Marcos Rodríguez, enterrador: “Odio Difuntos, es el día de la hipocresía»
Este trabajador del cementerio de O Porriño (Pontevedra), que carga en su mochila con más de tres mil entierros, habla de la necesidad de dignificar su oficio y de salud mental, de muertos sin identificar y de los dilemas de una profesión con estigma
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En el cementerio de O Porriño (Pontevedra) hay mucho trajín en los días previos a Difuntos. Hay unas mujeres cambiando flores, otras fregando y otro grupo dando brillo a los cristales de los nichos. El lugar que para unos es un espacio casi sagrado, para Marcos Rodríguez es la oficina donde trabaja a diario. Entra por la puerta del cementerio con su figura voluminosa, un caminar pausado, varios pendientes en ambas orejas y sus brazos tatuados. Tanto podría parecer del club de fans de Bad Bunny como otro pariente más que viene a visitar un familiar.
El diálogo con la primera persona con la que se cruza delata su vida cotidiana. “¿Qué pasa?, ¿se ha muerto alguien?”, le espeta una mujer que limpia un panteón. “No, estoy aquí por otra cosa”, responde Marcos, el enterrador. “Tan pronto me ven ya creen que traigo la muerte conmigo”, comenta girándose y sonriendo. Marcos Rodríguez Campos (Mos, 1973), lleva 24 años trabajando en los cementerios, prestando sus servicios para la empresa Insitu. Antes de enterrador también trabajó colocando lápidas.
Marcos necesita hablar porque dice que “necesita dignificar este oficio”. Habla de enterrar a amigos, de salud mental, de muertos sin identificar, de alguna agresión física o de la profunda soledad del enterrador, un oficio que cree que genera “muchos chistes y chascarrillos”, pero poca preocupación por conocer sus dilemas y saber qué se le pasa por la cabeza a un enterrador que carga en su mochila con más de tres mil entierros.
Esta semana es el Día de Difuntos, ¿cómo vive un enterrador ese día?
Yo odio la época de Difuntos. Para mí es el día de la hipocresía, un día de hipocresía pura y dura. Mira aquí… [señala un nicho con flores tísicas y un secarral de hierbas]. No aparecen en todo el año a poner unas míseras flores y se acuerdan este día. La gente que va regularmente no está fregando la tumba con lejía y con un estropajo como locos dos días antes del Día de Difuntos.
Ha enterrado a muchas personas en este cementerio, muchos de ellos amigos, ¿cómo actúa en ese momento?
Pues es doloroso y lo paso fatal. Sobre todo si te toca enterrar a un amigo como aquel [señala un nicho cercano]. Yo busco técnicas de autoprotección. Lo que hago es evitar la mirada directa a los ojos de los familiares y me autoprotejo, porque si no lo paso muy mal.
Un enterrador vive entre cadáveres, ¿eso hace que esté acostumbrado a la muerte?
Tengo un enorme respeto a la muerte. Pero uno nunca se acostumbra a ella, por muchos años de oficio de enterrador que tenga. Puedes estar acostumbrado a levantar una pared de ladrillo, a podar árboles o incluso a retirar restos de cadáveres, como tengo que hacer a menudo. A eso te puedes acostumbrar. Pero a enterrar a una persona no te acostumbras en tu vida. Lo pasas mal. No es agradable ver a unos padres rotos de dolor enterrando a un hijo joven o a un niño.
¿Qué suele hacer después de un entierro?
Este no es un oficio como otro que llegas a casa y compartes con tu familia como te ha ido en el trabajo. No puedo llegar a casa de un entierro y contarle a mi mujer lo que veo a veces porque ella también empezaría a llorar. Unas veces voy a tomar una cerveza a un bar lejos, donde no me conozcan. Otras llegas a casa, te duchas, cenas y mientras ves el fútbol te vienen imágenes a la cabeza de ese entierro que acabas de hacer.
¿Cómo se gestiona todo ese proceso?
Es complejo. Acabas algunos entierros y te derrumbas. Enterré hace poco a un amigo y fue algo muy doloroso y complicado para mí. Lo pasas mal, solo deseas irte y escapar de allí. Muchas veces me hago un gintonic y me voy a mi balcón a llorar solo. Ser enterrador es un oficio de mucha soledad, he llorado solo montones de veces.
Tiene una profesión psicológicamente dura, ¿cómo convive un enterrador con su salud mental?
Pienso a veces que necesitaría un psicólogo o hablar con algún profesional. Pero la realidad es que no tengo la oportunidad de hablar con nadie sobre esto. Nunca nadie me ha preguntado cómo estoy yo. Absolutamente nadie. La persona que vive conmigo y me puede ver un poco más cascado es mi mujer, pero sinceramente tampoco la quiero implicar a ella en esto. Normalmente me lo como yo y ya está, a no ser que tengas semanas de mala suerte.
¿A qué se refiere?
Pues que tengas la mala suerte de hacer varios entierros traumáticos seguidos, entonces la bola se hace más grande. Una cosa es enterrar a personas mayores que han cumplido su ciclo vital y otra a una persona joven que muere en un accidente repentinamente. El hecho de que estés ante el nicho y todas las miradas estén enfocadas en ti es muy fastidiado. A veces sientes que la familia mira hacia ti como una forma de pedir clemencia para que todavía no empujes la caja y trates de devolvérselo.
¿En esos momentos críticos le ha tocado sufrir alguna agresión como ha pasado a veces con trabajadores en centros de salud?
Alguna vez sí. Hubo una chica a la que enterrando a su abuelo, reaccionó con un ataque de histeria o de ira, se abalanzó sobre mí y me rompió la camisa y me pegó. Me veía como el responsable de que le estuviesen llevando a su abuelo. Entendí la reacción de la chica e incluso su familia vino a disculparse. Días después yo iba paseando por la calle y vino una chica hacia mí que no identifiqué. Era ella y vino a disculparse y pedirme perdón.
¿Qué le parece la propuesta del Gobierno de ampliar hasta diez días el permiso retribuido por el fallecimiento de un familiar?
Me parece absolutamente necesario. Partiendo, a la larga, de que la muerte de un hijo no se gestiona ni en cinco, ni diez ni en veinte años. En dos o tres días no puedes estar en condiciones de atender una máquina en la que debes poner los cinco sentidos, o puedes quedar sin un brazo o tener un accidente. O que seas camionero y tengas que conducir horas todo el día y estar atento a la carretera. Esos diez días los veo muy necesarios.
¿Cómo cree que percibe la sociedad el oficio de enterrador?
Me fastidia que gente que apenas te conoce venga a hacerte bromas. A veces voy paseando con mi mujer y viene un tío de frente, el día de un entierro y te espeta, “¿hoy qué? otro para el agujero. Clin, clin, facturación eh?” [hace un gesto de dinero con los dedos]. Para mi eso es muy molesto, porque no acabo de enterrar a un perro o un gato.
¿Ha cambiado la imagen de su oficio en los últimos años?
Creo que hay mucha gente instalada todavía en una imagen del enterrador, que era aquel que venía con las botas de goma llenas de estiércol y hacía un hueco en su faena para enterrar. Era casi el último de la aldea, que no tenía otro trabajo que hacer y enterraba. Por suerte, eso ha cambiado. Nos miraban hace años como si fuésemos la última escoria del pueblo y fuese un trabajo indigno. Para mi ser enterrador es un trabajo tan digno como el de un banquero y que merece todos los respetos.
            
                El enterrador Marcos Rodríguez Campos en el cementerio de O Porriño (Pontevedra)                            
¿Cuántas personas puede enterrar al año?
En mi caso posiblemente haga unos 200 entierros al año, porque mi empresa abarca varias comarcas. A partir de mediados de noviembre y hasta febrero son meses muy fastidiados. Posiblemente por el frío y los problemas respiratorios con personas mayores y gente baja de defensas. Decían los viejos enterradores que el trabajo duro comenzaba “coa caída da folla” [cuando comienzan a caer las hojas].
¿Pero manejan algún tipo de estadísticas que lo corrobore?
Cuando pasamos cinco días o una semana sin enterrar a nadie, ya comenzamos a desconfiar. Es una contradicción, pero cuando pasa tiempo sin que se muera nadie nos preocupa porque sabemos que lo siguiente es que vengan un montón de entierros seguidos. No me digas el porqué, pero pasa. Casi tenemos calculada una media anual por parroquia. [Acto seguido, con pasmosa precisión, recita la media de muertos anuales por cementerio: O Porriño 50, Atios 20, Cans 10…]. Pueden subir un poco, pero rara vez bajan. La media siempre se acaba ajustando.
¿Ha enterrado a personas sin identificar o que nadie reclamase su cadáver?
Enterré a personas asesinadas o a una chica que apareció muerta en su casa. Era toxicómana y su familia no quiso saber de ella. La enterré yo solo con el de la funeraria, no había ni cura. Y allí sigue en un nicho sin lápida y sin nada. A alguno que conocía hasta le he hecho yo una lápida por mi cuenta, de la pena que me daba. Me entristece mucho cuando las personas no tienen ni quién las llore.
Supongo que en tantos años habrá visto todo tipo de entierros.
Muchísimos. Por ejemplo, he enterrado a una persona por partes, en hasta tres entierros diferentes y el señor asistió en vida a los dos primeros entierros. La primera vez vino al entierro de una pierna suya. A los tres o cuatro años le cortaron la otra pierna y vino en silla de ruedas a enterrar la otra pierna. Venía con el cura y con su familia a despedir cada trozo de su cuerpo, hasta que se murió e hicimos el entierro final. En el segundo entierro, el de la segunda pierna, el paisano se giró hacia mí y me espetó con retranca: “Me estáis enterrando a trozos” [se ríe].
Es la primera vez que en este medio se entrevista a un enterrador, ¿Había dado antes alguna entrevista?
No, nunca nadie me las ha pedido. Pero me gusta hacerla para ayudar a dignificar mi profesión. No creo que vaya a servir para que los niños digan de pequeños en el cole que sueñan con ser enterradores, pero sí para demostrar que este es un oficio tan digno como cualquier otro. Lo que intento siempre es humanizar un poco más el sufrimiento.