Pablo Remón se copia a sí mismo en ‘El Entusiasmo’

Pablo Remón se copia a sí mismo en ‘El Entusiasmo’

Hay grandes interpretaciones y un talento indudable en la escritura, pero tras esa apariencia de solvencia se desvela un desgaste y el peligro de caer en las propias fórmulas creadas

Jennifer Lawrence: “Da miedo hablar de cualquier cosa porque va a ser usado como ‘clickbait’”

Llegó uno de los estrenos más esperados. La nueva obra de Pablo Remón con dos de los grandes actores del momento: Francesco Carril y Natalia Hernández. La obra cumple con las expectativas. Hay grandes interpretaciones y un talento indudable en la escritura. Hay escenas muy logradas, momentos memorables… Pero tras esa apariencia de solvencia, El Entusiasmo desvela un desgaste y el peligro de caer en las propias fórmulas creadas por uno mismo.

La obra se ha estrenado en el principal espacio del Centro Dramático Nacional, el Teatro María Guerrero. Después de su estancia en Madrid, estará en cartel hasta el 28 de diciembre, comenzará una larga gira aún por determinar pero que ya tiene cerradas algunas plazas. En enero estará en Zamora y en mayo en Sevilla, por ejemplo. El teatro de Remón gusta y vende entradas. Y eso es algo a celebrar y que el autor se ha ganado a pulso con montajes como su último Vania x Vania o antes Los Farsantes, Barbados o Doña Rosita, anotada

La sensación al salir de ver El entusiasmo es, cuando menos, ambigua. La primera es la de una distopía extraña. Uno no sabe por qué, pero tiene la sensación de haber visto una versión teatral reacomodada a estos tiempos de Solos en la madrugada, de José Luis Garci. Francesco Carril parece ese José Sacristán de 1977 pero trasladado a este 2025. Y Natalia Hernández a su manera, más empoderada y menos ñoña, parece la mismísima Fiorella Faltoyano. 

El uso de atrezos y símbolos temporales cambia. Pasamos del mobiliario setentero a la asepsia de IKEA, del cuadro del Guernica a uno de David Bowie, del Ray Peterson (Raimundo Pérez si hubiera nacido en el Imperio) y del pesadísimo tema de Tell Laura I love her a un tema de los Suicide, ese pre punk neoyorquino que la generación X sigue escuchando de manera un tanto elitista. Pero el fondo de ambas no dista mucho: El Entusiasmo, al igual que la película, es un retrato generacional de la burguesía acomodaticia y sus avatares. Ambas abordan el tema de esa “desengañada gente de la segunda edad” que decía Sacristán en los micrófonos de Unión Radio Española. 


Francesco Carril y Raúl Prieto en ‘El entusiasmo’

Remón, para la ocasión, se mete de lleno en la comedia. En otras ocasiones este autor ha intervenido otros géneros como la comedia dramática, la negra o el teatro más formalista focalizado en el lenguaje. En casi todas esas ocasiones, Remón operaba sobre cada género con una combinación entre fondo y forma capaz de crear una grieta por la que vislumbrar el invisible esqueleto sobre el que se sostiene la realidad y la esencia del ser humano. Pero en esta ocasión, esto lamentablemente no ocurre. 

En la obra asistimos a la vida de una pareja cercana a la cincuentena, Toni (Carril) y Olivia (Hernández). Todo está dibujado con un tono sarcástico. Viven en una mierda de barrio aséptico, tienen amantes para poder volver a sentir lo que ya no sienten, maldicen sus trabajos y la esclavitud de ser padres. 

Son personajes que saben que no han sabido afrontar sus aspiraciones. Españolitos de mediana edad que se han conformado, que han entregado por comodidad y miedo aquello que los ilusionaba o daba sentido a sus vidas. Por eso, el sarcasmo se vuelve agrio en muchos momentos de la obra. Quizá los mejores. Como el último monólogo de Natalia Hernández o la mirada perdida de Francesco Carril, abatido, superado, comenzando a ser el vivo retrato de su padre. 

Pero el problema de la obra, como decíamos, está en lo formal. En vez de un escalpelo para desvelar la realidad escondida, como en otras ocasiones, aquí lo formal se vuelve un juego de pirotecnia y destreza inteligente. Además, son juegos que este autor ya ha utilizado en numerosas ocasiones. 

El primer juego utilizado es el de las cajas chinas, las llamadas muñecas rusas, un mecanismo por el cual ficción y realidad se cruzan y entretejen en escena. Al final de la obra el público se da cuenta de que lo que ha estado viendo es la novela que el protagonista está escribiendo. Incluso el espacio, al principio un piso de paredes vacías y sin muebles, sigue este juego formal y veremos ese mismo piso ya decorado por completo al final de la obra. 

La escritura crea realidad. Pero es que este mecanismo es llevado al paroxismo, realidad y ficción se entrecruzan sin parar, y al final no se sabe con qué finalidad. Lo que podría ser desvelador se queda en alarde, en mera demostración de talento. 


Francesco Carril junto a Marina Salas y Natalia Hernández (detrás) en un momento de ‘El entusiasmo’

El segundo juego es el extrañamiento de la escena. Los actores interpretarán varios personajes. En la obra acompañan otros dos intérpretes a los protagonistas, Raúl Prieto y Marina Salas. Ellos serán los hijos, el psicólogo, el hermano, la amante, pero también los propios Toni y Olivia. Con esa versatilidad en juego, Remón se dedica a “extrañar” cada escena. Y lo hace, otra vez, en exceso. Si bien al final hay una escena bien lograda, la de la discusión de la pareja en la que los personajes de Olivia y Toni se desdoblan en los cuatro actores, en otras ocasiones predomina más el juego que la pertinencia del recurso. 

El problema, en definitiva, es el exceso. Exceso de “estilo Remón”, de un Remón que parece gustarse. Y el inconveniente de gustarse es, irremediablemente, que uno pierde pertinencia. Llevamos años viendo obras influenciadas por la fuerza de la escritura de este autor, muchas veces copias que no están a la altura. Paradójicamente, El Entusiasmo parece hecho por el mejor falsificador del propio Remón. 

Aun con todo, la obra contiene momentos memorables. Carril, si bien en ciertas escenas cae, como la misma obra, en exceso de trucos, tiene momentos de gran enjundia como la escena con su hermano. Natalia Hernández se pone a disposición y demuestra de nuevo su capacidad en la contención del gesto, su versatilidad y su capacidad para la comedia. 

Remón tiene grandes actores y los utiliza. Y el propio autor consigue escenas hilarantes como la irrealidad de los padres en los parques infantiles o momentos más agrios y que escenifican con inusitada capacidad de síntesis la frustración de no haber sabido comprender a nuestros padres en su momento. 

La respuesta del público es entregada. Su identificación con los problemas expuestos, la falta de ilusión, las vidas autómatas en barrios artificiales, es total. Pero también reina en este montaje la sensación de estar ante una comedia que ya conocemos. Remón no consigue resquebrajar el género y nos ofrece a través de un teatro actual, en modo y forma, un teatro muy viejo. 

Volviendo a Garci, a ese último monólogo de José Sacristán en que le dice a “la culo de oro” (María Casanova) que vaya ella como corresponsal a Londres, ¿se acuerdan? En ese monólogo ante el micrófono Sacristán expone el momento vital de una generación: “Van a acabarse para siempre la nostalgia, el recuerdo de un pasado sórdido, la lastima por nosotros mismos…”. Toda una alocución donde el ciudadano Sacristán se construye a través de la situación política y social de España. Alocución alambicada, quizás, pero también de una inestimable fuerza.

El momento hoy es otro. Hoy un final con moraleja como aquel no resistiría. Y no estamos en épocas de “cambio”, sino más bien de retroceso, de involución. Por eso se hace todavía más extraño la falta de dimensión política de estos seres perdidos, ¿qué quieren? ¿Qué anhelan después de transigir y tragar con un sistema que deshumaniza y aísla? ¿Una paternidad que al final lo compense todo? Remón, en esta su primera creación para en el Sanctasanctórum del teatro institucional, el María Guerrero, lo que ha conseguido es, paradójicamente, volver a instaurar el teatro burgués en España para las nuevas generaciones de espectadores, de los ciudadanos del presente. Agridulce paradoja.