La grosería (y la desorientación) de las Nuevas Generaciones del PP
Si los que necesitan gel y champú son los estudiantes de una universidad pública, cuánta caspilla acumularán aquellos que llevan desde la adolescencia orbitando en torno a estructuras de un partido político
Hace unos días vimos a Vito Quiles intentando pulular por la Complutense mientras calificaba a la universidad como “estercolero comunista”, una performance que varios estudiantes replicaron en una entrevista en el canal ‘Woke up’. Y fue en esa publicación donde las NNGG de Madrid, la nueva hornada ideológica popular, respondieron con un “La próxima vez vamos a ir con gel y champú”.
Más allá del evidente, y hasta entrañable por cutre, tufazo clasista de calificar como sucios a los estudiantes de una universidad pública, como asociando la educación pública con la cochambre, llama bastante la atención la reducción de cualquier tipo de réplica al simple descalificativo simplón.
Da la impresión de que los nuevos cachorros del PP temen el empuje de Vox entre los suyos, con esa nueva dialéctica cercana encarnada por Carlos Hernández Quero, y para contrarrestarlo han decidido enfundarse el chaleco acolchado —que no la chupa, suponemos— de malotes de marca blanca, tan blanca que los desaconsejaría la OCU y el más mínimo sentido común.
Si los que necesitan gel y champú son los estudiantes de una universidad pública, cuánta caspilla acumularán aquellos que llevan desde la adolescencia orbitando en torno a estructuras de un partido político, aquellos que no es que hayan recibido las “paguitas” que tan a menudo critican, que no es que hayan chupado del bote, es que parece que directamente fueron concebidos en él como niños políticos probeta. Si para la mayoría de los chavales de dieciocho años el Estado es todavía una institución algo abstracta a la que recurrir desde lo teórico, para ellos es directamente su primer pagador.
Haciendo un poco de scroll en las redes sociales de estas nuevas generaciones, porque cada uno pasa sus domingos como quiere, descubrí otro post en el que se vanaglorian de estar ganando la batalla cultural. Esa es la clave: la batalla cultural. Pero poco puedes ganar si referencias una vida real que apenas has pisado más allá de la conversación con el conductor del Uber que te lleva a casa desde el reservado de turno. La verdad es que proyectar una imagen anticuada hacia los jóvenes siendo joven tienen muchísimo mérito, casi como cuando imitas el acento de tu comunidad autónoma y no te sale.
Hay muchos errores en los discursos de quienes pontifican estos días sobre los jóvenes, no solo desde la derecha. El primero es apuntar de forma genérica a esa generación. Los jóvenes son particularmente difíciles de generalizar porque viven en una era de fortísima fragmentación social y cultural. Ya no se reúnen en torno a un único programa de televisión, ya no se informan sobre política a través de un solo programa, ya ni siquiera sus grandes ídolos consiguen encauzar sus votos, como ocurrió en EEUU con Taylor Swift y Kamala Harris, a pesar de su entusiasta apoyo. Pero sí tienen preocupaciones comunes como la vivienda.
Los jóvenes y la susodicha batalla cultural serán claves en las próximas elecciones y se equivoca bastante quien cree que poniendo mensajes faltones en X como si la rabia se capitalizase solo con insultos elementales, o quien cree que comentando el último disco de Rosalía desde TikTok, tiene ya el cielo ganado con ellos, especialmente porque sí hay quién está sabiendo hurgar en su descontento de un modo más eficaz.