La teta calva recupera el poder del ‘Fahrenheit 451’ de Bradbury para defender el pensamiento crítico de una sociedad adormecida

La teta calva recupera el poder del ‘Fahrenheit 451’ de Bradbury para defender el pensamiento crítico de una sociedad adormecida

La compañía valenciano argentina presenta una potente versión de la obra de Ray Bradbury en el Festival Iberomericano de Teatro de Cádiz

Comenzó el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz, el FIT. Nueva directora, la gaditana Mónica Yuste, y una edición que se inauguró con El bar nuestro de cada día, una obra concierto de Antonio Romera ‘Chipi’. Teatro popular y “gadita” que se convirtió en ritual de hermanamiento entre este festival y su público. También llegaron espectáculos de Brasil, Chile o Argentina. Pero entre tanta actividad, en la pequeña Sala de La Lechera, se coló una pequeña pieza, Yo soy 451, un poderoso trabajo teatral basado en la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, que además escondía una hermosa historia, trágica y demasiado triste, pero también hermosa.  

La historia es la de María Cárdenas y su compañero Xavo Giménez. María Cárdenas falleció hace año y medio debido a un cáncer, justo en el proceso de ensayos de la obra que acaban de presentar en el Festival. Su compañero Xavo tuvo que acabarla solo. La historia es conocida. Esta dramaturga nació en una pequeña ciudad del sur argentino, Necochea. Cuando en 2012 le diagnosticaron un cáncer, Cárdenas decidió formar junto a su compañero la compañía La teta calva. Llevaba ya tiempo acercándose al teatro, primero a través de la fotografía, después a través de la escritura.

María escribió su primera obra, Adiós todavía, bajo el regazo del maestro de dramaturgos del mediterráneo Paco Zarzoso. Luego escribiría Sindrhomo, que se llevó el premio Max en 2017 a la mejor autoría revelación. Ahí comenzarían unos años prolíficos, donde Xavo y Cárdenas coescriben y levantan obras como Qué paso con Michael Jackson o El muro. Yo soy 451 es el último trabajo que pudieron hacer juntos. María no llegó a verla montada y aun así, Xavo encontró las fuerzas para tirar hacia adelante.

Un bidón, un mechero y mucho teatro

El montaje destaca por cómo conjuga la propuesta teatral con la naturaleza política y poética de este libro publicado en 1953 por el autor americano Ray Bradbury. La adaptación que ha realizado Giménez se centra en el personaje principal Montag, el bombero que se dedica a quemar los libros en esa sociedad distópica donde leer y pensar están prohibidos.

La versión prescinde de todos los demás personajes y cuida con mimo la palabra poética y política del autor. No se ha querido hacer un montaje con varios actores, situaciones y diálogos. Tan solo está Giménez en escena sin más escenografía que un solitario bidón. En ese espacio vacío, el actor va dando carne y emoción en cada palabra a ese bombero programado para destruir y que poco a poco decide rebelarse.


Momento de la representació de ‘Yo soy 451’

La obra es un goce para el espectador que le guste el teatro de actor. Giménez es uno de los actores más dotados y preparados de la escena levantina. Pero ver a este corredor de fondo del teatro valenciano sostener cada palabra agarrado a ese bidón y a su pequeño mechero de bombero incendiario, tiene también mucho de declaración política.

Al igual que la obra de Bradbury es una defensa del pensamiento crítico, este montaje es una defensa de otro teatro. No es fortuito ni banal que el montaje se reduzca a lo esencial. Habla esta obra, sin explicitarlo, de todo un sistema teatral cada vez más dado al entretenimiento, la espectacularidad y el efecto. Yo soy 451 es una reivindicación de un teatro independiente que busca un espacio donde el pensamiento crítico se accione. 

Por eso, tiene todo el sentido que este Montag creado por Xavo Giménez se transforme en algo más que el personaje del libro. En la novela, los ciudadanos, ante la imposición dictatorial de quemar todas las obras, deciden aprenderse cada uno un libro para así preservarlo. En la obra, en un giro de verdadera inteligencia dramatúrgica, vemos cómo este Montag es el responsable de aprenderse la propia novela de Bradbury. Efecto meta teatral que realza la voluntad política del montaje.

Se parece este Montag al inmigrante de La noche justo antes de los bosques de Bernard-Marie Koltès. A ese ciudadano desamparado que aun así se rebela ante la imposición de un mundo opresivo donde los atisbos de humanidad se apartan y aplastan. Tiene la fuerza de aquel inmigrante de Koltès que dejaba de ser un personaje de teatro y miraba al público para confrontarlo y también emocionarlo. 


Un bidón, elemento esencial de la escenografía de ‘Yo soy 451’

En Yo soy 451, de igual modo, el actor no deja en ningún momento de mirar al público, de asumir un riesgo en escena con su cuerpo, retroalimentándose a cada instante de lo que pasa en platea y buscando niveles de expresividad que vayan más allá de lo representativo. 

También recuerda la manera de actuar de este valenciano, a otro referente, maestro del teatro latinoamericano. Aunque sus teatros difieran, en este FIT ya largo que ahora cumple cuarenta ediciones, era imposible no acordarse de Tato Pavlovsky, capaz de transformar cada función en un combate de boxeo. Algo de eso hay en este Yo soy 451. 

El montaje se estrenó el año pasado en el festival Russafa escénica. Un festival independiente que junto al festival Cabanyal Íntim (que nació contra el negocio inmobiliario que quería acabar con este barrio marinero) son dos de las citas que desde hace diez años combaten el panorama teatral pauperizado valenciano. Nada es casual.

La obra ha ido bien, ganó el premio al mejor espectáculo de la Mostra de Teatre d’Alcoy y está haciendo una extensa gira. Este noviembre estará en Alicante, Toledo y Menorca. Luego llegarán otras plazas en diciembre: Cullera, Logroño y Navarra. Pero este estreno en el FIT tiene un significado especial. 

La teta calva, a pesar de contar con una autora argentina, nunca había estado en el festival. La oportunidad llegó ahora. Justicia poética absoluta porque este era el festival al que pertenecía María Cárdenas. Ahora, después de dos funciones donde el actor se las bregó como un verdadero púgil, se abre la posibilidad de viajar a Latinoamérica. Al festival acuden muchos programadores del otro lado del charco. Sería una bonita manera de acabar la historia de esta compañía que supo hacer de tripas corazón y sacar belleza donde el horror quería imponerse. 

Xavo Giménez contó a este periódico que después de esta obra quizá La teta calva se cierre, que no tiene sentido sin María. Pero también habló de una obra de Cárdenas todavía no publicada, Hekla, que quizás sea posible levantar. Ojalá. 

Otros miles de historias están cruzando esta edición del festival. Luchas justas y necesarias desde Brasil, como la pieza de Monga de Jéssica Texeira, o la maestría actoral e imaginativa del actor chileno Diego Hinojosa y su Juan Salvador Tramoya. La nueva dirección del festival va buscando su rumbo y además queda toda esta semana para ver trabajos que llegan de Colombia o Uruguay, por ejemplo. Pero montajes como esté, que recogen los hilos a veces invisibles entre los teatros de aquí y allá, verdaderos cantes de ida y vuelta, son tan necesarios.