Construir más allá del ruido

Construir más allá del ruido

Necesitamos continuidad: una política de vivienda. Se trata de mantener el rumbo cuando cambian los vientos, de actuar con visión de largo plazo. Una política de vivienda coherente se mide por su capacidad de resistir la legislatura

Espero que esta vez, afrontar el reto de mantener una política estable de vivienda, que incida en todos los aspectos que la condicionan, vaya en serio. Lo deseo de verdad. Porque en serio nos la hemos tomado —y actuado en consecuencia— desde el Área Metropolitana de Barcelona y desde muchos de sus municipios.

Para nosotros no hay nada nuevo bajo el sol. Llevamos años trabajando, aprendiendo de la práctica y enfrentándonos a los mismos obstáculos. Lo único que pedimos es coherencia. Coherencia entre todos los actores políticos que aspiran a gobernar. Porque, si de verdad hablamos de país, de ciudad, de comunidad, hay políticas que deberían formar parte del consenso permanente, impermeables a los cambios de ciclo político. Y, entre ellas, sin duda, la política de vivienda debería ocupar el primer lugar.

Vivimos tiempos de mucho ruido y poca lírica. Los discursos se multiplican, los planes se anuncian, los recursos económicos se movilizan… pero a menudo la melodía de fondo sigue siendo la misma: la falta de continuidad, la falta de compromiso real.

Por eso, todo lo que ahora se está poniendo en marcha por parte de los Gobiernos de España y de Catalunya —recursos económicos, programas ambiciosos, nuevas leyes, incentivos fiscales— debe servir para corregir los desequilibrios estructurales del mercado libre. Hay que orientar los esfuerzos hacia donde más duelen las grietas sociales, hacia quienes viven en la precariedad habitacional o ven frustrada su posibilidad de construir un proyecto vital. Porque, no lo olvidemos, sin vivienda no hay vida. Sin un techo estable, todo lo demás —trabajo, educación, salud, convivencia— se tambalea.

A estas alturas, como en tantos otros temas, sabemos diagnosticar muy bien los problemas: hacemos informes, conferencias, debates, seminarios… pero sabemos que la gestión de los resultados llega despacio, requieren de tiempo: planificación, proyección, producción y ejecución, son años, y la ciudadanía ha de ser consciente.

Obviamente mientras tanto, hay vidas concretas detrás de las cifras. Son las familias de rentas bajas que no pueden acceder al mercado libre. Son las clases medias que ven frenado su ascensor social y sienten que su esfuerzo ya no basta. Son los ciudadanos que han vivido toda su vida de alquiler y que, al jubilarse, entran en modo pánico ante un mercado inestable, imprevisible y a veces cruel. Son las personas que se incorporan a nuestras ciudades para trabajar, y contribuir a la sostenibilidad del dinamismo económico, pero que no encuentran dónde vivir con dignidad.

Son también los barrios construidos en los años 60, que envejecen con déficits energéticos y de accesibilidad, y necesitan una profunda rehabilitación para seguir siendo parte del futuro urbano. Y, por supuesto, son los miles de hogares que dependen de un alquiler razonable, de un marco jurídico estable y de una oferta suficiente para que la vivienda deje de ser una carrera de obstáculos.

No se trata de inventar nada nuevo, sino de reformar y acelerar lo que sabemos que funciona.

Necesitamos planeamiento que garantice suelo urbanizable con seguridad jurídica frente a la especulación y con agilidad en su aprobación. Necesitamos recursos económicos suficientes y ayuntamientos ágiles en la gestión de licencias. Necesitamos abrir un debate honesto sobre la demanda y asumir un incremento de la producción —también en vertical— allí donde tenga sentido urbano y social.

Y, sobre todo, necesitamos continuidad: una política de vivienda. Se trata de mantener el rumbo cuando cambian los vientos, de actuar con visión de largo plazo. Una política de vivienda coherente se mide por su capacidad de resistir las legislaturas. No por lo que promete, sino por lo que deja consolidado.

Ojalá que esta vez vaya en serio. Que seamos capaces de mirar más allá del ruido y construir, de una vez por todas, una política de vivienda sólida, continua y compartida, porque la dignidad de un territorio empieza en la puerta de una casa habitable, como cimiento de la cohesión social.