Así vivieron los españoles la muerte de Franco: del emborrachamiento de esperanza al miedo sostenido
Más de una decena de personas que entonces tenían entre 14 y 31 años recuerdan cómo transitaron aquel jueves 20 de noviembre de 1975 entre la esperanza por la apertura de un tiempo nuevo y el temor a lo que pudiera pasar con el dictador una vez muerto
Medio siglo sin Franco: la libertad amenazada por la banalización del pasado
Unos descorcharon champán, otras sintieron en sus carnes el miedo nada nuevo a ser detenidas, otros siguieron su jornada rutinaria sin apenas cambios, incluso algunos lo celebraron, conscientes de la efeméride histórica que estaban viviendo, haciendo el amor con su pareja. Aquel 20 de noviembre de 1975 comenzó a las 05.25 horas, el mismo momento en que terminó oficialmente en el madrileño Hospital La Paz la vida del dictador Francisco Franco, según el relato que defendería un año después el doctor Manuel Hidalgo Huerta en Cómo y por qué operé a Franco (Garsi, 1976).
Ese día se suspendieron las clases en colegios e institutos y la esperanza por el cambio se conjugó con un cierto temor por lo que depararía el futuro más inmediato. Mientras algunos lloraban ante el resquebrajamiento de la dictadura, otros tantos veían con ilusión el más que posible final del régimen. Así se vivió el acontecimiento en la casa de más de una decena de españoles que, en aquel momento, tenían entre 14 y 31 años.
“Igual que nosotros, aquel día brindaron muchas familias”, adelanta Rosa González a sus 80 años desde Sevilla. Medio siglo después, esta mujer repleta de inquietudes, tal y como se define a sí misma, admite que “aunque sea muy cruel, estaba deseando que se muriera”. Tanto, que su familia guardaba una botella de champán en el frigorífico preparada para la ocasión: “La metíamos y sacábamos de la nevera según pareciera que iba a fallecer o no, porque estuvo así varios días, hasta que el 20 de noviembre nos juntamos mi suegra, mi cuñada, mis padres y mi hermano a festejarlo”. Franco estuvo hospitalizado, por última vez, desde el 7 de noviembre.
Aquella alegría también tenía algo de miedo. “Sí, se respiraba cierta incertidumbre por lo que podía pasar, por si los militares actuarían o si llegaría otra persona más malvada que Franco, aunque este hombre había sido muy cruel hasta el final. Hacía dos meses de los últimos fusilamientos”, relata esta sevillana criada en Argentina. Ese miedo también lo sintió el mismo día Teresa Callau, que en 1975 tenía 19 años y cursaba primero de Magisterio en la Universidad de Zaragoza. Ella vivía en el cuartel de la Policía Armada de la capital aragonesa.
Barcelona 20-11-1975.- Los empleados de talleres del diario La Vanguardia Española fueron los primeros lectores del fallecimiento del Jefe de Estado, Francisco Franco, en una primera edición extraordinaria.
“Recuerdo cierta mezcla de sensaciones. Desde la universidad pensábamos que por fin llegaba un cambio, pero en casa las cosas se veían diferentes. Mi padre tuvo que salir con la compañía de reserva directamente a Madrid y el cuartel se llenó de uniformados. Supongo que había una sensación de alerta”, se explaya esta profesora de inglés ya jubilada que nunca llegó a militar en ninguna organización política.
Sí recuerda que el fallecimiento del dictador fue la culminación de lo que se esperaba que iba a pasar. “Yo lo viví con mucha incertidumbre por mi casuística personal, pero también esperanzada del nuevo tiempo que vendría”, admite. De todas formas, aquella jornada terminaron detenidos varios de sus amigos universitarios. “Creo que hasta las fuerzas del orden tenían miedo porque no sabían cómo reaccionaría la gente”.
Ana Pola tenía entonces 18 años y estudiaba segundo de Matemáticas. Amiga de Callau, todavía recuerda cómo días antes del fallecimiento algunos de sus compañeros acudían al aula con un transistor pegado a la oreja. “El 20 de noviembre mi madre me dijo que no fuera a la facultad. Le mentí para que se quedara más tranquila y marché a una asamblea de estudiantes. Menos mal que llegué media hora tarde. Habían llegado los grises, habían cargado y hubo detenidos”.
Esta profesora de secundaria, que nunca llegó a integrarse en ningún movimiento, todavía vivía con sus padres en Zaragoza: “Se comentó mucho y sentimos alivio, pero no se celebró, y eso que los franquistas fusilaron a un tío de mi madre. Por un lado, bien porque se había muerto, pero, por otro, ojo a ver qué nos podía pasar”. En cambio, aquella jornada seguiría celebrándola por muchos años más. “La tarde de ese día empecé a salir con el que fue mi novio durante años. Festejamos el 20N a partir de entonces por los dos motivos, la muerte de Franco y porque empezamos a salir”, agrega con desparpajo.
Hacer el amor, emborracharse a zurracapote
Muy diferente fue lo que decidió hacer Anselmo Ruiz. Ahora reside en Logroño, pero en 1975 vivía en Pamplona y contaba 30 años. “Me alegré muchísimo, sobre todo porque mi mujer estaba embarazada de mi hijo Sancho y por nada del mundo quería que naciera con el dictador vivo”, exclama este antiguo empleado del departamento comercial de una editorial. Lo festejaron, pero decidieron no descorchar champán. “Nos pareció absurdo gastar una botella por la muerte de semejante gamberro”, apuntilla.
Me alegré muchísimo, sobre todo porque mi mujer estaba embarazada de mi hijo Sancho y por nada del mundo quería que naciera con el dictador vivo
Después de cumplir con su rutina laboral, Ruiz llegó a casa y por la noche sí lo celebró con la que por entonces era su pareja. “Hicimos el amor”, asegura. A pesar de la efeméride histórica y el abanico de posibilidades que abría, él se mostraba tranquilo. “Se lo decía a mis amigos, que no se preocuparan, que simplemente se había acabado un proceso”, afirma.
Ignacio Duplá, a sus 17 años, tampoco tuvo muchas dudas sobre qué hacer aquel 20 de noviembre de 1975. Natural de Zaragoza, estudiaba primero de Medicina: “Nos agarramos una buena en Zurracapote con su bebida típica, que es un vino tipo sangría, aunque llevaría algo de mezcla. Lo único malo es que este hombre murió en la cama”. Por entonces, Duplá militaba en el Comité de Estudiantes Revolucionarios de Zaragoza, por lo que la esperanza del cambio le embargó, “aunque pronto desapareció con todo lo que ocurrió durante la Transición”, abunda.
El primer día con Franco sin vida como un día más
Hubo ciertas personas, miles, quizá millones, que casi siguieron con su día habitual, pese al anuncio de la muerte del dictador. Es lo que le ocurrió a Nati Hernando. Esta Navidad cumplirá 78 años, vive en Torrecilla en Cameros (La Rioja) y así recuerda aquel 20 de noviembre: “Llevábamos tanto tiempo con el que se muere, que se muere, que al final lo primero que me salió pensar fue que ya era hora”, cuenta con cierto gracejo.
Pensó que así podrían empezar a cambiar las cosas. Tampoco guarda demasiadas remembranzas del histórico día, aunque sí una imagen. En 1975, Hernando tenía dos chiquillos de 4 y 3 años. “Como teníamos la tele puesta, no dejaban de repetir ‘se ha muerto Franco, ¡viva el rey!’. Era algo casi de chirigota”, ilustra. También recuerda a Carlos Arias Navarro y el famoso discurso emitido a las 10.00 horas por radio y televisión, en el que “parecía que se estaba muriendo él”, valora con sorna esta riojana. Este discurso llegó después de que la noticia ya hubiera sido propagada de manera oficial por el ministro de Información, León Herrera, a las 6.12 horas a través de Radio Nacional. Sin embargo, la noticia llegó a los medios a las 4.58 horas, cuando Europa Press difundió un teletipo en el que solo se repetían tres palabras tres veces: “franco ha muerto franco ha muerto franco ha muerto”.
El histórico teletipo que Europa Press distribuyó a sus abonados a las 04.58 del 20 de noviembre de 1975
Jordi Gil vivió el 20N en Barcelona con tan solo 14 años. Este delineante ya retirado recuerda la incertidumbre del momento. “Cuando llegamos al cole, que era de La Salle, nos formaron en el patio y nos dijeron que nos fuéramos a casa sin armar follón, así que todos contentos porque era fiesta”, revela. El día pasó bastante aburrido para él. “Con esa edad solo quieres jugar y yo solo podía ver a Arias Navarro diciendo que Franco había muerto”, prosigue. Su familia, aunque opositora al régimen, prefirió no celebrarlo porque ese poso de “miedo sostenido”, tal y como dice Gil, seguía permeando en miles de hogares españoles.
Martín Alfonso, a punto de cumplir 77 años, ya militaba de forma clandestina en el PCE cuando Franco murió. Antiguo profesor de educación permanente de estudios, por aquel entonces grababa clases en la radio. “Me acerqué a la Plaza Mayor de Cáceres y vi que todo estaba tranquilísimo, igual que en el Gobierno civil”, detalla. Aunque acepta que tenía miedo, también admite que nunca se ha alegrado por la muerte de un ser humano, “pero saber que Franco había muerto me produjo bastante satisfacción”. Tuvieron que pasar algunos días para que este extremeño se pudiera sumar a la celebración colectiva del fallecimiento.
Aquel 20 de noviembre, que fue jueves, igual que medio siglo después, pasó un poco sin pena ni gloria por la casa de José Luis González. Sevillano, a sus 73 años sigue viviendo en el mismo distrito obrero de toda su vida, Cerro-Amate. En 1975 él repartía Donuts desde bien entrada la madrugada: “Algo se comentaba en las tiendas por las que iba, pero poca cosa. Eso sí, a mí no me apenó su muerte”. En su casa, en la que no había televisión y se informaban por radio, comentaron que “ya era hora”, y se dejaron empapar por una brisa más de esperanza que de miedo.
De la incertidumbre al miedo a la represión
Hubo otra gente mucho menos politizada que también recuerda el 20N. Faustina Rivas ahora tiene 81 años, uno menos de los años con los que falleció el dictador, y vive en Madrid capital. Hace ya décadas, cuando tenía 16 años, llegó a conocer a Franco. “Yo trabajaba en una finca de Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real) a la que iba a cazar, y cuando venía nos obligaban a todos a ir a misa con él”, recuerda. En 1975, ella trabajaba como pinche de cocina en una fábrica entre San Fernando de Henares y Velilla de San Antonio: “Nos pusimos muy contentos porque creíamos que darían tres días de vacaciones, pero no nos dieron nada”.
Lejos de cualquier celebración, Rivas sí detalla el temor que sintió. “Después de la fábrica, por las tardes, me iba a limpiar casas al barrio de Arturo Soria. Iba en el bus 70 y me daba miedo porque veía a policías por todos los lados. Pensaba que me podrían detener si decía algo sobre Franco. Siempre intenté no hablar mucho, por eso de haberlo conocido o haber oído misa cerca de él”, reconoce.
Cierto miedo, asimismo, atenazó a Rafi Montero. Ahora tiene 67 años y vive en Coslada, al este de Madrid. En 1975 trabajaba en una empresa de champús y cosmética de dicha localidad. “Recuerdo que teníamos muchas ganas de que muriera, pero también mucho miedo de lo que pudiera pasar a partir de entonces. Mi padre creía que podía venir hasta otra guerra”, precisa. Esta vecina actual de San Fernando de Henares recalca el “asco y odio” con el que siguió todos los honores que España le rindió al dictador a partir de aquel día.
Así comenzó un nuevo camino para España en el mismo momento en que la vida del dictador llegó a su fin. Dos horas después del fallecimiento, a las 7.30 horas del 20 de noviembre de 1975, “el equipo médico habitual” emitía su último parte, que así terminaba: “Peritonitis bacteriana. Fracaso renal agudo. Tromboflebitis ileo-femoral izquierda. Bronconeumonía bilateral aspirativa. Choque endotóxico. Parada cardíaca”. Se paró un corazón, pero España volvía a recobrar el pulso.