Sophie Baby, historiadora: «La derecha española nunca ha roto con el franquismo porque no ha tenido la necesidad»
La hispanista acaba de publicar ‘¿Juzgar a Fanco? Impunidad, reconciliación, memoria’, donde reflexiona sobre cómo la falta de juicios a la dictadura ha condicionado la relación de España con su pasado
La anomalía de la Fundación Franco: cinco décadas ensalzando al dictador en democracia
La mirada de la hispanista Sophie Baby (París, 1977) ha ayudado a levantar las alfombras de la Transición. En El mito de la Transición pacífica, la historiadora francesa desterró la imagen de periodo incruento para radiografiar la violencia política del momento en el que España pasó de la dictadura franquista a la democracia. Convertida en referente entre los investigadores extranjeros que han puesto la lupa en el pasado reciente español, Baby va más allá en su último libro, ¿Juzgar a Fanco? Impunidad, reconciliación, memoria (Akal), que está presentando estos días en Madrid a las puertas del 50 aniversario de la muerte del dictador.
La obra se adentra en la “paradoja” española aún sin resolver: la de una democracia consolidada que, sin embargo, sigue arrastrando la impunidad del franquismo. Baby analiza las razones por las que los crímenes de la dictadura quedaron sin juzgar y cómo, pese a ello, la lucha por la memoria ha ido ganando espacio entre silencios y resistencias. Aunque reitera en varias ocasiones a lo largo de la entrevista que no es vidente ni socióloga, su amplio conocimiento de un pasado que ve al mismo tiempo de cerca y de lejos permite entender por qué en España aún perviven mitos heredados del mismo régimen que quiso acabar con medio país.
¿Veremos en España cómo se juzgan los crímenes del franquismo?
Hay obstáculos jurídicos, sociales y políticos que todavía son muy importantes. No parece posible en un futuro próximo, pero yo soy historiadora, no adivina, me interesa más el pasado. Lo que sí creo es que tendría que haber un giro, un paso más por parte de la izquierda para que eso ocurriera.
¿En qué sentido?
En el sentido de que se aceptara dar el paso para posibilitar el enjuiciamiento por la vía penal. La Ley de Amnistía se puede derogar, pero parece imposible pensarlo porque, en la práctica, se ha convertido en una especie de lugar de memoria, un mito fundacional de la democracia española que ni siquiera la izquierda, la mayoritaria al menos, quiere tocar.
¿Cómo puede ser que la misma España que inició el proceso contra el dictador chileno Augusto Pinochet no haya sentado en el banquillo a ningún responsable de su propia dictadura?
Es la paradoja que surge después de que, en 1998, el juez Baltasar Garzón emitiera la orden internacional contra el general [Pinochet]. Aquello se acabó caracterizando como “el modelo español de impunidad”: España era pionera y campeona de la justicia universal y no había sido capaz de mirar a su propio pasado. Entonces empezaba el movimiento por la recuperación de la memoria histórica y también comenzaba a cambiar la visión de la dictadura para verla con los mismos ojos con los que se veía a la chilena o la argentina. Se empezaron a usar categorías del Derecho Internacional, a hablar de desaparecidos y crímenes de lesa humanidad y a exhumar fosas y ver la magnitud de lo que se estaba ignorando.
¿Hay impunidad del franquismo en España?
Impunidad judicial, sí, y también impunidad social. En la manera de percibir el pasado franquista no hay un consenso. Aunque siempre hay debate, en el medio académico sí hay consenso sobre lo que fue la Guerra Civil y la dictadura, pero no ha llegado al total de la sociedad española. Por ignorancia y por una resistencia muy fuerte de la derecha española.
Las derechas europeas tuvieron que renovarse después de la Segunda Guerra Mundial y adoptar plenamente el paradigma antifascista. La española no.
¿Cómo se manifiesta ese rechazo?
El PP, y ahora Vox, siempre se ha opuesto a cualquier política de memoria, ya sea la Ley de Memoria Histórica de 2007 o la de Memoria Democrática de 2022, y sus aplicaciones concretas. Acabamos de ver hace poco a la presidenta de la Comunidad de Madrid rechazar que la Puerta del Sol sea declarada Lugar de Memoria Democrática. Estas resistencias no impiden que algunos consejeros o alcaldes financien exhumaciones de fosas, pero a nivel nacional hay una oposición total.
Las derechas de otros países europeos que vivieron el ascenso de los fascismos sí los han condenado. ¿Qué diferencia hay con la española?
En general, las derechas europeas tuvieron que renovarse después de la Segunda Guerra Mundial y adoptar plenamente el paradigma antifascista. En España, la derecha nunca ha roto con el franquismo porque no ha tenido la necesidad de hacerlo. ¿Por qué? Porque la legitimidad franquista se había alejado del fascismo en 1975, desde hacía muchos años, y porque la Transición se hizo en la continuidad del régimen anterior. Se pudo adoptar el marco democrático sin tener que romper con el pasado.
Lo más lejos que llegó el PP fue en 2002 con la aprobación en la Comisión Constitucional del Congreso de una declaración que, aunque se ha dicho muchas veces que condenaba el golpe de Estado de 1936, realmente lo que hace es condenar los regímenes totalitarios y reconocer a las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura. Eso no supuso renegar de la legitimidad del golpe ni de la legitimidad franquista y, por eso, es muy fácil llegar a donde estamos ahora.
Dos de cada diez personas considera que los años de la dictadura fueron “buenos” o “muy buenos”, según una encuesta reciente del Centro de Investigaciones Sociológicas. ¿Vivimos un retroceso?
En 2005 recuerdo estar en el Valle de los Caídos un 20N rodeada de mucha gente cantando el ‘Cara al sol’ y eso parecía normal. España ha cambiado mucho. Lo que es verdad es que ahora este tema se ha vuelto un punto central del debate público porque el Gobierno ha hecho política de ello, con la exhumación de Franco y la ley de 2022. Es, además, una política más ofensiva que toca el relato, es decir, rompe con la equivalencia de legitimidades que había hasta ahora entre el franquismo y la República entendida como democrática para afirmar la superioridad de una sobre otra. Eso es algo que choca con la posición tradicional de la derecha y es fácil de instrumentalizar políticamente por los dos lados. Además, tiene que ver con la batalla cultural de la ultraderecha a nivel mundial.
En España, Vox y el PP se están aliando para tumbar las leyes de memoria autonómicas con una narrativa negacionista que ni siquiera nombra el golpe de Estado de 1936.
Es una reacción a la política del Gobierno y un intento de querer cambiar el relato. Buscan aferrarse a lo que había antes, tampoco son tan revolucionarios, lo que hacen es retomar el consenso que había antes, los mitos y la propaganda franquista y revisionista. ¿Qué ha cambiado? Que ahora cuesta un poco menos decirlo. Lo que no sabemos realmente es si hay un crecimiento de esta ideología neofranquista o es que se ha hecho más visible. Con los jóvenes habría que hacer realmente encuestas sociológicas de fondo para ver lo que ha ocurrido.
La educación en memoria democrática en las escuelas sigue siendo una asignatura pendiente. ¿Cómo influye?
La ignorancia es la base de la impunidad. Me imagino que si contásemos a la mayoría de los jóvenes que cantan el ‘Cara al sol’ lo que realmente significa y hablamos de las fosas, la hambruna, el exilio… lo cantarían muchos menos. Estos temas deben entrar en el curriculum sí o sí. Pero ahora nos estamos encontrando con un fenómeno: en Francia, donde esto es muy central y somos un país con pedagogías y política pública de la memoria, también vemos a una extrema derecha subiendo, así que tampoco es una vacuna.
¿De qué sirve alertarles a los jóvenes de que estamos como en los años 30? No es su realidad.
¿No es una vacuna contra la ultraderecha?
O es una vacuna que ya no funciona por sí sola. Quizá lo ha hecho durante un tiempo, pero estamos en otro momento de la historia y no sabemos muy bien qué hacer. El régimen de historicidad que proponen la socialdemocracia y las democracias liberales ha tirado hasta el final un paradigma de progreso y modernidad que ya no funciona y que está reemplazado por la crisis respecto al futuro. Pero no hay una propuesta de relato positivo de futuro, sino que está anclado en las lecciones del pasado. ¿De qué sirve alertarles a los jóvenes de que estamos como en los años 30? No es su realidad. Soy historiadora, analizo el pasado, pero lo que ocurre hoy hay que intentar explicarlo por lo que es ahora.
¿La Transición fue un pacto de olvido?
Las élites no pactaron intencionadamente un olvido sobre la Guerra Civil, pero el sentido mismo de la amnistía, que no hay que olvidar que fue reivindicada por la oposición, es un olvido de los delitos del pasado. En la Transición y en los primeros años de la democracia hubo una voluntad de no echarse los crímenes del pasado unos a otros. Eso es más bien una voluntad de acabar con la dinámica vengativa para pasar a otra constructiva. Y, además, eso no impidió a las familias empezar a buscar los cuerpos de los suyos ni la investigación histórica o la producción cultural. De lo que sí hablamos es de política del olvido en el espacio público.
En el libro intenta colocar a España como un país que no ha sido excepcional.
Sí, intento sacar a España de su aislamiento historiográfico y acabar con el paradigma de su excepcionalidad para situarla dentro de un entorno, en Europa y América Latina. España ha ido evolucionando en conexión constante. A veces ha ido adelantada, otras con retraso y otras con más o menos dificultades, pero nunca ha ido sola. Las amnistías, por ejemplo, dominan la historia de los siglos XIX y XX. Han sido consideradas el instrumento liberal de resolución de conflictos por excelencia y en los 60 se pedían amnistías para los presos portugueses, brasileños y después en Uruguay, Chile o Argentina. Era una campaña global.
Después hubo un cambio de paradigma del olvido a la memoria y la lucha contra la impunidad que en España ocurrió en los 90 y principios de los 2000, es decir, al que llegó con algo de retraso, pero llegó. Lo que pasa es que aquí hubo quizás una resistencia mucho más fuerte que en otros sitios por todo lo que hemos hablado, a lo que hay que sumarle que se trató de una dictadura de 40 años.
¿La Transición ha sido intocable durante mucho tiempo?
Depende de lo que entendamos por mucho tiempo. Los relatos críticos con la Transición empiezan temprano, conocemos ejemplos de desencanto desde principios de los 80. La Transición fue construyéndose como un referente para la sociedad del presente, no se quería recuperar el legado de la Segunda República, que es quizás el primer régimen realmente democrático que haya conocido España, así que había que establecer un mito fundacional, pero su puesta en cuestión llegó en los 90, es decir, apenas 20 años después. No sé qué significa ‘mucho tiempo’ en historia, pero no es tanto.
Cuestionar los relatos es señal de buena salud democrática. Hay que hacerlo siempre, pero en mi opinión, mirando al futuro para reformar y proponer alternativas. Mirar al pasado para culparlo por lo que está pasando hoy me parece limitado.