cadena de montaje. Después de estudiar la cadena de montaje de Ford, la alienación, me tocó vivirlo en mis propias carnes. Una experiencia de la hostia. Te enseña dónde estás. La cultura del sacrificio y del trabajo. El estar en una fábrica.
Cuando me cogieron en Goenkale, que me escapé de la fábrica para hacer un casting, me dijeron lo que iba a cobrar y sin tener que trabajar todos los días yo iba a cobrar más que mi padre, que estaba en esa fábrica mi aita. A mí se me caía la cara de vergüenza los primeros meses de decirle a mi aita: “Aita, cobro más que tú”. Él me decía: “Hija, pero esto es un trabajo para toda la vida”. Yo le dije que no me veía poniendo piezas para toda la vida, que sabía que era un lujo tener un trabajo así en una fábrica. Y con el tiempo, pues desgraciadamente han cerrado la planta de Fagor de Basauri. Me hubiera quedado en la puñetera calle.
Voy a probar suerte otra vez con Wikipedia… dice que salió en Lo que necesitas es amor.
Sí. Estaba en la universidad y a la vez, en tercero, me reenganché a terminar los cuatro años de escuela de teatro para que te diesen el certificado. Ni siquiera el título, que no estaba homologado en Basauri. Me iba por las mañanas a la uni y por las tardes hacía teatro. Y entonces vinieron de Lo que necesitas es amor. Había escrito una carta una pareja de viejitos de Santurtzi. Y entonces se rehacía un poco con actrices y actores lo que habían pasado ellos en la vida. Vinieron a la escuela a hacer un casting y me cogieron a mí para hacer de la señora, que era una señora que había sido sardinera. Había vivido en la República arrejuntada con su marido. No se habían casado hasta más tarde. El marido había ido a la guerra, había terminado en la cárcel. Y ella se iba andando con la comida y estaba media horita con él en el patio. Contaban toda esta historia de amor y yo la interpretaba.
Pues menudo historión, ahí había una película. ¿Nunca le ha dado por querer contar sus historias, por dirigir?
Pues me encantaría, pero es que veo a Daniel Guzmán todo lo que está sufriendo y se me quitan las ganas. A lo mucho haría un corto y va que chuta. Una llega hasta donde llega. Yo me atrevería a dirigir a actores y actrices, porque sé lo que es el lenguaje cinematográfico y tienes que saber mucho. Me dedicaría a eso, a la parte que sé, delegando todo el resto en gente que controla del tema. Soñar es gratis, pero luego hay que hacerlo y la vida se va muy rápido.
Si encuentro esa idea brillante que te impulse, pues a lo mejor sí. De momento solamente he dirigido un videoclip. Porque soy parte de un grupo de rock and roll y entonces, como escribo yo las canciones dije, vamos a hacer un videoclip, pero yo lo escribo y yo lo dirijo. Y ya con eso dije “madre mía, lo que tiene que ser hacer un corto o una película, ¡qué currazo!”. Mira, yo estoy aquí superbién de actriz. Tengo mi responsabilidad y luego hago así (hace el gesto de sacudirse las manos) y duermo superbién.
Vídeo de la entrevista completa
Vídeo: Salva Fenoll y Adrián Torrano