
Vitoria llora a las víctimas de la explosión por un choque de camiones en 1974: «La piel se quedaba pegada en el asfalto»
El Ayuntamiento ha instalado una placa para recordar el accidente, aunque un año después de que se hablara ya de ella a raíz del quincuagésimo aniversario
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El Ayuntamiento de Vitoria, con la alcaldesa socialista Maider Etxebarria a la cabeza, ha inaugurado este martes una placa que recuerda a la decena de víctimas —ahora se habla de trece, aunque nunca se ha esclarecido cuántas fueron exactamente— que perecieron a raíz de la explosión que se produjo tras el choque entre dos camiones cisterna el 26 de julio de 1974. La colisión tuvo lugar de madrugada y la deflagración, que afectó a cuatro centenares de viviendas y dejó algunas reducidas a montones de tierra, llegó también a incendiar árboles del cercano cementerio de Santa Isabel y desató una niebla que se propagó por las inmediaciones. “51 años después, seguimos sintiendo el peso de ese desgraciado accidente. Y recuperamos un hecho que forma parte de la historia de Vitoria”, ha señalado la primera edil durante su intervención.
“Lo hacemos no solo por la magnitud de la tragedia, sino también porque marcó para siempre la vida de las familias afectadas y la de toda una comunidad que ya nunca pudo olvidar lo que aquí sucedió”, ha indicado la alcaldesa poco antes de que se descubriese la placa conmemorativa. Ha señalado que el homenaje es fruto del trabajo de la red comunitaria de El Pilar, barrio en el que se inscribe el lugar en el que sucedieron los hechos.
“Que sea esta placa desde hoy un símbolo de reconocimiento. Que cada vez que una persona pase por aquí y se detenga un instante y lea la inscripción, recuerde a esas ausencias y esas historias que merecen permanecer en nuestra memoria. Porque la memoria es un acto de justicia”, ha incidido Etxebarria.
Los dos camiones cisterna, ambos propiedad de la empresa Cisternas Reunidas, S.A., llegaban de la refinería de Petronor en Bizkaia. Aunque en un principio se amontaron diversas y contradictorias versiones, los dos vehículos chocaron en un semáforo situado en el punto en el que la antigua circunvalación de la carretera N-1 se cruzaba con el portal de Arriaga. El reloj marcaba aproximadamente las 3:45 de la madrugada del viernes, 26 de julio de 1974. El día anterior había sido Santiago. Según relataron testigos de primera mano, una capa de gas de unos 40 centímetros se propagó instantes antes de la explosión, a la que siguió una neblina que se desplegó por todas las inmediaciones. El conductor del segundo camión, con matrícula de Madrid M-851208, quedó calcinado por la explosión y en un primer momento no fue posible siquiera identificar sus restos. El otro transportista, que resultó ileso, tuvo la pericia de avanzar un poco más con su camión para evitar que explotase otra de las cisternas.
José María Fernández de Ocáriz era el primogénito de la familia que vivía entonces en un caserío que fue destruido por la explosión. Su padre falleció en el acto. El resto de integrantes de la familia tuvo que pasar por el hospital. “Fue muy fuerte, muy doloroso”, ha recordado en el acto de esta semana. La madre, otro hermano y él tuvieron que ser ingresados en la unidad de Grandes Quemados del hospital de Cruces, en el municipio vizcaíno de Barakaldo, mientras que los otros hermanos sufrieron heridas de menor consideración. “Nos quedamos sin nada”, ha lamentado, mirando a aquella madrugada de julio de hace más de medio siglo. “Son situaciones muy complicadas que uno no olvida. Fue terrible”, ha reiterado.
Detalle de la placa instalada este martes en recuerdo de las víctimas de la explosión
El titular del periódico vespertino ‘Norte Exprés’ de aquella tarde de viernes hablaba de “Un espectáculo dantesco” y ofrecía un parte de dos fallecidos y treinta heridos. El número de bajas se fue incrementando con el paso de los días y acabó sobrepasando la decena, aunque nunca se ha sabido con certeza. En ocasiones, el número de fallecidos se ha cifrado en trece, pero la propia placa no alude a ello. La concejala de Gobierno Abierto y Centros Cívicos, Miren Fernández de Landa, que ha intervenido también en el acto de esta semana, ha señalado que, por el momento en el que sucedió el accidente, a finales del franquismo, hubo “intereses muy claros” y “muchos esfuerzos” para silenciar lo sucedido. Ello no ayudó a que la información fuera veraz. “Por eso hoy en día quedan muchas dudas y muchas incógnitas sobre lo que sucedió”, ha dicho. A ello se unió el dolor de los familiares y allegados de los fallecidos. “Sobre el barrio cayó una nube de silencio. Nadie hablaba de aquello. Eran incapaces de hablar por el dolor que tenían”, ha aseverado la concejala.
“Todavía se me revuelven las tripas”, ha admitido Fernández de Landa. Recuerda que tenía 11 años cuando sucedió el accidente y que, pese a vivir en un pueblo cercano, montó en la bicicleta y se acercó al lugar de los hechos con otros jóvenes. “Tengo el perfecto recuerdo de la pared negra, de los árboles quemados y de, durante mucho tiempo, ver los camiones cisterna con los agujeros en la parte de atrás”, ha expresado. Mientras hablaba, se podían ver gestos de asentimiento entre los vecinos del barrio que vivieron los hechos en primera persona. El temor a nuevas explosiones derivadas de la fuga se propagó con igual rapidez por la ciudad. Se acordonó toda la zona, en un perímetro que tocaba el portal de Gamarra, la prolongación de la calle de Domingo Beltrán de Otazu, el aún por entonces pueblo de Arriaga, los campos de fútbol de la Vitoriana y el cementerio de Santa Isabel. Algunos de los árboles que ardieron a raíz de la explosión eran del camposanto. “La piel de las personas se quedaba contada en el asfalto”, ha dicho que le han relatado los vecinos. “Esas huellas no se borraron, porque permanecen en el vecindario y en esas familias que perdieron a sus seres queridos. Ha pasado medio siglo, pero ese dolor y esa pena siguen siendo patentes”, ha abundado Fernández de Landa.
El mural que recuerda la tragedia, cerca del punto en el que se ha instalado la placa
La concejala ha señalado que espera que actos como este sirvan de desagravio a unas víctimas y unos familiares que quedaron olvidados hace cincuenta años. “No recibieron ni el trato ni la ayuda que se merecían. Salieron adelante muchas de ellas como pudieron”, ha expresado. “Hoy estamos aquí para reconfortarlas, para decirles que la ciudad está con ellas. El recuerdo de sus seres queridos seguirá muy presente, porque forma parte de la historia de la ciudad. El Ayuntamiento no puede ni quiere olvidar estos hechos. Queremos mantener la memoria viva y saldar, aunque sea en parte y tarde, esta deuda por tantos años de silencio”, ha apostillado Fernández de Landa.
Otra vecina del barrio, Maribel Prieto, ha compuesto y leído unos versos dedicados al barrio. “Nosotros, los mayores de hoy, somos aquellos jóvenes de ayer, que ya ni somos ni parecemos los mismos. Somos quienes habitamos estas calles de este barrio cuando aún lo estaban haciendo”, han sido algunos de ellos. Más vecinos han participado en el acto y han posado después en la fotografía con la placa y la alcaldesa.
José María Fernández de Ocáriz, herido aquel día, durante su intervención en el acto
La instalación de la placa se anunció ya en 2024, coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de los hechos, pero no se ha instalado hasta ahora. La alcaldesa ha señalado que los hechos merecían “un esfuerzo adicional en materia de memoria”. Desde julio de 2023, se puede ver también en una pared cercana un mural que recuerda la catástrofe. La pintura refleja coches calcinados, titulares de periódico, bomberos desplazados al lugar para sofocar las llamas y la sombra de las personas fallecidas. La elaboración de la obra, que contó con el impulso del proyecto Pompa945, corrió a cargo de los artistas Saio García, apodada ‘La Omega’, y Diego Berruete, ‘Sinpa’. En 2024, e igualmente a partir del impulso de Pomopa945, se estrenó un documental sobre los hechos titulado ‘Las huellas de la niebla’.