El protocolo antibullying empieza en casa

El protocolo antibullying empieza en casa

Proporcionalmente hay más niños o adolescentes que hacen bullying que niños o chicos que lo padecen. Proporcionalmente es más fácil que tu hijo haga bullying, o que calle sobre un caso de acoso escolar, a que lo padezca

El acoso escolar siempre va más allá de lo que ocurre entre dos personas: el acosador y la víctima. Están los niños que lo observan y lo acompañan, cómplices. Están los niños que lo observan y lo ríen a carcajadas, cómplices. Están los niños que lo observan y se callan, cómplices silenciosos. Están los docentes o el personal del colegio, que puede tener sospechas o certezas, que puede activar protocolos o rebajar la experiencia a una desagradable anécdota. Están las administraciones que han de velar porque los centros cumplan los protocolos. Y está el entorno familiar del agresor ajeno a lo que sucede o directamente despreocupado. Para comprender el acoso escolar hay que ver el panorama completo, todas esas pequeñas (pero fundamentales) piezas que permiten que el engranaje de la crueldad funcione y prospere. 

Tras cualquier caso de bullying, siempre hay alguien que pone el foco en el entorno de la agredida o el agredido, añadiendo una capa extra al dolor de esas familias: por qué no cambiaron de colegio a su hijo si sufría acoso. Cuestionar las decisiones del entorno de la víctima de bullying es muchísimo más fácil que cuestionar al entorno del agresor, ese elemento olvidado de la educación del acoso escolar. 

Solo una pequeñísima parte de las familias de agresores pide ayuda o consejo en teléfonos especializados como la Fundación ANAR. La reacción más frecuente cuando un padre recibe la llamada de un colegio diciendo que sus hijos acosan a algún compañero es la negación. “Mi hijo no hace esas cosas”. “Mi hijo me ha negado que hiciera tal cosa y le creo”. “Algo le habrán hecho el otro para que responda de ese modo”. “Se estaría defendiendo”. La primera reacción suele ser a la defensiva porque a nadie, salvo algún psicópata, le gusta pensar que su hijo va por ahí insultando, vejando o pegando a nadie. Pero después de esa primera y razonable respuesta agnóstica cabe esperar mucha responsabilidad y pedagogía.

¿Por qué algunos niños o adolescentes recurren al acoso escolar? La respuesta es sencilla: porque “resuelve” sus problemas. Acosar a alguien es más fácil que gestionar las emociones o frustraciones propias. No siempre, pero a veces, los acosadores actúan impulsados por su propio dolor: ocultan sus miedos, sus complejos, sus traumas, toda su rabia atacando preventivamente a alguien que ven más débil que ellos. Intentan socavar la identidad de esa persona para así potenciar la suya.

¿Los padres suelen ser conscientes de esto? A menudo no tienen ni tiempo ver las señales o de preguntar por ellas. Si eres padre o madre que trabaja, si llegas tan agotado que apenas puedes lidiar con la compra del supermercado, es probable que te sientas culpable por muchas cosas: cenas rápidas y ultraprocesadas, fotocopias sin hacer, cartulinas sin comprar, poco tiempo de calidad con tu hijo y, especialmente, poco tiempo de conversación con él. Pero una reflexión: proporcionalmente hay más niños o adolescentes que hacen bullying que niños o chicos que lo padecen. Proporcionalmente es más fácil que tu hijo haga bullying, o que calle sobre un caso de acoso escolar, a que lo padezca. Habla con tu hijo. Los niños y adolescentes necesitan hablar.