¿A quién podemos cuidar y quién nos cuida? Por qué los nuevos permisos de cuidados siguen teniendo un sesgo conservador

¿A quién podemos cuidar y quién nos cuida? Por qué los nuevos permisos de cuidados siguen teniendo un sesgo conservador

La nueva propuesta de prestación por fallecimiento y por cuidados paliativos deja fuera cualquier relación que no esté dentro de la consanguinidad o de las parejas certificadas por un matrimonio o un registro

La propuesta de Trabajo para el nuevo permiso por fallecimiento: 10 días por familiares y 15 para cuidados paliativos

Si una de mis mejores amigas muriera mañana, me quedaría devastada. Si uno de mis mejores amigos necesitara cuidados paliativos el mes que viene, quizá él quisiera –o necesitara– que yo le acompañara. Lo mismo podría suceder si el sujeto de esas frases fuera un ex o una pareja con la que no tuviera papeles firmados ni convivencia de por medio. Lo mismo sucedería si fuera yo quien necesitara esos cuidados y quisiera que alguien con quien no comparto ni sangre ni contrato pero sí vida permaneciera a mi lado. Sin embargo, no podríamos hacerlo: no tendríamos un tiempo reconocido para ausentarnos del trabajo sin perder el sueldo y poder así hacer un duelo, acompañar, sostener, cuidar o ser acompañadas, sostenidas y cuidadas.

Contamos estos días la ampliación de un derecho: el permiso por fallecimiento aumentará de dos a quince días, y aparecerá uno nuevo, el de cuidados paliativos, de otros quince días. Celebramos mejoras que, sin embargo, llegan tan tarde que quedan ya minúsculas si pensamos, no solo en la sociedad que imaginamos, sino en la que ya tenemos: los hogares unipersonales son ya casi tantos como los hogares en los que viven dos personas, los divorcios y separaciones crecen sin cesar, la formación de parejas ha dejado de pasar mayoritariamente por el matrimonio o el registro civil, tener un solo hijo es la tendencia, cuando se tienen, porque el número de personas sin prole también aumenta.

Mientras, varias generaciones buscamos la manera de poner en práctica la atención y el sostén a una familia que ya no es solo ni de sangre ni de contrato, mientras lidiamos con la precariedad de los servicios públicos de cuidados, la crisis de la vivienda, o la incertidumbre sobre una hipotética jubilación.

¿A quién nos deja el sistema cuidar y a quién le permite que nos cuide?, ¿por qué solo se reconocen los lazos creados a través de instituciones tradicionales? “Bienvenida sea la ampliación de derechos, sin embargo, en este caso es llamativo lo que queda fuera porque traduce un sesgo muy convencional”, resume la economista Carmen Castro. Ese sesgo otorga derechos solo a unidades de convivencia formalizadas a través del matrimonio, la pareja de hecho o consanguinidad. Y eso deja fuera “otras conformaciones familiares o de núcleos de convivencia”. No tiene, por tanto, en cuenta ni otras realidades ni que existen otros duelos relevantes más allá de la oficialidad y la sangre.

La economía feminista y de los cuidados lleva ya unas décadas hablando de cómo cuidamos, a quiénes cuidamos y quiénes cuidan. “Cuando hablamos de derecho al cuidado hablamos de reconocer los vínculos de cuidados realmente existentes, más allá de los que teóricamente funcionan en base a lazos sanguíneos o legalmente constituidos, más allá de los normativamente impuestos”, resume la economista Amaia Pérez Orozco. Se trataría de apostar, prosigue, “por las familias de elección”.

“Núcleos de gestión cotidiana de la vida, convivas o no, esas redes en las cuales resolvemos, al margen de las que nos ha impuesto el modelo heteropatriarcal en clave de cuál es el sujeto de derechos reconocido”, explica Orozco, que subraya que los cuidados no deberían resolverse solo en el núcleo familiar, sea sanguíneo o elegido, sino estar “enredados” entre esos lazos “más libres y diversos” y servicios y prestaciones públicas.

Con los anteriores permisos y con la nueva propuesta, ese sujeto sigue intacto: bien sea por fallecimiento, enfermedad, hospitalización o paliativos, es la familia de sangre o la pareja que se formaliza en una unión concreta quien vehicula el derecho.

Ampliar el libro de familia

En Mercados reproductivos. Crisis, deseo y desigualdad (Editorial Katakrak), la investigadora Sara Lafuente indaga sobre el mercado de la reproducción asistida, pero también lanza ideas para trazar nuevas maneras de relacionarse, por ejemplo, modificar el libro de familia. “No es tanto construir clínicas que nos permitan reproducirnos como habilitar diferentes modelos para el cuidado y la crianza. Ya se están dando pero resulta muy difícil. Podemos pensar en libros de familia que no funcionen desde la institución del matrimonio sino desde el reconocimiento de las redes de cuidados. También los permisos de cuidado que permitan distribuir ese trabajo más allá de la idea de familia nuclear basada en una pareja”, contaba en esta entrevista.

Laura Camps ha escrito No nos da la vida (Bruguera) para hablar sobre cómo el empleo asalariado devora el resto de la vida. ¿Cómo arañarle porciones al trabajo para, entre otras cosas, cuidar? Camps también apuesta por “dejar de lado las consanguinidades” cuando hablamos de cuidados para reconocer así otros lazos y, también, otros duelos, como el de las amistades. Y cree imprescindible que el debate sobre los permisos vaya unido a otros para seguir ampliando “servicios públicos” y que el estado asuma su responsabilidad de hacerse cargo de los cuidados y también de repartirlos.

El sesgo convencional en las prestaciones sociales, continúa Carmen Castro, ya se ha visto en otras ocasiones, por ejemplo, argumenta, en la manera en la que siguen operando los permisos por nacimiento, en los que el sistema da por hecho que los bebés llegan a parejas de dos progenitores y, preferiblemente, heterosexuales. Es una manera de seguir priorizando “estructuras convencionales de agrupamiento familiar” y, por tanto, del reparto (desigual) de los cuidados. La economía feminista busca más bien lo contrario: “Repensar la organización del modelo económico y que los cuidados emerjan como una necesidad colectiva que hay que garantizar vía derechos universales”, explica la economista.

Emancipación ha sido una palabra muy repetida por el movimiento feminista, pero cómo seguir emancipándonos si las únicas relaciones que encuentran amparo son las mismas de siempre. También son los mismos momentos de la vida los que encuentran más protección: el inicio y el final, el nacimiento y la muerte. Como si en medio no hubiera toda una vida en la que, con más o menos intensidad, necesitáramos cuidados. Como si la infancia y adolescencia no requiriera la presencia de un progenitor, como si las enfermedades y las rupturas no existieran, ni la cita médica a la que acompañar a un amigo o el postparto en el que una necesita a su colega. Sí, todo eso sería (todavía) más difícil de negociar con la CEOE, pero al menos que no nos quiten la imaginación ni la ambición.