Héroes incomprendidos del periodismo

Héroes incomprendidos del periodismo

Algunos informadores poco rigurosos con la esencia del periodismo sueñan que son periodistas heroicos perseguidos por el poder, aunque se arrimen a otro poder mayor al que ven con más futuro. Hasta a Trump, al que otros verdaderamente rigurosos abandonan

Tiene un punto casi enternecedor ver a los manipuladores del periodismo, a los censores de la verdad, sentirse víctimas de manipulaciones y censuras. Porque debe ser cierto –esto sí– que es como se ven cuando reivindican para sí equipararse a lo que otros muchos han sufrido, a menudo incluso por su causa. Y es que, en algún lugar intrincado del cerebro, deben recordar –alguno al menos– por qué eligió esta profesión antes de que la vida y sus diversas ambiciones le brindaran excusas para mancillarla. Tendría un punto enternecedor si no fuera porque los destinatarios de la información son ustedes, la sociedad. Y es demasiado serio mentirles u ocultarles hechos fundamentales por más que quienes lo hacen sepan autojustificarse. Estamos ya rodeados por una tela de araña, tejida a través del tiempo, tan tupida al final que casi impide ver la luz.

Se habla cada vez más de desinformación, se hacen estudios, coloquios, se buscan claves para atajarla. Con toda razón, porque se ha convertido en un gravísimo problema para la democracia. Se había hablado mucho ya y desde hace mucho tiempo y no se ha logrado dar con la clave para evitarla. Al contrario, la Inteligencia Artificial como soporte de lo que parece real y puede no serlo y la propagación de todo el complejo por las redes ha acrecentado el problema. Sin duda los ciudadanos tienen la llave y la enorme responsabilidad de separar lo cierto de lo falso y de saber elegir lo que les conviene conocer de cuanto ocurre y es noticia. Pero vivimos en una época de notable frivolidad y de extrema comodidad. Y no es fácil. Nada comparable a tumbarse y recibir los impactos por cualquier vía: tele, radio, prensa, redes, “amigos” de WhatsApp y que aniden sin desbrozar donde convenga.

Confluyen estos días varios temas con cierta relación, claros síntomas de un desajuste que se debe atender. Empecemos con el pifostio que crece en redes, periódicos más bien de la bulosfera y que ya ha abrazado con pasión el PP como un nuevo gancho con el que armar bronca. Ignasi Guardans, de presencia habitual en medios, descubrió que había un corresponsal español en la Casa Blanca que preguntaba a Donald Trump por los “incumplimientos” de España en el gasto de la OTAN. En la atrabiliaria cabeza del presidente estadounidense ha sido un recordatorio preciso de por qué debía enfadarse y “castigar” a España –como respondió empleando ese verbo–. Y ya sabemos cómo castiga el autócrata.

Era David Alandete, quien fuera subdirector de El País en la época que, dirigido por Antonio Caño, perdió prestigio y lectores sufriendo una grave crisis. Caño expulsa insultos continuos contra el gobierno desde The Objective, bulosfera de ultraderecha, en donde también recaló hasta Juan Luis Cebrián subido en aquel Titanic del hundimiento del que fuera el periódico español de referencia internacional. Alandete terminó de corresponsal múltiple en la Casa Blanca: de ABC, la COPE y Telemadrid, nada menos. Pues bien, se ha desatado una reacción corporativa descomunal de apoyo a este informador que se cree merecedor de un Pulitzer como poco. Editoriales de ABC, de COPE, que se sienten paradigma de la “prensa libre”, dicen, y el habitual lanzallamas de la derecha contra el gobierno dictador que censura a un brillante periodista porque no le gustan las preguntas que hace a Trump. No son periodísticas esas preguntas, son políticas, como hemos comentado. La Asociación de la Prensa de Madrid ha reaccionado con singular presteza para amparar a Alandete frente a la crítica de Óscar Puente “por hacer preguntas”. Y eso no responde a la verdad. La bola crece a diario con peleas públicas que reflejan el clima que la dirección Caño/Alandete creó en la redacción de El País. Fuera, lo más florido del personal apoya con fervor a Alandete: desde Girauta a Bieito Rubido y una larga lista similar. No así la FAPE (Federación de Asociaciones de la Prensa de España), según se queja ABC.

Etiquetado ya Pedro Sánchez de dictador y censor, se ha ampliado el campo. Bendodo, portavoz del PP, ha ofrecido la imagen de un presidente acabado que “ajusta cuentas con periodistas, jueces y autónomos”. Por el campo de batalla han pasado, sin armadura ni casco, los ministros Óscar Puente y Margarita Robles y también les ha caído lo suyo. Muy penoso, injusto. Pero si los receptores no analizan qué hay de cierto y qué de uso espurio de este asunto, mal vamos.

Y vamos mal, sí. La bola se engrosa cada vez más. El periodista Javier Aroca está siendo objeto de otra cacería desde la derecha a raíz de un coloquio de la Cadena SER con Àngels Barceló en el que mostró su impaciencia por las palabras de una contertulia que no compartía, de un modo quizás inapropiado. Detrás, el éxito de audiencia de RTVE en esta etapa que obtiene cifras de aceptación desconocidas en años. Aroca es una voz incorruptible que dice verdades y las argumenta con conocimiento y eso es tan útil para el derecho a la información de los ciudadanos como peligroso para moverse en tiempos de crispación en los que cualquier cosa puede servir a la derecha para erosionar al gobierno. Todos los nuevos programas y sus periodistas están siendo atacados.

En los días que se cierra por fin el juicio de la Gürtel, la gran trama corrupta del PP, con un balance de 12 juicios, 22 sentencias ya, con 94 condenados a prisión que suman un total de 750 años de cárcel, el PP ha seguido inasequible al desaliento hablando del “abecedario de la corrupción del PSOE”, de “la Caja B” que dan por cierta, emocionados. Los corruptos sueñan con que no están solos en el delito, igual que algunos informadores poco rigurosos con la esencia del periodismo sueñan que son periodistas heroicos perseguidos por el poder, aunque se arrimen a otro poder mayor al que ven con más futuro. Hasta a Trump, al que otros verdaderamente rigurosos abandonan.

La desinformación está poniendo en cuestión los efectos del cambio climático, la ciencia o la sanidad. Ya han llegado a España las teorías negacionistas del delirante equipo de Donald Trump, vacunas, medicinas, tratamientos pasan a estar en entredicho. La desinformación cuesta vidas, hay que insistir en ello.

 Y mientras los medios abandonan con sus bártulos y acreditaciones el Pentágono por las presiones y hasta la censura previa que quiere imponer el Secretario de Estado de la Guerra, un informador español insiste en recordarle a Trump que tiene cuentas pendientes con España, se siente orgulloso de ello, y cree que la alarma suscitada por su actuación es una censura a sus preguntas de interés general para los españoles. Toda la derecha política y mediática le apoya, incluida, insisto, la Asociación de la Prensa de Madrid.

¿Cómo salimos de esto? Es materialmente imposible desmentir todos los bulos que se producen a diario. Se ha demostrado, además, que –incomprensiblemente– la mentira gusta y tiene buena aceptación en el mercado actual. Por supuesto que desde los poderes del Estado y respetando la libertad de expresión, habría que impedir la impunidad de la libertad de difamación y de extorsión, pero a la postre somos cada uno de nosotros quienes tenemos la imperiosa necesidad de huir de la desinformación y al menos no dejar de evidenciar las prácticas de los oportunistas de esta profesión que encima se creen héroes. Héroes por un día, unas horas. Mientras se apaga el fuego que han encendido, siempre que no haya tenido peores consecuencias.

Hoy mismo el Nobel Paul Krugman recordaba un texto de George Orwell: “Todos somos capaces de creer cosas que sabemos que son falsas y luego, cuando finalmente se demuestra que estamos equivocados, tergiversar descaradamente los hechos para demostrar que teníamos razón. Intelectualmente, es posible continuar este proceso indefinidamente: el único freno es que, tarde o temprano, una creencia falsa choca con la realidad, generalmente en un campo de batalla.”