De ‘La isla de las tentaciones’ a TikTok: por qué nos fascina ver a otros ser infieles

De ‘La isla de las tentaciones’ a TikTok: por qué nos fascina ver a otros ser infieles

En la era digital, la curiosidad por las infidelidades ajenas ya no se esconde: los ‘realities’ y las redes sociales han convertido el voyeurismo en un hábito cotidiano: observamos los engaños de otros para entender, o poner a prueba, los límites de nuestras propias relaciones

Cuando el amor se acaba, pero el trabajo no: ¿cómo seguir trabajando con una expareja tras la ruptura?

La tecnología y las redes sociales han transformado por completo la forma en la que nos vinculamos: cómo conocemos a alguien, cómo nos comunicamos y hasta cómo “oficializamos” una relación. Al mismo tiempo, nos obligan a repensar los límites de lo que consideramos aceptable dentro de una pareja: qué nos molesta, qué toleramos y qué entendemos por fidelidad. Así como las tecnologías redefinen la manera de enamorarse, también reconfiguran las formas de engañar y de romper.

Según el psicólogo Robert Sternberg y su teoría triangular del amor, las relaciones se sostienen sobre tres pilares: intimidad, pasión y compromiso. La combinación y equilibrio entre ellos define el tipo de amor que se construye. El problema para Pablo de Lorenzo, psicólogo especializado en trauma y director del podcast La mente y sus cicatrices, es que hoy en día las redes sociales y la hiperconexión han complicado este triángulo: “La intimidad se comparte en público, la pasión puede desplazarse por un chat y el compromiso se pone a prueba con cada notificación”.

Estas plataformas permiten muchas formas de conexión emocional: un mensaje privado, un “me gusta” reiterado, un acercamiento digital mantenido en el tiempo… Alazne López García, también psicóloga experta en trauma y apego, está segura de que “las redes sociales abren nuevos escenarios de conexión, nos invitan a revisar cómo entendemos los límites, la intimidad y la lealtad emocional. No siempre hay un contacto físico, pero sí puede haber una implicación emocional que el otro perciba como traición”.

La intimidad se comparte en público, la pasión puede desplazarse por un chat y el compromiso se pone a prueba con cada notificación

Pablo de Lorenzo
psicólogo

Antes las infidelidades se asociaban principalmente a lo físico o lo sexual, pero hoy también puede existir infidelidad en lo digital cuando se comparte una intimidad que pertenece a la pareja. La última encuesta realizada por el CIS sobre relaciones sexuales y de pareja recoge que el 91,5% de la población considera que “mantener relaciones sexuales y afectivas con otra persona” es ser infiel. Con este porcentaje conviven otros: el 64,5% considera infidelidad “mantener conversaciones subidas de tono a través de mensajes, teléfono o redes sociales”; y para el 76,3%, tener relaciones sexuales a través de redes sociales sin contacto presencial también es poner los cuernos.

Cuando la infidelidad se hace viral

Al igual que nuestros vínculos cada vez parecen ser más públicos, las infidelidades tampoco se esconden: se graban, se consumen y se viralizan. En redes, miles de usuarios siguen con fascinación cómo otros descubren que les han sido infieles; comentan las pruebas, opinan sobre los culpables y hasta se posicionan como si fuera una serie. Creadores como Jorge Cyrus y su serie Exponiendo infieles acumulan millones de visualizaciones mostrando el “paso a paso” que hay detrás de llegar a descubrir una infidelidad. Seguidores y seguidoras de Cyrus acuden a él para que despejen sus dudas sobre sus parejas. Una vez destapada la infidelidad —con el consentimiento de la persona afectada—, Cyrus pasa a relatar al resto de sus seguidores todo lo que había detrás. El morbo de mirar lo íntimo se ha convertido en entretenimiento, lo que antes se mantenía en el plano privado, hoy se hace viral.

Esta curiosidad por conocer los entresijos de parejas —incluso anónimas— han sido ampliamente aprovechados por las cadenas y productoras de televisión. Aunque existen muchos ejemplos de dating shows, el más sonado es La isla de las tentaciones, que edición tras edición deja récords de audiencia y ocupa conversaciones durante semanas.

En ese éxito hay algo más que entretenimiento: hay una pulsión por mirar. Marian Blanco-Ruiz, profesora de la Universidad Rey Juan Carlos y experta en género, explica en un estudio cómo “la audiencia se convierte en una especie de voyeur, capaz de seguir viendo el programa por la curiosidad o el morbo de saber cómo van a actuar sus protagonistas”.

Este tipo de realities nos enganchan porque tocan deseos, límites y miedos universales de una manera “adictiva”. Muestran problemas reales —deseo, apego, duda— pero en entornos extremos. Estas emociones intensas, aunque puedan generar malestar, según Ana Menéndez Godoy, psicóloga general sanitaria, activan el sistema de recompensa del cerebro: hay tensión, curiosidad, sorpresa… y eso engancha. Coincide Miren Eguiara Arrázola, psicóloga y terapeuta especializada en pareja del Instituto Psicológico Cláritas, quien explica cómo a partir de la sorpresa, tensión o indignación que nos producen estos programas liberamos dopamina, lo que “genera enganche y deseo de continuar viendo lo que ocurre en la pantalla”.

La audiencia se convierte en una especie de voyeur, capaz de seguir viendo el programa por la curiosidad o el morbo de saber cómo van a actuar sus protagonistas

Marian Blanco-Ruiz
profesora de la URJC y experta en género

Para que haya espectáculo, en programas como La isla de las tentaciones se simplifican las motivaciones y se crean roles: la víctima, el infiel, la tentadora, el arrepentido… Como señala Pablo de Lorenzo, se ilustran realidades auténticas, pero las empobrecen para que la historia encaje en un formato de show. El objetivo no es “comprender el amor ni los vínculos, sino generar espectáculo a través del conflicto, traición y deseo”, apunta Eguiara Arrázola. Se reducen las relaciones a “narrativas binarias de fidelidad o infidelidad, compromiso o traición, amor verdadero o fracaso”. “Este reduccionismo es adictivo porque genera emociones fuertes y dilemas claros, sin embargo, deja fuera lo más importante: la comunicación, el contexto, la historia de la pareja, sus desigualdades, su historia individual y las expectativas sociales que moldean los vínculos reales”, añade.

El voyeurismo como forma de ensayo

Una investigación realizada por la Universidad de Koç (Estambul) sostiene que el éxito de los reality shows no se explica solo por la curiosidad o la comparación social que puedan provocar, sino por un impulso más profundo: el voyeurismo. No abordan este término —voyeurismo— desde el ámbito sexual, sino desde la dimensión de curiosidad humana por observar lo que normalmente no se ve. Los realities serían por ello una “forma socialmente aceptada de voyeurismo”, donde el espectador puede mirar sin culpa porque el observado lo consiente.

Según el estudio, la mezcla entre lo que es real y lo que está manipulado —algo que también ocurre en redes sociales, donde muchas veces no se puede saber si el contenido es auténtico— aumenta el deseo de observar. El espectador se mantiene atento, buscando constantemente señales que revelen la autenticidad detrás de lo que ve.

Esa mirada constante hacia la intimidad ajena, ese comportamiento voyeur, no solo responde al deseo de observar, sino que también es una forma de ensayo. Ver cómo otros cruzan límites, caen en la tentación o lidian con los celos permite explorar, desde la distancia, nuestros propios límites. En ese sentido, los realities y los contenidos sobre infidelidades actúan como un “ensayo emocional”, donde cada uno evalúa qué haría —o hasta dónde llegaría— si estuviera en el lugar del otro.

Ver relaciones ajenas nos hace reflexionar sobre lo que toleramos, lo que deseamos o lo que no queremos vivir

Ana Menéndez Godoy
psicóloga

Para Pablo de Lorenzo el schadenfreude —término alemán que se refiere al placer culpable de ver el error ajeno— convive con el aprendizaje vicario —aquel que deriva de la observación e imitación del comportamiento de otras personas—; observar cómo otras personas gestionan límites permite acercarnos a dilemas morales y reflexionar sobre ellos sin poner en riesgo nuestra propia relación. Alazne López García coincide en que “estos contenidos se convierten en una forma de vivir emociones intensas de manera controlada”, sin tener que enfrentarlas directamente.

“En muchos casos funciona como espejo”, apunta Ana Menéndez Godoy, “ver relaciones ajenas nos hace reflexionar sobre lo que toleramos, lo que deseamos o lo que no queremos vivir. Puede ser útil si se hace desde la observación y no desde la comparación”. Observando modelos afectivos podemos aprender —o desaprender— sobre consentimiento, límites, manejo de los celos y formas de vincularnos. Para Miren Eguiara Arrázola esto puede ser muy positivo en el contexto de dinámicas de relación disfuncionales: “Al observar con distancia lo que jamás toleraríamos, muchas mujeres o personas que viven en la disidencia, fortalecen su radar interno frente a las violencias normalizadas (chantaje emocional o microcontroles)”.

El mercado de la desconfianza

Está claro que la hiperconexión digital aumenta los estímulos y las oportunidades de cometer una infidelidad, como explica Eva Puelles Flores, psicóloga sanitaria, terapeuta familiar y de pareja, pero también fomenta la sospecha: “Es caldo de cultivo para la infidelidad y la desconfianza”. La tecnología nos ofrece infinitas oportunidades de conexión, pero también nos deja más expuestos a la comparación y al miedo a perder el lugar en la vida del otro.

Antes las infidelidades no dejaban una huella digital, las “pruebas” casi se reducían a reservas en moteles o llamadas sospechosas. Sin embargo, ahora prácticamente toda interacción digital deja un rastro; rastro que en muchas ocasiones puede ser descubierto. Para Pablo de Lorenzo, “los gestos se han abaratado y multiplicado. Un like o un emoji son señales muy ambiguas, pero activan un miedo muy humano: el de ser sustituido”. De hecho, influencers como Jorge Cyrus mantienen a sus seguidores al día de las potenciales “nuevas formas de infidelidad” que van surgiendo —la última novedad es la herramienta de mensajes de Spotify, que permite compartir contenido y comunicarse con otros usuarios de la plataforma—.

Estas inseguridades en el entorno digital han creado el terreno ideal para que distintas empresas desarrollen aplicaciones y plataformas que prometen satisfacer esa necesidad de “saber” o “descubrir” si la pareja es infiel. Hay decenas de ellas, aunque de momento la mayoría están enfocadas a público angloparlante. Una de ellas es Cheater Buster, que promete descubrir si tu pareja está registrada en apps de citas como Tinder, “buscando entre millones de perfiles por nombre, foto y ubicación” además de mantenerte actualizada de la creación de nuevos perfiles, actualizaciones, publicación de fotos… También aseguran poder descubrir “todas las modelos de OnlyFans a las que sigue”, así como asegurar si son infieles a través “de un chat impulsado por IA que se desliza entre sus mensajes directos de Instagram, iMessage o TikTok”.

Estas plataformas triunfan porque venden la promesa de la “verdad rápida” a personas con una ansiedad real, la del miedo a ser engañado

Desde la psicología, se puede entender el uso de estas aplicaciones como “una búsqueda de seguridad desregulada”, según Alazne López García. La persona que lo hace no buscaría dañar, sino sentir “ese alivio inmediato del malestar”. Como explica la psicóloga, tendemos a pensar que “si sabemos todo del otro” —su ubicación o los mensajes que manda— estamos más cerca, “pero en realidad esto genera distancia”, el vínculo puede verse amenazado. 

Estas plataformas triunfan porque venden la promesa de la “verdad rápida” a personas con una ansiedad real, la del miedo a ser engañado. Así lo explica Pablo de Lorenzo, que describe estas aplicaciones como “una forma moderna de la vieja obsesión por la certeza”. “Hemos industrializado la desconfianza y convertido la inseguridad en un modelo de negocio”.

El peligro de recurrir a estas aplicaciones, según Eva Puelles Flores, es “la normalización del control y la vigilancia sobre la otra persona, y por tanto, introducir la desconfianza como norma”. Las expertas advierten: el control constante puede ser tan destructivo como la traición que se intenta evitar. Prometen eliminar el miedo, aunque sea a costa del vínculo. Sin embargo, como recuerda Alazne López García, la clave está en “aprender a tolerar la incertidumbre, ese ‘no sé lo que está haciendo ahora, pero confío”, esta sería “una de las señales de que las cosas están bien en mí y en mi relación”. En caso de no poder hacer frente a estas inseguridades, desconfianza o celos, las expertas recomiendan acudir a terapia de pareja.