20N, un viaje de medio siglo
Todos recordamos dónde estábamos y qué hicimos. Una catarsis que va componiendo un retrato de la España de entonces, de sus miedos y esperanzas, de un pueblo que no mereció ni el asalto a su democracia ni 40 años de dictadura. Y que explica en gran medida el hoy
Van surgiendo, todos a una, los relatos de cómo vivimos hace medio siglo la muerte de Franco quienes ya andábamos por estos lares. Una especie de catarsis colectiva que tiene poco de anécdota. Si se sabe ver, va componiendo un retrato de la España de entonces, de sus miedos y esperanzas, de un pueblo que no mereció ni el asalto a su democracia ni 40 años de dictadura. Y que explica en gran medida el hoy.
Todos recordamos dónde estábamos y qué hicimos. Mi marido entonces había sido nombrado director del centro de TVE en el País Vasco, con sede en Bilbao, pocos meses antes. Múltiples días, la llamada telefónica temprana equivalía a muerte. Atentado de ETA, dónde, cuántos muertos, quiénes eran. En la madrugada del 20 de noviembre, a las 5.00 creo recordar, también la hubo. “Franco ha muerto, poned la radio” (tve no emitía entonces de noche). Era el realizador del centro, la voz de otras tantas veces. Esta era diferente. Acababa la agonía del dictador. Nos había reunido cada tarde, al terminar la jornada laboral, en el Café Lepanto de Bilbao a periodistas mayores, conservadores, y algunos jóvenes. En las mejorías del enfermo invitaban ellos, en los agravamientos nos decían que pagásemos nosotros. Y, en el fondo y a pesar de todo, un intercambio fructífero de información, de experiencias profesionales.
Mi padre acababa de ser ingresado, de gravedad, en un hospital de nuestra Zaragoza natal. Le operaban a vida o muerte, fue a vida y la disfrutó muchos años más. Me conmueve recordar aquel largo trayecto en tren -con obligados transbordos-. Pasan todo tipo de ideas por la cabeza. Es curioso ver la huella que perdura de aquellos impactantes sucesos de hace medio siglo, porque ante el teclado del ordenador me siento como si siguiera en un tren que va atravesando toda la historia y en el que de vez en cuando miro por la ventana.
Al llegar a destino en Zaragoza aquel 20 de noviembre, una España compungida llena los televisores y, en cuanto se instala la capilla ardiente, colas interminables de personas que -llorando muchas de ellas- quieren darle al dictador su último adiós. Es sobrecogedor. ¿Qué nos espera? La necrofilia española no lo explica todo. Quizás, el miedo a un futuro que parece vacío, pero que algunos por supuesto saben cómo llenar. De distinta forma.
Dos días después. Juan Carlos de Borbón, se convierte en Rey de España y jefe del Estado, y sus palabras ante las Cortes franquistas, producen una sensación inquietante de entrada. Hasta entonces había hecho el papel de alguien que se entera poco de todo, aunque en absoluto era así. Sí parecía tener un cierto aire más modernizador.
“Una figura excepcional entra en la Historia. El nombre de Francisco Franco, será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. (…) Su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la Patria”, dice. Añade que “España nunca podrá olvidar a quien como Soldado y Estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio”, y eso se ha demostrado bastante cierto, quitando los matices de por qué.
Luego brinda un alivio más esperanzador:
“Que nadie tema que su causa sea olvidada; que nadie espere una ventaja o un privilegio. Guardaré y haré guardar las leyes teniendo por norte la justicia y sabiendo que el servicio del pueblo es el fin que justifica toda mi función”. Y refuerza la importancia de la justicia, precisamente: “Es el supuesto para la libertad con dignidad, con prosperidad y con grandeza”.
Las memorias de Juan Carlos de Borbón confirman que, al menos en su afecto y reconocimiento a Franco, fue sincero. Como a tantos otros son sus obras quienes mejor explican al hoy rey emérito aún.
Lo que pasó después es una historia con claroscuros, pero tan laboriosa que viene a confirmar que convertir una dictadura en una democracia no era precisamente una tarea fácil y que, en esta España, quizás no pudo hacerse de otra manera a pesar de la presión antifascista que hubiera necesitado mucho más una ruptura que una transición.
RTVE nos ofreció este sábado ‘Voladura 76’. El documental -dirigido por Marisa Lafuente (la directora de Nevenka)- confirma y amplía muchas impresiones y descubre algunas lagunas. Se trataba de una tarea enormemente complicada que dirigió Torcuato Fernández Miranda -había sido profesor de Juan Carlos y será presidente del Congreso en el momento clave-. La ejecuta Adolfo Suárez con cuanto tiene a mano. Altamente relevante el papel de la Embajada de Estados Unidos en España, al tanto en todo momento, y entrevistándose con políticos como Felipe González que están reflejadas en los cables enviados a Washington. El embajador Wells Stabler propiciaría sin duda la intervención de Juan Carlos I en el Capitolio en junio de 1976, en su primera visita de Estado internacional. En su discurso, considerado histórico, el Rey, aparcando a Franco, pronunció por primera vez la palabra “democracia” y se comprometió a instaurarla en España.
‘Voladura 76’ relata como novedad para el común de los mortales todas las estrategias que se emplearon para que las Cortes franquistas se hicieran su propio harakiri con la colaboración de un precedente del CNI. Explican con el acrónimo MICE (por sus siglas en inglés) las motivaciones que se utilizan para tentar y cambiar voluntades: Dinero, ideología, chantaje y ego. Con alguna o varias captaron a muchos. A los más reticentes procuradores de las Cortes, les engañaron: les organizaron un viaje turístico al Caribe para evitar que estuvieran presentes en la votación de la Reforma política. Enorme habilidad y un reflejo de la España que era e igual sigue siendo. La negociación de la ley fue dura -múltiples enmiendas y tres a la totalidad agrias, en verdad-. Fueron resueltas con gran habilidad.
No olvidamos a Adolfo Suárez reclinando su cabeza hacia atrás en el asiento cuando se leyó el resultado de la votación: “La ley para la Reforma Política ha sido aprobada”.
El tiempo transcurrido ha venido a ensombrecer la figura de Juan Carlos, con trazos bien oscuros, y no ha hecho justicia con la de Adolfo Suárez. Santiago Carrillo me dijo en una entrevista que “el discurso de Suárez no era el de un fascista, era el de un demócrata europeo como podía haber muchos en el continente”. Fue Suárez un superviviente nato que tuvo que hacerse cargo de su madre y sus cuatro hermanos cuando el padre les abandona y huye de Ávila, donde reside la familia, por un escándalo económico. Adolfo ejerció todo tipo de profesiones, mientras estudiaba. Como vender lavadoras a domicilio hasta licenciarse en derecho acudiendo a la Facultad poco más que a examinarse. Y desde luego utilizó todos los resortes clásicos para ascender en sus objetivos. Una vez en la cúspide le atacaron desde todos los frentes. Los franquistas por razones obvias. El PSOE le presentó dos mociones de censura. Y Fraga con su Alianza Popular, que ya andaba por allí, le clavó unas cuantas puñaladas. El rey Juan Carlos tampoco se portó demasiado bien con él al final.
Es curioso cómo afloran y se hunden los recuerdos de los hechos importantes. Entre zancadillas de la oposición y, la presión decisoria en la calle, con aquel gobierno de Suárez fueron saliendo la amnistía a los presos políticos, la supresión del Tribunal de Orden Público para delitos de opinión y manifestación o la legalización de partidos políticos, Incluido el PC, bestia negra de los franquistas. Y se pusieron en marcha los trabajos para redactar la Constitución. Todo ello en un país sacudido por el terrorismo de todo signo -desde ETA a la ultraderecha- donde hubo semanas con asesinatos cada dos días. El firme superviviente se apeó un día de la carrera en la estación de su propio olvido, el Alzheimer, pero creo que merece un lugar en la escueta esquina que este país reserva a la dignidad de sus dirigentes.
Todo lo contrario que Felipe González. El documental relata el inquietante momento en el que se entrevistan con él y Alfonso Guerra los agentes negociadores del futuro para España. La charla se desarrolló tras dejar estos un par de pistolas encima de la mesa. Varios ratones (MICE) debían correr por la habitación. El presidente deseado practicó un muy efectivo maquillaje a la democracia, con avances sociales sin duda y algunos logros importantes: de su mano entramos en la Europa unida. Pero dejó intactas estructuras del franquismo que evidencian en su evolución posterior problemas no resueltos: la justicia, sobre todo, la que tanto defendía como baluarte Juan Carlos, rey, al tomar posesión.
El periodismo hubo de reinventarse, inventarse para ser más precisos. Apenas existía, los periódicos eran otra cosa. Si estaba en revistas como Triunfo, Cambio 16, o Cuadernos para el Diálogo. Aquellas para las que escribían de corresponsales los compañeros periodistas jóvenes del Bilbao de hace 50 años. Muerto Franco, nos desmantelaron: traslados, despidos… Algunos acabaron en el grupo fundacional de El País.
Cuando leo que la prensa generalista no se arriesgaba pienso que no debían estar allí, porque ni siquiera se permitía a las emisoras de radio emitir sus propios boletines, se conectaba con “el parte” de Radio Nacional. No olvidemos nunca que no habían pasado ni dos meses de las últimas cinco ejecuciones franquistas cuando murió el dictador. Las revistas citadas sufrían suspensiones y multas, y una, simplemente satírica, El Papus, un atentado ultra con muertos. Después la figura de Juan Carlos siguió siendo tabú, cualquier mínima insinuación había de ser negociada, las críticas podían suponer un peligro para la estabilidad de todos. Parecía verdad y durante mucho tiempo. Fue uno de los principales signos de que la que teníamos era una democracia tutelada.
Lo imperdonable es que se haya permitido llegar hasta hoy el germen de aquel fascismo que sigue pudriendo nuestras raíces. Y que no se enseñe desde el colegio el daño que hizo a España esa ideología. O que los herederos de Fraga y su Alianza Popular, luego PP, los que traicionaron a Suárez, sigan sus políticas sucias con tantos apoyos subrepticios con toda tranquilidad.
No nos hagan volver a subir al tren que conduce al mismo lugar. No nos lo merecemos. Y mucho menos nuestros hijos y nietos. Ni siquiera los de los fascistas. Queremos seguir yendo hacia delante como siempre hemos hecho, hacia la luz. Muchos no lo saben, pero los demócratas resistentes durante tantos años seguimos teniendo una fuerza que ni imaginan. Las dificultades si no tumban, curten.