Bob Stanley: “Detrás de las historias que conforman el nacimiento del pop casi siempre había un negro o una mujer”

Bob Stanley: “Detrás de las historias que conforman el nacimiento del pop casi siempre había un negro o una mujer”

El periodista y músico británico Bob Stanley desmenuza en ‘Let’s Do It. El nacimiento de la música pop’ (Liburuak, 2025) casi un siglo de música popular anglosajona: del ragtime al rock pasando por el jazz, el blues o el swing

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El sonido hipnótico de Glenn Miller, con esa repetición palpitante de riffs, certificaba su hábil manejo de ciertas estructuras musicales, aquellas de las que cuesta desprenderse. Al igual que otros progenitores de las melodías pegadizas, Miller entendió en qué consistía eso del pop y lideró la venta de discos en 1939. In the Mood, Moonlight Serenade o Little Brown Jug son tan populares como las canciones de The Beatles. Su música, al igual que la de Buddy Holly, Eddie Cochran, Ian Curtis o Kurt Cobain, perdura en el tiempo. “Es algo eterno, como la piedra”, concluye Bob Stanley en uno de los capítulos que conforman Let’s Do It. El nacimiento de la música pop, su último libro, publicado originalmente en 2022 y traducido ahora al español de la mano de Liburuak.

Se trata, en realidad, de la precuela de Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno, obra que diseccionaba el pop desde el estallido del rock and roll en los 50 hasta 2013, fecha en que se publicó. El autor se centra ahora en un arco temporal previo, de 1900 a 1970, solapando, en este caso, dos décadas del anterior título: “Pensé en terminar la historia en los años cincuenta, cuando surge el rock and roll. Pero el período posterior, en el que el viejo y el nuevo mundo estaban en conflicto, aunque secretamente se influían mutuamente, me pareció fascinante”.

Bob Stanley es periodista musical y miembro de la banda dance-pop Saint Etienne. Doble vertiente que, aun habiéndose significado en la construcción de esta magnífica historia, palidece ante su faceta de archivista: es su labor como coleccionista e investigador –que también desarrolla en sus celebrados recopilatorios para Ace Records– la que enriquece todos y cada uno de los párrafos en sus más de 700 páginas. “Ante todo, soy un fan”, asiente. El libro, que chorrea nombres, canciones, declaraciones, conexiones temporales y anécdotas, se revela como una concienzuda y ardua investigación, lo que explicaría el lapso de 10 años con su predecesor, Yeah! Yeah! Yeah!.

“La prensa musical no existía hasta la década de 1950”, arguye Stanley. “Además, los músicos profesionales solían ser más reservados, humildes y educados en público a excepción de Al Jolson, por lo que encontrar anécdotas fue más difícil. Utilicé muchas entrevistas con músicos que se grabaron en su madurez, cuando ya no les importaba tanto su imagen pública”, añade. Pero, ¿qué es el pop? En Let’s Do It, Stanley formula con precisión la idiosincrasia de este fenómeno sociocultural. Es, como apunta en su introducción, “el acto de escuchar algo más de una ocasión, de poner un disco una y otra vez”, para resolver, más adelante, que “la música pop está hecha para bailar”.

Irving Berlin lo clavó mucho antes, en 1913, al tratar de explicar el éxito de Alexander’s Ragtime Band, primera canción protopop de la historia: “Puede cantarla el artista y también un bebé. Todos pueden cantarla. Apela a las masas, no a las clases”. Definición que, aun siendo aplicable a la actualidad, carece de concreción. ¿Es el pop surgido en los albores del siglo XX el mismo que conquistó a las audiencias décadas después? Para empezar, aquel no era un fenómeno juvenil. De entre los muchos rasgos y peculiaridades que los distancian, el más definitorio es, según Stanley, el ritmo: “Desde Rock Around The Clock en adelante, la caja ha sido fundamental. Esto se ha acentuado más desde que el house y el tecno comenzaron a evolucionar en los años ochenta. Antes de eso, la sección rítmica era claramente secundaria con respecto a la melodía”.

Filias y fobias

Let’s Do It se postula como texto referencial capaz de desentrañar, aglutinar y ordenar casi cien años de música popular alternando panorámicas entre Estados Unidos y Reino Unido. Y sin aburrir al lector. “Por encima de todo, quería que fuese entretenido”, declara Stanley en las primeras páginas. Propósito que logra fragmentando el relato en 52 breves capítulos que funcionan como piezas independientes. En ellos, el británico exhibe sus filias y sus fobias echando mano de la primera persona en diferentes ocasiones. “Si tuviera que elegir [para escuchar a un solo artista el resto de la vida], todos son peores que Duke Ellington”, asevera. Y, mientras concede a Frank Sinatra el honor de ser “eje del libro” ocupando casi dos capítulos, Cole Porter –de quien se sirve para su título– no le merece el mismo protagonismo y lo relega a un par de páginas en el dedicado al Great American Songbook

Esta es una historia de géneros –ragtime, jazz, hillbilly, swing…–, de emplazamientos –Storyville, Broadway, el Soho londinense, Hollywood…–, de avances técnicos –gramófono, micrófono, radio…– y de los éxitos de Irving Berlin, Jerome Kern, Bing Crosby, Frank Sinatra, Louis Armstrong, Duke Ellington o Billie Holiday. Pero también de estrepitosos fracasos e imperdonables olvidos. Stanley recupera nombres y desempolva sorprendentes relatos, como el del compositor Harry Warren, quien no pudo recoger su Oscar por Lullaby of Broadway al no ser reconocido a la entrada del hotel Biltmore, sede de la ceremonia en 1935.

También hay perspectiva de género, aspiración que Stanley verbaliza desde la introducción misma. Su proporción de presencia femenina ambiciona la paridad, empeño que culmina con el rescate de algunas de las figuras femeninas de este período, como el grupo de jazz vocal Las Boswell, la crooner Vaughn De Leath o la directora de orquesta Ina Ray Hutton. “No fue una tarea difícil”, asegura Stanley. “Las pistas solían estar en los créditos o escondidas en la letra pequeña. Me basé en la historia social y en libros académicos: detrás de cualquier historia del libro casi siempre había un negro o una mujer como instigadores”, señala.


Imagen de ‘Let’s Do It’

Durante el primer tercio del siglo XX, las mujeres compraban la mayoría de discos. También los vendían como dependientas especializadas. Muchos anuncios de la industria musical se dirigían a ellas. El 75% de los asistentes a conciertos eran mujeres. Y esto era así porque la cultura se consideraba un asunto frívolo y, por tanto, femenino. Pero la cosa se complicaba si pretendían hacer carrera sobre el escenario. La periodista Lucy O’Brien explica en She Bop. La historia definitiva de la mujer en la música popular (2012) que aquellas mujeres que querían dedicarse a la música lidiaban entonces con el estigma de la indecencia, punto que Stanley matiza: “Había una estricta jerarquía social y, por supuesto, mucha hipocresía. Pero a una cantante de ópera ligera se la tenía en mayor consideración que a una cantante de vodevil o de music hall. A Nellie Melba nunca se la consideró indecente. Pero Marie Lloyd, posiblemente la cantante más famosa de Gran Bretaña a finales del siglo XIX, fue arrestada nada más llegar a Nueva York y tuvo que ‘explicar’ sus letras ante el tribunal”. 

Conservadurismo y esnobismo contra el pop

“Durante toda su historia, el pop ha tenido que enfrentarse a problemas de clase, de raza y de esnobismo”, apunta Stanley en Let’s Do It. La segregación racial y la marginalización de migrantes de clase obrera dificultó la comercialización de nuevas músicas. Pero los bajos fondos, donde lo híbrido y lo indecente supuraban vida, acabaron revolucionándolo todo. Sin esa interculturalidad que ahora penaliza Donald Trump, es difícil imaginar la historia de la música pop. “La emigración de Europa a Estados Unidos a finales del siglo XIX y, posteriormente, el desplazamiento de los afroamericanos de Nueva Orleans a Kansas City y Chicago, fueron los factores que, en esencia, dieron origen a la música estadounidense. Hay que tener en cuenta que el entorno racista y clasista de Storyville, en Nueva Orleans, fue, probablemente, lo que dio lugar al jazz primitivo. La música siempre se adapta a las circunstancias difíciles”, aclara Stanley.

La IA sí supone una amenaza real para la individualidad. La falta de variedad musical en el Top 40 actual ya es bastante deprimente, y si la IA se alimenta de eso se convertirá todo en algo monótono.

Bob Stanley
Periodista y músico

Let’s Do It pone también el acento en dos de los archienemigos del pop: el esnobismo, que lo acusa de frívolo, y el conservadurismo, que lo ve como una amenaza para la moral y para el statu quo. El lector sonreirá, por ejemplo, con la historia de George Robey, quien se negó a compartir escenario con un grupo “ruidoso, anárquico y primitivo” que, evidentemente, no se trataba de punks desgañitándose, sino de la Original Dixieland Jazz Band. “La música popular era un campo de batalla donde se enfrentaban los aventureros musicales y los reaccionarios más avariciosos”, explica el autor, que dice que “esto ocurre en varios momentos de la historia, y la conmoción y la reacción conservadora son siempre muy similares: reírse de ello, parodiarlo y mostrarse indignado porque no es ‘música de verdad’”. “Ejemplos recientes son el vaporwave y el hiperpop, ambos totalmente absorbidos ya por la corriente mainstream”, agrega.

¿Y el miedo a la innovación? Otra constante a la que Stanley también saca punta. Henry T. Fink, crítico del New York Evening Post y fan de Wagner, temía que aquellas melodías vulgares que silbaba la gente por la calle pudieran acabar producidas en masa. Era 1900. James Caesar Portillo, presidente de la Federación Americana de Músicos (AFM), calificó la jukebox como “amenaza número uno” en 1942. No es de extrañar que el lector trace aquí conexiones con un presente en el que el sector artístico enfrenta la rápida expansión de la creación artificial. “Creo que la IA sí supone una amenaza real para la individualidad”, se lamenta Stanley. “La falta de variedad musical en el Top 40 actual ya es bastante deprimente, y si la IA se alimenta de eso se convertirá todo en algo monótono”, apunta.

Con Let’s Do It, Bob Stanley completa su particular enciclopedia del pop en dos tomos que, de necesitar melodía de cabecera, podría servirse de History Repeating de Propellerheads y Shirley Bassey, la cual no solo fusiona ambos mundos, también resalta el carácter cíclico, revivalista, de esta historia de jóvenes curioseando en las estanterías de sus abuelos. Este segundo volumen –primero en realidad–, recorre la historia del pop sin escatimar en el establecimiento de sus hitos: el ragtime de Maple Leaf Rag de Scott Joplin como modelo para todas las explosiones del pop del siglo XX, la Original Dixieland Jazz Band como primera banda pop, Al Johnson como primera superestrella multimedia, Billie Holiday y Judy Garland como precursoras de la sensibilidad pop del siglo XXI… Y así sucesivamente. Un absoluto deleite para nostálgicos y entusiastas ávidos de una arqueología musical tan minuciosa como amena.