Antonio de la Torre: “Durante un tiempo creí que existía, pero el ascensor social es una gran mentira”
El actor protagoniza junto a Bárbara Lennie ‘Los tigres’, el nuevo thriller con tintes sociales de Alberto Rodríguez que se estrena este viernes
Alberto Rodríguez bucea en ‘Los tigres’ en la cruda realidad de los buzos: “Su vida está siempre suspendida de un hilo”
Antonio de la Torre siempre encuentra una forma de sorprender al espectador. Un nuevo matiz, un registro que no se le conocía, una apuesta por otro personaje… Lo demostró el año pasado con su sobrecogedora interpretación en Los destellos, de Pilar Palomero, donde daba vida a un enfermo terminal de cáncer; y lo demuestra ahora en Los tigres, una nueva colaboración con su amigo Alberto Rodríguez, con quien ya había trabajado en La isla mínima y Grupo 7. Ambos nos descubren un mundo desconocido, el de los buzos que se juegan la vida arreglando tuberías o barcos por cuatro duros en unas condiciones durísimas.
Rodríguez crea un thriller social y De la Torre le sigue hasta el final en una nueva muestra de su talento. Asegura el actor que no siempre que le llame Rodríguez su ‘sí’ es automático, pero que es evidente que en esa amistad hay vínculos para encontrarse en proyectos en los que ambos sacan lo mejor del otro.
En este momento de su carrera, ¿qué busca en un papel? ¿Un reto como actor? ¿Piensa más en el global de la película, en lo que quiere contar?
Buena pregunta. Por un lado, al hacerme mayor, no tengo tanto que demostrar. Me di cuenta de que había algo en los retos siempre, y es que uno se está demostrando algo a sí mismo. Cuando ya vas madurando, tienes menos esa necesidad de demostrarte nada. Pero una de las cosas que distingue al adulto es la contradicción. Cuando digo que ‘sí’ a un curro, bien por la historia o bien por el director, también, de repente, a veces, dices: “Hostia, esto no lo he hecho antes”. Y eso tiene un reto de alguna manera, por eso te decía que puede ser una respuesta contradictoria.
¿Qué había en Los tigres?
Me interesaba muchísimo el mundo de los buzos. Descubrí que hay como unos mil buzos en España, que son una especie de obreros subacuáticos. Normalmente en esas aguas no se ve nada, lo hacen con unos trajes que pesan 15 kilos y con todo el material llegan a tener 50 kilos sobre su piel. Alberto lo explica muy bien, y es que dicen que es el segundo oficio más peligroso del mundo. Yo hablé con muchos de ellos y me contaron que les pasó como en la película: un buzo bajó a revisar un petrolero, una tubería o alguna cosa y se creó un silencio sepulcral que hizo que todo el mundo estuviera allí pendiente, con respeto, porque puede ser peligroso. Fue como: “Coño, sí es que el trabajo en sí mismo ya era un thriller”.
Me acuerdo de que José Luis Rebordinos dijo que para él tenía algo de cine social, me pareció muy interesante describirla así.
Eso me interesaba mucho, también como actor. Me gusta mucho el cine de Ken Loach y me gusta mucho el cine de Alberto Rodríguez, porque le considero un poco un pariente ibérico de Ken Loach, ese cine que retrata gente y en el que creo que Alberto es magistral. Lo demostró en Siete vírgenes y en otras películas. Tiene un pulso para narrar colectivos que están en los márgenes. Es cojonudo. Y esta gente lo está. Es un oficio precario. Son entre currelas y pobres. Supongo que eso me interesa mucho porque vengo de ahí también.
La película es un alegato contra la meritocracia. El sistema no funciona, y al final o roban o no sales adelante.
Efectivamente, yo no creo en la meritocracia. Durante un tiempo, después de mi primer Goya, cuando empecé a trabajar más, cuenta la leyenda que hubo una época que se hacía cine español y no salía Antonio de la Torre (risas), ahí yo creí que había subido en el ascensor social. De repente conocía a gente de gran relevancia social. Pero de repente, pensé: “No te equivoques, estás en el mismo lugar”. A lo mejor cuando la gente lo lea escrito le puede parecer grosero, porque evidentemente vivo bien, sin ningún tipo de dificultad, mis hijos van a un colegio público y vivo bien, pero me di cuenta de que lo del ascensor social es una gran mentira.
Ser coherente es imposible. De hecho, me atrevería a decir que ser adulto es aceptar la contradicción, aceptar que no puedes ser coherente.
De hecho, te voy a contar una cosa. Voy a hacer una confesión. Yo me planteé mandar a mi hija a un colegio bilingüe que costaba una pasta. En aquel momento me lo podía permitir y lo pensé. Y luego dije, “si va a ese colegio, se va a relacionar con gente de un estrato social al que yo no pertenezco”. Y hubo un punto de reivindicación de clase en la decisión escolar de dónde mandar a mis hijos. Fue un miniacto político. Ojo, que no quiero que parezca que me doy 80 golpes de pecho por meter a mis hijos en un cole público.
Pero es que la coherencia es muy difícil.
Ser coherente es imposible. De hecho, me atrevería a decir que ser adulto es aceptar la contradicción, aceptar que no puedes ser coherente. Este es como el primer mandamiento del adulto, o la primera revelación que te haces a ti mismo como adulto. Va a haber un momento que voy a tener que empatar con eso porque me voy a morir sin serlo del todo. Es interesante esa batalla épica.
No puedo no preguntarte después de ver el fichaje de Glenn Close por La bola negra.
Me sabe mal como periodista que soy también, pero no sé si estoy capacitado para decirte algo. No sé qué puedo decir. Salgo en la película, eso ya se sabe, es un papel pequeño, pero lo que sí te puedo decir es que me ha encantado currar con los Javis. Son tan talentosos que no me extraña que estén teniendo esa carrera. Tienen una sensibilidad, un cariño por los actores y un rollo… Tiene muy buena pinta.