
‘Un fantasma en la batalla’ por dentro: Agustín Díaz Yanes desvela las claves de la película sobre ETA
El director de la película, que ya se puede ver en Netflix, analiza varios de los momentos clave del filme sobre una infiltrada en una nueva entrega de ‘Anatomía de una escena’
‘Un fantasma en la batalla’, otra infiltrada en ETA trae de vuelta el mejor cine de Agustín Díaz Yanes
Agustín Díaz Yanes revolucionó el cine español hace 30 años, cuando estrenó una ópera prima seca, violenta y contundente como Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, que en 1995 convirtió a Victoria Abril en protagonista de un cine de acción que bebía del imaginario cañí y demostraba que aquí también se podía hacer. Tano, como le llaman sus amigos, no se ha prodigado demasiado desde entonces.
En este tiempo había dirigido solo cinco películas (entre ellas Alatriste) hasta que Juan Antonio Bayona leyó un guion que tenía en un cajón sin levantar y, junto a Netflix y sus productoras habituales (Sandra Hermida y Belén Atienza), le convencieron para hacer la que se ha convertido en su sexto filme, Un fantasma en la batalla (que ya se puede ver en la plataforma).
La historia sonará familiar, la de una infiltrada en ETA que sacrifica su vida para dar el mayor golpe conocido a la banda. La misma que sirvió como punto de partida el año pasado para La infiltrada, pero que ha dado como resultado dos filmes completamente diferentes en ritmo y tono. Agustín Díaz Yanes se apoya en un montaje soberbio de Bernat Vilaplana que logra momentos de pura emoción alternando material documental de los atentados de la banda terrorista con los rodados por el propio Díaz Yanes. Una virguería que Tano analiza con su sencillez habitual en esta nueva entrega de Anatomía de una escena.
El asesinato de Miguel Ángel Blanco
Uno de los hallazgos de la película es el excelente uso del material documental y cómo está montado. Desde los primeros pases del filme todos comentaban la brillante decisión de montar las manifestaciones contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco con las manos de los terroristas votando si asesinar o no al concejal del PP. Un hallazgo visual subrayado por la excelente banda sonora de Arnau Bataller. Agustín Díaz Yanes reconoce que no saben cómo fue esa votación, pero que creían que ver a los etarras en un cuarto ofrecía una opción viable y cinematográfica.
Una escena “difícil de rodar” porque a los actores, por la dureza del momento, les costaba incluso levantar la mano de forma convincente. Además, ofrecía otra duda, tanto ética como cinematográfica: cómo rodar los atentados. ¿Recrearlos?, ¿usar el fuera de cuadro? Díaz Yanes reconoce que esa decisión le tuvo sin dormir varios días y que decidió que nunca se viera la violencia explícita contra las víctimas. En montaje lograron afinar todo ello, quitando lo que sobraba en un proceso “de reescritura muy fuerte”.
El falso atentado
Una de las escenas más tensas de la película es cuando el personaje de Amaia, a la que interpreta Susana Abaitua, participa en un atentado preparado para ganarse la confianza de ETA, aunque la Guardia Civil sabe lo que va a ocurrir para anticiparse. Las cosas no salen como debían y se produce un tiroteo que provoca una escena de acción. Un tipo de secuencia que “son fastidiadas y donde hay que confiar en los especialistas y en la actriz”.
Una escena que se ensayó en Madrid y para la que el cineasta pidió que se usara al jefe de especialistas. Se dibujó la secuencia y se planificó de forma lenta para que todos supieran bien todo lo que había que hacer. Se dedicó un día entero y, aun así, Tano dice que, aunque está muy contento, le hubiera gustado hacer “algunos planos más”.
Una secuencia en la que se salen “del estilo más académico de la película” y apuestan por una cámara en mano que se mete en el coche y se mueve alrededor de la violencia para captar la angustia de una Susana Abaitua que hasta se apretaba para ponerse roja y dar veracidad al momento.
Música italiana en clave
Aunque esté basado en un hecho real y en la historia de España, Agustín Díaz Yanes ha construido un thriller que bebe del cine clásico, y uno de los elementos donde más se ve esa influencia es en ese uso de la música italiana como forma de contactar entre la infiltrada y la Guardia Civil. Un recurso muy cinematográfico que además va construyendo la tensión hasta llegar al clímax final, donde ese uso de la canción será fundamental.
“Por supuesto que no ocurrió así, pero cuando escribes un guion piensas que los contactos serían muy lentos. No me convencía eso de ir a la cabina, llamar a un número y contactar. Es feo, así que elegí una canción, que lo hace mucho el cine clásico, porque te ahorra tiempo de explicarle al espectador y crea una atmósfera irreal y va a contrapelo de la película”, justifica Díaz Yanes de su decisión. Eso sí, acabó tan seducido por la música italiana que cada vez quería poner más.
La última conversación
Se nota que esta es una de las escenas favoritas de Agustín Díaz Yanes. Él, bromeando y como siempre dando mérito a los demás, dice que es porque ha tenido poco que hacer en ella, solo disfrutar del duelo interpretativo de Susana Abaitua e Iraia Elías, infiltrada y etarra que acaban creando un vínculo entre ellas.
Esta escena es la última conversación que tendrán y es una de las escenas clave del filme. Tano lo sabía y tiró de experiencia. “Las escenas, cuando son sencillas aparentemente, pero realmente importantes, no hay que elevarlas, porque si no vienen los actores como si esto fuera El Padrino, y tiene que salir fluido”.
La obra maestra de Coppola es una de las que vio para crear esta escena donde “los silencios y las caras” son tan importantes como lo que se dice. “Aunque suene a pedantería, John Ford decía que el Oeste es la cara de John Wayne. Los rostros te hacen la película”, cree Díaz Yanes, que confiesa que en escenas como esta prefiere no ensayar, algo que le enseñaron sus películas con Victoria Abril, que entraba en escena como un torbellino desde la primera toma.