Sin Franco, 50 años de paz
La ultraderecha de hoy no se caracteriza por la nostalgia, sino que obedece a carencias materiales agudas para los jóvenes -viviendas caras, sueldos bajos- y un discurso público roto en la esfera digital, articulado por algoritmos que premian la agresividad
Cincuenta años después de la muerte de Franco, hemos firmado cinco décadas brillantes como país desde que nos quitamos de encima la bota del dictador. No deberíamos perderlo de vista. Y entretanto, leer más para conocernos mejor. Mi último hallazgo es este: tras reunirse con él en Hendaya, Hitler afirmó que preferiría dejarse sacar tres o cuatro muelas antes de volver a verlo.
Lo cuenta Julián Casanova en ‘Franco’, la biografía que ha escrito sobre el general sanguinario, un hombre insufrible y un mal personaje de libro. Pese a todo, Casanova ha escrito un texto magnífico, que compendia la personalidad y los hechos históricos con brillantez.
Franco fue un hombre en guerra toda su vida. Cuando llegó a la Academia Militar de Toledo, tenía 14 años. Representaba la antítesis del militar fornido y viril exigido. Era de baja estatura y tenía voz de tiple. Se burlaron de él durante tres años, debió de salir de allí acomplejado y acongojado por no haber podido plantar batalla. Pero se desquitó pronto.
Desde que en 1912 llegó al norte de Marruecos, donde España se desangraba en una guerra colonial absurda, empezó a matar gente. Tenía 20 años. Sus últimas sentencias de muerte las firmó a finales de septiembre de 1975, apenas dos meses antes de morir. Eso suma un total de 63 años matando, de los 83 que vivió. Toda su vida adulta. Toda una vida matando. Muchas de sus víctimas, directas e indirectas, reposan aún en fosas comunes.
Fue un tipo cruel, sanguinario e inhumano. Para entender el carácter de una persona hay que mirar cómo era su mundo a los 20 años. Cuando Franco llegó a África vivió esa etapa formativa en un ejército mediocre y corrupto. Muy lejos de la metrópoli, la impunidad era el medio cotidiano. La violencia formaba parte del arquetipo de la masculinidad. La prostitución y la violación estaban a la orden del día entre los jóvenes militares. Los más ambiciosos querían ser destinados a África porque allí se ascendía con rapidez, como le ocurrió a él: general a los 33 años.
Más allá de la desgracia y el atraso que supuso para nuestro país, como personaje Franco es un tostón. Responde al prototipo de personaje plano que plantea Foster en su análisis de la novela. No evoluciona a lo largo de su vida: empieza matando, continúa exterminando y muere asesinando. Su cosmovisión está atravesada por la dialéctica amigo-enemigo de Carl Schmitt, sin matices. En su discurso de la victoria de 1939 dijo que había acabado la guerra, pero la lucha continuaba. Siguió matando gente durante la posguerra: de hambre, fusilada, perseguida hasta desfallecer en el exilio, las montañas, las cárceles. Y hasta el final.
Para él no había convivencia posible con el diferente. Por eso eligió librar la guerra civil de forma lenta y pausada. No tenía sentido tomar rápido el territorio leal al régimen democrático de la República y dejar vivos a sus partidarios, a los que habría que liquidar después. Era preferible una guerra larga, o sea, de exterminio.
En eso se parece a la ultraderecha actual: no acepta al diferente, el inmigrante, quiere sencillamente que desaparezca de nuestros barrios. Pero tampoco quiere al discrepante en términos políticos: para ellos los adversarios son enemigos. Por lo demás, creo que la ultraderecha de hoy no se caracteriza por la nostalgia, sino que obedece a dinámicas propias. Por un lado, carencias materiales agudas para los jóvenes (viviendas caras, sueldos bajos). Por otro, un discurso público roto en la esfera digital, articulado por algoritmos que premian la agresividad. Cada vez nos es más difícil ver la humanidad común que hay en todos nosotros.
La biografía de Casanova es magnífica porque deja ver a un hombre sin sentimientos. Vivió para el poder y mató todo lo necesario para obtenerlo y conservarlo. Cuando firmó las últimas sentencias de muerte sufría ya un Parkinson avanzado. En contra de la manida metáfora, sí le tembló el pulso. Pero las firmó. Murió a las pocas semanas. Nada le hizo matizar su opinión sobre el otro. Nada le hizo sabio. Nada aprendió, más que a perfeccionar los métodos para contentar a los leales y para ejecutar a los enemigos. No le soportó ni Hitler.