Y a los cincuenta años, ¿resucitó?

Y a los cincuenta años, ¿resucitó?

Es la ola reaccionaria que recorre el mundo, claro, pero en el caso de España encuentra terreno abonado en una democracia que no completó la necesaria desfranquistización, unas derechas que nunca se desvincularon del todo del pasado, y un franquismo sociológico que no fue reeducado en valores democráticos y hoy reaparece con fuerza y sin complejos

Franco resucita, aparece haciendo autostop delante del Valle de los Caídos, y pide a un camionero que lo lleve al Pardo. Por el camino se pone al día de los cambios políticos y sociales experimentados por España desde su muerte solo tres años antes. Así arrancaba en 1978 una de las novelas más vendidas del último medio siglo: Y al tercer año, resucitó, de Fernando Vizcaíno Casas, autor de gran éxito en el tardofranquismo y la Transición, hoy olvidado pero todo un fenómeno en su momento. Él mismo, controvertido y provocador -un periodista que hizo carrera con la dictadura y que durante la Transición escribía a la vez en El Alcázar y en Interviú, queda dicho todo-; y sus libros, que hacían burla de los tumbos políticos y sociales de la joven democracia.

En caso de resucitar en este 2025, Franco haría el trayecto inverso: resucitaría en El Pardo, en cuyo cementerio reposan sus restos -y donde sigue recibiendo homenajes-, y pediría al camionero que lo llevase de vuelta al hoy Valle de Cuelgamuros, del que fue sacado hace seis años. En la radio del camión tal vez escuchase noticias que le agradarían: un partido neofranquista en el Congreso, decisivo en gobiernos locales y autonómicos, al alza en las encuestas y con apoyo creciente entre los jóvenes. La presidenta madrileña rechazando una placa para identificar la antigua sede de la policía política franquista en la Puerta del Sol. La Fundación Franco que sigue viva y coleando, a la espera de una ilegalización que nunca llega, como siguen cientos de fosas de asesinados todavía sin recuperar. O un 21% de españoles que dice que los años de la dictadura fueron buenos o muy buenos para España. Ni tan mal después de cincuenta años, pensaría el resucitado.

El camionero podría enseñarle en su móvil mensajes que en redes sociales reivindican su legado como constructor de pantanos y viviendas sociales, y garante de la seguridad ciudadana en calles sin invasión inmigrante. También vídeos de jóvenes cantando el ‘Cara al Sol’, banderas preconstitucionales en manifestaciones, y grupos fascistas paseándose por las universidades. Por el camino podrían parar en algún mercadillo o feria de pueblo, donde tal vez haya un puesto de venta de merchandising franquista o una misa en su honor. Y al llegar a Cuelgamuros le explicarán el proyecto de resignificación que dejará intacto el simbolismo político y religioso del Valle, mientras lo hará más bonito y abierto para que puedan visitarlo por igual demócratas y nostálgicos franquistas: un auténtico espacio de reconciliación nacional a la sombra de la gran cruz, que seguramente alegraría al caudillo resucitado.

Al tercer año no resucitó Franco, pero a los cincuenta años sí parece un poquito redivivo. Es la ola reaccionaria que recorre el mundo, claro, pero en el caso de España encuentra terreno abonado en una democracia que no completó la necesaria desfranquistización, unas derechas que nunca se desvincularon del todo del pasado, y un franquismo sociológico que no fue reeducado en valores democráticos y hoy reaparece con fuerza y sin complejos.

Han pasado cincuenta años, más de la mitad de ellos bajo gobiernos socialistas, se han sucedido varias generaciones de españoles y una mayoría de ciudadanos no había nacido a la muerte de Franco. No podemos echar ya las culpas de nada a la dictadura, ni a la herencia de aquellos cuarenta años o a las debilidades de la Transición: si hoy el franquismo reaparece, es solo responsabilidad de la democracia. Es decir, responsabilidad nuestra.