Sé sabia, Leucónoe

Sé sabia, Leucónoe

Nos estamos jugando más de lo que parece, y pueden tener la seguridad de que las grandes corporaciones de Internet sueñan con sustituir también a las bibliotecas, porque controlar lo que se suele entender por noticias no es tan definitivo como controlar la cultura universal

Hace unos días, leyendo comentarios de lectores en una columna que bien podría ser esta, me tropecé con una muestra relativamente representativa de una forma de alucinación –o manipulación creativa, según se entienda– muy específica: la de tomar un texto, ver lo que no está en ninguna parte, reaccionar a lo que no plantea o insinúa siquiera y, en consecuencia, desestimar su contenido real. En general, no hay mucho que decir al respecto; quien así actúa, suele estar cerca de eso tan castizo de “ante la duda, mi dedo te saluda” y, si se extiende en consideraciones, no es porque ande mal de la vista o viva en otro universo, sino por hacer ruido en beneficio de su ideología, sus intereses, en fin. Sin embargo, todo tiene su excepción y, como hay unas cuantas afirmaciones de autores clásicos relacionadas con el tema y alguna incluye la excepción, me dio por tirar de ese hilo con el propósito de elegir entre ellas y recomendar un par de obras aquí.

Al cabo de un rato, la intención ya coqueteaba con el camino del infierno del famoso refrán, que Francisco de Sales atribuyó a Bernard de Clairvaux y, en lugar de atenerme al objetivo, lo dejé a un lado y termine releyendo Celos con celos se curan (Tirso de Molina), leyendo por primera vez y para mi vergüenza La viuda valenciana (Lope de Vega) y aumentando mis páginas de textos por localizar, entre los que estaba Nuevos poemas atribuidos a Góngora, la antología que reunió Antonio Carreira en 1994. La razón que tiene Séneca en sus Cartas a Lucilio al decir que “la vida de peregrinaje trae aparejada muchos anfitriones y ningún amigo” es razón sobre quien cata muchas obras sin profundizar en ninguna; es decir, no está diciendo que no debamos pasar por todas las habitaciones que aparezcan ante nosotros, sino atacando la dispersión intelectual. Y si a ustedes les gustan tanto esas habitaciones como a mí, comprenderán que olvidara definitivamente lo de los comentaristas creativos cuando me empeñé en echar un vistazo a los Nuevos poemas y descubrí que no iba a ser tan fácil.

Carpe diem, instó Horacio a Leucónoe en sus Odas, y la instó bien. Vale para resituar la existencia en presencia de una amante con nombre de hija de Neptuno y Temisto o, en situaciones más prosaicas, meterse a saco con la búsqueda de un libro, si eso es lo que el presente exige (lean el poema entero del poeta de Venosa, por cierto. Si no, no aprovecharán ni el “sé sabia” y “filtra el vino” anterior a la citadísima máxima). Lamentablemente, lo único que yo tenía entonces sobre los Nuevos poemas era un pie de página de un magnífico artículo del propio Carreira (Quevedo y su elogio de la lectura, publicado en La Perinola, 1997); y en ese pie, se lee esto: “a los señores de título que hicieron librerías, a exemplo de D. Bernardino de Velasco i Tovar, Condestable de Castilla”. Gran frase, si lo piensan detenidamente; señores de título fundando librerías, no inmobiliarias; frase en todo caso suficiente para llevarla a un buscador con la esperanza de que diera resultados y, por lo que pasó después, también suficiente para vivir otro momento de hilaridad a cuenta de un cachivache que ahora ponen hasta en la sopa, la IA.

Según ese inquisidor disfrazado de amigo que facilita tareas, lo que este caprichoso estaba buscando con Góngora y la frase en cuestión era, atentos al pajarito, “señores de título que hicieron librerías Góngora”. Es lo que pasa cuando intentas sustituir un localizador de frases y palabras concretas por un respondedor de preguntas que nadie ha formulado; especialmente, si el respondedor es de sota, caballo y rey. A principios de octubre, intentando encontrar un soneto de William Shakespeare que incluye el metafórico sello amoroso de cierta dama (resultó ser el 11, Tan raudo como mermes), me había saltado con los sellos de correo dedicados al inglés y, por supuesto, sin soneto alguno. Pero, donde aún no están las intromisiones de la IA, en la maquinaria que sigue funcionando sin excesivos tropiezos, no había nada que me acercara a los poemas atribuidos al gran rival de Francisco de Quevedo, así que abandoné la búsqueda por dichos medios y me fui al catálogo de la Biblioteca Nacional.

Llegados a este punto, conviene recordar que el buscador más conocido en la actualidad no es ni mucho menos el único que hay; de hecho, tampoco sería el mejor si la gente no insistiera en alimentarlo, despreciando el resto. Por mi parte, llegué a él a regañadientes, tras haber probado en los que suelo utilizar y, sobre todo, en sitios como la imprescindible Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, palacio obligado en Internet para los apasionados de la literatura. A mediados de la década de 1990, Noam Chomsky afirmó que, si no apoyábamos los medios independientes y nos acostumbrábamos a usar la Red con cierto criterio, esta acabaría en manos de las grandes corporaciones privadas, como así ha sido; y, por el espíritu feudal del nuevo capitalismo, ha terminado en manos de monopolios de facto. Nos estamos jugando mucho más de lo que parece, y pueden tener la seguridad de que esas corporaciones sueñan con sustituir también a las bibliotecas, porque controlar lo que se suele entender por noticias no es tan definitivo como controlar el acceso a la cultura universal.

En otra ocasión, les contaré qué fue de la búsqueda de los poemas de Luis de Góngora y qué obras localicé –no es verdad que olvidara totalmente el asunto– sobre los lectores que ven cosas que no están, por el motivo que sea. El “envidioso tiempo” de Horacio huye mientras hablamos, y no me gustaría que se escape hoy sin citar lo que está detrás de Quevedo y su elogio de la lectura, el impresionante resumen que hace nuestro ilustre escritor de lo que implica leer a los clásicos cuando se leen realmente y no se padece de “libropesía”, dolencia de la que se burla en El Parnaso español: “Retirado en la paz de estos desiertos,/ con pocos, pero doctos libros juntos,/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”. Ahí es nada.