Ultraderecha, machismo y las víctimas del presente

Ultraderecha, machismo y las víctimas del presente

Los grandes perdedores de nuestro tiempo no son los antiguos obreros industriales, sino los jóvenes. ¿Cómo no sentir nostalgia por un pasado que no conocieron? ¿Cómo no creer que el mundo de antes, con su supuesto orden, su supuesta prosperidad, su machismo, su racismo y demás, es el Edén perdido?

Lo del huevo o la gallina es una falsa paradoja: lo primero fue obviamente el huevo, el vehículo por el que ciertos dinosaurios evolucionaron hasta convertirse en aves. Resulta más complicado dilucidar por qué tantos jóvenes de entre 16 y 24 años simpatizan con Vox y con algo que podríamos llamar neomachismo. ¿Recelan del feminismo porque son de ultraderecha? ¿Son de ultraderecha porque en ese ámbito encuentran un eco favorable a sus sentimientos de victimización?

Parece probable que todo vaya dentro de un mismo paquete, porque vivimos una era dominada por el resentimiento y la nostalgia. Como siempre, el fenómeno protagonizado por Donald Trump ofrece unas cuantas respuestas. El mismo lema del movimiento trumpista, “Make America Great Again” (MAGA) propone rebuscar en un pasado supuestamente brillante. ¿Quién puede sentirse más atraído por esa ensoñación del pasado? Lógicamente, quien se siente más perjudicado por el presente.

A veces se simplifica el trumpismo, y en general los movimientos de ultraderecha, como un fenómeno protagonizado por hombres blancos de cierta edad y escasa capacitación profesional que han salido perdedores en todas las batallas de las últimas décadas: creen ser víctimas (en algunos casos con cierta razón) de la globalización económica y la desindustrialización occidental, de la competencia laboral con los inmigrantes y de las cuotas reservadas (para propiciar una mayor igualdad) a mujeres y personas de otras razas. Como consecuencia, cultivan el resentimiento y el ánimo de venganza.

Pero eso es sólo una parte de la cuestión. Cabe recordar que uno de los libros más vendidos en España en 1975, el año en que murió Francisco Franco, fue “El varón domado”, de Esther Vilar. En él se afirmaba que era la mujer quien oprimía al hombre, y era la mujer quien había creado un sistema aparentemente patriarcal con el objetivo de conseguir una situación de privilegio y bienestar.

En los años 80 abundaron los libros y artículos periodísticos en los que se subrayaban la creciente infelicidad de las mujeres que ascendían profesionalmente y la peligrosa baja en la tasa de natalidad por la destrucción de la familia (de la que, por supuesto, era culpable el feminismo). Desde que en esa misma década, la de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, surgió la “nueva derecha”, el feminismo ha sido sometido a una crítica permanente. La idea de que “el feminismo ha ido demasiado lejos” es casi tan antigua como el propio feminismo. Y, como resulta obvio, permanece vigente en determinados ámbitos.

Quizá la juventud, con su verbena hormonal y su búsqueda de identidad y lugar social, sea especialmente propicia para la añoranza de aquellos privilegios masculinos que fueron perdiendo los padres y los abuelos. No lo sé, ni me parece que la edad sea en este caso algo esencial.

Lo más importante, creo, es la extinción del futuro como estímulo para el presente. Los grandes perdedores de nuestro tiempo no son los antiguos obreros industriales, sino los jóvenes. Se les dice que no podrán acceder a una vivienda ni a un empleo estable. Se les traspasa un planeta en pleno cambio climático. Se les somete, a través del universo digital, al más atroz vendaval de información y desinformación que ha conocido la historia humana. ¿Cómo no sentir nostalgia por un pasado que no conocieron? ¿Cómo no creer que el mundo de antes, con su supuesto orden, su supuesta prosperidad, su machismo, su racismo y demás, es el Edén perdido?