
El comercio se resetea: el mundo se adapta a los aranceles, pero altera el mapa de exportaciones
El nuevo orden que impone Trump obliga a los sectores exteriores a reconfigurar su red de aprovionamientos; India compite por ser la nueva fábrica del mundo, China compra masivamente soja a Sudamérica y Canadá ya importa más vehículos desde México que desde su vecino del sur
José Juan Ruiz, economista: “A Trump le está saliendo bien, cada país al que se enfrenta acaba aceptando”
El tsunami arancelario de la Administración Trump y sus sucesivas réplicas –la última con epicentro en China–, ha obligado los sectores exteriores a una rápida adaptación a los nuevos peajes aduaneros. Sin embargo, la escalada de gravámenes y el pulso geoestratégico entre Washington y Pekín están redibujando el mapa comercial y amenazan con trastocar el frágil equilibrio logístico y del transporte marítimo a escala global.
India ha acelerado la diversificación de su cesta exportadora mientras potencia sus industrias manufacturas para competir con los tigres asiáticos y China, en la carrera por convertirse en las nuevas factorías mundiales de materiales elaborados y poder minimizar así los daños colaterales de cuatro meses consecutivos de descensos de ventas a EEUU. Entretanto, Japón y sus enormes niveles de ahorro han convertido a la cuarta economía global en un destino inversor preferencial por el atractivo de sus firmas exportadoras, que modelan a marchas forzadas alternativas para desviar sus tradicionales flujos hacia el mercado americano al tiempo que idean estrategias corporativas que eleven el peso de sus capitales en suelo estadounidenses, como les reclama el pacto arancelario suscrito con la Casa Blanca.
En estos tiempos mutantes, Canadá ya importa más vehículos desde México que desde su vecino del sur y China compra masivamente soja a Sudamérica en vez de a los agricultores de EEUU, lo que ha vuelto a abrir la caja de los truenos en el Despacho Oval.
No es ciencia ficción. Son las nuevas dinámicas comerciales de cuatro de los suministradores de bienes y de servicios de mayor enjundia del gran mercado global, con independencia del estatus de rival o socio geoestratégico que ostenten. Y no son los únicos: de hecho, el nuevo orden internacional que ha emergido con la instauración de los aranceles más cuantiosos desde los años post Crash del 29 ha reseteado la globalización. Hasta casi convertir en realidad el drama de un decoupling (desconexión) del esquema de libre comercio que precisamente perfiló EEUU desde la Guerra Fría. Es decir, una división en dos bloques, cada uno liderado por una de las dos superpotencias.
Los primeros vestigios de fragmentación comercial revelan, además, que los pactos bilaterales que ha forjado Washington se ciñen a los aranceles recíprocos y gravámenes a productos (acero, aluminio, cobre), sectores (farmacéutico o automovilístico) o materias primas esenciales para el avance tecnológico hacia la inteligencia artificial (IA) como las tierras raras, y constatan que, en no pocas ocasiones, han sido cincelados bajo amenazas inversoras o geoestratégicas.
Para muestra, el botón de la tarifa impuesta a India que el gabinete Trump explica con una doble justificación ajena a cualquier manual de tratado aduanero que haya regido en el orden mundial en el último medio siglo. Por un lado, con objeto de obligar a Narendra Modi a interrumpir sus compras de gas y petróleo ruso –rúbrica estratégica donde las haya en la economía india dada la alta demanda energética que el país más poblado del planeta exige para sostener su dinamismo– y, por otro, para forzar a Delhi a elevar sus dosis de capital hacia el sector energético americano.
El tsunami arancelario y su constante caos, con réplicas y calma sísmica si se produce una firma bilateral de por medio o las empresas de las industrias afectadas por los peajes a la importación se avienen a trasladar parte de sus producciones a EEUU, ha alterado las estrategias corporativas de los sectores exteriores, ha reforzado sus provisiones y sus inventarios y les ha instado a vigilar estrechamente todo movimiento geopolítico, económico o bursátil que se precie. Y casi todos, sometidos a volatilidades e incertidumbres.
Números rojos, números negros
Una de esas incógnitas es el riesgo de recesión, que el FMI acaba de descartar en su cita otoñal, en la que predice un repunte del PIB planetario del 3,2% este año y del 3,1% en 2026. Aunque recuerda, como en su cumbre de primavera, que el orden económico que rige desde los ochenta, “se está reestructurando y nos adentra en una nueva era” de anemia en la actividad con peligro de reaparición del fantasma inflacionista. Su diagnóstico lo asume la OMC para el comercio. La institución que ha vigilado el libre tránsito de mercancías y servicios desde los años noventa ha aumentado, de hecho, su predicción para 2025 del 0,9% al 2,4%.
Sin embargo, no hay consenso sobre si la economía global y americana eludirán los números rojos. Uno de los analistas que disiente es el economista jefe de Moody’s, Mark Zandi, que otorga un 48% de opciones de que EEUU entre en contracción en los próximos 12 meses por la pérdida de fuelle del mercado laboral, la difícil trayectoria descendente de tipos de la Fed con un IPC al que le presupone tensiones inflacionistas inminentes por las alteraciones comerciales y la caída de los permisos de construcción residencial, índice que detecta como pocos los finales de ciclo de los negocios.
En cambio, el mercado empieza a mostrar una clara inclinación a apreciar una “burbuja bursátil” insuflada por valores vinculados a la IA. Para David Rosenberg, dueño de la firma inversora que lleva su nombre, podría ser de “gran calibre”, porque el trimestre estival ha dejado un S&P 500 demasiado sobrevalorado y un Índice Case Shiller, que determina la evolución de precios de la vivienda en EEUU, se encuentra en su máximo histórico, sin atender aún posibles obstáculos de desabastecimiento de materiales de construcción como el acero y el aluminio, sometidos desde agosto a aranceles globales del 50%.
La vertiginosa subida del oro y los criptoactivos, a pesar de sus nuevos episodios de volatilidad, y las anómalas rentabilidades en los mercados de bonos, que vigilan el bache de los déficits y la montaña de deuda del G-7, ponen en entredicho la salud real de la economía de cara al último trimestre del año, dominado por otro pulso geoestratégico entre ambas superpotencias.
Cadenas de valor y suministro en disrupción
Pero las cifras y los cálculos no pueden esconder la realpolitik que opera en el sector comercial. Tanto gobiernos como empresas se están adaptando a un modelo económico más costoso y que dificulta el acceso a los consumidores. Así, naciones como Perú o Lesoto buscan socios en Asia y Europa para colocar sus rúbricas exportadoras; de forma urgente, para los arándanos del país sudamericano y, en el caso de la economía africana, para sus productos textiles.
De igual modo, otros catorce estados de pequeña y mediana dimensión y de todas las latitudes –Brunéi, Chile, Costa Rica, Islandia, Liechtenstein, Marruecos, Nueva Zelanda, Noruega, Panamá, Ruanda, Singapur, Suiza, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Uruguay– acaban de constituir el foro para el Futuro de la Inversión y el Comercio (FIT, según sus siglas inglesas) para defender, dicen, sus compromisos con el multilateralismo y la globalización.
Entretanto, el pulso geoestratégico entre EEUU y China añade más leña al fuego. En otro cambio de chip, Trump amenaza con mantener los porcentajes de triples dígitos en las tasas sobre el gigante asiático que ahora están en cuarentena si Pekín no suspende su reciente obligación a las firmas foráneas para que operen bajo licencia exportadora en sus negocios con las tierras raras, los materiales críticos imprescindibles para fabricar semiconductores. En especial, los de alta gama, a los que se les identifica como los anabolizantes necesarios para acelerar la carrera por el liderazgo de la IA. Casi sin solución de continuidad, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, proponía ampliar la tregua que expira el 10 de noviembre. No sin antes definir al emisario de Pekín, Li Chenggang, como “lobo guerrero” con comportamientos “desquiciados que causarían el caos global”.
El detonante de la pataleta americana fue la decisión de Pekín de endurecer sus vetos oficiales a la exportación de tierras raras de origen chino y restringir a las empresas extranjeras el uso del know-how de fabricación de imanes de sus materiales críticos.
Li, viceministro de Comercio desde abril y representante oficial en las negociaciones bilaterales, rechazó la posibilidad de suprimir estos estrictos controles ordenados por el equipo económico de Lan Fo’an. Su mensaje negativo enfadó sobremanera a la Casa Blanca, que ha puesto en duda la reunión de dentro de dos semanas entre Trump y Xi Jinping. Pero también ha servido para dar credibilidad a que la subida del oro, cuyo valor ha escalado por encima de los 4.200 dólares la onza, las tensiones en los mercados de bonos o la volatilidad bursátil, no solo responden a los encontronazos comerciales entre ambas superpotencias, sino a las dudas que sigue despertando en la Fed las presiones inflacionistas. Pese a la insistencia de la Administración Trump para que rebaje más los tipos y sus gestos de injerencia constante en los asuntos monetarios, bajo total soberanía de la Reserva Federal.
Todo ello ha envalentonado a las empresas tecnológicas y del sector exterior, que temen que la disputa entre Washington y Pekín provoque rupturas en las cadenas de valor y suministros, así como incrementos de precios sobre negocios como el de los chips, la automoción o la industria de las armas, asegura Financial Times, que vaticina “protestas de ejecutivos de multinacionales” para tratar de inculcar distensión entre EEUU y China.
Tierras raras y navieras entran a escena
Las tierras raras son cruciales en la tecnología vinculada al negocio de Defensa, como los aviones de combate F-35, los misiles Tomahawk o los sistemas de radar y los drones. Pero también para marcas automovilísticas. Volkswagen emplea baterías fabricadas con estos materiales críticos en sus vehículos eléctricos, resalta Gracelin Baskaran, directora del programa de seguridad de minerales críticos del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. De igual manera que sus soluciones imantadas lo son para firmas tecnológicas que fabrican teléfonos inteligentes o semiconductores.
“Han vuelto las disrupciones a las cadenas de valor, con interrupciones cada vez más constantes en sus procesos productivos y sus contratos de suministro”, explica al diario británico el director ejecutivo de la compañía germana Magnosphere en Pekín, Frank Eckward, quien anticipa graves problemas en su sector, el automovilístico.
Por si fuera poco, el pulso también se ha trasladado al ámbito logístico y de transporte, porque la Casa Blanca ha subido las tasas portuarias en EEUU, en una indisimulada maniobra para dañar los ingresos de Cosco Shipping y Orient Overseas, las navieras chinas que, según HSBC Parash Jain, deberán sufragar entre 1.500 y 2.100 millones de dólares adicionales por los fletes en 2026.
Este nuevo gesto proteccionista de Trump se une a la subida arancelaria de Pekín a los buques estadounidenses y las sanciones cursadas a varias filiales americanas, como Hanwha Ocean, uno de los gigantes surcoreanos de un sector, el mercante, que transfiere el 80% del comercio global y que amenaza con encarecer el tránsito marítimo, según la consultora Drewry.